Capítulo 2 - Un reencuentro inesperado
El timbre de mi despertador sonó a las 6:00 a.m., con los ojos aun adormilados abrí la puerta del baño y me dirigí a tomar una ducha; al salir ya más despierta a causa del agua, cogí mi uniforme ya preparado y me dispuse a vestirme con agilidad para poder bajar al comedor y tomar un desayuno rápido. Hoy era el primer día de clases y tenía que ser más puntual de lo normal porque este día se realizarían las presentaciones y el recibimiento de la escolta en el acto cívico. En cuanto terminé de desayunar y me cepillé los dientes, mis padres me esperaban en el auto personal de papá; rara vez mi mamá me acompañaba al colegio, sólo en ocasiones especiales como mi primer día o mi salida.
Mi padre insistía en venir a dejarme todos los días aún con lo que suponía su trabajo, sólo confiaba en el chofer para venir a recogerme y traerme directo a casa.
La elección de mis padres hace poco más de un año fue que asistiera a una de las mejores escuelas privadas, aunque ya estaba acostumbrada porque desde preescolar asistí a colegios particulares, este instituto por mucho superaba a todos los colegios a los que había asistido; con sólo ver la fachada del edificio se podía observar que no era un instituto cualquiera, era verdaderamente un colegio de élite, motivo por el cual me sentía mil veces más nerviosa el primer día que ingresé a clases. Aún con prácticamente un año en este instituto, todavía no me sentía del todo familiarizada con ese enorme entorno.
Siendo sincera el uniforme me gustó mucho, es precioso, totalmente blanco con bordes dorados en las mangas del saco y del escudo, mi moño también era dorado al igual que los botones y el broche con la insignia del instituto que llevaba en la parte superior derecha del saco, asimismo la falda era plisada de largo con pocos centímetros debajo de la rodilla; más que un uniforme de gala parecía un traje para una ceremonia extremadamente formal.
Antes de entrar, me despido de mis padres.
—Los veo en la tarde.
—Cuídate y esfuérzate en tus estudios. —Me respondió mi mamá con un beso en la mejilla.
—Por supuesto —respondí.
—Que tengas un buen día. —Se despidió mi papá con un abrazo.
Me dirigí a la entrada principal del edificio para recoger mi horario, como siempre me tocaría en el grupo "A". Sólo existían dos grupos en el instituto, "A" y "B", por lo que como consecuencia yo estaba designada en el 3° "A"; me había quedado en el mejor grupo a decir verdad, ya que éste se hacía de fama de tener el más alto nivel académico de toda la secundaria. Siendo honesta no lograba sentirme cómoda o integrada en mi grupo, a excepción de mis dos amigas que conocí desde segundo grado, Lidia y Amelia.
Lidia era un poco más baja que yo, su piel era blanca pero no tan pálida como la mía; su cabello largo y ondulado, de color castaño claro, la mayoría del tiempo lo llevaba suelto; sus ojos color café claro que resplandecían como perlas, estaban llenos de emoción; su apariencia delicada se asemejaba a una muñeca de porcelana. Por otra parte, Amelia era una chica confiada y segura de sí misma, al contrario que yo que no participaba en deportes grupales o torneos, a ella se le facilitaban y lo hacía como una profesional; su estatura mediana no era ningún reto para la gran deportista que era, su figura atlética lo demostraba; su tez morena y ojos color verde intenso como esmeraldas le daban una fuerte presencia que todos notaban; y su cabello completamente negro con rizos definidos, normalmente lo llevaba suelto o atado en una coleta.
Durante mi infancia nunca logré encajar con mis compañeros porque no me dejaba influenciar ni resultaba una presa fácil, y porque al parecer mi comportamiento se les hacía inusual y fastidioso; les parecía algún tipo de espécimen raro. No fue sino hasta que Amelia y Lidia se acercaron a mí sin pensar que era una persona desagradable.
Regresando al momento real, tenía que apresurarme para llegar al auditorio donde se realizaría el acto cívico; lista para las presentaciones guardé el horario en mi mochila, y ésta a su vez la dejé en un casillero. Entré rápidamente y tomé asiento con los de mi grupo; siempre me tocaba en la última fila a causa de mi estatura, aunque no era alta, al menos si era más alta que la mayoría de mis compañeros porque estábamos en plena etapa de crecimiento, a lo mucho medía 1.65 m y se consideraba mediana estatura.
El director tomó el micrófono del podio para dar inició a la ceremonia.
—Buenos días a todos los presentes, mi nombre es Orlando Ledesma Sunderland, director de secundaria de este instituto. Alumnos que están por terminar su ciclo escolar y alumnos de nuevo ingreso; nos llena de orgullo el esfuerzo que hemos brindado para que nuestra institución ocupe el primer lugar en el Estado y se encuentre entre los primeros del país. Dando cierre a esta presentación, les doy la bienvenida mis estudiantes y sigan dando su mejor esfuerzo.
Un coro de aplausos resonó en todo el auditorio a modo de respuesta. Finalizado el discurso, el director cedió el micrófono a una profesora.
—A continuación, brindaremos honores a la bandera. —De esa forma la profesora titular dio inicio al homenaje y la marcha de escoltas.
Terminada la ceremonia, todos nos dirigimos a nuestros respectivos salones. Dentro de risas y conversaciones, yo me dirigí a mi salón por las escaleras hacia el segundo piso; había un ascensor, pero ¿por qué tomar el ascensor si mi salón no se encuentra en el último piso y tengo escaleras?, de cualquier manera muy pocos utilizaban el ascensor.
Abrí la puerta con un letrero de metal en la parte posterior en el que estaba inscrito 3° "A", al entrar escogí el primer asiento de la fila opuesta; me gustaba el primer lugar porque podía escribir las anotaciones de los profesores rápido, pero escogía estar cerca de la esquina para mantenerme alejada de los ruidosos comentarios de mis compañeros que me desconcentraban.
Esperaba tranquila en mi lugar a que todos mis compañeros entraran y llegara nuestro nuevo tutor. La mayoría ya había entrado después de unos pocos minutos. Amelia y Lidia se acercaron a mí para tener una conversación sobre nuestras vacaciones.
—Hola chicas.
—Rosa, tenemos tanto que decir. —Lidia fue la primera en iniciar.
—Rosalie, ¿cómo fueron tus vacaciones? —Amelia continuó.
—Realmente no fueron impresionantes, me quedé en casa e hice lo que siempre hago. —En realidad todo el verano seguí asistiendo a clases de pintura y ese sería el último porque en este años me debía de enfocar más en mis estudios, además Amelia y Lidia ya sabían que mis padres no tienden a realizar viajes más que por trabajo.
—¡Oh!, pobre Rosa, en ese caso, no podemos ser desconsideradas al contarte nuestras travesías. —Lidia dramatizaba haciéndolo ver como una desgracia.
—Claro que no Rosalie, no le hagas caso a Lidia, te contaremos todo a detalle...
Unos pasos se escucharon antes de llegar a la puerta interrumpiendo a Lidia, era la nueva tutora y como acción reflejo todos se dirigieron a sus asientos completamente erguidos. Lidia ocupó el lugar que se situaba detrás de mí y Amelia al lado de ella.
La tutora entró al salón y segundos antes de que se presentara, se escuchó un golpe en la puerta.
—Adelante. —La tutora pronunció.
—Disculpe, pero me fue un poco difícil encontrar al salón. —Su voz me había costado un poco reconocerla, se había vuelto más grave pero dulce, su voz me acariciaba y la disfrutaba enteramente; pero al mirarlo lo reconocí, era Nathan, y sus ojos azules me observaron con reconocimiento.
—Puedes ocupar ese lugar por el momento —mencionó la profesora señalando el asiento que se encontraba a mi lado.
—Hola. —Nathan me saludó antes de tomar asiento.
—Hola —respondí por inercia al no saber qué más decir.
Me encontraba en estado de shock, nunca pensé que volvería a ver a Nathan y mucho menos encontrármelo como mi compañero, no lo podía creer, ¿qué hacía él aquí y en este instituto?
—Buenos días chicos, mi nombre es Lucía Alseda Leiva, soy la profesora titular de este grupo y les impartiré la materia de Tutoría; si llegan a tener algún tipo de problema, no duden en acudir a mí. Por otra parte, realizarán sus presentaciones, comencemos por la primera fila de la derecha. —El comentario de la profesora interrumpió mis pensamientos, regresándome a la realidad.
—Mi nombre es Mariela Balaix Olivares, tengo 15 años, mi cumpleaños es el 12 de julio y mi pasatiempo favorito es la música. —Mariela era una de mis compañeras que más destacaba en el salón, era una buena líder, por lo que había ganado popularidad; su tez blanca, de estatura más alta que yo y cabello castaño claro, la hacían destacar más.
Mis compañeros se presentaron de uno en uno hasta llegar a la fila de Nathan.
—Mi nombre es Nathan Menasse Kesselman, tengo 15 años, mi cumpleaños es el 9 de noviembre. Soy nuevo en este instituto, anteriormente asistía al Colegio Mendoza. Me gusta el arte, y espero llegar a conocerlos a todos.
Después de presentarse Nathan, fue el turno de Amelia.
—Mi nombre es Amelia Deutchman Lacaze, tengo 14 años, mi cumpleaños es el 4 de octubre y me gusta el deporte.
Pronto fue mi turno, estaba nerviosa y las presentaciones no eran mi especialidad. Tomando el control de mis nervios, hablé con total tranquilidad.
—Mi nombre es Rosalie Hassine Dalmeida, tengo 13 años, mi cumpleaños es el 9 de noviembre y mi pasatiempo favorito es el dibujo.
Al terminar, Lidia con completo entusiasmo se levantó de su asiento y habló con completa normalidad.
—Mi nombre es Lidia Aimeriz Sorís, tengo 14 años, mi cumpleaños es el 5 de diciembre y me gusta la música. —Lidia en especial era buena tocando la flauta transversal y el violín.
En las clases que continuaron también nos pidieron presentarnos, pero ésta vez le tomaban más interés a Nathan por los profesores ya nos conocían, así que en realidad sólo teníamos que decir nuestros nombres para que Nathan se familiarizara con todos.
Una vez terminado el primer periodo todos estaban preparados para salir del salón. Nathan se acercó a mí.
—Hola Rosalie, ¿me recuerdas?, lamento no haber hablado contigo antes —mencionó con una suave sonrisa.
—Sí, por supuesto que te recuerdo y no tienes por qué disculparte, ya me habías saludado. —Por poco y pude sacar las palabras de mi boca, me sentía feliz de que pudiera recordar mi nombre—. ¿Acabas de transferirte?
—Sí, hace poco me inscribí. —Hizo una pausa—. Hasta el momento eres la única persona que conozco y ya que desde ahora seremos compañeros oficiales, ¿podemos ser amigos?; nunca tuvimos la oportunidad de convivir y me gustaría llegar a conocerte mejor. —Nathan hablaba seriamente intentando mostrar amabilidad.
—Claro, está bien —respondí casi conteniendo el aire. ¿Qué?, ¿Nathan quería ser mi amigo?; nuestra relación ya no sería tan distante, me sentía nerviosa y feliz a la vez de que yo le pudiera agradar aunque sea un poco a Nathan.
—Rosa... —La voz de Lidia me hizo recordar que mis amigas estaban cerca de mí, no puede ser, por poco y me olvidé de ellas.
—Chicas, ¿no les importaría que Nathan se reúna con nosotras? —Giré un poco para preguntarles.
—Por supuesto que no, no es ningún problema —respondió Amelia.
—Ellas son mis amigas Amelia y Lidia. —Lo mencioné para Nathan.
—Espero que recuerdes nuestros nombres. —Amelia tomó la palabra.
—Por supuesto, lo haré.
—Bien, es mejor que nos apresuremos, el descanso es muy corto. —Lidia nos apremiaba a que bajáramos rápido.
Una vez en el comedor, elegimos una mesa aún desocupada.
—Rosa, ¿pedirás almuerzo? —Me preguntó Lidia.
—Creo que por el momento sólo pediré una ensalada y fruta. —Últimamente no me apetecía comer alimentos pesados como la carne, no es que fuera vegetariana, pero cuando era niña no la soportaba y ahora no puedo soportar su fuerte olor, ese era uno de los motivos.
—¿Y tú Nathan?, ¿te puedo decir Nath? —preguntó Amelia.
—Sí, todas me pueden llamar como se les facilite más, y creo que por ahora no, pediré en el segundo descanso.
—Nath, ¿puedo hacerte una pregunta? —Se dirigió Amelia a Nathan con toda naturalidad.
—Sí, por supuesto, ¿cuál es? —respondió Nathan esbozando una sonrisa de cortesía.
—¿Cómo es que conociste a Rosalie?
Estaba a punto de explicarle a Amelia cómo conocía a Nathan. Nunca les mencioné de su existencia dado a que nunca esperé hacerlo ni nunca esperé encontrarlo aquí. Definitivamente creerán que soy una mala amiga, y ¿qué pensará Nathan de mí?, que ¿soy una maleducada? Cuando estaba a un segundo de pronunciar palabra alguna, recordé que la pregunta no era para mí y me detuve justo a tiempo de cometer un error.
—Éramos compañeros en clases de pintura. Ahora que soy amigo de Rosalie espero que me puedan aceptar como su amigo y no les moleste mi compañía.
—Oh, por supuesto que no, eres totalmente bienvenido. – Hizo mención Amelia con una gran sonrisa. —Hablando de otro tema ¿a qué club quieres unirte Nath?
—Mmm... no estoy seguro todavía, ¿y ustedes chicas?
—Yo estoy en el club de tennis —respondió Amelia.
—Yo en el de música —añadió Lidia.
—Y yo en el de teatro, me uní el año pasado, así que no tienes que preocuparte por ser nuevo —añadí al último, aunque ese consejo sonaría mejor para mí que para Nathan, él fácilmente se podría unir a cualquier club que eligiera.
—¿Así que no te uniste desde primero? —Nathan se dirigió a mí.
—Mmm... no, yo ingrese aquí desde segundo grado. —Hice una pausa tratando de encontrar otro tema. — ¿Cómo es que elegiste este instituto?
—En realidad recién se mudó mi familia, y este instituto es más cercano que mi antiguo colegio, esa es otra razón por la que dejé de asistir a clases de pintura —respondió como si se sumergiera en sus propios pensamientos por un momento. —¿Todavía asistes? —Me tomó por sorpresa.
—Seguía asistiendo, pero ahora no creo frecuentarlo tanto —mencioné como si ya estuviera preparándome para los exámenes.
—Debes ser una alumna muy aplicada.
—Yo no lo diría de esa manera.
—Sí que es aplicada. Siempre lleva las notas más altas de la clase —intervino Amelia.
—Pero no es...
—Claro que sí. —Lidia me interrumpió emocionada. —Además ahora es el turno de que nosotras te contemos como fueron nuestras vacaciones.
Y así fue como Lidia y Amelia hablaron sin final, pero sobre todo Lidia, que nos contaba cómo había ido de excursión a unas montañas y que tan duro había sido el entrenamiento para por fin poder subir y de cuán resbalosa era la nieve cuando fue a esquiar. Por otra parte, Amelia nos compartió que su padre por fin había querido viajar con ella fuera del país para llevarla a Italia y que conociera el Coliseo romano; se veía tan feliz a Amelia hablar sobre eso, por fin había tenido la oportunidad de compartir un momento especial con su padre, ya que casi no podía verlo más que cuando lo acompañaba a una de sus reuniones o cuando lo observaba en la televisión.
Este verdaderamente había sido el mejor primer día de clases que había tenido y fue una de las pocas veces que realmente me sentía feliz.
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