6



Cuando la puerta del diminuto armario de escobas se abre e Iskandar aparece en mi campo de visión, tengo un déjà-vu. De pronto, me quedo mirándolo como boba mientras recuerdo a aquel niño que me salvó la vida la noche que asesinaron a mi madre.

Un pensamiento fugaz me viene a la mente y me quedo quieta mirando los ojos imposiblemente azules de Iskandar Knight durante un largo momento.

¿Eras tú? Inquiero para mis adentros, solo porque no puedo dejar de pensar en ese niño que se apiadó de mí, pero no me atrevo a externar la pregunta en voz alta.

Él parece ajeno a la revolución que tengo dentro y no dice nada. Solo hace un gesto de cabeza que indica que puedo salir, pero me hace otro con la mano que indica silencio.

Tratando de no hacer ruido, salgo del lugar y lo sigo mientras guía nuestro camino por los estrechos corredores hasta que llegamos a la puerta trasera del lugar.

Al salir, de inmediato soy capaz de sentir el viento helado que golpea la zona por la cercanía del océano. La luz del sol se está ocultando y, pese a que apenas son las cuatro de la tarde, el cielo está tan oscurecido que apenas se pueden ver las siluetas de los árboles que rodean la finca.

Iskandar sigue sin dirigirme la palabra, pero guía nuestro camino por un pequeño sendero que nos aleja de la iglesia y nos acerca al faro abandonado.

—¿Quiero saber qué estabas haciendo aquí? —inquiere, cuando estamos lo suficientemente lejos para no ser escuchados por su padre y sus acompañantes.

Avanzo detrás de él, dando trompicones donde él camina con seguridad y soltura.

—Dijiste que querías mi ayuda —digo, sin aliento—. Era, justamente, lo que hacía: Ayudarte.

No me mira cuando habla de nuevo.

—No es seguro que vengas aquí sola.

—Tú has venido solo.

—Yo soy un Guardián.

—Y yo una Druida. —No sé por qué tengo que puntualizarlo, pero lo hago.

Iskandar se detiene en seco y se gira para encararme.

Hay algo sombrío en su mirada y la sonrisa taimada que esboza me impide pensar con claridad durante un segundo.

—¿Un consejo? —dice, sin dejar de mirarme como si le fascinara la forma en la que le hablo—. No vuelvas a decir eso. Nunca.

—¿Por qué? ¿Porque se supone que debo avergonzarme de lo que soy? —No quiero sonar retadora, pero lo hago.

—Porque si otro de los míos te escucha, podrías meterte en muchos problemas.

—Que les den a los tuyos. No les tengo miedo —miento.

Los ojos de Iskandar me analizan con una intensidad que no comprendo del todo.

—Eres una chica muy audaz.

—O muy estúpida —digo, en voz baja y queda.

Sonríe.

—¿Qué hacen ustedes aquí? ¿Tu padre no va a venir a buscarte? —digo para cambiarle el tema solo porque me siento tan acalorada por su escrutinio, que necesito una distracción.

—No sabe que estoy aquí.

Arqueo una ceja.

—¿Lo seguiste?

Silencio.

—Dios mío. Lo seguiste.

—Más bien, sabía que vendría con todos los líderes y decidí venir a investigar —dice.

Mi ceño se frunce.

—¿Los líderes?

Iskandar es todo seriedad ahora.

—Es más grave de lo que pensé. Todos los líderes de los Clanes Guardianes están aquí.

El corazón me da un vuelco de la impresión.

¿Qué?

Asiente.

—Vine a ver si podía escuchar algo de lo que hablaban. ¿Tú averiguaste algo?

Me debato internamente. No sé si contarle lo que ocurrió mientras estaba ahí, pero decido que todavía no sé si puedo confiar del todo en él y respondo:

—No mucho. Solo eso que ya sabíamos: Este lugar es peligroso.

Aprieta la mandíbula.

—¿Has venido en auto?

Niego con la cabeza.

—A pie.

—¿Y piensas regresar a casa a pie?

Asiento y él aprieta los labios en una línea recta.

—Si me esperas en el faro, puedo acompañarte a casa.

—No es necesario —aseguro—. Puedo ir sola.

Entorna los ojos.

—¿Estás segura de que quieres andar sola en el bosque que rodea este lugar sabiendo lo peligroso que es?

Es mi turno de apretar la mandíbula.

—Eres odioso.

Se encoge de hombros.

—Lo sé. —Me guiña un ojo y hace un gesto en dirección al faro—. Espérame ahí. No tardo nada.

Protesto, pero, a regañadientes, me dirijo al lugar donde se me indica solo porque no quiero andar por aquí sola. Mucho menos, luego de lo que pasó mientras estaba dentro de la iglesia.


***


Pasan alrededor de veinte minutos antes de que Iskandar aparezca de nuevo en mi campo de visión. Cuando lo hace, estoy comiéndome una bolsa de frituras que traje desde casa, y le ofrezco un poco mientras me pongo de pie y me sacudo la tierra húmeda de la ropa. Él declina mi ofrecimiento con un gesto amable.

—¿Averiguaste algo? —pregunto sin ceremonia alguna, mientras guardo el resto de la comida chatarra dentro de la mochila que traje conmigo.

Suspira.

—Solo un poco. Fue complicado porque todo parecen hablarlo en secreto, pero hicieron cosas.

—¿Qué clase de cosas?

—Pruebas.

—No te estoy siguiendo.

—Son pruebas que determinan si el lugar está maldito, corrompido o roto.

—¿Roto? ¿Como las grietas energéticas de las zonas prohibidas?

Asiente.

El corazón se me hunde hasta los pies.

Las grietas son muy peligrosas. Están en zonas que ya no pueden ser habitadas por seres humanos. Están ubicadas en lugares que antes fueron grandes ciudades y que fueron el foco de ataque de los demonios durante el Pandemónium. Son la prueba fehaciente de que los demonios existen y, cualquier humano que se acerque a una de ellas, está condenado a ser poseído por alguna entidad que se alimente de la energía rota y abrumadora que emanan.

Están tan restringidas por los gobiernos que, acercarte a ellas sin ser un Guardián con una misión en específico, es motivo de problemas graves.

En clase de historia nos han explicado que son fisuras en el campo energético que divide el mundo terrenal del energético. Lugares donde han ocurrido cosas tan atroces, que el equilibrio se ha roto hasta el punto de lo irreparable, ocasionando agujeros por donde, literalmente, pueden salir demonios de toda clase de jerarquías.

—¿Este lugar es una grieta? —No pretendo sonar preocupada, pero lo hago de todos modos.

—No lo sé. Los resultados fueron... extraños. —Frunzo el ceño. Él parece notar mi confusión, ya que continúa—: Nunca había presenciado un ritual de prueba, pero nos enseñan al respecto durante nuestra preparación. Los resultados son siempre muy certeros. Determinantes. La energía se agita de una manera muy específica con cada una de las opciones a evaluar. Esta vez, sin embargo, todo fue... raro. Inconcluso.

El Oráculo, que se había mantenido silencioso hasta ahora, susurra contra mi oído:

No es una grieta. Es una puerta.

En el instante en el que las voces hacen eco en mi mente, algo en la mirada del chico frente a mí cambia. Por arte de magia, como si hubiese percibido el instante en el que el Oráculo me habló, su expresión se ensombrece.

Una punzada de pánico me invade de pies a cabeza, pero es hasta que Iskandar habla que siento el verdadero terror corriéndome por las venas.

—¿Qué? —inquiere, como si hubiese sido capaz de escuchar al mismísimo Oráculo dentro de su cabeza, y siento cómo la sangre me abandona el rostro.

Parpadeo un par de veces, tratando, con desesperación, de elegir muy bien lo siguiente que voy a decir.

Pruebo con la opción más estúpida de todas: fingir demencia.

Sacudo la cabeza, como quien se encuentra en estado de total confusión.

—Lo sentí —dice y doy un paso hacia atrás.

—¿Lo sentiste? ¿Qué fue lo que sentiste? —Trato de esbozar una sonrisa boba y despistada, pero sé que no me la ha comprado en lo absoluto.

Da un paso en mi dirección y avanzo un par más hacia atrás para mantener la distancia entre nosotros.

—Como la energía cambió a tu alrededor. —Entorna los ojos—. ¿Cómo lo haces? ¿Qué es lo que haces?

Sacudo la cabeza en una negativa, al tiempo que suelto una risotada ansiosa.

—No sé de qué diablos me hablas.

Trato de sacarle la vuelta, pero me sostiene por el brazo con firmeza.

De inmediato, las alarmas se encienden en mi sistema y el Oráculo sisea, furioso, por la forma en la que Iskandar me toca en contra de mi voluntad y, sin más, siento cómo algo cálido empieza a arremolinarse a mi alrededor; pero no es hasta que Iskandar sale disparado lejos, que me doy cuenta de que no era él quien lo provocaba sino... yo.

El chico —que se encuentra agazapado en el suelo, en posición defensiva— me mira fijamente.

Una mezcla de fascinación, terror y confusión invade su rostro y el miedo que sentía se vuelve tan abrumador que apenas puedo pensar con claridad.

—¿Quién eres? ¿Qué eres?

Sacudo la cabeza en una negativa.

—Tengo que irme.

Sin darle tiempo de nada, me echo a andar a toda velocidad con la esperanza de que no me siga, pero, por supuesto, me sigue.

Cuando soy capaz de escuchar sus pasos detrás de mí, empiezo a correr.

Ya no me molesto en ser silenciosa. Corro lo más rápido que puedo, pese a que sé que es imposible huir de él. Que es un Guardián y está preparado para cazar demonios si es necesario.

Algo golpea el árbol más cercano y ahogo un grito mientras me agacho esperando un golpe, pero lo único que cae frente a mí, es el Guardián de Élite que, hasta hace unos segundos, era una especie de aliado para mí.

De la impresión, doy un paso hacia atrás y se me escapa un grito ahogado cuando tropiezo y caigo sobre mi trasero sin aliento.

Trato de ponerme de pie, aterrada de la velocidad con la que Iskandar Knight me alcanzó, pero se abalanza sobre mí, de modo que su cuerpo queda casi sobre el mío, impidiéndome moverme.

No me lastima, pero se cierne de una manera que me hace saber que no podría escapar por más que lo intentara.

Me mira a los ojos, su aliento cálido me golpea la comisura de la boca y tiemblo de pies a cabeza.

—P-Por favor, no me hagas daño —suplico, con un hilo de voz y, en ese momento, la dureza de su ceño se suaviza un poco.

—¿Qué clase de Druida eres?

Sacudo la cabeza en una negativa.

—Ya te lo dije —apenas puedo pronunciar—. Mi sangre ni siquiera es pura.

Aprieta la mandíbula.

—No te creo —dice, con voz ronca y baja.

—Por favor, déjame ir —pido, con la voz temblorosa por el pánico que siento—. Por favor...

—No hasta que me digas quién eres en realidad.

—¡Ya te lo dije! —Mi voz suena más aguda de lo que pretendo—. ¡Soy solo una Black cualquiera! Déjame ir, por favor, Iskandar.

El Oráculo sigue siseando dentro de mi cabeza y le ruego a los cielos que, esta vez, no haga nada para intentar defenderme.

Jamás había hecho nada así. El Oráculo nunca había hecho más que susurrar bajo en mis pensamientos. Esto es tan nuevo para mí como para él; así que, por más que intentara explicárselo, no podría hacerlo. No en este momento.

El Guardián duda.

Parece dividido entre lo que le pido y lo que desea hacer; sin embargo, al cabo de unos instantes que me parecen eternos, se levanta. Acto seguido, me extiende una mano para ayudarme a ponerme de pie.

Pese a eso, me levanto por mi cuenta, dejándolo con la mano extendida. Ahora más que nunca desconfío de él. De los suyos.

... Y de su palabra.

Tengo los ojos llenos de lágrimas, pero no me había percatado de ello hasta ahora.

—No debí venir aquí —digo, con un hilo de voz—. Lo lamento, pero no puedo ayudarte.

Cierra los ojos con fuerza y se lleva una mano al puente de la nariz.

—Lo siento —dice, pero ya he empezado a caminar lejos de él, sin darle la espalda ni un solo momento.

—Madeleine... —dice, pero ya he impuesto casi dos metros de distancia entre nosotros.

—P-Por favor, déjame tranquila. No vuelvas a acercarte a mí.

Noto cómo un músculo salta en su mandíbula, pero asiente con dureza.

—Déjame acompañarte a casa. —No me atrevo a apostar, pero creo haber escuchado un ligero temblor en su voz ronca y profunda.

—No —replico, tajante.

—Es peligroso.

—No más que estar cerca de ti.

Algo doloroso surca sus facciones, pero desaparece tan pronto como llega y, aprovechándome de que se ha quedado completamente quieto en su lugar, me echo a andar a toda velocidad en la misma dirección por la que vine.


Falta poco para llegar a casa. Estoy muy cerca ya. Puedo reconocer el sendero por el que corremos Enzo y yo todas las mañanas y siento un alivio indescriptible al darme cuenta de lo cerca que me encuentro.

Casi siento como si pudiera echarme a correr hasta estar en la comodidad de mi habitación. Debo admitir que el incidente con Iskandar todavía no termina por salir de mi sistema. Me siento turbada. Abrumada. Y, de alguna manera, no puedo dejar de reproducir todo lo que ocurrió en ese lugar.

No puedo dejar de darle vueltas al lío de emociones encontradas que me embargan en estos momentos a causa de ello.

Los cuestionamientos de Iskandar no dejan de hacer eco en mi cabeza, pero ni siquiera yo misma tengo la respuesta para ellos. No sé qué diablos fue lo que pasó en la iglesia. No sé qué carajos fue lo que hizo el Oráculo y no dejo de cuestionármelo a cada instante.

Cierro los ojos, tratando de deshacerme de la angustia que me embarga, y me acomodo la mochila mientras aprieto el paso.

La sensación de estar siendo observada no se ha ido desde que dejé aquel condenado lugar, así que, de vez en cuando, echo un vistazo alrededor.

Luego de repetirme que soy una paranoica de lo peor por milésima vez en lo que va del trayecto, me amarro el cabello en una coleta despeinada y continúo andando.

Hace frío, pero la caminata me ha hecho entrar en calor, de modo que solo tengo frías las mejillas y la punta de la nariz. De todos modos, me arrebujo dentro del abrigo que traje y respiro dentro del cuello para calentarme un poco más.

El graznido de un cuervo me hace alzar la vista al cielo justo a tiempo para verlo volar por encima de mi cabeza y, justo en ese momento, soy capaz de percibir algo por el rabillo del ojo.

No estoy segura de haber visto nada en realidad, pero la oscuridad reflectada por los árboles me hace dudar unos instantes.

¡Cuidado! Las voces del Oráculo, que se habían mantenido apaciguadas en lo más hondo de mi cerebro, gritan al unísono y, por acto reflejo, me giro sobre mi eje esperando encontrarme con una brigada de Guardianes detrás de mí.

El corazón me late fuerte contra las costillas, pero no logro ver nada con la casi inexistente luz de día que queda en el cielo.

Alarmada, giro con lentitud en un círculo, pero no logro distinguir nada. Solo esta viciosa sensación de alerta en la que el Oráculo me ha puesto.

Aprieto la mandíbula y los puños, y le ruego al cielo que Iskandar no haya decidido darme caza. Que no haya decidido seguirme hasta el lugar en el que vivo con toda mi familia para acabar con nosotros de una vez por todas.

—Tengo que salir de aquí —digo para mí misma, y me echo a andar una vez más.

Apenas he avanzado un par de pasos cuando, sin más, un chillido agudo me invade la audición y una extraña energía lo invade todo. No tengo tiempo de nada. Una ráfaga de viento helado me azota e, instantes después, algo me impacta con fuerza y se aferra a mi con tanto ímpetu, que lucho mientras rodamos por la tierra suelta.

Desesperada, trato de quitármelo de encima, pero no lo consigo.

Golpeo contra un árbol y me quedo sin aliento mientras siento cómo algo filoso y doloroso se entierra en la piel de mi mandíbula. Un grito ahogado se me escapa cuando una especie de garras se cierran en mi garganta con violencia, impidiéndome respirar.

Abro los ojos, pero tengo la mirada nublada y llena de puntos oscuros y luminosos.

Apenas puedo distinguir la piel grisácea que cubre a la criatura que se encuentra cernida sobre mí, pero la energía que despide es aterradora. Oscura por sobre todas las cosas.

El Oráculo grita en mis oídos y me aturde por completo, pero la figura chilla de regreso, como si pudiese percibir a la energía que me habla en el subconsciente.

Acto seguido, las garras se aprietan con fuerza y me asfixian. El dolor atronador que me embarga hace que patalee para quitármelo de encima. Mi mente corre a toda velocidad, pero no logro tranquilizarme.

Mis palmas se presionan contra las fauces de la bestia que me somete y un sonido que no parece provenir de mí se me escapa de la garganta cuando empujo con fuerza para quitármelo de encima.

Un disparo de energía estalla en mis manos, pero no sé de dónde ha venido; si de él o de mí. No tengo tiempo para averiguarlo porque, en ese instante, empiezo a sentirme débil.

La criatura parece inhalar una especie de humo que proviene de mi boca y el Oráculo grita sin cesar. Grita porque me levante. Porque le ponga las manos encima de nuevo, pero no puedo hacerlo. Me siento débil. Lánguida... Y el Oráculo se escucha cada vez más lejano.

De pronto, el peso sobre mí se va. El dolor de la mandíbula desaparece y puedo respirar.

Sigo sin poder moverme. Hay un pitido agudo en mi audición y un montón de manchas de colores en mi campo de visión.

Trato de arrastrarme lejos, pero no puedo avanzar más de un par de metros cuando me desplomo en el suelo.

No sé qué diablos está pasando, pero se siente como si se hubiesen llevado parte importante de mi vitalidad.

No puedo luchar cuando alguien me gira sobre mi cuerpo para dejarme con la espalda contra la tierra húmeda y helada.

La silueta masculina que se dibuja en mi campo de visión enciende las alarmas en mi sistema, pero no puedo hacer nada cuando, con cuidado, me levantan del suelo y me sostienen contra algo cálido y firme.

—Te dije que era peligroso, maldita sea |escucho, pero no logro hilar el sonido familiar con un rostro.

Balbuceo algo ininteligible y me responden algo que no logro entender del todo.

Luego, todo se vuelve oscuro.





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