5



Le pido a Iskandar que aparque a unos cuantos metros de la brecha que lleva a mi casa. Todavía tendré que caminar alrededor de un kilómetro sobre un camino de tierra bastante peligroso entre la arbolada para llegar, pero lo prefiero a tener que explicarle a mi tío porqué llegué en el auto de un Guardián. Y no cualquiera. Estamos hablando de un Élite de apellido Knight.

—¿Estás segura de que aquí quieres que te deje? —La voz suave del chico a mi lado me saca de mis cavilaciones y parpadeo un par de veces.

—Sí. —Sueno determinada—. Gracias.

No espero a que diga nada más y abro la puerta del copiloto luego de tomar mi mochila.

Entonces, siento como una mano —caliente y grande— me detiene de seguir moviéndome.

Estoy a punto de pedirle que deje de tocarme, cuando me percato de que tiene la vista clavada en un punto frente a nosotros.

Cuando noto su entrecejo fruncido y la forma en la que todo en él grita alerta, el corazón me da un vuelco. De inmediato, trato de localizar eso que Iskandar ha visto, pero está tan oscuro ya que no logro encontrar nada.

Estoy a punto de preguntar qué ocurre, cuando musita:

—Espera...

Acto seguido, enciende y apaga las luces de su vehículo.

—¿Qué...?

—Hay un auto ahí —Iskandar me interrumpe y un puñado de piedras se asienta en mi estómago.

Entonces, las luces de otro vehículo se encienden.

Está lo suficientemente lejos como para que las luminarias del auto en el que estamos no sean capaces de alcanzarlo, así que no logro reconocerlo.

Mi teléfono empieza a sonar en el bolsillo de mis vaqueros y lo tomo solo para ver que es Enzo quien me llama.

Mierda. Lo que me faltaba...

Aprieto la mandíbula, pero no respondo.

Dos segundos después, recibo un mensaje de texto de su número que dice:

«Soy yo. Baja ya de esa camioneta».

—Oh, genial... —mascullo, al tiempo que reanudo mis movimientos—. No te preocupes. Es Enzo. Acaba de mandarme un mensaje.

—¿Estás segura?

Le muestro la pantalla de mi teléfono.

—Completamente —replico, intentando sonar resuelta, pero en realidad estoy asustada hasta la mierda. No tengo idea de lo que va a decirme—. Gracias por traerme.

No le doy tiempo de decir nada y me bajo del vehículo antes de echarme a andar por el camino de grava hasta llegar a donde Enzo —quien ya me espera de pie junto a la puerta del copiloto con cara de pocos amigos— se encuentra.

No dice nada mientras me deja subir, pero azota la puerta cuando estoy dentro del coche.

Aprieto los dientes.

Cuando trepa a mi lado, azota su puerta también y enciende el motor antes de dar una vuelta en u sobre el camino hacia la casa.

—Quítate eso —espeta y, confundida, lo miro y parpadeo unas cuantas veces. Ni siquiera me mira cuando añade—: Si mi papá te ve llegar usándola va a darle un ataque.

De inmediato, el entendimiento me invade y maldigo para mis adentros. Con las prisas, olvidé devolverle a Iskandar la gabardina que me prestó al salir de la preparatoria.

Cierro los ojos con fuerza, pero, sin decir nada, me quito la prenda y le hago un espacio en mi mochila.

—¿Se puede saber qué diablos hacías arriba del coche de un Guardián? —Abro la boca para replicar, pero él me corta añadiendo—: Y no intentes decirme que ese chico no era nada más y nada menos que Iskandar Knight, porque me enteré tan pronto como dejé el gimnasio. ¿Sabes cuánta gente te vio marchándote con él? Si mi padre se entera de esto, no va a haber poder en este mundo que impida que te deje a tu suerte.

Aprieto la mandíbula.

—¿En qué carajos pensabas?

Lo observo, pese a que él no despega la vista del camino. Estamos a punto de llegar a la casa.

—¿Y qué se supone que debía hacer? El sujeto me abordó en público y me invitó a tomar algo —miento—. ¿Debía decirle que no? Nadie le dice que no a un Guardián. Mucho menos si es uno de Élite. Además, ¿qué no eras tú el que decía que debíamos mantener un perfil bajo? Negarme a salir con él habría sido levantar sospechas, ¿no?

La carcajada amarga de Enzo me llena los oídos.

—¡Pero mira qué conveniente! —dice, frenando en seco para encararme—. ¡Y una mierda, Madeleine! —El tono de su voz se eleva con cada palabra que pronuncia—. ¡Te fuiste con el hijo del hombre que mandó asesinar a tu madre! ¡Con el hijo del hombre que, de ser por él, nos mandaría cazar esta misma noche!

No lo pienso. Mi mano conecta con su mejilla en una bofetada que ni siquiera pensé que algún día podía propinarle.

De repente, el Oráculo —que se había mantenido tranquilo desde que salí con Iskandar de la preparatoria esta tarde— comienza a sisear con aprobación en mis oídos. Las manos me tiemblan, el corazón me late a toda marcha y hay lágrimas sin derramar tiñéndome la mirada.

—Eres un imbécil —digo, con un hilo de voz, antes de abrir la puerta del coche para caminar los últimos veinte metros que nos faltan para llegar a casa; sin embargo, él me detiene. Me pone una mano sobre el brazo, pero me la sacudo con fuerza.

—Le dije a mi padre que me habías avisado que te quedarías un poco más con tu amigo. Que me enviarías un mensaje cuando necesitaras que fuera por ti —dice, en voz baja y ronca. Pese a que trata de sonar sereno, hay un ligero temblor en la forma en la que pronuncia las palabras—. Para tu buena suerte, solo tenía diez minutos esperándote.

Trago saliva para eliminar los vestigios del nudo que tengo en la garganta.

—Gracias —digo, con un hilo de voz y, luego, salgo del coche.

Al entrar a la casa, tiritando de frío, me encuentro a mi tío Theo, con ese cabello cobrizo y entrecano y esos ojos oscuros y turbios.

Me mira de arriba abajo, pero trato de lucir casual cuando me encamino hasta la cocina y abro la nevera para tomar un poco de jugo.

—¿Dónde estabas? —inquiere y, pese a que me pone la piel de gallina, no detengo mis movimientos ni un segundo.

—En el café del centro, con Leroy.

—Es peligroso andar en la calle en estos tiempos. Más cuando hay tan pocas horas de luz —dice, con tono aburrido, pero siento su mirada clavada en mí; analizándome—. Que no se vuelva a repetir.

Asiento.

—¿Y Enzo?

El sonido de la puerta responde por mí y tomo el vaso con jugo de uva que acabo de servirme.

—Me duele mucho la cabeza —miento—. Me voy a dormir.

Mi tío no dice nada. Solo me observa mientras me abro paso hasta la planta alta.

No me detengo hasta llegar a mi habitación, pese a que creo que puedo escuchar a Lydia —la hija de mi difunto tío Timotheus— en su recámara.

Cuando me encierro en el diminuto espacio que es solo mío, le echo el pestillo a la puerta y dejo escapar el aire en un suspiro lento y tembloroso.

No sé qué hacer. No sé si debo decirle algo de lo que hablé con Iskandar a Enzo o, incluso, a mi tío. Ni siquiera sé si el confiar en él sea lo más inteligente por hacer.

El Oráculo, curioso, susurra algo, pero no entiendo lo que dice del todo. Sé que tiene que ver con la iglesia abandonada y la energía que percibimos en ese lugar, pero no estoy segura de qué es lo que trata de comunicarme.

Necesitas hacer una lectura profunda. Me susurra el subconsciente y concuerdo con él.

—Pero antes, una ducha —digo en voz baja para mí misma, porque así de lunática soy, y tomo una toalla antes de meterme al baño para tomar un baño largo.


***


Enzo llamó a mi puerta un par de veces, pero se rindió cuando no bajé a cenar.

Nadie más vino a buscarme después de eso. Ni siquiera Lydia, que es —además de Enzo— la única cara amable que encuentro en esta casa.

Es mejor así. Pienso, mientras le doy una mordida al emparedado que Leroy me llevó hoy a la escuela y que olvidé por completo que llevaba en la mochila.

Está aplastado y se le ha pegado un poco de la servilleta al pan, pero esto es mejor que irme a la cama sin cenar.

Los lentes de Realidad Virtual de segunda mano que conseguí hace unos meses descansan sobre mi buró, pero no tengo ganas de navegar por internet ahora mismo.

Las manos me pican y las preguntas no han dejado de sonar una y otra vez en mi cabeza.

Así pues, con el sándwich en una mano, rebusco en el interior del cajón de mi mesa de noche para buscar el Tarot.

Me subo a la cama, con las piernas cruzadas y enfundada en mi pijama más cálido.

Pese a que hay calefacción en toda la casa, mi recámara suele ponerse bastante fresca por las noches.

Enzo ha cubierto el techo con una tela cálida en color negro que me he encargado de revestir con pegatinas fluorescentes que brillan en la oscuridad. Con todo y eso, el frío, inevitablemente, se cuela en el interior de la alcoba por la madrugada.

Le doy otra mordida al emparedado y saco las cartas con una mano. Todavía están impregnadas de la energía abrumadora que dejó Iskandar Knight en ellas. Para mi mala suerte, su lectura fue la última que hice ese día y hoy no me tocó trabajar. Eso quiere decir que todavía hay residuos de él en mi Tarot.

Quizás sea algo bueno. Susurra mi subconsciente y asiento en acuerdo.

Acto seguido, me pongo a trabajar.

—Háblame sobre Iskandar Knight —susurro a la nada, y el Oráculo, de inmediato, canturrea en aprobación.

De nuevo, las cartas hablan sobre un misterio envolviendo la vida de este chico. Las mentiras y los secretos parecen entretejerse en su día a día, como si hubiese crecido entre ellos sin darse cuenta de nada.

Una vez más, la tirada es compleja y confusa, pero puedo ver claramente cómo se habla sobre poder. Mucho poder y... ¿sufrimiento?

Sacudo la cabeza en una negativa confundida.

Me muerdo el labio inferior y tomo un par de cartas más, para tratar de esclarecer un poco más el mensaje.

De inmediato, lo que dicen es claro: Su vida está repleta de decisiones por tomar. De división y conflicto entre lo que se quiere y lo que se debe hacer.

Me reclino hacia atrás para contemplar las cartas sobre la cama.

—Esto no tiene sentido —musito—. Eres Iskandar Knight. —Sacudo la cabeza en una negativa—. Tienes la vida resuelta. ¿Por qué sale todo esto?...

Suspiro.

Quizás deba dejarlo por hoy. Pienso y cierro los ojos un segundo antes de guardar el mazo.

Lo dejo sobre el buró de la mesa de noche y me acuesto boca arriba sobre la cama, mirando las pegatinas de nubes y estrellas de colores.

El último pensamiento que tengo antes de perderme en la bruma de mi sueño, es la imagen de un chico de sonrisa peligrosa y ojos azul grisáceo.


***


Estoy en el bosque cerca del faro. Hace mucho viento, pero no siento frío.

Va a llover. Las nubes densas y oscuras cierran el cielo, haciendo imposible ver nada más que eso.

Escucho las olas del mar. El acantilado está cerca y hay algo en este lugar que no se siente bien.

—Aterrador, ¿no? —Alguien susurra a mis espaldas y me giro, pero no hay nadie ahí.

Una punzada de horror me embarga.

Quiero preguntar quién anda ahí, pero no me sale la voz. Es como si se me hubiesen apagado por completo.

—Se pondrá peor si no hacen algo pronto —dice la voz y, de inmediato, el timbre femenino me llama la atención. Es una voz suave y amable. Casi maternal.

Miro hacia todos lados.

—No tengas miedo. Estoy aquí para ayudarte.

¿Quién eres? Pienso, porque no puedo hablar. ¿Ayudarme a qué?

La única respuesta a mis cuestionamientos silenciosos, es la caída de la lluvia torrencial sobre mi cuerpo.

—Vete de aquí. Por hoy, hemos terminado. —La voz pronuncia y, acto seguido, despierto.

El corazón me late con fuerza contra las costillas, pero me toma apenas unos segundos darme cuenta de que estoy en mi habitación. La lámpara junto a mi cama está encendida, pero, cuando miro el reloj, pasan de las cuatro de la mañana.

Parpadeo unas cuantas veces, confundida y aturdida. No sé si voy a poder dormir una vez más. Me siento tan alerta, que puedo escuchar mi pulso detrás de las orejas.

Trago duro para deshacerme de la sequedad en la garganta, y dejo escapar el aire que no sabía que contenía.

—Algo muy malo está pasando en este lugar —digo, para mí misma—. Y necesito averiguar qué es.

Con esto en la cabeza, me acurruco una vez más entre las mantas.

Mañana hablaré con él. Con Iskandar. Y haré que me cuente todo lo que sabe sobre la situación.



***


Ha pasado una semana entera desde la última vez que interactué con Iskandar.

En la preparatoria lo he visto poco junto a Takeshi Sato y otros cuatro Guardianes a los que jamás había visto, pero que parecen mantener una relación estrecha con él.

Contrario a los primeros Guardianes que estuvieron en este lugar, estos parecen tener una amistad genuina. Más allá del compañerismo que lograba ver en el grupo de Henry, Edmund y todos aquellos que se presentaron a la tienda de Madame Dupont, aquí puedes ver la comodidad que hay entre ellos. La familiaridad con la que se mueven.

Así pues, Iskandar se ha encargado —deliberadamente— de hacer como si nuestra interacción de la semana pasada no hubiese ocurrido.

Una parte de mí lo agradece, ya que todo el mundo se enteró de que me fui con él un día de la semana pasada. Las habladurías, por supuesto, no se hicieron esperar, pero la falta de interacción entre nosotros hizo que poco a poco se disiparan los rumores.

Por mi parte, he tratado de preguntarle a las cartas qué es lo que está pasando en el lugar al que me llevó, pero no he obtenido respuestas, es por eso que ahora que he salido de clases —y aprovechando que no tengo trabajo luego de la escuela—, iré a ese lugar.

Creo que no está tan retirado de casa; así que, con suerte, no haré mucho tiempo caminando.

De cualquier modo, estoy saliendo temprano para no volver cuando ya haya oscurecido.

Le echo un último vistazo a mi mochila solo para cerciorarme de que lo llevo todo: Tarot, velas, sal y una manta púrpura.

Antes de salir, hago una parada en la cocina para tomar unos cuantos bocadillos —solo porque no sé cuánto tiempo voy a pasar allá— y dejo una nota —porque no hay nadie en casa— sobre la mesa que dice que iré con Leroy a hacer una tarea escolar.

Acto seguido, salgo de la casa y emprendo el camino.

Me toma veinte minutos de caminata por el bosque llegar a la iglesia abandonada junto al faro, pero, cuando estoy cerca, no puedo evitar detenerme en seco al darme cuenta del lugar en el que me encuentro.

Giro sobre mi eje solo porque necesito asegurarme de que no estoy alucinando, y una punzada de pánico me atenaza las entrañas.

Es el lugar de mi sueño de la semana pasada.

No está a punto de llover, pero, de inmediato, soy capaz de identificar el espacio cerca del faro y el sonido del mar golpeando las rocas cercanas al acantilado.

Un escalofrío me recorre entera, pero me obligo a apretar los dientes antes de echarme a andar una vez más.

La iglesia abandonada se siente distinta ahora que no está Iskandar en este lugar y, sin él bloqueando las voces del Oráculo, tengo la esperanza de que puedan decirme algo más sobre lo que está pasando aquí.

Pese a la insidiosa sensación que me provoca el estar aquí, me pongo manos a la obra tan pronto como llego. Rápidamente, e ignorando las advertencias del Oráculo, abro mi camino entre las bancas de madera empolvadas.

Las esculturas de hombres con crucifijos colgando de sus cuellos solo le dan una imagen más tétrica al lugar, pero trato de no pensar mucho en ello cuando subo hasta el altar.

Ahí, abro la mochila y extiendo el mantel morado que traje de casa. Acto seguido, coloco las velas en su posición y, por protección, dibujo un círculo de sal alrededor de donde voy a instalarme a realizar mi lectura.

Cuando está todo listo, tomo el Tarot y lo coloco al centro de la manta sobre la que me encuentro arrodillada.

Cierro los ojos.

La oración druida de protección que mi madre me enseñó es susurrada por mis labios y tomo el mazo para barajarlo.

En el instante en el que las cartas se deslizan entre mis dedos, un disparo de adrenalina me invade entera. El corazón comienza a latirme con fuerza, pero no sé muy bien el motivo. La energía turbia y densa que rodea la iglesia se revuelve, como si mis manos estuviesen manipulándola junto con las cartas y, cuando comienzo a echarlas sobre la manta, una tras otra, un rugido retumba en lo más profundo de mi cerebro.

Me toma unos segundos darme cuenta de que es el Oráculo el que está emitiendo ese sonido, como si estuviese lanzando una advertencia al aire. No necesariamente hacia mí, sino a la iglesia misma.

Cuando por fin me atrevo a abrir los ojos, el corazón me da un vuelco.

Las cartas advierten peligro. No dicen otra cosa. Peligro. Devastación. Muerte. Destino.

Es todo lo que puedo ver.

Frunzo el ceño.

—Dime más —insto, tomando otra carta para ponerla junto a las demás.

El mensaje sigue siendo el mismo.

Este lugar está maldito. El Oráculo me susurra y un escalofrío me recorre entera.

—¿Qué está pasando aquí? —inquiero, en un susurro tembloroso.

Vete.

Mi ceño se frunce un poco más.

Tomo otra carta.

Vete. Ahora.

Un pinchazo de dolor intenso me hace soltar el mazo entero y suelto un quejido antes de cerrar los ojos con fuerza y llevarme ambas manos a la cabeza.

En ese instante, la energía de todo el lugar se oscurece; las voces en mi cabeza se vuelven turbias, incesantes. Insoportables.

Una ráfaga de viento se cuela entre las ventanas rotas de la iglesia y las cartas vuelan por todos lados. La sal de mi círculo de protección de esparce por la duela y las velas se apagan de golpe.

Un escalofrío de puro terror me recorre cuando las voces se callan por completo y el sonido es reemplazado por un pitido agudo y taladrante.

Me siento desorientada por la sacudida que acaba de darme el Oráculo y todo ocurre en cámara lenta. El corazón me golpea con violencia contra las costillas y solo soy capaz de escuchar el sonido de mi respiración densa y dificultosa.

La energía abrumadora de este lugar se espesa un poco más y, en ese momento, la nube de polvo que ha sido creada por la ventisca intensa me impide ver más allá de mis narices, pero un escalofrío me recorre entera cuando esta comienza a volverse densa; como si tuviera vida propia.

—Está bien —digo, en voz baja, para mí misma—. Ya entendí. Me largo.

Rápidamente, recojo del suelo todo lo que se ha dispersado y lo echo a la mochila con descuido antes de cerrarla y colgármela en el hombro.

La densidad de la nube de polvo sigue incrementando de manera antinatural.

Aun así, tomo una inspiración profunda antes de bajar los escalones del altar, pero me detengo unos segundos para armarme de valor y atravesarla.

Sé que estoy siendo ridícula, que es solo polvo levantado por el aire, pero, de todos modos, no puedo dejar de sentirme alerta y ridículamente nerviosa.

Con todo y eso, doy un paso y luego otro.

Las imágenes se distorsionan y, como si de niebla se tratase, la nube apenas me permite ver por dónde voy.

La insidiosa sensación de que algo no va bien me atenaza el pecho, pero me las arreglo para avanzar a paso lento y firme.

Otra ráfaga me asalta justo a la mitad del camino y mi cabello vuela en todas las direcciones posibles, entrándome en los ojos y haciéndome cerrarlos por el impacto de las pequeñas hebras contra mi rostro.

Un siseo profundo llega a mí y la sensación de estar siendo observada comienza a invadirme los sentidos.

No sé qué está pasando, pero sé que no es normal.

Acelero el paso. Esta vez, estoy trotando.

No puedo evitar mirar hacia todos lados, en busca de lo que sea que esté observándome, pero no puedo ver nada.

Uno, dos, tres, cuatro pasos... Y mi cuerpo golpea contra algo duro.

Suelto una exhalación sonora ante el impacto. Trastabillo uno poco, pero recupero el equilibro casi de inmediato. Confundida, miro hacia adelante, y todo dentro de mí se paraliza en ese instante.

Un grito se construye en mi garganta, el pánico me llena el cuerpo en un abrir y cerrar de ojos y el Oráculo comienza a volverse loco.

Hay una figura frente a mí.

A simple vista, parece un humano. Una persona como cualquiera; sin embargo, la forma en la que me mira se siente... errónea.

Es un hombre pálido. Tan pálido, que luce antinatural. Hay bolsas pronunciadas debajo de sus ojos y es tan delgado, que pareciera que va a partirse en dos en cualquier momento.

—A-Ayúdame... —dice, con un hilo de voz y, cuando abre la boca para pronunciar aquello, noto la podredumbre de sus dientes.

Estoy paralizada. Temblando de pies a cabeza.

Había visto espíritus antes, pero nunca nada como esto. Nunca nada así de... vivo.

Los ojos se me llenan de lágrimas aterrorizadas, pero me obligo a mantenerme firme cuando, mirándolo directo a la cara, pronuncio:

—Ve y busca tu descanso en otro lugar que yo no puedo ayudarte.

—A-Ayúdame... —repite, estirando uno de sus largos brazos hacia mí y doy un paso hacia atrás—. O te atraparán a ti también.

Parpadeo un par de veces.

Entorno los ojos y, durante un segundo, la familiaridad del rostro de esta cosa me golpea.

El cuerpo entero me tiembla. Estoy convencida de que voy a desmayarme en cualquier instante por lo imposible de la situación.

¿T-Tío Timotheus?

Sé que es imposible. Mi tío está muerto. De todos modos, no puedo evitar mirarlo a detalle en busca de eso que me hace creer que es el hermano mayor de mi madre.

La criatura no responde, solo mira en dirección a la entrada de la iglesia.

—Están aquí. Debes irte.

Parpadeo un par de veces.

—¿Quiénes?

—Los Guardianes.

Un puñado de piedras se asienta en la boca de mi estómago, pero me trago el grito que amenaza con abandonarme para echarme a andar en dirección a la salida.

Temo que la criatura extraña me ponga una mano encima, pero no lo hace. Me permite avanzar hasta la puerta de la iglesia y empujar ligeramente la madera.

En el instante en el que lo hago, me detengo en seco porque el Oráculo me lo pide.

No entiendo por qué me lo ha exigido, pero, en el momento en el que escucho las voces ahí afuera, me detengo en seco.

Trato, por la pequeña rendija que he descubierto, de mirar quién está aquí, y el corazón casi se me sale por la boca cuando los veo.

Son seis hombres mayores. Todos vestidos como Guardianes.

Soy capaz de reconocer a uno de ellos: Sylverster Knight, el padre de Iskandar. El hombre que dio la orden de acabar con la vida de mi madre y que he visto incontables veces por la televisión.

Viene acompañado de otros cinco hombres y todos avanzan en dirección a la iglesia.

—Mierda...

Doy unos cuantos pasos hacia atrás antes de echarme a correr de vuelta al altar.

No sé qué demonios estoy haciendo, pero me escabullo hasta la parte trasera de la iglesia y me adentro en las oficinas que ahí se encuentran. Esas que solo son utilizadas por los sacerdotes y el personal que trabaja en estos lugares.

Troto, al tiempo que abro las puertas en busca de una salida que no localizo.

Doy la vuelta cuando me topo de lleno con una pared y, sin molestarme en ser silenciosa, me echo a correr.

Necesito irme de aquí ya.

Necesito escapar de este lugar.

Necesito...

Mi cuerpo impacta con algo duro y firme y, esta vez, no logro reprimir del todo el sonido aterrorizado que me abandona.

Una mano caliente se posa sobre mi boca, y un brazo fuerte y firme me inmoviliza hasta pegarme contra algo cálido y blando al mismo tiempo.

Lucho por ser liberada. Pataleo y me retuerzo para que, quien sea que me ha atrapado, me deje ir.

Shhhh... Van a descubrirnos. —La familiar voz ronca que me invade los oídos me hace detenerme de golpe y abrir los ojos.

Alivio, confusión y ganas de gritar me invaden cuando me doy cuenta de que es nada más y nada menos que Iskandar quien me sostiene para que no luche.

Me descubre la boca.

—¡¿Pero qué...?!

Shhh... —vuelve a decirme, poniéndome un dedo sobre los labios, pero con la vista clavada en otro lugar y el entrecejo fruncido—. Alguien viene.

Sin decir más, me deja ir y tira de mi muñeca con fuerza, obligándome a avanzar con él.

De pronto, abre una puerta diminuta que resulta ser un armario para escobas y me empuja dentro antes de arrebujarse conmigo en el interior.

El espacio es tan pequeño, que siento cómo el cuerpo de Iskandar se pega al mío de una forma que, en cualquier otra situación, me haría sonrojarme.

Su rodilla está instalada entre mis muslos y su pecho está tan cerca de mí, que debo poner mis brazos sobre él a manera de barrera. De otro modo, casi estaríamos abrazados.

Él no parece darse cuenta de ello, porque solo se queda quieto con gesto de concentración y la mirada fija en la nada, atento a lo que sea que está allá afuera. Entonces, cierra la puerta y nos quedamos en completa oscuridad.

Se escuchan pasos. Voces. Movimiento en general.

Contengo el aliento y cierro los ojos.

Los segundos son eternos. Los minutos se sienten como vidas enteras, pero, finalmente, los sonidos se alejan y todo mi cuerpo se relaja.

Iskandar sigue en total tensión.

No puedo verlo a la cara porque está todo oscuro aquí dentro, pero puedo sentir cómo todo su cuerpo está en alerta total.

Finalmente, al cabo de otros eternos minutos, se relaja y deja escapar el aire con un suspiro lento.

Siento cómo me mira, pero, durante un segundo, no dice nada.

Absurdamente, creo que se ha dado cuenta de la posición en la que nos encontramos, pero luego lo descarto por completo porque sé que su intención jamás ha sido estar en esta situación conmigo.

—Espera... —dice y, no puedo apostarlo, pero creo haber escuchado una ligera ronquera en su voz—. Iré a ver si todo está despejado.

No dice nada más. Solo abre la puerta del diminuto armario y sale de él con mucho cuidado.

Cuando sus ojos —¿azules? ¿Grises?— se clavan en mí, el estómago me da un vuelco.

Hay algo salvaje en la forma en la que su mirada me recorre de pies a cabeza durante un segundo.

—No salgas de aquí hasta que regrese —dice, aún en voz baja y ronca y, luego de echarme otra mirada fugaz que me acalora el vientre de una manera inexplicable, cierra la puerta y se echa a andar con sigilo hacia el pasillo por donde venimos. 





Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top