Capítulo 1 - Mis recuerdos

Parece que tan sólo hubieran pasado unos pocos días desde que celebré mi primer cumpleaños hasta llegar a este día.

Todavía puedo recordar cómo fue mi primer día de clases, tenía miedo porque no conocía a nadie, sin saber si a alguien le gustaría ser mi amigo, y así fue definitivamente; nadie querría ser mi amigo porque me gustaba seguir las reglas, adelantaba ejercicios cuando ya había terminado los que me correspondían, y porque no permitía que ningún compañero sufriera un maltrato injusto; todas esas fueron las razones que me llevaron a que mis recesos fueran solitarios sin tener a nadie con quien jugar, hasta que conocí a Joshua.

Poco tiempo después de que cumpliera 8 años la familia de Joshua se había mudado a una casa cerca de la nuestra, y así fue como mi vecino se convirtió en mi primer amigo. Aún tenía presente el rostro siempre sonriente de Joshua, sus ojos color marrón al igual que los míos y su cabello castaño ondulado que se despeinaba con el viento. Aunque al principio era tímida con Joshua porque no lo conocía y porque era cuatro años mayor, su carácter alegre y amable hizo que lograra confiar en él, era un niño muy divertido y agradable con el que el tiempo pasaba de prisa haciendo que ansiara verlo de nuevo para poder pasar otro momento feliz y memorable. Todo siguió de la misma manera, pasando momentos amenos y agradables, íbamos a la casa el uno del otro, hasta que un día esa amistad se hizo más importante y empecé a sentir algo extraño que identifique inmediatamente, eso algo era que me estaba enamorando aunque todavía fuera muy joven, pero eso causó que Joshua se convirtiera en una persona especial para mí a quién comenzara a atesorar como nunca lo había hecho con nadie, volviéndose así ese sentimiento en una maravillosa experiencia y un preciado recuerdo. Estaba decidida a que ese sentimiento creciera con el tiempo, pero desafortunadamente no pudo ser de esa manera porque después de que hubieran pasado dos años desde que conocí a Joshua, su familia volvió a mudarse, pero lo que más me hizo sentir triste es que no lograra despedirse de mí y aunque pareciera increíble, lo que una vez sentí por Joshua con el paso de los días se convirtió en un lejano recuerdo volviendo a considerarlo como una bonita amistad.

Todo volvió a la normalidad, me quedé otra vez sin amigos, todo transcurría para mí de la misma forma que lo había hecho antes, hasta que el éxito de mi padre en su empresa editorial y el reconocimiento de mi madre como vicepresidenta en una compañía de ropa hizo que ganaran los ingresos suficientes para mudarse al lugar ideal con el que siempre habían soñado para formar una familia. A pesar de que antes vivíamos de una forma más modesta, nunca nos faltó nada y nuestra familia era feliz; a causa del trabajo de mis padres ya no los vería tan a menudo como lo hacía antes, pero mi mamá seguramente estaría más acostumbrada a vivir de esa manera. Mi mamá creció en una familia de clase alta con mucho poder y riqueza, pero ella prefirió renunciar a la herencia que le había ofrecido mi tío abuelo poco después de la muerte de mis abuelos para poder casarse con mi papá.

A decir verdad, me hubiera gustado conocer a mis abuelos maternos, por lo poco que sabía por parte de mi madre, eran personas cálidas y amables; mi mamá decía que me parecía un poco a mi abuela, pero más a mi abuelo cuando era joven, por esa razón mis rasgos faciales son finos y de proporciones pequeñas, que si no fuera por mi estatura me confundirían con una niña de primaria. De ahí en adelante, aparte de los problemas que mi madre tuvo con su familia, sólo conozco el nombre de los miembros de mi familia más cercanos.

Siendo sincera, nuestro nuevo hogar era bonito y espacioso, aunque era por mucho más grande que mi antigua casa, llegaría a ser un lugar acogedor. En la entrada principal había un arco formado por flores que conducía a un jardín realmente bonito, también había un área especializada para deporte que desde mi perspectiva era muy grande; lo mejor de todo es que se encontraba en un lugar tranquilo y relajado que incluso permitía el acceso a un bosque cercano.

Me gustaba ir un par de veces al bosque sin alejarme demasiado, era el lugar perfecto en donde podría obtener toda la inspiración para dibujar sin que algo me distrajera. Era divertido recordar que cuando era pequeña soñaba con ser una gran artista que algún día llegaría a ser reconocida y a exponer sus trabajos.

Al mismo tiempo que pasaban cosas buenas, también estaba segura que sería el momento de que sucediera otra cosa, y esa era que ingresaría a un nuevo colegio con compañeros que no conocería intuyendo lo probable que sería no encontrar a nadie a quien le agradara.

Así fue mi vida, poco interesante y sin amigos; pensé que mi vida seguiría tal y como lo había planeado hasta que decidí aprender aikido, a veces desearía no haberle insistido tanto a mis padres que me inscribieran, pero claramente no sabía lo que ocurriría después; en un principio me sentía emocionada y asistía deseosa a los entrenamientos.

Todo transcurría de manera normal sin imaginarme que ese día en especial sería diferente, el día en el que obtendría mi cinturón azul; en la demostración de mi examen con mi compañero al final tendría que demostrar mis habilidades como tori; estaba preparada y había practicado lo suficiente para que mis movimientos se ejecutaran de la manera correcta. Con mis ejercicios de respiración y completamente concentrada comencé mi práctica adecuadamente, pero en el último movimiento al tomar la muñeca de mi compañero en el momento de realizar la proyección un gran estruendo alcanzó a mis oídos y entonces comprendí lo que había sucedido; mi compañero no podía levantarse por el dolor y al parecer había ejercido demasiada fuerza que le impidiera realizar un ukemi, el golpe del impacto lo había lastimado, esa fue una gran impresión para mí porque sabía que yo lo había causado y me sentía sumamente culpable.

Me disculpe personalmente aterrada de pensar que mi superior se encontraba en un grave estado, ese día en el hospital fue traumático, un día que nunca olvidaría, no sé cómo pude ser capaz de usar demasiada fuerza cuando estaba totalmente concentrada y serena sin mencionar que aún era pequeña. Me quedé completamente asustada hasta el punto de llegar a pensar que realmente era un monstruo, nunca me había sucedido algo como eso y no podía explicarlo sin haber sentido que ejercía el mínimo esfuerzo; después de ese incidente no quise volver a practicar ningún tipo de arte marcial que supusiera el peligro de causarle daño a otra persona.

Con el motivo de que mis padres deseaban que dejara de estar deprimida me ofrecieron escoger algún otro tipo de actividad que no incluyera ningún tipo de riesgo, de esa manera opté por pintura; siempre había querido aprender a pintar y esta era una oportunidad para que mi mente se aligerara y me divirtiera haciendo algo que soñaba desde pequeña.

El edificio al que asistiría a mis clases era considerablemente grande y por lo que vi se encontraba dividido en varias secciones; había un espacio dirigido a danza, música, teatro, escultura y artes visuales; en esta última se encontraba pintura. Como yo era principiante me tocaría estar en el salón de primer nivel; estaba ansiosa por comenzar mi primera clase; tenía mi libreta, lápices, un estuche completo de acuarelas y pintura acrílica, y todos los accesorios necesarios para realizar limpieza de mis materiales.

Todos los días llevaba el cabello recogido, con mi guardapolvo blanco antes de entrar a clase; al principio nos pedían hacer bosquejos a lápiz de cosas sencillas como frutas o flores para posteriormente plasmarlas en el lienzo siguiendo los mismos pasos de nuestro profesor. Después de unas cuantas clases llegó el momento de que realizáramos nuestra primera pintura propia en acuarela.

Esta vez me permitirían pintar el paisaje que yo eligiera, pensé en algo que no sería tan difícil, como un lago; esa técnica ya me la habían enseñado, primero se daban valores oscuros para llegar a tonos más claros. Cuando recién terminaba mi pintura, mi profesor se sorprendió con la rapidez que lo había hecho y me animó a comenzar otra; en esta ocasión decidiría pintar un campo de flores. Con todas las instrucciones que mi profesor me había dado, traté de darle el efecto del movimiento a mi pintura; sinceramente no fue completamente sencillo, pero al final me quedé completamente feliz y satisfecha con los resultados. Al tiempo que el profesor se interesaba por mi progreso, mis pinturas se exponían a los demás alumnos como muestra del talento que podemos desarrollar con constancia y dedicación.

Ya llevaba cerca de medio año asistiendo a clases de pintura, y justo en ese momento se decidió que podría avanzar al siguiente nivel para desarrollar más mis técnicas de pintura. Seguidamente de ese aviso, la semana siguiente ingresaría a nivel intermedio para aprender técnicas más avanzadas con otro tipo de materiales. Me encontraba un poco nerviosa por ingresar a otro salón con personas que seguramente llevaban años perfeccionando sus habilidades, en un entorno en el que obviamente yo seguía siendo una novata; pero amaba el arte y decidiría aprender lo más que lograra.

Mi nuevo salón se encontraba en la segunda planta, ese día estaba tan nerviosa que sentía como se revolvía mi estómago. Toqué la puerta y al abrirla todas mis inseguridades se disiparon, mis compañeros no eran mucho mayores que yo, al parecer los niveles también se subdividían en edades. Por lo que había notado mi nueva profesora era joven, pero con una vasta experiencia que se lograba leer en sus ojos.

—Puedes pasar —mencionó la profesora segundos después de abrir la puerta—. Debes ser Rosalie.

—Sí —añadí con un leve asentimiento de cabeza.

—Ella comenzará con nosotros, así que desde ahora les pido que sean respetuosos con su nueva compañera. —La profesora me indicó que me presentara adecuadamente un momento después.

—Mi nombre es Rosalie, tengo 11 años, me gusta dibujar y hace menos de un año que ingresé a pintura; espero ser una buena compañera.

Por suerte eran vacaciones de invierno e ingresaría a la par, por así decirlo, con otros dos nuevos alumnos al mismo tiempo.

Con el paso de los días me di cuenta que un chico era el mejor de la clase y al parecer muchos le pedían consejo o ayuda, por lo que prácticamente se había hecho amigo de toda la clase e incluso de la profesora, su nombre era Nathan y por lo visto sólo era dos años mayor que yo; su cabello era lacio de un tono castaño oscuro y sus ojos eran completamente azules, del azul más puro que jamás haya visto. Aunque el semblante del chico era serio, podía observar que era amable y gentil. Cada vez que lo observaba sentía una gran admiración hacia él y con el paso del tiempo llegué a notar que realmente era lindo, pero nunca logré entablar una conversación que no tuviera relación con la clase porque siempre me había costado sociabilizar con las personas y simplemente no era de ayuda mi poca experiencia con amigos.

Nathan, tan sólo mencionar su nombre hacía que me sintiera feliz, y al mismo tiempo que pasaba clase tras clase no podía entender cómo es que me había enamorado de alguien como él, una persona que seguramente nunca lograría que se fijara en una persona como yo, totalmente rara y diferente a los demás. Por supuesto, el sería incapaz de ser malo con alguien, él era amable con todos, probablemente a mí me vería como otra persona más en su vida, sólo una conocida. Cada segundo, cada minuto; todo el tiempo aumentaba más lo que sentía por Nathan y aún no lo lograba comprender.

Pasados tres inviernos más Nathan dejó de asistir a pintura y el ambiente en la clase pasó de ser alegre a monótono. Mi próximo año transcurrió con tranquilidad y los días normales regresaron a mi vida. Aun cuando Nathan se fue, ese sentimiento de manera inexplicable no se iba, sino que crecía y su recuerdo se hacía presente todos los días en mi mente.

Para mi suerte el verano pasado mis padres nuevamente me cambiaron de escuela justo después de terminar mi primer año de secundaria, lo que significaría volver a empezar desde cero; conocer nuevos compañeros a los que seguramente no les agradaría y así seguiría mi ciclo son fin, pero no; al parecer esta vez el destino se apiadaría de mí y me dejaría tener amigos, o más bien, amigas. Amelia y Lidia se habían convertido en las amigas que tanto había buscado, aunque eran distintas, definitivamente eran las personas más agradables y divertidas que a alguien le gustaría.

La llegada de Amelia y Lidia a mi vida cambió por completo la concepción que tenía del colegio, mis días escolares dejarían de ser aburridos y solitarios, por fin tendría a quienes contarles mis pensamientos, y hacer actividades que sólo serían divertidas en grupo.

Estoy realmente agradecida con ellas, las personas que no se apartaron de mí y me brindaron su amistad. Siento alegría de sólo pensar que ellas son mis primeras amigas.

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