D O S

Una pérdida.

Un segundo.

En tan sólo un momento todo en mi vida cambió, así de repentino​ y fugaz como un parpadeo, sin darme tiempo a prepararme para el golpe final.

Evan, mi vida, mi amigo, mi todo, fue presa del inevitable destino y del mal giro de la rueda la fortuna. Teniéndolo todo, nunca pensé que podía llegar a perderlo y llegar a este vacío en el que ahora me encuentro.

Sin siquiera imaginar que algo así podría pasarme a mí, no di nunca agradecimiento extremo a su compañía. Lo daba por seguro y ahora que no lo tengo, sé que si hay algo importante que debemos hacer con los seres amados, es agradecer cada día que están acá; decírcelo de frente y en oraciones: «Gracias por acompañarme» «Soy feliz contigo a mi lado» «Te quiero» «Te amo».

Frases tan cortas, tan simples de decir y tan subestimadas que están hoy en día. No es posible imaginarse la culpa que se siente saber que nunca se va a poder decir; pensar que esa persona abandonó nuestro mundo sin escuchar esas frases recientemente.

Pero te amo, Evan. Fuiste lo más hermoso de mi vida y nadie llenará tu lugar.

He tratado de convencerme a mi misma con insistencia de que él lo sabía y que si se fue, es para estar en un mejor lugar y que quiere que todos los que quedamos acá en tierra, superemos su ausencia y sigamos con la vida.

Pero no he encontrado a qué agarrarme aún, su ausencia llena cada espacio de mi vida; a donde sea que mi atención se dirija, está él; está su alma recordándome que ya no está ni estará nunca.

Cada vez que entro en el apartamento, sólo pienso que él debería estar allí esperándome en la cama con una sonrisa que alivianaría los problemas del día. Pero no está.

No he tenido pesadillas, cosa que agradezco; remotamente pienso que eso significa que Evan pasó al otro lado sin problemas mayores, que ahora es feliz.
Le pido al cielo que me dé fuerzas, es todo lo que puedo hacer, eso y esperar que esos ánimos lleguen a mi corazón por magia divina.

Han pasado solo dos semanas desde el accidente; solo catorce días, medio mes y me sigue doliendo como si acabaran de llamarme del hospital informando de la muerte de mi vida.
No he tenido una sonrisa sincera desde ese día, muchas personas han llegado a mi con su «Lo lamento mucho» y la cortesía me obliga a sonreír y decir que estoy bien. Pero Dios sabe que no lo estoy y que duele más escuchar esas frases de fingido consuelo que el silencio que ellos consideran grosero pero que yo preferiría.

Siempre he sido muy creyente en el más allá. Creo... no, estoy segura de que hay algo después de morir, no me trago la teoría de que dejas de respirar y todo queda ahí. Algo debe haber.

Como todas las noches, luego de trabajar con el horrible desgano de una desgracia haciendo sombra sobre mi vida, llego a mi solitario apartamento directamente a mi habitación.

Estar inactiva se volvió algo primordial en mi vida; trabajo porque lo necesito, pero acciones como leer, cocinar, ver televisión, el celular...; todas esas cosas que hacía en mi rutina diaria, pasaron a ser obsoletas. Sólo me dedico a hundirme en la miseria y a pensar en Evan, lamentándome de su pérdida. Sé que está mal, pero si el corazón no quiere hacer más, no hay nada que hacer.

Las lágrimas llegan a mí sin siquiera invocarlas, simplemente acuden cuando toco el sitio que debería estar ocupado por otro cuerpo en nuestra —mi— pequeña cama; llevábamos poco tiempo viviendo juntos, no nos dio tiempo de comprar una más grande.

No tardo nada en llegar a la inconsciencia, el cansancio es algo imprescindible ahora en mi vida; si por mi fuera, estaría en cama todo el día, con los ojos apagados, las cobijas hasta el mentón y con sólo la luz de la ventana acompañándome. Dicen que el duelo tiene etapas, pero siento que me estanqué en la negación, no quiero aceptar el hecho de que debo seguir y solo quiero que el recuerdo quedé intacto aún si eso acarrea la inmovilización de músculos.

Sin embargo, esta noche es diferente, cerca de las tres de la mañana me despierto sobresaltada; con esa incómoda sensación de que me observan, con ese sentimiento de que me están invadiendo; sudando y con la respiración irregular. Nunca me había pasado esto por eso la situación es mas desconcertante. Aún así, no quiero asustarme porque mi mente quiere pensar que es Evan, que su presencia aún me acompaña y que no me ha dejado.

—¿Evan? —susurro al aire.

La penumbra en mi habitación es total, esta noche no hay luna, ni siquiera un resquicio de alguna estrella o alguna efímera luz proveniente de algún poste eléctrico. Nada, solo las sombras me acompañan.

Estiro mi temblorosa mano a mi mesita de noche para encender la pequeña lámpara para mirar a mi alrededor, sin embargo la decepción llega a mí de repente cuando noto la realidad: estoy absolutamente sola y esa sensación de no estarlo, se esfuma al igual que la oscuridad con el brillo que el bombillo emana.

Sentada en mi cama, cruzada de piernas, meto la cara entre las manos, sintiendo el sudor en mi frente y repitiéndome que me estoy enloqueciendo sin razón. Retiro las cobijas de mí y me acuesto de nuevo, apago la lámpara hundiéndome de nuevo en la oscuridad. Mis ojos totalmente abiertos mirando el agujero negro que me rodea tratando de encauzar los pensamientos en algo menos deprimente o loco.

Pero esa sensación de ser observada vuelve, produciendo un escalofrío en mí y erizándome los vellos de todo el cuerpo. Decido quedarme estática e ignorar eso con el fin de no seguirle la cuerda a mi locura.
Pero eso empeora, siento como si alguien estuviese sobre mí, cierro los ojos convenciéndome de que no es real, de que lo más probable es que sea una de esas malas pesadillas de las que no puedes despertar.

Cierro los ojos con el corazón palpitando frenéticamente, mi pecho sube y baja demasiado rápido y mi cuerpo se congela. De repente, así como la horrible sensación llegó, así mismo se va.

Me obligo a no levantarme, solo me quedo pensando y tratando de descubrir si fue real o fue sólo mi imaginación jugándome una mala pasada; así permanezco hasta dormir de nuevo. Entonces empieza el verdadero sueño.

Estoy acá mismo en mi habitación, pero sé que es un sueño porque estoy en el umbral de la puerta y hay una figura sentada en la cama, de espaldas a mí pero a quien reconozco de inmediato porque es quien se ha llevado mi alegría consigo.

—¿Amor? —exclamo al borde de las lágrimas hacia el chico que yace en el lugar de Evan. Ni se inmuta, así que me acerco y con los nervios a flor de piel, le toco el hombro.

La figura voltea en mi dirección y veo esos rasgos que creí no ver nunca más, sus ojos negros, su cabello castaño, ese lunar que adorna su mejilla; las lágrimas llenan mis ojos entre nostalgia y felicidad; sin embargo él parece no emocionarse en absoluto, ni siquiera parece conocerme. Empiezo a creer que no es un lindo sueño sino una pesadilla desdichada hasta que el chico habla.

—¿Puedes verme? —es la voz de Evan, estoy segura. Es su gruesa y profunda voz. Sonrío.

—Sí, Evan, te veo —respondo. Él me mira con extrañeza—. Es un sueño, supongo, pero estás acá y no importa más.

—No, yo no... —siendo incapaz de reprimir más las ganas de acercarme, doy dos zancadas hasta donde está.

Me estampo con su cuerpo y me siento a horcajadas sobre él, lo abrazo con fuerza, como una niña a su peluche; me engancho a su cuello y dejo que mis lágrimas caigan sobre su hombro al recostarme en él.

Evan está estático, asumo que debe estar confundido, luego recuerdo que solo es producto de mi conciencia y me duele a la vez que me enorgullece.
No pensé que mi mente guardara su memoria tan exacta, tan específica de él hasta el punto de hacerme pensar que es real; pero aún sabiendo que no lo es, mi mente se conforma.

Siento la textura de su piel, el olor de su cabello, la suavidad de su pecho.
No interesa si es todo alucinación mía; acá, en la irrealidad de este momento, vuelvo a ser feliz. 

†††

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