30



El entrenamiento con Anne después de la hora de la comida es mucho más tranquilo que aquel al que fui sometida más temprano; sin embargo, me ha dejado exhausta igualmente. No sé por qué las meditaciones y la canalización de energía me drenan de la forma en la que lo hacen, pero el Oráculo parece disfrutarlas demasiado. Se siente como si recargara su fuerza y, de alguna manera, pese a que ahora estoy agotada, el Oráculo parece revitalizado. Como si toda esa actividad le hubiese renovado los ánimos.

Iskandar y yo avanzamos en silencio en dirección a mi habitación. La cena se servirá en alrededor de una hora, pero necesito una ducha, así que le he dicho que iré a tomarla para encontrarme con él a la hora de los alimentos.

Él se ha ofrecido a acompañarme hasta mi guarida, así que ahora estamos aquí, recorriendo los —poco a poco— familiares pasillos de la Casa Knight, acompañados de un silencio cómodo.

Estoy sumida en mis pensamientos, recapitulando lo que pasó en el entrenamiento del día de hoy, cuando siento como un brazo fuerte y firme se estira para detener mi andar distraído.

Parpadeo unas cuantas veces antes de mirar en dirección a Iskandar, quien tiene la vista fija en un punto frente a nosotros, el entrecejo fruncido y la mandíbula apretada.

De inmediato, vuelco la atención hacia el lugar al que observa con tanta hostilidad y el corazón me da un vuelco cuando noto a los tres Guardianes que se encuentran afuera de mi habitación.

No se necesita ser un genio para saber que están esperándome.

—Señorita Black —dice uno de ellos, al notar nuestra presencia en el corredor—, el General Knight necesita de su presencia en su oficina inmediatamente.

Un puñado de piedras se me instala en el estómago, pero me las arreglo para mantener el gesto inexpresivo mientras asiento con lentitud.

Acto seguido, hago ademán de avanzar; sin embargo, siento como unos dedos cálidos me tocan la muñeca. Me toma unos segundos registrar que se trata de Iskandar, quien, sin despegar la vista de los Guardianes, me ha detenido con el gesto suave para evitar que siga avanzando. Entonces, con una tranquilidad muy impropia de ese gesto severo que esboza, dice:

—Voy contigo. —Uno de los Guardianes parece estar a punto de protestar, pero lo acalla diciendo—. No voy a dejar que vayas sola a la boca del lobo escoltada por estos tres.

Las miradas venenosas no se hacen esperar, pero a Iskandar no parecen importarle ya que, sin decir nada más, nos hace girar sobre nuestros pasos para avanzar en dirección a la oficina del General.


***


La oficina de Sylvester Knight es una habitación espaciosa, repleta de libreros llenos de textos que lucen, incluso, más antiguos que cualquier cosa que Leroy haya conseguido jamás en esos lugares de chácharas y baratijas que le encanta visitar. Los lomos gruesos de los libros que descansan sobre ellos lucen como si pudiesen deshacerse con tan solo tocarlos o maniobrarlos de forma brusca.

Al centro de todo, hay un enorme escritorio de madera. No sé absolutamente nada de acabados o tipos de madera, pero, en definitiva, luce como un mueble caro. Una pieza pesada y ostentosa que va acorde con la decoración opulenta de la estancia.

Todo en este lugar grita «poder adquisitivo». Dinero. Antigüedad. Linaje...

Y ahí, al centro de todo, se encuentra él.

El gran General Knight. El implacable Sylvester Knight: Líder de todos los Clanes de Guardianes, y dirigente máximo de las fuerzas Guardianas.

Es curioso cómo funciona esto del destino. Un día estás desayunando cereales con leche, sobre una destartalada silla en la vieja casa en la que creciste y, al otro, estás frente a uno de los hombres más importantes existentes en el mundo. Y no solo eso; además, estás acompañada de su hijo, dentro de su flamante oficina.

—Me dijeron que los vieron entrenando con Anne-Leigh, Olivia y Lorraine. —El hombre habla, luego de contemplarnos con aire severo durante una eternidad.

Ni Iskandar ni yo respondemos a su declaración.

¿Qué podemos decir? ¿Que es mentira? ¿Que está equivocado? Es evidente que él sabe a la perfección lo que estábamos haciendo. Tampoco es como si nos hubiésemos escondido para hacerlo.

El General Knight tiene una expresión severa gravada en el rostro. No se necesita ser un genio para darse cuenta de que está molesto, pero tampoco luce como si estuviese a punto de echársenos encima.

—Esa debilidad que tienen los Knight por ti no es saludable, Black —Sylvester continúa, y no me pasa desapercibida la forma en la que mira a su hijo de manera fugaz. Tampoco lo hace la forma en la que se refiere a la familia Knight como si no perteneciera a ella. Como si él mismo fuese una entidad aparte.

Otro silencio largo.

—¿Eso es todo? —inquiero, y casi quiero golpearme por lo retadora que sueno, pero me obligo a mantener el gesto inexpresivo cuando mi estúpida boca floja continúa—: Porque estoy cansada, hambrienta y necesito una ducha.

Un destello iracundo se apodera del rostro del General.

—Ten mucho cuidado, Black —dice, y el tono de su voz me pone la carne de gallina—. Ahora puedes sentirte protegida, pero las cosas pueden cambiar de un momento a otro.

Aprieto la mandíbula, pero me obligo a sostenerle la mirada.

—Entonces vaya al grano, que ya me cansé de que todo aquí sea críptico y secreto —replico, pese a que deseo estrellar la cara contra la pared para mantenerme callada de una buena vez.

El hombre me observa durante un largo momento.

—He hablado con los líderes —dice, al cabo de lo que se siente como una eternidad—. No están contentos en lo absoluto con la forma en la que se han desarrollado las cosas; pero todos entendemos y estamos de acuerdo en que no podemos prescindir de nuestra alianza. —No suena para nada contento con lo que está diciendo—. Desperdiciar habilidades como las tuyas es un lujo que no podemos darnos; así que, seguimos siendo aliados. Nuestro trato sigue en pie.

El alivio que siento es casi tan grande como las ganas que tengo de echarme a llorar. Con todo y eso, no me muevo. Ni siquiera respiro cuando él continúa:

—Sin embargo, me veo en la necesidad de decirte, Madeleine, que, si vuelve a ocurrir algo remotamente parecido a lo de la última vez, nuestro trato se acaba. —La severidad con la que dice aquello es tanta, que un escalofrío me recorre entera—. Es la última vez que vas en contra de lo que se te pide hacer. Y puedes tomar esto como un ultimátum.

Asiento con lentitud.

—Por supuesto —replico—. Acataré las órdenes siempre y cuando exista transparencia hacia conmigo. —No sé muy bien qué diablos estoy haciendo, pero no puedo permitir que las cosas entre este hombre y yo terminen de esta manera. Esto es una alianza. No está hablándole a uno de sus subordinados. Yo también tengo condiciones para que este trato siga en pie—. En el momento en el que me entere de que están ocultándome cosas, justo como lo estaban haciendo, la alianza se termina para mí y pueden dejar de contar conmigo para lo que sea que me necesiten.

Los ojos del General se oscurecen, pero no dice nada más. Solo asiente con lentitud, mientras sopesa lo que acabo de poner sobre la mesa.

Acto seguido, mira a su hijo.

—Aprovechando que estás aquí, Iskandar —dice, y suena más frío de lo que espero—. Te informo que también hemos tomado una decisión respecto a ti. —Hace una pequeña pausa—. Estás en periodo de prueba. Tu capitanía está en juego, así como tu nombramiento como Guardián de Élite. El comité evaluará tu comportamiento durante las próximas semanas para determinar si eres merecedor de tu nombramiento, tanto como Guardián de clase Élite, como de Capitán de brigada.

Miro de reojo a Iskandar, pero mantiene el gesto inexpresivo.

—Así mismo, te informo que tienes terminantemente prohibido acercarte a la señorita Madeleine Black durante sus entrenamientos con Anne-Leigh; y, además, has sido removido del cargo que tenías como su entrenador de defensa personal.

—Me temo que eso no será posible, señor —Iskandar refuta.

Sylvester parece querer estrangularlo.

—¿De qué estás hablando, soldado?

—No hay nadie en este complejo más capacitado que yo para darle el entrenamiento apropiado a la señorita Black. —El chico replica—. No voy a dejar de entrenarla. No, cuando las cosas allá afuera están como están en estos momentos. Necesita saber defenderse y mucho me temo que no hay nadie mejor que yo en esta casa para enseñarle cómo hacerlo.

—No está a discusión, soldado —Sylvester espeta—. Es una orden proveniente del consejo y deberás acatarla.

—¿Y con base en qué el consejo ha tomado esa decisión? ¿En mi amistad con ella? ¿Qué no se supone que las relaciones personales de cada Guardián quedan fuera de la jurisdicción de las normas que nos rigen?

—¡Tenemos una maldita alianza de por medio, Iskandar! ¡No me vengas con estupideces! ¡Sabes perfectamente lo que estás haciendo! —Es la primera vez que veo al general Knight perder los estribos, pero, después del estallido de frustración, parece recomponerse con rapidez, ya que añade, con la voz enronquecida—: Esta es una discusión que debemos tener en privado. —Me mira de soslayo—. Por ahora, lleva a la señorita Black a su alcoba y regresa aquí. Tú y yo tenemos mucho de qué hablar.

Iskandar no responde absolutamente nada, se limita a asentir antes de mirarme, hacer un gesto en dirección a la salida y encaminarme hacia ella.


El camino hacia mi alcoba es silencioso y, pese a que no es incómodo, es tenso. No sé si debo disculparme con Iskandar por la forma en la que le hablé a su padre o por meterlo en tantos problemas como lo he hecho los últimos días; sin embargo, me quedo callada hasta que llegamos a la puerta de la estancia.

—Gracias por acompañarme —digo, porque es más sencillo empezar por ahí.

Él asiente, al tiempo que su expresión severa se suaviza.

—¿Te espero en el comedor? —inquiere, en voz baja y yo asiento con suavidad.

Él se gira sobre su eje para marcharse, pero lo detengo diciendo:

—Iskandar... —Se gira para mirarme y continúo—: Lo lamento mucho.

Luce confundido durante unos instantes.

—Lamento mucho todos los problemas que estoy causándote. Todas las discusiones con tu padre. Todos los roces. Yo no...

Él sacude la cabeza en una negativa.

—Detente —pide, al tiempo que da un paso en mi dirección—. No necesito esto. Tú tampoco lo necesitas. —Da otro paso más cerca de mí—. Hago esto por convicción, y volvería hacerlo mil veces si fuera necesario. Creo, de verdad, que estamos haciendo lo correcto. Así que, por favor, no te disculpes.

Trago duro, solo para deshacerme del nudo que siento en la garganta.

—Si estamos haciendo lo correcto, ¿por qué siento que estoy equivocada? ¿Por qué siento como si te hubiera hecho algo terrible? Estás a prueba ahora y...

Shhh... —Está tan cerca ahora, que acuna una de mis mejillas con la mano—. No es tu culpa. Es la mía, por nunca haber hablado de todo aquello que pasa debajo de la mesa y que me incomoda. —Niega con la cabeza—. Soy un Guardián, no un peón en un tablero de juego y no voy a permitir que me utilicen. No sin cuestionarlo todo. Y, si este es el precio que debo pagar para que las cosas cambien por aquí, que así sea.

Cierro los ojos con fuerza.

—Iskandar...

—Deja de angustiarte, Mads —dice, en voz baja y ronca—. Eres demasiado poderosa como para preocuparte por los jodidos Guardianes. Eres demasiado talentosa como para arrepentirte de ser tú misma. Demasiado hermosa como para agobiarte por lo que le suceda a un pobre diablo como yo.

Abro los ojos para encararlo, y la forma en la que me mira me eriza los vellos del cuerpo. Sus ojos están clavados en los míos y me falta el aliento. El corazón me late a toda velocidad y, de pronto, lo único que quiero hacer es acortar la distancia que nos separa para besarlo...

Pero eso no sucede.

No ocurre porque, al cabo de unos instantes, aparta su tacto de mí y da un paso hacia atrás.

Así, sin más, me siento vacía.

—Nos vemos más tarde, Mads.

No confío en mi voz para responder, así que solo asiento, como boba, mientras lo observo dar un paso más para alejarse de mí. Entonces, luego de unos instantes eternos, me regala un asentimiento que se me antoja inseguro y, después, empieza a avanzar por el pasillo.

Cuando lo pierdo de vista, me introduzco en mi habitación, cierro la puerta detrás de mí y me recargo contra ella mientras cierro los ojos y repito, una y otra vez, como en un bucle incesante, lo que acaba de ocurrir.

No sé qué es lo que me pasa. Porqué me late el corazón con tanta intensidad o porqué es que no puedo arrancarme del sistema la sensación ardiente que me dejó su tacto sobre la piel de la mejilla.

Me cubro el rostro con las manos, al tiempo que me deslizo hasta el suelo, sobre la alfombra de pelo largo que cubre la estancia. Acto seguido, cierro los ojos mientras trato de acompasar mi respiración inestable.

No quiero sentirme de esta manera por él. No quiero hacerle frente al centenar de emociones que me provoca, pero tampoco puedo ignorarlas del todo. Cada vez me cuesta más y más desperezarme del extraño halo eufórico y nervioso que me deja en el cuerpo cuando está cerca de mí. Cada vez me es más difícil ignorar lo que siento dentro del pecho cada que dice que soy fascinante o, peor aún, que soy hermosa...

Sé que no lo soy. Sé que el único atributo medianamente atractivo en mí, es el color intenso de mi cabello; y, de todos modos, cuando Iskandar pronuncia aquello, casi puedo jurar que me lo creo... Que, de verdad, soy todo eso que dice: hermosa, fascinante, poderosa y talentosa.

Un pequeño quejido se me escapa de los labios cuando, una vez más, en mi memoria, puedo escuchar su voz ronca repitiéndome todo eso que me mantiene soñando despierta durante las noches.

Sé que tengo que dejar de hacerme esto. Tengo que dejar de obsesionarme de esta forma con este chico, porque sé que él no siente lo mismo. Porque sé que, aunque lo hiciera, jamás podríamos estar juntos.

Yo soy una Druida y él es un Guardián. Existo para destruir su mundo, y él existe para despedazar el mío.

Él es fuego; yo soy hielo.

Es día y yo noche.

La guerra entre su mundo y el mío es una bomba de tiempo a punto de estallar y la supervivencia de los suyos es la extinción de los míos. No puedo darme el lujo de olvidarlo. No debo hacerlo...


***


Han pasado dos semanas desde aquella tensa y extraña conversación que mantuvimos el General Knight y yo en su oficina —con Iskandar como testigo.

La rutina a la que había sido sometida antes de que tomara la grandiosa idea de salir de la Casa Knight, ha regresado a la normalidad y, ahora, paso los días enteros absorta en entrenamientos exhaustivos que van desde desarrollar el dominio de los hilos energéticos, hasta reventarme los músculos tratando de seguirle el paso a Iskandar.

Hoy, particularmente, no tengo muchas ganas de hacer nada, pero me he levantado, he tomado una ducha caliente y ahora estoy aquí, avanzando por el corredor que da hacia el comedor principal, junto a un Ryan que camina a toda velocidad, como si fuéramos tarde, cuando en realidad no es así.

—¿Llevas prisa o algo así? —inquiero, mientras, por tercera vez, alcanzo su andar apresurado.

—No —responde, pero no disminuye el paso.

—Entonces, ¿por qué estamos corriendo?

—No corremos. Caminamos a buen ritmo.

Bufo.

—Se supone que debes escoltarme, no hacerme correr detrás de ti, Madan. Si quisiera correr, le añadiría una hora de entrenamiento matutino a mi rutina con el capitán Knight —bromeo y me dedica una mirada irritada.

—Se supone que ya deberías de haber memorizado el camino al comedor, Black —refuta y le regalo mi gesto más indignado.

—¡Son demasiados pasillos! —protesto, al tiempo que hago un mohín.

—¿Lo son o solo eres holgazana y no los memorizas?

—Vete al diablo —mascullo y noto como una sombra de sonrisa se desliza en sus labios.

Ryan, pese a su personalidad hosca, seria y severa, ha empezado a bajar la guardia conmigo. Incluso, he llegado a aprender que, esta manera de molestarme o de hacer comentarios mordaces, es su extraña y retorcida forma de bromear.

Es un chico peculiar, no lo voy a negar, pero me agrada; y casi puedo jurar que yo le agrado a él. No me atrevo a decir que somos amigos, pero es una cara familiar y amable dentro de este espacio hostil en el que ahora habito.

Los Guardianes han dejado de verme con recelo; sin embargo, no son amigables. Siguen ignorando mi presencia la mayor parte del tiempo, pero, cuando entreno —sobre todo con Anne— puedo sentirlos mirándome. Observándome como si fuese la criatura más fascinante que han visto jamás.

Con todo y eso, nadie se atreve a entablar una conversación conmigo y, de alguna manera, lo agradezco. No sé qué tan cómoda me sentiría si alguno de ellos tratase de entablar una amistad conmigo.

Solo Takeshi, Ryan, Lorraine e Iskandar orbitan a mi alrededor y estoy bastante conforme con ello. Es como si, después de lo que ocurrió hace un poco más de dos semanas, nos hubiésemos acercado un poco más. Desde entonces, siempre que podemos, tomamos el desayuno, la comida y la cena juntos.

Ahora mismo, después de hacer una fila corta para tomar nuestros alimentos, nos dirigimos a la mesa de la que nos hemos adueñado las últimas semanas. Ahí, Takeshi y Lorraine ya se encuentran instalados.

Me llama la atención el hecho de que Iskandar no se encuentra con ellos. Generalmente, cuando él no puede ir por mí a mi habitación, nos espera aquí, junto con los demás. Tampoco suele llegar tarde. Mucho menos hacerlo después de nosotros, así que, no verlo ya instalado en la mesa, envía una sensación extraña por mi espina.

Con todo y eso, me obligo a sentarme y a dar los buenos días antes de empezar a comer.

Lorraine y Takeshi discuten algo acerca de los Sellos del Apocalipsis que jamás había escuchado. Ni siquiera en clase de historia. Hablan sobre cómo el Séptimo Sello —de apellido Sato—, estaba de alguna manera ligado al Cuarto y al Ángel de la Muerte. Sobre la conexión que, se dice, existía entre la legendaria madre del Primer Guardián y el último Sello del Apocalipsis. Al parecer, ambos Sellos llevaban en la sangre el caos: El cuarto, a través del Hades —o la muerte—, que siempre la seguía; y el Séptimo debido a que, con él, inicia el fin de todo. La destrucción como tal.

Los escucho con atención, ya que jamás había escuchado nada acerca de lo que dicen y, si puedo ser honesta, la historia del Pandemónium siempre me ha parecido fascinante. Aterradora, , pero increíblemente fascinante.

Takeshi está a la mitad de camino de un discurso sobre el poder que poseían los portadores de los Sellos cuando, de repente, se detiene y hace un gesto en dirección a un punto detrás de mí.

Mi vista se vuelca casi de inmediato solo para encontrarme con la imagen de un Iskandar con gesto severo. Se acerca hacia nosotros, pero no luce como si estuviese teniendo una mañana tranquila, y eso enciende las alarmas en mi interior.

No dice nada cuando se acomoda en el asiento libre frente a mí, pero lleva una expresión tan desencajada y la mandíbula tan apretada, que temo que pueda partírsela en dos.

—¿Está todo bien, Is? —Takeshi inquiere. Suena tranquilo y despreocupado. Incluso, un tanto casual; pero hay un atisbo de alerta en su rostro.

Iskandar cierra los ojos un segundo antes de dejar escapar el aire en un suspiro largo.

—Me temo que no —responde, al cabo de unos segundos, y la manera en la que pronuncia aquello me eriza los vellos de la nuca.

—¿Qué pasa? —Es el turno de Ryan de preguntar. Él también suena alarmado.

—Mi padre tuvo una junta de emergencia hace unos momentos —dice—. Estaba informándome sobre el nuevo horario de entrenamiento al que serán sometidos todos los Guardianes novatos, cuando uno de sus tenientes le dijo que necesitaba hablar urgentemente con él y con todos los Líderes. —Hace una pequeña pausa—. Minutos después, ya estaban todos ahí. —Alza la vista para mirarnos a todos—. Al parecer, las cosas están empeorando en la ciudad.

Mi corazón se salta un latido.

—Ha dado la orden de empezar a sugerirle a la gente que, de tener oportunidad, se vayan al continente una temporada. Además, ordenó que todas las zonas en las que han habido avistamientos de demonios sean evacuadas cuanto antes. —Sacude la cabeza en una negativa—. Todo parece indicar que han sido reportadas apariciones de demonios de jerarquías muy altas y mi padre ha tomado la decisión de convocar a una reunión de emergencia con todos los representantes gubernamentales, el Consejo y los Líderes de los Clanes para comenzar un plan de evacuación para la isla entera en caso de que sea necesario.

Ryan suelta una maldición.

—Han muerto cerca de diez Guardianes de rango menor en batalla y se espera que sean muchos más si las cosas siguen así. —Iskandar continúa—. Mi padre dijo abiertamente que cree que los demonios ya se dieron cuenta de que Kodiak es una puerta abierta y que están dispuestos a hacer la entrada más y más grande, pero lo cierto es que no existe una forma de saberlo.

—Sí existe —Lorraine replica, casi de inmediato, y la vista de todos se posa en ella—. Es arriesgada, pero sí existe la manera de saber si la puerta de la iglesia se ha expandido.

—¿Y cuál es esa manera? —Takeshi pregunta, pero luce como si ya supiera la respuesta.

Lorraine se muerde el labio inferior unos instantes antes de decir:

—Ir a la iglesia y hacer un ritual para invocar al demonio con el que hice el trato por mi ojo. —El corazón me da otro vuelco furioso, pero ella continúa—: Él podrá decirnos todo lo que queramos al respecto. Fue parte de nuestro acuerdo: Mi ojo a cambio del poder de la verdad y de su ayuda siempre que la necesite. —Hace una pequeña pausa—. Solo necesito ir a ese lugar, invocarlo y hablar con él.

—Si te llevo a la iglesia, ¿crees poder hacerlo? —Iskandar inquiere y Lorraine asiente con seguridad.

—Por supuesto. Solo que, como dije, es arriesgado y podríamos meternos en muchos problemas... otra vez.

—Asumiré la responsabilidad si es necesario —Iskandar replica—. Y, si me dices que puedes hacerlo, no solo te llevaré a la iglesia, sino que me encargaré de protegerte en caso de que algo ocurra.

—Yo también voy —Ryan interviene.

—Y yo, por supuesto. —Es el turno de Takeshi de hablar.

—Pues yo tampoco estoy dispuesta a quedarme de brazos cruzados si puedo ayudar en algo —respondo.

—No es seguro que vayas —Iskandar refuta en mi dirección.

—Y tampoco es seguro que vayan ustedes.

—Pero no es lo mismo arriesgarnos nosotros a que vayas tú a exponerte de forma innecesaria. —Esta vez, la forma en la que Iskandar me habla es firme. Un tanto irritada.

—¿Y cómo, en el infierno, es que voy a exponerme de forma innecesaria? Por si no te has dado cuenta, Iskandar, soy perfectamente capaz de detener a cualquier demonio que se me ponga enfrente. —replico, y no puedo evitar sonar molesta—. ¿Crees que no voy a poder detener a lo que sea que salga por esa puerta?

La mirada del Guardián se oscurece varios tonos.

—¿Crees que no voy a poder detenerlo yo? —pregunta y aprieto la mandíbula.

—Corten eso ya —Takeshi interviene—. Es evidente que no vas a poder evitar que Madeleine venga con nosotros, Iskandar. Si se lo prohíbes, encontrará la forma de estar ahí, así sea yendo a pie hasta la iglesia; así que, mejor que estemos ahí por cualquier cosa que pudiese pasar, a que la ataquen solo por tu necedad de querer tenerla en una cajita de cristal todo el tiempo.

—Gracias —digo, en dirección a Takeshi, pero Iskandar no luce muy conforme. De hecho, lleva la mandíbula tan apretada, que casi temo que pueda partírsela en dos.

—Está decidido, entonces —Takeshi continúa, ignorando por completo el gesto enfadado de su compañero, y se dirige a Lorraine cuando pregunta—: ¿Cuánto tiempo necesitas para prepararte para el ritual?

—Esta misma noche podemos hacerlo —ella responde.

—Perfecto. Entonces, esta noche lo haremos. —El chico Sato resuelve y, sin decir una sola palabra más, todos comenzamos a tomar nuestros alimentos. Todos excepto Iskandar.





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