U N O

Lo que hay después de la vida siempre ha sido un misterio para la humanidad, y no soy quien para resolverlo. Sólo sé lo que sucede con los seres como yo; los que nacemos con el alma diferente a los demás, los que estamos destinados desde el nacimiento a servir luego de la vida.

Es un trato bastante justo, siempre te dan la opción de elegir, la mayoría de nosotros elige el servir, unos pocos lo niegan y pasan al otro lado, no sabemos que hay allí, así como ellos no saben qué hay aquí.

Acababa de salir de un caso interesante; el hombre no era un ser luminoso, sólo era un humano que buscaba en sus plegarias un sentido a su vida, sentido que había perdido tras la muerte de su único hijo, un joven de veintiséis años que tuvo un trágico accidente.
Estuvo a punto de suicidarse, estuvo a solo una catarsis más de acabar con su vida; como si esa fuera la solución.

Todos creen que al atentar contra la vida, las penas se acaban, que automáticamente todo deja de doler y se va a un lugar mejor, y Cristhoper no era la excepción; lo que no saben es que lo único que hacen es condenarse a sí mismos; cuando un ser muere, la cualidad o sentimiento que predominó en su vida, es el que rige lo que hay después; si mueren siendo miserables, así se les recibirá de este lado; ese el motivo por el que nuestro trabajo es tan importante: para mantener a la gente viva y a sus almas puras.

En LightAsh, el centro del mundo de los cuidadores, nos asignan las tareas dependiendo nuestra rama de especialidad.
Como he dicho antes, mi especialidad es la alegría, sin embargo, hacer que una persona que está en el abismo, surga con un poco de felicidad, no es fácil.

Debemos encontrar la manera de que sus sombras se abran, que hagan espacio para que podamos meter nuestra luz; no siempre lo hacen por eso no es una ciencia exacta; una buena analogía a mi trabajo, es la de los ángeles y los demonios.

Cuando una persona está en estado vulnerable por una desdicha mayor a su capacidad, los demonios entran, son llamados "los oscuros"; ellos se instalan en el centro de comando de las emociones, son como una plaga, entre más tiempo pase, más se van a esparcir y a contagiar el alma de su huésped. Se hacen fuertes con el tiempo; es allí donde entro yo, debo hacerme un hueco en esa densa niebla y penetrar la luz que la persona ha perdido.

¿Mi aspecto? Siempre he pensado que es el mismo que tuve en vida, pero no puedo saberlo en realidad. No nos reflejamos, sólo nos vemos entre nosotros; pero describirnos es totalmente complicado, los demás lucen como humanos jóvenes, así que asumo que yo también. Los humanos no nos ven, hay algunos que son suceptibles a nuestras auras y sienten nuestra presencia, pero ninguno nos ve u oye o siente.

Se decía en las esquinas de LightAsh que haciendo acopio de la magia que nos abundaba, podíamos entrar en el sueño de los humanos e interactuar con ellos. ¿Para qué? No se sabe, pues no era más que un mito, pero en sus habladurías también se comentaba de los riesgos.

Se decía que si el ángel se metía en el sueño, era posible que encarcelara al humano en cuestión en su inconsciencia, podía quedar atrapado y no despertar jamás. Por supuesto que también tenía consecuencias para el ángel: sería condenado al infierno por atentar contra los seres que debemos proteger.

Lo que me impulsó a arriesgarme puede ser fácilmente catalogado como estupidez o imprudencia, o ambos.

Como cada inicio de luna, fui al despacho de los mandos de LightAsh a buscar mi nueva misión, otra de tantas, otra qué llevar a cabo dentro de los ochenta y cuatro años que llevo haciendo esto, sin saber que esta sería diferente.

—Gregor —había dicho Ashton, el líder de los luminosos—, eres el mejor guardián de alegría que tenemos, así que te daré una importante misión —asentí solemnemente con todo el respeto que debía brindar—. Es una chica, acaba de perder a su pareja, está hundiéndose, Gregor.

—¿Qué la hace especial? —pregunté mientras ojeaba su expediente.

—Es como tú —dijo. Levanté mi mirada con curiosidad—. Ella también es un ser luminoso, en ella predomina el amor, pero está dejando que la tristeza la consuma.

—¿Será como nosotros?

—Si logra salir de esta, sí —contestó—. Ahí la importancia de la misión y el porqué va asignada a tí.

—Brooke... —susurré mientras leía— ¿Está relacionada con Cristhoper, mi última misión?

—Sí, ambos lloran a la misma persona —aclaró—. Un novio y un hijo.

Asentí efusivamente, con Cristhoper no había sido tan complicado; él estaba receptivo a la luz pues en lugar de querer caer, buscaba en su corazón algo a lo qué aferrarse.

Recibí el expediente y me asignaron el tiempo, al día siguiente debía empezar, acercarme y buscar la manera de alegrarle la vida. Sin embargo, no aguanté la tentación y fui esa misma noche.

Llegué al sitio indicado; un apartamento pequeño en el centro de la ciudad; un tercer piso. Nada más entrar, el ambiente lóbrego me invadió; soy muy perceptible a las emociones y de ella emanaba mucha tristeza, pero había algo más...

Algo en su aura me envolvía y era atrayente, era... especial. Algo que no había percibido con ninguno de mis casos, un imán que me ataba a ese halo de energía que yacía dormida en su pequeña cama.

En un segundo en que el cuerpo de esa chica, buscando comodidad para dormir, se volteó descubriendo su cara, la vi... Y mi mundo tambaleó, mi inexistente corazón latió como si estuviera allí —el cual no está porque solo soy un ser de luz— y la misión de mi existencia empezó a girar única y exclusivamente alrededor de ese ser de corazón latiente que reposaba en ese colchón.

Catalina Brooke.

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