35
La bodega principal está atestada de gente. Todos los aparatos y colchonetas han sido removidos de sus lugares y, ahora, solo se encuentra un espacio repleto de Guardianes de todas las edades, etnias y nacionalidades. Hay tanta gente en este lugar, que es imposible avanzar más de un par de pasos hacia el interior. Rápidamente, miro alrededor solo para darme cuenta de que, en la parte alta del gimnasio, también hay un montón de gente. Y ahí, justo en el espacio más visible de todo el lugar, se encuentra el General Knight, sosteniendo un micrófono entre los dedos.
A mi alrededor, los Guardianes susurran sobre la suerte que hemos tenido de que sea el General quien va a darnos la charla para la que hemos sido convocados. Al parecer, las otras tres bodegas de entrenamiento están atestadas de guerreros; además del comedor y el vestíbulo principal de la casa. Ahí, quienes darán las noticias, serán algunos Líderes de los demás clanes.
La expectativa está a flor de piel y todo el mundo parece estar especulando sobre lo que van a decirnos; sin embargo, no es hasta que Sylvester Knight enciende el micrófono y se lo lleva a los labios, que todo el mundo guarda silencio.
—Buenas noches, Guardianes —dice, con esa voz fuerte y ronca de la que es poseedor, y espera unos instantes a que el barullo desaparezca por completo. Una vez que todo el mundo se ha callado, continúa—: Les agradezco el haber dejado sus ocupaciones diarias para estar aquí. Les prometo que seré breve. —Hace una pequeña pausa. No puedo evitar notar cómo barre la mirada por todo el espacio. Cuando lo hace, se siente como si estuviese mirándonos a todos, uno a uno, a los ojos, pese a que sé que eso es imposible.
—La hora de la batalla está muy cerca. —dice, al cabo de unos instantes eternos. El gesto severo que esboza me pone la carne de gallina, pero es el tono serio que utiliza lo que hace que la inquietud me invada el cuerpo—. El momento para el que nos hemos preparado durante toda nuestra existencia, finalmente, está por llegar.
Los murmullos llenan la bodega una vez más.
Escucho a un par de Guardianes susurrar con entusiasmo y, a un par más, con... ¿miedo?
—Se ha registrado actividad demoníaca en toda la isla. Especialmente, en la iglesia abandonada y el viejo faro. —El general habla, alzando la voz para hacerse sonar por encima de los murmullos crecientes que invaden a todos los asistentes—. También, hemos sido capaces de registrar una energía muy poderosa y fluctuante proveniente del océano, justo al lado este de la isla: donde el faro se encuentra. —Otra pausa—. Mucho me temo que la Línea Ley que atraviesa Kodiak parece resentirla.
Esta vez, es silencio lo que le sigue a sus palabras. De pronto, todo el ambiente empieza a tornarse diferente. Tenso. Tirante.
—El equilibrio energético está agitándose. Inquietándose como hacía mucho que no ocurría —dice—. Es por eso que tenemos la certeza de que, ahora más que nunca, debemos estar listos para la batalla. —De nuevo, se detiene para mirar alrededor, en un gesto totalitario—. Confío en ustedes. En su preparación y en sus habilidades. —La forma en la que habla parece resonar con todos los presentes, ya que puedo notar cómo adoptan una postura solemne, como si sintieran cada palabra en lo más hondo de su ser. Como si tocara fibra sensible en ese orgullo Guardián que todos los guerreros aquí presentes poseen—. Estamos hechos para esto, así que sé que pelearán con toda el alma por proteger este mundo que se nos fue encomendado. Sigan entrenando. Sigan preparándose. Sigan dándolo todo, que pronto recibirán las instrucciones sobre la estrategia de batalla.
Otro murmullo generalizado lo invade todo.
—No estaremos solos. —El General Knight vuelve a hablar por encima del barullo—. Todos los Guardianes preparados y listos para la batalla vendrán a auxiliarnos; sin embargo, debemos seguir dando lo mejor de nosotros en cada entrenamiento, para asegurar que nuestro hermano Guardián, ese con el que combatiremos hombro con hombro vuelva a casa, con los suyos. Con los nuestros. —Un escalofrío me recorre entera, solo porque no había pensado en todo lo que implica lo que está a punto de ocurrir. Mucha gente va a morir. Muchos Guardianes van a perder la vida luchando contra lo que se viene—. Somos una unidad. Una red de células que no funcionan la una sin la otra. Cuidémonos los unos a los otros y acabemos con la amenaza que se avecina.
Un grito, similar al de un grito guerrero, lo invade todo y, entonces, todos los presentes lo imitan. Es un rugido de batalla. Un sonido cuyo único propósito es el de motivar a darlo todo. A morir de ser necesario.
No puedo evitar sentir una extraña emoción en el pecho. Una mezcla entre adrenalina y pánico.
Alguien me toma por el brazo con suavidad y doy un respingo cuando giro con brusquedad solo para encontrarme con la imagen de Ryan, mirándome con una mezcla de diversión y seriedad fingida.
—El General Knight me ha pedido que te escolte a su oficina —dice, en mi oído, para evitar que nadie más nos escuche—. Necesita hablar contigo.
Me siento ansiosa ante lo que acaba de decirme, pero trato de no hacerlo notar demasiado mientras asiento.
—¿Ahora mismo? —inquiero, al tiempo que miro alrededor; solo para cerciorarme de que nadie nos esté mirando.
Ryan asiente.
—Ven conmigo —pide y, acto seguido, lo sigo hacia la salida de la bodega mientras que el General continúa con su breve discurso.
Finalmente, al cabo de unos minutos, el anuncio público termina y todos los Guardianes son enviados a continuar con su rutina. Es hasta ese momento, que Ryan me acompaña hasta la salida y avanzamos con la multitud en dirección al interior del edificio principal, justo donde la oficina del padre de Iskandar se encuentra.
El trayecto es silencioso y, pese a la tensión que dejó en el ambiente la conversación del Líder Guardián con su gente, es cómodo. He aprendido a moverme con mucha comodidad alrededor del chico que, inicialmente, parecía acompañarme por obligación a todos lados, pero que, ahora, parece hacerlo con gusto y ganas.
—¿Te esperamos para cenar? —Ryan inquiere, mientras llegamos a nuestro destino.
—¿Estarán todos? —pregunto de regreso y él asiente.
—Lorraine, Takeshi, Iskandar y yo —replica, esbozando una sonrisa suave—. ¿Vienes?
Es mi turno de asentir, al tiempo que le sonrío de regreso.
—Si hay pizza, apártenme dos pedazos de pepperoni.
—Hecho. —Ryan promete y, justo en ese momento, el General Knight aparece en nuestro campo de visión. Viene acompañado de su guardia personal y de dos de los Líderes de los Clanes—. Te veo en un momento, entonces.
Estoy a punto de responder, cuando el General se detiene frente a nosotros y nos saluda con un asentimiento.
—Gracias por traer a la señorita Black, Madan —dice, en dirección a Ryan—. Puedes retirarte.
—Sí, señor —Ryan responde, con solemnidad, antes de encaminarse hacia el comedor.
Acto seguido, Sylvester me mira y hace un gesto en dirección a su oficina.
—Madeleine, te prometo que seré breve —dice y, abriendo la puerta, se aparta para dejarme pasar.
Me dirijo al interior del espacio, pero me obligo a mantenerme cerca del hombre que, una vez ahí, se encamina hasta su escritorio. No puedo ignorar los papeles que se encuentran desperdigados por toda la superficie, pero tampoco husmeo en ellos.
Trato de mantener la vista fija en el hombre que, con aire distraído, los ordena y los pone a un lado antes de indicarme que me siente.
Es la primera vez que lo hace desde que estoy viviendo aquí, en la casa Knight; así que, pese a que prefiero quedarme de pie, me siento en una de las cómodas sillas frente a la mesa de madera.
—No sé si ya te habrás enterado, pero esta tarde estuvo aquí Theodore Black —dice, sin preámbulo alguno, y la mención de mi tío hace que todo dentro de mí se revuelva con violencia.
Asiento.
—Algo escuché al respecto —admito, manteniendo el tono neutro.
—Hace unos días mandé un mensaje a su residencia, pero no fue hasta ayer que decidió responderme —dice y, no estoy muy segura, pero creo que está explicándome el hecho de que no me dijo nada antes—. Sin rodeos, le hice saber que estoy al tanto de la naturaleza Druida de tu familia y le dije que necesitábamos hablar lo antes posible. Que lo que estaba ocurriendo en la isla debía ser motivo suficiente para ustedes y para nosotros para pactar una tregua y unir fuerzas contra los demonios que están atacando la isla.
Aprieto los puños sobre mi regazo, pero me las arreglo para mantener la expresión serena.
—Si ha decidido venir, quiero asumir que es porque ha accedido a esa tregua. —Me aventuro a pronunciar, y el padre de Iskandar me mira a los ojos antes de regalarme un asentimiento duro.
—Le he explicado cuál es la situación a la que nos enfrentamos —dice, y parece notar algo en mi gesto, ya que añade—: Y, no te preocupes, he procurado mantenerte fuera de nuestra conversación. Le he dicho que, con ayuda de algunas Guardianas y tus lecturas del Tarot, hemos concluido que Kodiak se ha convertido en una puerta abierta al Inframundo, y que necesitamos contener a toda aquella criatura que trate de atravesarla. —Hace una pequeña pausa—. Él concordó con el hecho de que una puerta al Infierno es algo muy malo para el mundo terrenal en cualquier escenario posible y accedió a cooperar con nosotros. Tu familia va a unírsenos en la batalla, proporcionando protecciones Celtas a toda la isla, y va a poner al tanto a la facción de brujos de apellido Markov, para ver si podemos contar con sus guerreros para la batalla que se avecina.
Los vellos de la nuca se me erizan.
Sé, de primera mano, que los Markov son opositores a los Guardianes. Que su gobierno los protege y que les ha provisto de recursos para preparar a todos aquellos que pertenecen a su clan como guerreros capacitados. Son la versión oscura de los Guardianes... o algo por el estilo.
No sé si su preparación asemeje a la de los Guardianes. Tampoco sé si sus habilidades les alcancen para compararse con los guerreros de sangre celestial; sin embargo, sé que son muy aguerridos y que su gobierno cree en ellos. Después de todo, son los únicos que han podido negarse a la imposición de los Guardianes sin sufrir las consecuencias.
—Los Markov son un hueso duro de roer —apunto, porque no me atrevo a decir en voz alta que no creo que se nos unan en batalla.
No es un secreto para nadie su repudio hacia los Guardianes. Si no fuesen apenas una facción de soldados, ya les habrían declarado la guerra.
—Tu tío estaba muy seguro de poder convencerlos. —Sylvester pone las manos en su espalda y, de nuevo, no puedo evitar preguntarme por qué diablos es que Theodore Black tiene tanta fe en esas personas.
Hace unos meses estaba convencido de que nos sacarían de la isla y, ahora, le ha dicho al líder de los Guardianes que puede convencerlos de venir a unirse a una batalla que ni siquiera les afecta.
—Mi tío suele idealizar su poder sobre los Markov. —No quiero sonar amarga, pero lo hago—. Juraba que iban a sacarnos de la isla antes de que ustedes se dieran cuenta de quiénes somos. —Suelto una risa corta—. Creo que el chiste se cuenta solo...
—Pues me aseguró que, a más tardar mañana por la mañana, tendría una respuesta por parte de ellos. —El hombre replica, pero su gesto se ha tornado preocupado, como si mis palabras hubiesen añadido un peso más a todo lo que lleva encima.
—Yo le recomiendo, señor Knight, que no guarde muchas expectativas —digo, con tacto—. Cuente con lo que tiene ahora mismo y, si los Markov se nos unen, bien. Si no, seguiremos planeando nuestro ataque.
El General me contempla un largo momento.
—Hablando de ataque... —dice, tomando unos papeles de la pila que ha puesto de lado—. He estado planeando cuál será tu lugar en la batalla. ¿Tienes un minuto extra?
—Los necesarios —replico, casi esbozando una sonrisa y, entonces, empieza a hablar.
***
Llegué tarde a la cena con Iskandar y los demás porque me entretuve más de lo que esperaba con el General Knight y, pese a que no hablamos de nada referente al aviso que nos dieron más temprano, no pude evitar sentir como si todo el mundo estuviese tratando de hacer como si nada ocurriera. Como si estuviesen empeñados en hacer la cena amena; como cualquier otra.
Con todo y eso, la tensión no se hizo esperar. Había momentos de largos silencios en los que todos parecíamos sumidos en nuestros pensamientos; y no los culpo en lo absoluto. Lo que estamos pasando se siente tan surreal, que apenas puedo creer que realmente está ocurriendo.
La batalla es inminente. Tan inminente como la salida del sol por las mañanas o la llegada del invierno. Estemos preparados o no, vamos a pelear por detener a una horda de demonios, y es aterrador. Es apabullante. No creo que nadie —ni siquiera los Guardianes más experimentados— esté preparado del todo para eso.
Luego de cenar, me encaminé a mi habitación acompañada de Iskandar, quien prometió venir a verme en cuanto atendiera el llamado que le hizo su padre mientras cenábamos.
Ahora mismo, me encuentro recostada sobre la cama, con la mirada pegada en el techo y los pensamientos hechos un nudo incoherente. No dejo de pensar en lo que me dijo el padre de Iskandar. En la forma en la que espera que les ayude desde la retaguardia, y en cómo es que planea intentar contener la amenaza poniendo Guardianes en cada flanco importante de la isla.
Estoy tan sumida en mi mente, que no soy capaz de escuchar —ni sentir— cuando Iskandar trepa por la ventana. No es hasta que se introduce en la estancia que espabilo y me incorporo de golpe.
Por mucho que me cueste admitir, todavía no logro acostumbrarme a verlo adentrarse de esta manera.
—Creí que no vendrías —digo, porque es cierto. Creí que su padre lo mantendría ocupado y que terminaría durmiéndome antes de que pudiese darle las buenas noches.
Iskandar me regala una sonrisa suave.
—Yo también —admite, haciendo una mueca—. Mi padre está afinando los detalles finales de nuestro ataque, así que creí que no podría librarme de él y sus consejeros en toda la noche.
No quiero sentirme como lo hago, pero el corazón se me hunde dentro del pecho debido a la preocupación.
—Las cosas están peor de lo que pensamos, ¿no es así? —digo, en voz baja. No quiero sonar asustada, pero lo hago de todos modos.
—Eso me temo —responde y, pese a que trata de sonar tranquilo, hay un filo tenso en su tono—. No sabemos exactamente a qué nos enfrentamos, pero estamos preparándonos para lo peor. —Suspira—. Aunque, si soy sincero, no sé si eso nos alcance.
Me muerdo el interior de la mejilla porque no sé qué decir, pero salgo de la cama y me pongo de pie para acercarme a él.
Cuando mis pies descalzos tocan la punta de sus botas, estiro la mano y le aparto el cabello rebelde lejos de la cara, en un gesto que jamás me atrevería a hacer afuera de las paredes de esta habitación.
Pese a que no es un secreto para nadie que entre nosotros ocurre algo, no puedo dejar de sentir que, al menos en las áreas comunes, debemos mantenernos así: un poco entre las sombras.
Lo mío con Iskandar no es algo prohibido, pero, de alguna forma, se siente como si lo fuera. Como si algo entre nosotros se pudiese estropear o romper si alguien fuera de las paredes de esta habitación supiera algo más acerca de lo que tenemos —aunque ni siquiera yo me atreva a ponerle un nombre.
Cierra los ojos y suelta el aire en un suspiro lento y largo.
—Necesito que hablemos —dice, antes de volver a encararme con gesto serio y el entrecejo ligeramente fruncido.
Nunca me habían dicho algo como eso, y ahora entiendo por qué todo el mundo le tiene pavor a esa frase —y todos sus derivados: «Tenemos qué hablar», «Necesitamos hablar», «Necesito hablar contigo», «¿Podemos hablar?»—. La emoción oscura que te provoca al instante es atronadora.
Con todo y eso, me las arreglo para mantener el gesto inexpresivo mientras asiento con lentitud.
—¿Sobre qué? —inquiero y, pese a que no quiero sonar preocupada, lo hago.
Él suspira una vez más, al tiempo que me mira a los ojos.
—No soy estúpido. Sé que mi padre te dio indicaciones —comienza, al cabo de unos instantes que se sienten eternos—. Que te dijo dónde deberás de posicionarte cuando todo estalle y cuál será tu papel en todo esto, pero... —Traga duro—. Pero necesito pedirte algo yo a ti.
Aguardo en silencio, esperando a que se digne decirme qué es lo que espera de mí.
—Necesito pedirte que... —Se detiene un segundo, como si no estuviese seguro de lo que está a punto de pronunciar—. Que te mantengas a salvo —dice, finalmente, con un hilo de voz—. Sin importar lo que te haya dicho mi padre o cuál sea tu función durante la batalla, tu prioridad debe ser mantenerte lejos del peligro, ¿entiendes? Debes huir tan pronto como tu integridad se vea comprometida. —Me acaricia la mejilla con su mano áspera—. Y sé que no debería estar haciendo esto, pero no podré estar ahí para protegerte porque estaremos en lugares muy distintos durante la batalla, y eso me está carcomiendo vivo. Es por eso que quiero pedirte que, tan pronto como veas que algo está yendo mal, te marches.
—No puedo...
—Mads, por favor, no voy a poder concentrarme en lo que tengo que hacer si no me aseguras que te pondrás a salvo sin importar qué ocurra. —Me interrumpe—. Sé que estoy siendo egoísta. Que no tengo derecho alguno de pedirte algo así, pero, por favor, Mads, no voy a poder vivir conmigo mismo si algo te pasa.
Me muerdo el labio inferior, incapaz de detener el latir desbocado de mi corazón y el centenar de sentimientos que me embargan con sus palabras.
—¿Y qué va a pasar contigo? —Apenas puedo hablar. Las emociones son tan desbordantes, que apenas puedo controlar el temblor de mi voz—. ¿Crees que voy a estar tranquila huyendo mientras que tú te juegas la vida?
—Voy a estar bien.
—¿Cómo lo sabes? —Sueno cada vez más aterrorizada, pero me molesto en disimularlo. No puedo hacerlo. No cuando todo ahora se siente tan cercano.
Me aparta un mechón de cabello lejos del rostro.
—Porque tengo que salir con vida para poder estar contigo. —La forma en la que pronuncia aquello, como si fuese una declaración cualquiera; similar a dar la hora o preguntar qué hay para la cena; hace que el pecho se me caliente con una emoción desconocida.
—Tú no puedes estar conmigo. —No sueno amarga en lo absoluto, aunque me habría gustado hacerlo. Más bien, pareciera como si estuviese... resignada—. Eres un Guardián. Van a arreglarte el matrimonio y vas a casarte con alguien a quien tu familia apruebe. —Esbozo una sonrisa dolorosa—. Al final, solo seré un romance fugaz. Alguien a quien recordarás con una sonrisa. —Me encojo de hombros—. O quizás nunca lo harás. No lo sé...
La mirada de Iskandar se oscurece varios tonos.
—¿Y qué si yo no quiero eso? ¿Qué si me niego a aceptar ese destino como el mío?
—No puedes hacerlo.
—Claro que puedo.
—No digas tonterías. —Cierro los ojos—. Solo... acepta lo que tenemos y vívelo ahora que podemos.
—Huye conmigo —dice y suelto una risita.
—Estás loco.
—Hablo en serio —dice y lo encaro solo para encontrarme con un gesto tan determinado, que el corazón me da un vuelco furioso—. Huye conmigo. Vámonos de Kodiak cuando todo termine. Olvidémonos de que soy un Guardián y tú una Druida, y vámonos lejos.
Sacudo la cabeza en una negativa.
—¿Y de qué se supone que vamos a vivir? —replico, porque todo lo que dice suena bellísimo, pero es una completa locura.
—Tengo algo de dinero. Mi madre me lo dejó antes de morir y puedo disponer de él ahora que cumplí dieciocho. —Suena como si lo hubiese pensado ya anteriormente. Como si hubiese pasado horas planeando esto que está diciéndome—. Podríamos empezar con eso mientras encontramos la forma de sustentarnos. No me da miedo trabajar. Lo he hecho toda mi vida.
—Iskandar, ¿te das cuenta de lo que estás diciendo? Es una locura.
—Es la primera vez que siento esto por alguien. —Me mira a los ojos, al tiempo que me acuna el rostro con las manos—. Jamás había sentido esta urgencia. Estas ganas insoportables de estar cerca de alguien. Me vuelves loco, Madeleine Black, y no voy a renunciar a ti solo porque a alguien hace cien años se le ocurrió que era buena idea forzar a dos personas a casarse y ser miserables el resto de sus días. —Sacude la cabeza en una negativa—. No recuerdo mucho a mi madre, pero, cuando lo hago, solo puedo evocar un rostro de gesto triste. Resignado. —Se moja los labios con la punta de la lengua—. Mi madre no amaba a mi padre. Ni siquiera lo quería. Fue infeliz hasta el último día de su vida y, perdóname, pero no voy a repetir su historia. No voy a casarme con alguien para ser infeliz. No voy a obligar a nadie a casarse conmigo y que sea tan miserable como lo era mi madre. —Traga duro—. Y yo... Yo... te quiero. Quiero estar contigo. Quiero todo lo que tenga que ver contigo... Y no voy a renunciar a eso así de fácil.
—Iskandar...
—Sé que es una locura. —Me corta—. Sé que estoy pidiéndote que te lances en caída libre al vacío, pero algo dentro de mí no deja de gritarme que mi lugar es contigo. Que mi lugar es a tu lado.
Me siento mareada. Abrumada por lo que este chico está diciéndome y, al mismo tiempo, llena de algo extraño y cálido. Una emoción tan poderosa, que me hace creer que lo que dice puede ser posible. Que me hace creer que esto no es del todo un sinsentido, y que es posible olvidarme de lo que soy y de lo que él es huyendo lejos de todo y de todos.
—Estás demente... —digo, con un hilo de voz, al cabo de una eternidad.
—La pregunta aquí es, ¿lo estás tú?
Suelto una risa nerviosa.
—Tengo algo contigo —replico—. Por supuesto que estoy demente.
Es su turno de reír.
—Pero... ¿Lo suficiente como para huir conmigo? —inquiere, y la intensidad en su mirada hace que el corazón se me estruje con violencia.
Trago duro, incapaz de apartar los ojos de los suyos.
—Maldita sea... —mascullo—. Creo que sí. Sí lo estoy —digo, al cabo de unos instantes más—. Necesito hacerlo. No voy a perdonármelo nunca si te dejo ir y termino llorándote el resto de mis días.
Me besa el dorso de las manos sin dejar de verme a los ojos.
—¿Estás hablando en serio? —inquiere, con la mirada brillante; llena de ilusiones; y me quedo sin aliento mientras digo sí con la cabeza.
Entonces, me besa largo y tendido.
—Empezaré a arreglarlo todo, entonces —dice y, luego, vuelve a besarme. Esta vez, el beso es más urgente.
Yo le doy entrada a mi lengua buscando la suya con la mía y tiro de él en dirección a la cama. Cuando mis pantorrillas chocan contra la base, me dejo caer, tirando de él para que se posicione sobre mí.
Sus labios están en mi cuello, mis manos están sobre la cinturilla de sus vaqueros y mi sangre zumba alrededor de mi cuerpo cuando, sus manos empiezan a acariciarme.
Esta vez, no tengo miedo de nada. Esta vez, no pienso detenerme, ni detenerlo.
Esta noche, pase lo que pase, elijo vivir dentro de esa fugaz ilusión que ha pintado este chico en mi cabeza, y elijo, también, que tome de mí todo lo que desee.
Los besos son urgentes, las caricias ávidas y, cuando, finalmente, me hace el amor, no puedo dejar de sentirme plena. Completa. Feliz...
—Eres hermosa... —Me susurra contra el oído, con la respiración entrecortada y el cuerpo aún tembloroso por lo que acabamos de hacer.
Una sonrisa se desliza en mis labios.
—Y soy tuya —susurro en respuesta—. Completamente tuya.
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