8
Estoy de pie frente a un acantilado.
No conozco este lugar —nunca había estado aquí—, pero sé que está dentro de Kodiak. Puedo sentirlo...
Las olas que rompen contra las piedras son furiosas; provocadas por una tormenta que cae con violencia sobre mi cabeza. Pese a eso, no puedo sentirla mojándome. De alguna manera, es como si no estuviera en este lugar en realidad, como si solo fuese una espectadora.
Tengo miedo. Estoy aterrada de la energía atronadora que lo envuelve todo y que se cuela a través de mis sentidos embotados; como el más corrosivo de los ácidos.
El mar está cada vez más picado. Las olas están alcanzando una altura imposible en este lugar y chocan cada vez más alto en el acantilado.
—Ya viene.
Ahí está de nuevo. La voz femenina y maternal que habló conmigo hace una eternidad está de regreso.
No me molesto en hablar, porque sé que no voy a poder hacerlo, así que pienso:
¿Va a salir de ese lugar?
Tengo la mirada fija en un punto en el océano. El lugar donde las olas aterradoras se forman y la energía oscura se arremolina; esa que te eriza cada vello del cuerpo y te hace imposible moverte de lo impresionante que es.
—Chica lista. —La voz me alienta.
Sonrío, pese a que estoy asustada hasta la mierda.
¿Qué es? Inquiero, para mis adentros.
—No lo sé. —Suena compungida; como si genuinamente lamentara el no saberlo—. Pero me temo que solo tú puedes detenerlo.
Parpadeo un par de veces, confundida, antes de soltar una risotada ansiosa y burlona.
¿Qué te hace pensar que yo puedo detener eso? Sacudo la cabeza en una negativa.
—Eres más de lo que piensas, Madeleine Black, y tu poder supera a cualquiera que haya visto antes.
Esta vez, cuando pronuncia aquello, busco a la dueña de la voz, porque ha sonado cerca. Muy cerca.
Solo puedo ver a una chica de pie a pocos metros de distancia. No logro verle la cara, pero está ahí, enfundada en un vestido delicado, inapropiado para un clima como al que nos enfrentamos.
—Ni siquiera el Primer Guardián es capaz de compararse contigo. ¿Entiendes eso?
Solo soy una Druida. La mitad de una.
—¿Estás segura de ello?
Parpadeo una vez más, cada vez más confundida. Más asustada.
Un sonido estridente lo inunda todo y es tan abrumador que me aturde por completo. Un rayo de luz parte el cielo frente a nosotras y tengo que cerrar los ojos porque me ciega.
—Es hora de que te vayas. —La chica dice, pero no puedo verla. No puedo hacer nada más que apretar los ojos juntos para evitar que el haz me encandile por completo.
Entonces, despierto.
Me toma unos instantes descubrir que estoy en mi habitación. En este diminuto ático que he hecho mío con el paso de los años.
Me toma unos segundos sacudirme el centenar de emociones que el sueño que tuve me ha dejado, y me toma unos más el deshacerme del regusto extraño que siento en la punta de la lengua; como si me hubiese quedado con una decena de preguntas atascadas en la garganta.
Miro el reloj en mi teléfono. Es más tarde de lo habitual y es lo único que necesito para saber que Enzo no vino a buscarme más temprano para que saliéramos a ejercitarnos.
Un suspiro largo me abandona ante la realización de esto, pero trato de no darle muchas vueltas al asunto mientras me meto en la ducha.
Cuando salgo, con maquillaje, trato de cubrir las marcas amoratadas que el ataque de la bestia me dejó en el cuello y la mandíbula, y me digo a mí misma que no se ve tan mal pese a que sí lo hace.
Así pues, me obligo a empujar toda la negatividad que me ha envuelto esta mañana y bajo para desayunar algo antes de irme a la escuela.
Enzo no está en casa para cuando estoy lista de salir, así que lo maldigo todo el camino a la carretera —donde pasa el autobús que va a la preparatoria—. Lo maldigo otro poco cuando llego tarde a mi primera clase y decido maldecirlo un poco más durante las siguientes dos horas solo porque sí.
El día escolar pasa sin ninguna novedad, excepto por el hecho de que me siento extraña. Inquieta. Un tanto ansiosa, si puedo sincerarme.
Quizás es por todo lo que ocurrió el día de ayer y por el sueño tan extraño que tuve, pero no puedo sacudirme de encima la sensación de que algo no va bien.
Ni siquiera las voces del Oráculo —que hoy están particularmente insistentes— logran sacarme del estupor extraño que me ha invadido.
La hora del almuerzo llega sin muchas novedades y me siento con Leroy mientras lo escucho parlotear sobre la nueva baratija que consiguió en el mercado de Lo Antiguo.
Me avergüenza decir que no estoy poniéndole atención, pero estoy absorta en mis pensamientos. En Iskandar, quien se encuentra sentado en una mesa al fondo, rodeado de sus compañeros Guardianes, y en Enzo, que está con sus amigos, ignorándome deliberadamente.
—¿Estás escuchándome? —La voz de Leroy me saca de mis cavilaciones, pero ni siquiera tengo oportunidad de responder, ya que un alboroto comienza a formarse en la cafetería.
Alguien entra corriendo, gritando algo que no logro escuchar, pero que provoca el pánico en las mesas cercanas.
Todo el alumnado empieza a levantarse, a gritar y a intentar salir de la cafetería, pero no entiendo qué diablos está sucediendo.
Los Guardianes se ponen de pie al instante. Iskandar es el primero en salir disparado en dirección a la salida más cercana y lo sigo con la mirada mientras el resto de sus compañeros empieza a ladrar órdenes a la gente en pánico.
Piden que nos quedemos aquí, pero son muy pocos quienes los escuchan. Todo el mundo trata de salir a empujones fuera de este lugar.
Leroy ya se ha puesto de pie y yo también lo hago, pese a la sensación desagradable e insidiosa que se me cuela en las entrañas.
Mi amigo rápidamente se abalanza hacia el tumulto de gente y suelto una palabrota mientras trato de detenerlo.
Sin escucharme, Leroy se abre paso entre la gente y lo sigo de cerca para evitar que se exponga a lo que sea que está provocando el caos.
En medio del barullo, logro entender algo de lo que se dice a susurros histéricos entre la multitud. Hablan de un ataque. De una chica herida en el estacionamiento de la escuela.
El corazón se me sube a la garganta porque en lo único en lo que puedo pensar es en la puerta de la que habla el Oráculo y en el ataque que sufrí ayer a manos de un demonio menor.
Para cuando abandono la cafetería por ir detrás de mi amigo, todo el personal de la escuela está lanzando órdenes de mantener a todo el alumnado dentro de las aulas. Con todo y eso, el barullo es tan grande, que muchos curiosos —Leroy entre ellos— se han colado y logrado llegar casi hasta el final del edificio principal.
—¡Leroy! —grito, para llamar su atención, pero él ni siquiera me mira. No estoy segura de que me escuche.
Las puertas principales se abren y me congelo en seco cuando veo entrar a una chica con la ropa manchada de sangre. El sangrado es exagerado, pero ella no luce lastimada. Solo está en shock y no deja de llorar con histeria.
Pánico crudo y frío me atenaza las entrañas, pero me obligo a lanzarlo lejos mientras avanzo hacia la salida.
Esta vez, no lo hago siguiendo a mi mejor amigo, sino por convicción. Necesito ver con mis propios ojos qué diablos ha ocurrido.
Alguien grita mi nombre. Creo que ha sido Leroy, pero ya estoy empujando las puertas para llegar al enorme estacionamiento repleto de autos.
Al salir, el frío me cala en los huesos, pero me obligo a buscar con la mirada el lugar en el que todo inició.
No tengo que indagar mucho. Iskandar se encuentra ahí, junto con un puñado de chicos histéricos que rodean algo —o a alguien.
Rápido, me echo a correr hacia allá. El Oráculo no está muy de acuerdo con la decisión que estoy tomando, pero no hace nada para detenerme. Deja que avance hasta la multitud.
Un par de chicas llora mientras balbucean algo sobre haber venido a buscar algo al auto de alguien, pero dejo de escucharlas cuando clavo la vista en el cuerpo inerte de una chica que no conozco pero que, en definitiva, he visto rondando por los pasillos de la escuela.
Me quedo sin aliento porque pareciera haber sido destripada. Abierta por el estómago para ser devorada viva.
Un grito se construye en mi garganta, pero lo reprimo mientras, con la mirada, busco al Guardián de Élite que mira hacia un punto en específico con el cuerpo en total tensión.
—Todo el mundo vaya adentro —ordena, con la voz enronquecida, sin apartar la vista de ese punto fijo en la nada.
La densa neblina no ayuda mucho para averiguar qué es lo que está observando —o percibiendo—, pero trato de recomponerme y empiezo a pedirle a todo el mundo que vaya adentro y que busquen al director de la preparatoria.
Cuando estamos casi solos y apenas unos alumnos lloran la muerte de su compañera, me acerco a él.
Iskandar, de inmediato, clava sus ojos en los míos.
El azul en su mirada es de una tonalidad tan oscura y cruda que el estómago se me revuelve con violencia.
—Ve adentro —pide en voz baja, para que solo yo pueda escucharlo.
—¿Qué ha ocurrido aquí? —inquiero, con apenas un hilo de voz, tratando de que nadie más pueda oír lo que digo.
No dice nada, pero no hace falta que lo haga. La tensión en su mandíbula y esa severidad en su gesto me lo dice todo. Esta chica fue atacada por un demonio.
—Oh, mierda... —susurro, presa de un terror tan visceral, que casi quiero ponerme a gritar.
—Kodiak ya no es un lugar seguro —dice y el Oráculo ruge en respuesta, como si estuviese de acuerdo con lo que el Guardián dice—. Necesito que vayas adentro y le pidas a alguien que llame a mi padre. Tiene que venir aquí cuanto antes.
Asiento, pese a que apenas puedo pensar con claridad.
—De acuerdo —pronuncio pese a mi turbación y, sin darle tiempo de nada, me echo a andar a toda velocidad hacia el interior del instituto.
***
Nos han enviado a casa temprano.
Las clases han sido suspendidas y un montón de autobuses custodiados por Guardianes fueron dispuestos para llevar al alumnado a sus respectivos hogares con la instrucción expresa de no abandonarlos para nada que no sea estrictamente necesario.
A aquellos estudiantes que disponían de un vehículo, se les ordenó ir directo a casa y se hizo hincapié al estado de emergencia que la ciudad está atravesando.
Leroy se ofreció a llevarme a casa cuando vio que ignoré de manera deliberada a Enzo cuando fue a buscarme para llevarme él mismo, pero me negué de manera amable y, contra todo pronóstico, tomé un autobús en dirección al centro.
Necesito ir al local de Madame Dupont. No a trabajar necesariamente, sino a advertirles a ella y a su hija que deben ser cuidadosas; cerrar el local y tomar las medidas pertinentes. Además, aprovecharé para llevar conmigo un poco de las sales de protección que prepara la clarividente, solo por si acaso.
Sé que es una locura y una parte de mí no deja de pedirme que de la vuelta y regrese a casa cuanto antes, pero también me preocupo por ellas.
Sé cuán descuidadas suelen ser. Florence y Tiffany Dupont suelen creer que estarán protegidas de todo aquello que desconocemos solo por el don que corre en su sangre. No tienen idea de cuán peligroso puede ser para ellas exponerse de esta manera. Sobre todo, dadas las circunstancias por las que atraviesa la isla en estos momentos.
Así pues, trato de apresurarme lo más que puedo mientras hago mi camino hasta el local.
Cerca de media hora más tarde, me encuentro entrando por la puerta principal de la tienda. Tiffany sonríe radiante cuando me ve y no deja de hacerlo mientras parlotea:
—Llegaste temprano.
Debe notar la seriedad de mi expresión, ya que, de inmediato, las alarmas se encienden en su gesto.
—¿Dónde está tu mamá? —inquiero, sin más preámbulo—. Deben cerrar el local temprano.
Su ceño se frunce.
—¿Qué pasa? ¿Está todo bien, Maddie?
Niego con la cabeza.
—Hubo un ataque en la escuela —explico—. Un demonio.
Palidece de inmediato.
—¿Estás segura? —suena tan aterrorizada como yo me siento.
Asiento.
—Sylvester Knight estuvo en el instituto y nos enviaron a todos a casa. Los autobuses estaban siendo escoltados por Guardianes. Esto es grave.
—Ay, Dios mío...
—¿Dónde está tu mamá?
Sacude la cabeza, para espabilar.
—En casa de un cliente. Voy a llamarla de inmediato —dice, y asiento en aprobación.
—Dile que ni siquiera se moleste en venir aquí. Deben ir a casa de inmediato.
—¿Qué hay de ti? —suena mortificada—. ¿Piensas volver sola a casa?
—Sí —digo y, cuando veo el gesto reprobatorio que me regala, añado—. Solo vine a recoger un poco de sales de protección y de limpieza. Ayer llevé mi Tarot a un lugar que no debía y necesito limpiarlo. Iré directo a casa. Lo prometo.
Aprieta la mandíbula. Sé que no está conforme con lo que acabo de decirle.
—Te llevo —resuelve, pero ya estoy negando con la cabeza.
—¿Para que regreses sola desde la reserva? —bufo—. Por supuesto que no. Es peligroso.
—Maddie...
—Voy a estar bien. —La corto de tajo, al tiempo que le regalo una sonrisa tranquilizadora.
—Aunque sea déjame llevarte a la parada del autobús —dice, al tiempo que la veo ponerse de pie para empezar a cerrar la tienda.
Asiento, pese a que no estoy muy conforme con ello y ella luce más satisfecha cuando lo hago.
Me toma alrededor de diez minutos tomar todo lo que necesito y, cuando estoy lista, me subo al coche de Tiffany para que me deje en la parada del autobús pertinente.
Ella insiste en esperar a que me suba al vehículo correspondiente, pero le aseguro que estaré bien durante unos minutos en solitario. Ella alega que quedan poco tiempo de luz de día en la isla y me dice que por nada del mundo me permitirá quedarme aquí luego de lo que pasó en la escuela.
El bus no pasa en un lapso de veinte minutos y eso me pone de nervios. Sobre todo, porque no he visto pasar a ninguno en todo este tiempo. Es como si hubiesen sido enviados a casa a descansar. Como si una especie de toque de queda estuviese siendo impuesto de manera implícita.
—Te voy a llevar a casa. —Tiff anuncia, y echa a andar el coche sin siquiera preguntarme si estoy de acuerdo con ello. Por supuesto que no lo estoy y protesto mientras se encamina hacia la carretera, pero nada de lo que digo la hace desistir de conducir hacia la reserva ecológica.
Estamos a punto de dejar la ciudad. Los árboles son cada vez más densos y frecuentes y mis nervios están a flor de piel llegados a este punto.
Tiff luce nerviosa y no deja de mirar el retrovisor cada pocos segundos.
—¿Está todo bien? —inquiero y la veo apretar los labios en una línea dura.
—Creo que nos están siguiendo.
De inmediato, miro por el espejo retrovisor y el corazón me da un vuelco solo porque puedo reconocer el vehículo que se encuentra detrás del de mi amiga.
—Ay, mierda... —mascullo, y una mezcla de alivio e inquietud me invade entera cuando añado—: Sé quién es. ¿Puedes orillarte?
Tiff me mira con el entrecejo fruncido, pero hace lo que le pido a la primera oportunidad.
—Ahora regreso —digo, al tiempo que me quito el cinturón de seguridad y bajo del coche.
Mi amiga protesta, pero no le doy tiempo de nada, ya que cierro la puerta e introduzco las manos en los bolsillos de mi chaqueta cuando avanzo a la camioneta que también ha aparcado a pocos metros de distancia.
Del lado del piloto, Iskandar Knight baja y, pese a que luce como siempre lo hace, no puedo evitar sentir un hueco en el estómago debido a la ansiedad que me provoca mirarlo.
—¿Qué estás haciendo aquí? —digo, cuando estoy lo suficientemente cerca para que pueda escucharme.
—No estabas en tu casa.
—¿Fuiste a buscarme a mi casa? —Sueno más incrédula de lo que pretendo.
Silencio.
—¿Qué haces aquí? —insisto, ya que su respuesta no ha respondido a mi pregunta inicial—. ¿Estás siguiéndome?
Esta vez, cuando clava sus ojos en mí, luce avergonzado.
—Fui a buscarte a tu trabajo. Te vi subir a ese auto y decidí... asegurarme de que llegaran a salvo a casa.
Una revolución de emociones me azota de inmediato, pero trato de no hacérselo notar.
—Estás siguiéndome. —Es una afirmación.
Otro silencio largo.
—Me preocupo por ti —dice, al cabo de unos cuantos segundos más.
—¿Por qué?
—Porque expides una energía muy atrayente. Ese demonio estaba en la escuela por ti. Estoy seguro de ello.
Sus palabras son como un puñado de piedras en mi estómago.
—¿Cómo lo sabes? ¿Por qué estás tan seguro?
Se encoge de hombros.
—Es solo una corazonada —dice—. Pero no me suena muy descabellado, tomando en cuenta que ayer hiciste una demostración bastante impresionante de lo que sea que llevas dentro.
La perspectiva de que lo que dice sea verdad me pone la carne de gallina, pero trato de no hacérselo notar.
—Tiffany me llevará a casa. Puedes quedarte tranquilo —digo, pese a que ni siquiera yo me siento del todo tranquila con mi declaración.
—Tu amiga no podrá protegerte si algo ocurre.
—¿Y tú sí? —bufo, burlándome, pero sé que él podría hacerlo.
—No lo sé... —dice, sereno y sin despegar sus ojos de mí—. Pero puedo intentarlo.
Trago duro.
—No puedo dejar que Tiff vaya sola a casa —me excuso débilmente.
—La escoltaremos hasta allá si me dejas llevarte.
Desvío la mirada.
—¿Siempre eres así de insistente? —mascullo.
—No. —Se sincera—. Solo cuando se trata de ti.
Clavo mis ojos en él, pero no dejo que la forma en la que está observándome me amedrente o me haga sentir cohibida.
¿Qué demonios quiere decir con eso?
—De acuerdo —digo, finalmente—. Lo haremos a tu modo esta vez. Déjame hablar con Tiff.
Él asiente y, sin añadir más, regreso sobre mis pasos para hablar con mi amiga.
***
Iskandar arranca su vehículo luego de que subo a él.
Estamos aparcados afuera de la casa de Tiff porque hemos venido a acompañarla para asegurarnos de que llegara sana y salva.
Después de una despedida breve y de cerciorarnos de que estuviera dentro de su hogar, me trepé a la camioneta del Guardián de Élite que ahora arranca el vehículo y conduce en silencio por las calles de Kodiak.
—¿Por qué no fuiste directo a casa? —inquiere y suena severo, casi como si estuviese regañándome.
Quiero protestar y decirle que debe relajarse un poco y que no es nadie para cuestionarme, pero me muerdo la punta de la lengua porque sé que no lo hace con la intención de reprimirme.
No lo conozco demasiado, pero he aprendido a darme cuenta de la personalidad sobreprotectora de este sujeto.
—Necesitaba ir a advertirles que era peligroso —replico, a regañadientes, pese a que lo único que quiero pronunciar, es que no es de su incumbencia—. Su madre no es una humana común y corriente. Ella realmente tiene una especie de clarividencia. —No sé por qué sigo hablando; justificando mis motivos; pero no me detengo—: Me preocupaba que estuvieran expuestas. Tomando en cuenta que fui atacada por un demonio carroñero.
No lo miro, pero puedo sentir la tensión que irradia su cuerpo.
—Pudiste habérmelo dicho. Habría venido a avisarles yo mismo.
Esta vez, clavo los ojos en él y lo observo durante un largo momento.
—¿Por qué haces todo esto?
—¿El qué?
—Ir a mi casa solo para ver si estoy ahí. Venir a mi trabajo cuando no me encuentras... —Sacudo la cabeza en un gesto contrariado, al tiempo que frunzo el ceño—. No me debes nada. Tampoco debes preocuparte de esta manera por mí. Sé que no lo parece, pero puedo cuidarme sola.
—Anoche tuve un sueño extraño —dice, al cabo de un largo momento de silencio, y el corazón me da un vuelco solo porque también tuve un sueño peculiar—. Estaba en el faro y caía una tormenta. Algo estaba por salir del océano y, no sé qué era, pero se sentía aterrador.
Siento cómo toda la sangre del cuerpo se me agolpa en los pies, pero me obligo a mantenerme inexpresiva mientras espero a que continúe.
Se detiene en un semáforo en rojo y clava sus impresionantes ojos en los míos. Su ceño está fruncido en un gesto duro y preocupado, y su mandíbula luce más tensa que nunca.
—Y ahí, en medio de todo eso, escuché a alguien hablarme. —Hace una pequeña pausa y se moja los labios con la punta de la lengua. Inevitablemente, desvío los ojos para observar el pequeño gesto—. Me dijeron que debía protegerte. A como diera lugar. De todo el mundo. Incluso de los míos.
Tengo la garganta seca y mi pulso late con tanta fuerza que soy capaz de escucharlo en mis oídos.
—¿A mí? —Apenas puedo pronunciar.
Su expresión se suaviza, al tiempo que vuelve la vista al camino.
—No dijo tu nombre como tal —masculla, al tiempo que vuelve a ponerse en marcha cuando el semáforo lo indica—, pero no conozco a nadie más que porte al Oráculo.
Parpadeo unas cuantas veces.
—¿T-Te hablaron del Oráculo?
Asiente.
—Dijeron algo entre las líneas de: Debes proteger al Oráculo a como dé lugar. De todos. Incluso de aquellos que son como tú. —Me regala una mirada fugaz—. No sé cómo lo veas tú, pero el mensaje fue bastante claro para mí.
Me muerdo el interior de la mejilla.
—Creo que esto es más grave de lo que pensábamos. —Es mi turno de mascullar.
Él espera, paciente, a que me digne a explicarme, pero todavía me siento recelosa a su alrededor. Una parte de mí —esa que siempre ha huido de los seres de su naturaleza—, todavía se siente desconfiada a su alrededor. Como si fuese a utilizar toda la información que le digo en mi contra.
—Yo también he tenido un sueño extraño —digo, finalmente, y siento cómo me mira durante unos instantes antes de volver la vista al camino. Entonces, continúo hablando—: Muy similar al tuyo, si puedo ser honesta.
El silencio se extiende, tenso y tirante, entre nosotros.
—¿A qué te refieres?
—Soñé con una tormenta, cerca del faro. Con una energía abrumadora proveniente del océano. —Apenas puedo pronunciar—. Era aterrador.
—¿Te dijeron algo?
—No —miento, porque lo que aquella voz dijo se siente como un absurdo.
No soy nadie especial o poderosa. Solo soy... yo. La simple y boba Madeleine. Esa que tiene como único talento escuchar al Oráculo a medias tintas, porque ni siquiera puedo interpretarlo bien.
—La puerta ha sido abierta. —Iskandar musita—. De eso no me queda la menor duda.
Asiento.
—Y debemos cerrarla pronto —concluyo.
Suspira.
—Detesto hacer esto. Involucrarte y pedirte cosas que no te corresponden, pero... —Hace una pequeña pausa— ¿Crees que si vamos a la iglesia puedas preguntarle al Oráculo la forma de cerrarla?
Lo miro, horrorizada por lo que acaba de sugerir.
—No funciona de esa manera —replico—. Además, no es tan sencillo como suena. Mucho menos cuando estás a mí alrededor.
Hemos abandonado la ciudad y estamos muy cerca de la brecha que lleva a mi casa.
—¿A qué te refieres?
El bochorno que siento me calienta el rostro en ese momento, pero no digo nada para responder a su pregunta.
Cuando estamos cerca del punto en el que aparcó la última vez que me trajo aquí, se orilla y apaga el motor.
Todo ese tiempo, estoy dándole vueltas al asunto en mi cabeza. Intentando decidir si debo o no contarle lo que le pasa al Oráculo cuando está cerca. La forma en la que sus voces parecen ser acalladas por su presencia. Apaciguadas, de alguna manera extraña e inexplicable.
No insiste mientras bajamos del coche y camina a mi lado por la arbolada aledaña al sendero hacia la finca en la que vivo.
Finalmente, me armo de valor y pronuncio:
—Le gustas.
La voz me sale baja y suena como si estuviese hablando a regañadientes.
Me abrazo a mí misma, pero no sé si es debido al frío o a la inseguridad que me provoca lo que estoy a punto de confesarle.
—¿A quién? —inquiere, con curiosidad y lo miro justo a tiempo para verlo esbozar una sonrisa tan sugerente, que siento cómo el calor me invade la cara por completo.
Casi me arrepiento de haber abierto la boca. Casi...
—Al Oráculo. —Me obligo a responder—. Cuando estás cerca se... apacigua.
Se detiene en seco, obligándome a detenerme junto con él para encararlo.
—¿Y a ti?
Por un segundo, creo que me ha preguntado si a mí me gusta, pero luego, peligroso y cruel, continúa:
—¿Te apaciguo?
Me mojo los labios con la punta de la lengua y él da un par de pasos lentos en mi dirección.
—Más bien como que me... —le miro la boca, solo se ha acercado otro poco—, alteras un poco.
Esta vez, cuando sonríe, un escalofrío me eriza los vellos de la nuca. La sensación no es desagradable, pero es tan nueva para mí, que no sé si me gusta del todo.
—Creo que estarás a salvo si te observo desde aquí —dice, al tiempo que hace una seña en dirección a mi casa—. Ve. Desde aquí te cuido las espaldas.
Aturdida, me giro sobre mi eje, dispuesta a avanzar, pero un pensamiento me viene a la cabeza y me detengo en seco para volver a encararlo.
—¿Me esperas aquí? Tengo algo que entregarte —digo, al tiempo que recuerdo la gabardina que me prestó la primera vez que fuimos a la iglesia abandonada juntos.
Luce confundido.
—¿Algo qué entregarme?
—La gabardina que me prestaste. La tengo en el armario. Si me esperas un poco, puedo traértela.
Una sonrisa tira de las comisuras de sus labios.
—Quédatela —replica—. Úsala siempre que la necesites.
—No creo que a mi familia le haga mucha gracia que me pavonee por ahí con una gabardina de Guardián. —Esbozo una sonrisa nerviosa cuando pronuncio aquello.
—Entonces úsala a escondidas. —Me guiña un ojo—. Cuando no puedan verte. Así es más divertido.
—¿A escondidas?
—Y rompiendo las reglas.
El estómago me da un vuelco furioso y, de repente, una imagen fugaz me llena la cabeza. Una que lo involucra a él y a mí. A sus labios y los míos.
El rubor me sube por el cuello y temo que pueda notarlo.
Me aclaro la garganta.
—Gracias por traerme —digo, porque no sé qué otra cosa pronunciar y su sonrisa se ensancha.
—No te pongas en peligro, Madeleine Black —dice y, sin más, me giro sobre mis talones para echarme a andar en dirección a mi casa.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top