33
—¡Iskandar! —Mi voz es ronca y asustada, pero, de alguna manera, consigo que suene como si estuviese suplicando.
No me gusta, pero trato de empujar lejos el sentimiento mientras, a paso rápido, trato de alcanzar al Guardián de Élite que camina por delante de mí con determinación.
La urgencia con la que se abre paso por los pasillos atestados de Guardianes —que corren de arriba abajo, vestidos en aquellas armaduras imponentes—, me hace saber que se encuentra tan apurado como ellos.
—¡Iskandar, por favor! ¡Espera!
Se detiene un segundo y se gira para mirarme.
La expresión de su rostro me dice que lleva prisa. Que lo único que quiere, es llevarme a mi habitación para marcharse con todos los Guardianes que ahora se preparan para la batalla.
—Quiero ir contigo —digo, en un susurro tembloroso, ahora que tengo toda su atención.
Sé que es una locura. Sé que va a decirme que no. Yo, en su lugar, lo haría. Me lo negaría rotundamente; y no solo eso, sino que también, además de negármelo, me gritaría que soy una necia inconsciente.
Durante un segundo, creo que va a espetarme que no tengo derecho de pedir algo así. Que va a decirme que soy una tonta que no aprende de lo que ha pasado... pero no lo hace. Se limita a observarme a detalle durante un largo momento, antes de dar un par de pasos hacia mí y acunarme el rostro entre las manos.
—Ya hemos hecho las cosas a tu modo, Mads —dice, y no me pasa desapercibida la tensión en su voz—. Es tiempo de que me dejes hacerlas al mío. Al nuestro.
—Pero...
—Confía en nosotros. —Me corta de tajo —. Sabemos lo que hacemos. Nos hemos preparado toda nuestra vida para esto. —Hace una pequeña pausa—. Y sé que eres muy poderosa. Que, lo que haces, equivale a las habilidades de cientos de Guardianes... pero no estás lista. No todavía. Hoy, necesito que te quedes aquí; para que yo pueda concentrarme en lo que tengo que hacer allá afuera, ¿entiendes eso?
Algo dentro de mi pecho se revuelve con sus palabras.
Quiero abrazarle. Quiero aferrarme a su cuello y pedirle que se quede aquí, a salvo. Conmigo.
—¿Y qué se supone que voy a hacer aquí? ¿Volverme loca esperando a que regreses? —Sueno tan vulnerable, que me asusta; sin embargo, no puedo detenerme. No puedo dejar de mirarle con súplica porque, si algo le ocurre, no sé qué diablos voy a hacer conmigo misma.
—Voy a estar bien —afirma.
—¿Cómo puedes estar tan seguro?
Esboza una sonrisa arrogante.
—Me ofende un poco que creas que voy a dejar que me hagan daño, Madeleine Black —dice—. Soy muy bueno en lo que hago. Eso te lo puedo asegurar.
Su respuesta no me convence.
Sé que Iskandar es espeluznante. Que posee unas habilidades fuera de este mundo —esta noche, solamente, ha hecho una demostración de ello— y que se ha preparado toda la vida para hacer esto, pero no puedo dejar de sentir esta presión en el pecho. Este terror asfixiante que me provoca la perspectiva de verle herido... O algo peor.
—Prométeme que vas a regresar. —Apenas puedo pronunciar.
—Lo prometo.
—Con vida —añado, y él suelta una risotada corta.
—Con vida —replica—. Y antes del amanecer.
—¿Me estás dando tu palabra de Guardián?
—Y de hombre, Mads.
Iskandar me deja ir y se gira sobre su eje para continuar avanzando, pero lo detengo por el brazo.
Él me mira, confundido, antes de que tire de él y aferre mi brazo libre a su cuello para atraerlo hacia mí.
Entonces, lo beso.
Él corresponde mi gesto de inmediato, sin importar que haya un centenar de Guardianes corriendo a nuestro alrededor. Sin importar que alguien vaya a decirle a su padre lo que está pasando.
Acto seguido, nos apartamos el uno del otro y, sin decir más, nos encaminamos a toda marcha hasta mi habitación.
***
No puedo dormir.
He pasado las últimas horas mirando el reloj, pegando el oído a la puerta solo para ver si escucho movimientos; asomándome por la ventana solo para ver si me encuentro con la imagen de Iskandar, trepando por las marquesinas para llegar a mi habitación.
Nada ha ocurrido. Los minutos no transcurren con mayor rapidez, ni se escucha nada en el pasillo. Mucho menos soy capaz de ver al Guardián de Élite subiendo, cual caballero de algún cuento de hadas, para llegar a mi ventana.
Estoy volviéndome loca y el extraño silencio del Oráculo tampoco me ayuda en lo absoluto.
No se ha callado por completo, pero el rumor constante parece haberse apaciguado. Como si lo que está ocurriendo ahora mismo estuviese mermando su fuerza. Eso es lo único que necesito para saber que algo muy grave está pasando allá afuera.
Ni siquiera he tenido el valor de preguntarle nada al Tarot porque me aterra lo que va a responderme.
La incertidumbre es tan intensa, que apenas puedo estar en mi propia piel.
Así que estoy aquí, sentada sobre la cama, con las rodillas pegadas al pecho y un montón de plegarias saliéndome de los labios.
Algunos todoterrenos han regresado, pero son pocos. Tan pocos, que solo puedo suponer lo peor.
Miro el reloj una vez más, pese a que sé que no pueden haber pasado más de treinta minutos desde la última vez que lo vi.
Son las cinco y doce.
Cierro los ojos con fuerza y me froto las manos contra la cara en un gesto frustrado y agobiado.
Sé que Iskandar hizo promesas, pero también sé que no depende de él regresar sano y salvo a este lugar. Sé que las cosas en la isla se están poniendo muy peligrosas y que muchas cosas pueden pasar en el campo de batalla.
Confío en sus habilidades plenamente. Sé que es un chico espeluznante cuando se trata de pelear —pese a que lo he visto poco hacerlo—; sin embargo, eso no quita el hecho de que existen criaturas fuera de nuestra imaginación. Tan aterradoras, que es imposible concebir su existencia.
En un momento de absoluta ansiedad, me pongo de pie. Sé que estoy siendo movida por la desesperación y la angustia, pero, de todos modos, me encamino hasta la puerta para salir a buscar al General Knight, a Anne o a quien sea que pueda decirme qué es lo que está pasando allá afuera.
Necesito saber que las cosas están yendo bien. Que los Guardianes están controlando la situación.
Estoy a punto de salir. A punto de abandonar la habitación, cuando lo escucho...
Al principio creo que lo estoy alucinando; sin embargo, cuando me giro sobre mi eje y logro verlo abriendo la ventana, el corazón me da un vuelco furioso y comienza a golpearme con violencia contra las costillas.
—Iskandar... —Su nombre me sale como una plegaria aliviada. Como un suspiro tembloroso y débil, y me apresuro a encontrarlo justo a tiempo para envolverlo entre mis brazos antes de que se desplome contra el suelo.
Su peso es tanto, que caigo de rodillas con él, mientras lo sostengo en un abrazo apretado e intenso.
El metal de su armadura me pellizca los brazos y el torso, pero no dejo de aferrarme a él con todas mis fuerzas.
Hay algo liberador en la forma en la que me abraza de regreso. En el modo en el que cierra el material de la blusa que llevo puesta dentro de sus puños apretados.
Está temblando... O yo lo estoy haciendo. Aún no lo tengo muy claro. Lo único que sé, es que no puedo dejarlo ir. No puedo dejar de darle gracias al cielo porque está aquí, a salvo.
No sé cuánto tiempo pasa antes de que me atreva a apartarme ligeramente para inspeccionarlo.
Está lleno de sangre seca, hollín y suciedad; pero eso no impide que corra las manos por sus brazos, su torso y las acune en su rostro solo para obligarlo a mirarme.
Mi corazón se salta un latido cuando veo que trae un pómulo inflamado, el labio reventado y un prominente raspón en la barbilla.
—¿Qué ha pasado? —Apenas puedo pronunciar.
Él cierra los ojos unos instantes, como si tratase de ahuyentar recuerdos dolorosos y traga un par de veces, como si estuviese deshaciéndose de un nudo en la garganta, antes de decir:
—Fue una carnicería. —No me pasa desapercibido el tono ronco y tembloroso de su voz—. M-Murieron muchos Guardianes.
—Lo lamento mucho —digo, con un hilo de voz y él esboza un gesto doloroso antes de quedarse en silencio un largo momento más.
—Por ahora, está todo controlado, pero me temo que las cosas van a empeorar si no hacemos algo pronto —dice, al cabo de un rato—. Nos enfrentamos a cosas que ni siquiera en mis pesadillas sabía que existían y... —Sacude la cabeza en una negativa—. Eran tan poderosos. Tan...
—Shhh... —Paseo mis manos por sus mejillas, en un gesto consolador—. No sigas. No ahora.
Él posa sus manos ásperas y manchadas de sangre y tierra sobre las mías.
—Las cosas están peor de lo que pensábamos, Mads —susurra, con urgencia—. La fuerza de los Guardianes no será suficiente para acabar con el ejército infernal que puede... no... que va a salir por la puerta abierta que es Kodiak.
—Pensaremos en algo —digo, sin aliento, tratando de ser optimista por encima del pánico creciente que sus palabras me provocan—. Ahora, no te agobies con eso.
—Mads, esto es...
—Y-Yo puedo detenerlo —digo, pese a que no tengo la certeza de ello. Solo el recuerdo de un sueño. Ese en el que me encuentro cerca del faro, con una chica que me asegura que solo yo puedo detener lo que sea que viene a través del mar para apoderarse de la isla.
Iskandar niega con la cabeza.
—Nadie puede pararlo, Mads. Es imposible que alguien pueda con lo que se avecina.
Aprieto los dientes y lo miro durante un largo momento.
—Y-Yo... Yo... puedo. —La voz me sale baja y en un susurro tembloroso, como quien confiesa un secreto que le avergüenza—. Me lo dijo la chica de mis sueños. Esa misma que te habla a ti.
Los ojos se Iskandar se clavan en los míos y un entendimiento profundo y oscuro se apodera de su mirada, pero no dice nada. Yo tampoco lo hago, me limito a apartarle el cabello apelmazado fuera del rostro antes de ponerme de pie y encaminarme al baño.
No sé si he hecho bien al confesarle lo que acabo de decirle, pero no me detengo mucho a pensarlo mientras pongo a llenar la tina con agua caliente.
Cuando salgo de la estancia, Iskandar ya se ha puesto de pie y, pese a que se encuentra ligeramente encorvado hacia adelante, luce imponente y abrumador.
—T-tengo que irme... —dice, con un hilo de voz, pero lo obligo a sentarse sobre la cama antes de empezar a deshacerme de los seguros extraños de su armadura.
Me toma unos minutos entender cómo funcionan, pero, una vez que consigo deshacerme de los primeros dos, el resto son pan comido.
Al terminar, le retiro la pesada pieza de metal del torso y la dejo caer sobre la alfombra. Luego, me deshago de su camisa de mangas largas, dejando al descubierto su abdomen firme, fuerte y marcado.
Trato de no mirar demasiado la forma en la que la piel suave se tensa sobre los músculos trabajados de su tronco y brazos, pero me es imposible no ruborizarme en el proceso.
El corazón me late con tanta fuerza, que temo que sea capaz de escucharlo; y estoy tan ansiosa, que me tiemblan las manos cuando me arrodillo en el suelo y le quito las botas de combate.
Iskandar me observa, como si estuviese hipnotizado por mis movimientos y, cuando termino, me toma con suavidad por los brazos y me obliga a ponerme de pie para asentarme entre sus piernas.
La respiración me falla, los oídos me zumban y las ganas que tengo de besarlo son tan intensas, como las que tengo de decirle que estaba aterrorizada por él. Por su bienestar.
—Estaba muy asustada —confieso.
—¿Por mí? —inquiere, y suena casi... ¿esperanzado?
Asiento, sintiendo cómo el calor se apodera de mi rostro.
—Yo también estaba muy asustado —dice, y suena como a una confesión.
Me muerdo el labio inferior.
—Debió ser aterrador —digo, en voz baja y ronca.
—Pero no era eso lo que me asustaba —replica, también en voz baja.
—Ah, ¿no?
Niega con lentitud.
—Era la perspectiva de no volver a verte la que me aterraba. —Esta vez, cuando habla, la voz le tiembla ligeramente—. Era el haberme negado a mí mismo la oportunidad de decirte que... —Se detiene un segundo y me aparta un mechón rebelde de cabello fuera del rostro—. La oportunidad de decirte que no he podido dejar de pensar en ti desde el momento en el que te vi echar las cartas del Tarot en el local de Florence Dupont. Era eso lo que me tenía al vilo de las emociones.
Mi pulso se salta un latido.
—Iskandar...
—Así que te lo voy a decir de una vez por todas. —Me interrumpe—. Madeleine Black... No he podido sacarte de mi mente desde entonces. Y, mucho me temo que, cuanto más sé de ti, menos puedo sacarte de aquí... —Toma una de mis manos y la lleva a su sien, señalando su cabeza—. Y de aquí. —Lleva mi mano a su pecho y presiona mi palma sobre la piel caliente de su pecho. Nos miramos a los ojos—. Y no sé qué diablos es esto. Y tampoco sé si quiero ponerle un nombre. Lo único que sé es que no puedo arrancármelo de la cabeza. Del cuerpo entero.
Un instante de absoluto silencio nos invade y el tiempo parece haberse detenido durante una fracción de segundo.
Sus palabras hacen eco en mi cabeza y reverberan con fuerza dentro de mi pecho; provocándome una extraña y calurosa sensación. Una capaz de invadirme hasta los más recónditos rincones del cuerpo; tan poderosa y abrumadora, que me aturde y hace que un escalofrío me recorra entera.
Iskandar es como un huracán enfurecido; como un incendio avasallador; y, al mismo tiempo es como una brisa suave, o la caricia del sol en una mañana helada.
Este chico me provoca tantas sensaciones, que nunca me he detenido a pensar en ponerles un nombre. De lo único de lo que tengo certeza ahora mismo, es de las ganas inmensas que tengo de besarlo...
Y así lo hago.
Uno mis labios a los suyos en un beso que, al principio, se siente tímido y dubitativo, pero que, poco a poco, se transforma en uno diferente. Intenso. Abrumador.
Su lengua invade la mía y correspondo el gesto mientras envuelvo los brazos alrededor de su cuello.
Él aferra sus manos a mi cintura y me atrae cerca, de modo que su abdomen y el mío están completamente unidos en un abrazo apretado.
No sé cuánto tiempo pasa antes de que no separemos, pero los labios me arden llegados a ese momento. Mi frente está unida a la suya y tengo los ojos cerrados cuando el vago recuerdo de haber puesto a llenar la tina me invade.
Una maldición me abandona en ese momento y me aparto para correr al baño a apagar el grifo.
Por fortuna, la bañera no se ha desbordado, pero el agua está un poco más caliente de lo que me gustaría.
Para cuando regreso a la alcoba, Iskandar está justo donde lo dejé, y me mira con una expresión a la mitad del camino entre la diversión y la confusión.
—Ven aquí —murmura, pero le regalo una negativa.
—No —replico—. Tú ven aquí.
Esta vez, una sonrisa suave se dibuja en su gesto.
Se pone de pie y se encamina hacia mí. No me pasa desapercibido el hecho de que camina ligeramente inclinado hacia la izquierda, como si le doliera un costado.
Cuando está cerca, envuelvo un brazo alrededor de su cintura y lo ayudo a avanzar hasta sentarse sobre el borde de la tina. Entonces, tomo una toalla pequeña, la mojo dentro del agua caliente y, con cuidado, trabajo en sus heridas abiertas.
Él, pacientemente, me deja trabajar hasta que termino y, entonces, se pone de pie, se quita los pantalones ennegrecidos por la tierra y la sangre, y se introduce en la bañera.
Apenas tengo oportunidad de ruborizarme cuando me doy cuenta de que estoy mirándole como una completa idiota y él parece notar que lo estoy haciendo, ya que su mirada se ha oscurecido varios tonos mientras me observa a detalle.
—Regreso más tarde —mascullo, sintiendo cada vez más y más caliente el rostro, al tiempo que soy plenamente consciente de la forma en la que sus ojos barren la extensión de mi cuerpo.
—¿Puedes pasarme la toalla? —inquiere, con la voz enronquecida y yo mascullo algo acerca de ser una boba por no acercársela antes.
Cuando la coloco cerca de la tina, siento cómo una mano húmeda se envuelve en mi muñeca y tira de ella con suavidad.
Me toma unos instantes registrar qué está sucediendo, pero, cuando me doy cuenta, me dejo guiar.
No me importa mojarme toda la ropa cuando me introduzco en la tina con él. Tampoco me importa el repentino pudor que me provoca saber que él se encuentra casi desnudo aquí, dentro de la humeante tina.
En lo único en lo que puedo concentrarme, es en la forma en la que me sienta a horcajadas sobre sus piernas. La manera en la que sus brazos se envuelven en mi cintura y su cara se hunde en mi pecho, en un abrazo que busca protección.
De inmediato, envuelvo los brazos alrededor de sus hombros y, cuando menos me doy cuenta, ya estoy acariciándole el cabello con suavidad.
Es indescriptible la paz que me provoca la posición en la que nos encontramos. Jamás había experimentado algo tan íntimo con alguien y, al mismo tiempo, tan inocente.
De repente, aquí solo nos encontramos él y yo, siendo un amasijo de extremidades y un nudo de sentimientos encontrados.
No sé cuánto tiempo ha pasado. Bien podría ser una eternidad, pero supongo que no es tanto, ya que el agua aún se siente caliente. Con todo y eso, mi mente no ha dejado de correr a toda velocidad. No ha dejado de pensar en todo lo que pasó esta noche en la iglesia y lo que se desató a raíz de eso.
De pronto, no puedo evitar recordarlo a él, manipulando a la Línea. Utilizándola a su antojo; como si fuese igual de poderoso que el Primer Guardián.
No estoy muy segura, pero creo que nunca había existido alguien así —además del primero de ellos—; y no entiendo cómo es que los Guardianes lo han mantenido oculto durante tanto tiempo. Cómo es que no le han anunciado al mundo entero que alguien con las habilidades del Primer Guardián está entre sus filas.
—Lo que hiciste en la iglesia... —digo, en un susurro ronco, solo porque necesito saber más al respecto. Porque no puedo sacarlo de mi sistema.
Se aparta un poco para mirarme a los ojos, pero no hay recelo o cautela en su mirada.
Sacudo la cabeza en una negativa lenta y confundida.
—Te escuché —digo, al cabo de unos segundos—. Le hablabas a la Línea, pero, te escuché en mi cabeza.
—El Oráculo, entonces, sí está conectado a la Línea. —Entorna los ojos, pero esboza una sonrisa triunfal. Como si lo supiera desde hace mucho y solo estuviese esperando a que se lo confirmara.
Siento cómo el calor empieza a invadirme el rostro, pero me las arreglo para asentir a regañadientes.
—Y tú puedes hablar con ella. Con la Línea. —Me encojo de hombros, para restarle importancia a su declaración—. Y no solo eso... Puedes utilizarla a tu antojo. Como el Primer Guardián. Como... yo.
Es su turno de regalarme una negativa.
—Te equivocas —dice—. Yo no puedo hablar con la Línea. Ella no se comunica conmigo y, ciertamente, tampoco puedo utilizarla.
Abro la boca para protestar, pero él continúa:
—Le hablo, sí. —Asiente—. Si puedo ser más específico, le pido que me otorgue el poder de utilizarla para protegerla; pero ella no siempre me responde.
No estoy entendiendo del todo y él parece notarlo, ya que me aparta un mechón húmedo fuera del rostro y empieza a contarme:
—Cuando era pequeño, soñaba con ser como el Primer Guardián —dice—. Poder hablar con las Líneas Ley, entenderlas y protegerlas de todo aquello que las amenazara era como un sueño para mí... —Se muerde el labio inferior unos segundos—. Así que, en mi inocencia de niño, empecé a hablarles. Todos los días ponía las manos en el suelo y hablaba con la Línea que atraviesa la isla y, cuando estaba fuera de aquí, hablaba con cualquier Línea que me topara en el camino. —Hace una pequeña pausa, con la mirada perdida en los recuerdos que parecen embargarlo—. Me di cuenta de que algunas de ellas parecían reaccionar a mí. A lo que les decía. Así que empecé a probar pidiéndoles que me permitieran acceder a ellas. Al poder ancestral que llevan dentro. Siempre con el afán de protegerlas, y nunca de hacer mal uso de su poder o de utilizarlo para mi beneficio...
Me mira a los ojos.
—No fue hasta mucho después, durante una misión en la que estuve a punto de morir a manos de un demonio de jerarquía alta, que, por fin, una de ellas me respondió. —Traga duro—. No recuerdo muy bien qué fue lo que me dijo, pero sé que, en cuanto terminó de pronunciar aquello, pude... verlos.
—¿Qué cosa?
—Los hilos...
Siento cómo un puñado de piedras se acumula en mi estómago.
—Y fue fácil tomarlos entonces. Manipularlos. Doblarlos a mi antojo hasta conseguir que el demonio regresara al Inframundo. —Se encoge de hombros—. A partir de ese momento, siempre que combato, le pido permiso a las Líneas de utilizarlas. De hacer uso de su poder para cumplir con mi deber de Guardián. —Otra pequeña pausa—. A veces, responden y me lo permiten. Otras, estoy por mi cuenta. Unas más, se siente como si me utilizaran. Como si yo fuese un arma. Un instrumento al que ellas pudiesen acceder para defenderse a sí mismas.
Frunzo el ceño.
—¿A qué te refieres?
Suspira.
—Es complicado, pero... —Se moja los labios con la punta de la lengua—. Hay veces que estoy peleando, pero no siento como si fuese yo el que combatiera. Se siente como si fuese la tierra misma la que tratase de defenderse.
Me siento mareada ante todo lo que estoy descubriendo respecto a Iskandar y, al mismo tiempo, fascinada y aterrorizada del poder tan peculiar que posee este chico.
—¿Por qué no me lo habías dicho antes? Que este era tu poder de Guardián de Élite, quiero decir.
—No todo el mundo lo sabe —dice—. De hecho, solo lo sabe mi padre y la brigada de Guardianes a la que pertenezco. —Se encoge de hombros una vez más—. Acordamos que no era prudente que nadie más lo supiera. No queremos que haya rumores por ahí de que existe alguien con las habilidades del Primer Guardián; porque, en realidad, no puedo hacer ni la mitad de cosas de las que él hacía. Tampoco queremos atraer la atención de nuestros opositores declarando que existen Guardianes como yo en el mundo. No es prudente.
Asiento, en acuerdo.
Puedo imaginarme a familias como la mía o la de los Markov declarándole la guerra a los Guardianes solo por algo como esto. Por destruir linajes tan poderosos como el Knight.
—Gracias por confiármelo —digo, en un murmullo, al cabo de unos minutos.
Él sonríe.
—Te confiaría hasta mi vida —dice, con seriedad.
—Lo dices solo porque esta noche nos hemos enterado de que, probablemente, soy hija de alguna especie de Príncipe del Infierno o algo por el estilo —bromeo y él suelta una pequeña risa ronca que me hace reír a mí también.
—Me has atrapado —bromea de regreso y le doy un empujón suave con el puño.
Entonces, viene el silencio.
—No me importa si eres descendiente de Amon, Baal o el mismísimo Leviatán —dice, en un susurro ronco, al cabo de lo que se siente como una eternidad—. ¡Joder! Ni siquiera me importaría si fueses la mismísima heredera del Supremo. —Se aparta para mirarme a los ojos—. Tú vas a salir de esta isla con vida, ¿me oyes? Vas a marcharte de aquí en el instante en el que las cosas se pongan más peligrosas de lo que ya están.
Le acuno una mejilla con la mano.
—Aquí yo soy la peligrosa, ¿no lo ves? —Sonrío, para aligerar un poco el ambiente—. Ya te lo dije: aparentemente, provengo un linaje poderoso, ¿no escuchaste al amigo de Lorraine?
—Estoy hablando muy en serio, Mads. —Iskandar me mira con una entereza que me deja sin aliento—. No estoy dispuesto a exponerte al infierno que vivimos esta noche.
—No hay nada que puedas hacer para evitarlo —respondo, esta vez, con seriedad yo también—. Y, ciertamente, no me voy a ir de aquí si sé que puedo hacer algo para ayudar. Si puedo conseguir que, aunque se la mitad de esos demonios, se vayan lejos.
—Mads...
—Shhh... —Le pongo un dedo sobre los labios—. Hoy no necesitamos esto.
Me mira con aprensión, y planto los labios sobre los suyos en un beso suave y profundo.
Finalmente, parece ceder y me corresponde la caricia, aunque con reticencia.
Mis manos navegan de manera distraída por las hebras húmedas de su cabello mientras que nuestros labios se exploran con suavidad y avidez; y sé que lo había besado antes. Que habíamos tenido esta clase de contacto en el pasado; sin embargo, no sé por qué ahora se siente tan diferente.
Las manos de Iskandar se deslizan por el material pesado de la blusa de mangas largas que llevo puesta y un escalofrío me recorre de pies a cabeza cuando sus manos ásperas entran en contacto con la piel suave de mi cintura y mi espalda baja.
Soy plenamente consciente de cómo eleva el material con lentitud, como si estuviese tanteando el terreno... o como si estuviese dándome oportunidad de detenerlo.
No lo hago.
Dejo que se deshaga del material y lo tire fuera de mí, hasta lanzarlo al suelo, lejos de la bañera, antes de volver a plantar sus labios a los míos.
Sus manos recorren la longitud de mi torso con suavidad y el contacto de su piel contra la mía envía un montón de choques eléctricos por todo mi cuerpo; pero no es hasta que sus labios descienden por mi mandíbula hasta llegar al cuello, que tengo que apartarme un segundo para recuperar el aliento.
—Lo siento —susurra, con la voz enronquecida, mirándome a los ojos.
—Yo no... —replico, sin aliento, antes de buscar su contacto una vez más.
Un gruñido ronco se le escapa en ese momento, pero eso no impide que me atraiga hacia él con fuerza mientras que una estela de besos ardientes es dejada a lo largo de mi cuello.
Mis labios se abren en un grito silencioso, cuando sus manos acunan mis pechos por encima del material del sujetador y tengo que morderme el labio inferior cuando, de manera involuntaria, mis caderas se mueven hacia él, en busca de algo que no entiendo del todo, pero que ansío con cada fibra del cuerpo.
Iskandar clava sus manos en mis caderas antes de obligarme a levantarme. Entonces, se pone de pie conmigo y así, escurriendo agua, nos hace salir de la tina.
Dejo un charco debajo de mí por toda el agua acumulada en el chándal que llevo puesto y, envalentonada —y también, sin querer hacer un desastre afuera del baño—, me deshago de la prenda de un movimiento rápido.
Ni siquiera me detengo a pensar en lo que el chico frente a mí va a pensar. Me muevo de manera impulsiva y mecánica, antes de que el pudor me detenga y la vergüenza me acobarde.
Iskandar me besa una vez más y, esta vez, es su lengua la que busca la mía con una urgencia que no comprendo del todo.
El pulso me golpea con fuerza detrás de las orejas y la sangre zumba por toda mi anatomía a toda velocidad, movida por el disparo de adrenalina que los besos del Guardián me provocan.
De pronto, se agacha ligeramente, de modo que puede enganchar las manos en la parte trasera de mis rodillas y, acto seguido, me levanta del suelo, haciéndome envolver las piernas alrededor de sus caderas.
La forma en la que me lleva a cuestas, como si pesara nada —y a pesar de que, claramente, está malherido por la batalla de esta noche—, hace que quiera bajarme de inmediato, pero me lo impide mientras, sin dejar de besarme, guía nuestro camino hacia afuera del baño.
En el proceso, golpeamos con varios de los muebles de la habitación, pero él no deja de besarme ni un solo segundo. Solo se detiene para mascullar alguna palabrota o soltar una risita divertida.
Finalmente, me deposita en el suelo alfombrado con mucho cuidado y, me quedo sin aliento cuando su peso se posa sobre el mío.
Sus ojos se han oscurecido varios tonos y, en la penumbra de mi alcoba luce tan imponente, que el corazón me da un tropiezo violento.
—Si quieres que me detenga...
—No quiero. —Lo interrumpo y noto como aprieta la mandíbula.
—Mads, jamás he...
—Yo tampoco. —Asiento, porque sé a la perfección qué es lo que estaba por decirme; y, de alguna forma, le creo.
Iskandar parece ser el tipo de chico tan enfocado en lo suyo... en su preparación como Guardián... que, de alguna manera, puedo verlo perderse de muchas experiencias afines a su edad solo por convertirse en eso que se espera de él: ser el digno heredero del Clan Knight.
Le acuno el rostro con una mano y, con el pulgar, trazo una caricia suave en su mejilla.
—Si tú quieres parar solo...
Suelta una risa suave y nerviosa y, entonces, me besa de nuevo.
En ese momento, se acaban las palabras.
Se acaban las dudas y solo estamos él y yo, y los besos. Las caricias. Las sensaciones electrizantes que sus manos gentiles y suaves me dejan sobre el cuerpo.
No sé en qué momento ha introducido su mano en mi ropa interior. Tampoco sé en qué instante las caricias que traza en mi centro se han vuelto tan abrumadoras.
Nunca nadie había hecho esto conmigo. Jamás me habían tocado. Ningún chico había llegado tan lejos y solo puedo concentrarme en el hormigueo de mi vientre y el temblor de mis muslos. En la forma en la que sus besos me dejan sin aliento y en como busco, desesperada, hacerle sentir esto que me está provocando a mí.
Cuando todo termina, estoy temblando de pies a cabeza y apenas puedo respirar como se debe.
No ha pasado otra cosa más que caricias y besos arrebatados y, de todos modos, me siento tan abrumada por la cantidad de emociones que me invaden, que apenas puedo pensar con claridad. Que apenas puedo caer en la cuenta de lo que acaba de suceder entre el heredero del Clan Knight y yo.
Los labios de Iskandar se plantan en mi cuello, al tiempo que me envuelve en un abrazo apretado.
Me siento lánguida. Ingrávida. Como si pudiese flotar en cualquier momento.
Cierro los ojos y me acurruco cerca de él.
—No tienes idea de todo lo que me haces, Madeleine Black —susurra y una sonrisa suave se desliza en mis labios.
—No tienes idea de todo lo que quiero hacerte, Iskandar Knight —replico y, entonces, planta un beso casto en mi sien.
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