3
Los Guardianes que visitaron el local ayer no se presentaron a la preparatoria esta mañana. Ninguno de ellos. Ni siquiera Iskandar.
Es bastante extraña la dinámica que tienen estas criaturas con el mundo exterior. Durante los primeros años de su vida —y de su formación como Guardianes—, viven en reclusión. Mezclándose únicamente con los seis Clanes Guardianes que existen: Dunne, Madan, Duncan, Aldrich, Sato y Knight —siendo este último el más importante de todos.
Nadie sabe en qué consiste el entrenamiento al que son sometidos para convertirse en estos guerreros letales capaces de enfrentar demonios y criaturas paranormales; sin embargo, sabemos que, cuando están por terminar su formación, son obligados a pasar una temporada en el mundo exterior, rodeados de humanos sin capacidades extrasensoriales; contrario a lo son todos ellos.
El motivo de esto es que aprendan de nosotros. De la belleza de la humanidad como tal... O, al menos, eso es en la teoría.
La realidad es que, para los Guardianes, esos meses fuera de casa son para haraganear y hacer tantos desmanes y destrozos puedan.
Están obligados a preservar su linaje —porque descienden de criaturas celestiales—, así que sus matrimonios son arreglados; sin embargo, eso no los detiene de tontear con cuanta chica humana se encuentren antes de sentar cabeza. Estos meses fuera son ideales para eso: para romper corazones, pavonearse como celebridades por las calles de las ciudades a donde son enviados y hacer cuanta estupidez les plazca sin recibir un castigo por ello.
Este año no ha sido diferente en ese aspecto: los Guardianes a punto de ser nombrados oficialmente han sido enviados a casa, al lugar donde nacieron, a hacer su servicio social, por llamarlo de alguna manera.
Lo que ha cambiado ha sido la dinámica de los Guardianes de Élite. Ese pequeño grupo de Guardianes que destaca por sus habilidades —tanto individuales como en conjunto—, y que tiene un entrenamiento especial y distinto al resto de los Guardianes ordinarios.
Son chicos fuera de serie capaces de enfrentarse a criaturas fuera de nuestra imaginación y salir vivos para contarlo. Esos que, de enfrentarse con un batallón militar humano, harían una masacre en minutos.
Ellos no se mezclan con nosotros. Al menos, no de esta manera.
Enzo dice que, por lo regular, los envían de manera individual, en otras épocas del año, para ocultar sus identidades de Élite.
Este año, sin embargo, se han encargado de hacer que todo el mundo se entere de dónde se encuentran: Kodiak. Y no solo eso, se han encargado de hacer venir a una considerable cantidad de Guardianes veteranos para una gala exclusiva de la que no se sabe casi nada.
En casa sabemos que esa es una gran mentira. Enzo cree que todo esto empezó a ocurrir luego de que el tío Timotheus —el hermano mayor de mi madre— muriera. Mi tío Theo —el padre de Enzo— no nos ha dicho nada al respecto, pero mi primo y yo sabemos que llevaba años intentando invocar un demonio mayor en la iglesia abandonada junto al viejo faro de la isla; el lugar en el que falleció.
No es muy difícil sacar conclusiones con toda esa información y saber que algo muy malo ocurrió en ese lugar.
Por supuesto, eso atrajo la atención de todos los Guardianes y, desde entonces, las investigaciones a nuestra familia no pararon hasta que, finalmente, descubrieron que somos descendientes de los Black. Esos mismos que hace ciento cincuenta años se rebelaron contra el Primer Guardián y le juraron lealtad al mismísimo Lucifer. Esos que juraron ayudarlo a derrotar a todo el linaje de los ángeles que detuvieron el legendario Pandemónium.
Y la verdad es que no sé mucho de historia, pero sé que no se ha hablado bien de nosotros nunca. La familia Black siempre ha sido tachada de peligrosa e indeseable.
Somos los crueles brujos druidas que osaron matar inocentes para hacer uso del poder de las líneas energéticas que corren a través de la tierra. Esos que, por generaciones, intentaron abrir un portal para traer de regreso al mismísimo Lucifer y que, al no conseguirlo, prometieron ayudarlo a engendrar a su heredero. Ese que lo llevará a la victoria y derrotará a la estirpe Guardiana para apoderarse de la tierra.
Suena tétrico y aterrador cuando lo pones de esa manera. Pero la realidad es que nosotros no somos nuestros antepasados. No hacemos daño, ni tratos con demonios mayores. Solo sobrevivimos como podemos en un mundo que nos repudia por lo que hizo alguien más.
La voz de Tiff interrumpe el hilo de mis pensamientos y me trae al aquí y al ahora. Falta poco para cerrar, así que hay poca gente merodeando la tienda.
Me aclaro la garganta y parpadeo un par de veces antes de decir:
—Perdona. No te escuché. —El sonido congestionado de mi voz delata el resfriado que cogí por andar en medio del bosque de madrugada.
Por alguna razón, dormida, me adentré en el bosque y caminé cerca de doscientos metros antes de despertar ahí, descalza sobre la tierra fangosa y helada de la arbolada que rodea la propiedad donde vivimos. No dejé de tiritar todo el camino de regreso a la casa. El baño caliente que tomé tampoco eliminó los escalofríos y, pese a que me aseguré de secarme el cabello y abrigarme bien, amanecí con un resfriado incómodo.
No me siento enferma, pero la sensación de no estar del todo bien no me permite enfocarme como debería.
Tiff sacude la cabeza, al tiempo que sonríe.
—Te preguntaba si los Guardianes no te dieron problemas en la preparatoria —dice—. Supe que están asistiendo, cual adolescentes de último año.
—No se presentaron —replico, tratando de sonar tranquila, pero en realidad me pone de nervios pensar en ello.
Ella frunce el entrecejo al tiempo que acomoda la gruesa montura de los anteojos.
—Qué extraño.
—Y que lo digas —replico. Esta vez, no reprimo el escalofrío que me recorre la espina—. Solo espero que no vuelvan a poner un pie aquí.
Lo que pretendo que suene como una broma, hace palidecer el rostro —ya blanquecino— de Tiff, y su gesto se torna horrorizado de un segundo a otro. Sus pálidos ojos verdes se abren de par en par y farfulla algo antes de ponerse de pie del asiento en el que se encontraba.
La confusión me asalta en ese momento, pero me pongo de pie por inercia, a punto de preguntar qué está mal.
—Ay, Dios... —dice, sin aliento y, de inmediato, me percato de que no está mirándome a mí sino a la entrada del local.
La campanilla suena. Las voces suaves en mi cabeza se callan por completo...
... Y un puñado de piedras se me asienta en el estómago.
—Buenas noches. —La voz es ronca y firme, pero suave y amable al mismo tiempo. Un tanto... Diplomática.
—Buenas noches —replica Tiffany con la misma amabilidad que la del chico que acaba de irrumpir en la tienda. Pese a eso, suena más tensa que él.
Yo, disimulada, miro en dirección a la puerta y el corazón me da un vuelco cuando confirmo eso que ya sé.
Iskandar Knight está aquí.
Viste de negro de pies a cabeza y lleva en una mano la gabardina reglamentaria de los Guardianes. No se necesita ser un genio para deducir que se la ha quitado para entrar al local.
—Ya lo sé. —El chico dice, mirando a Tiff directamente—. Lo último que quieren es tenerme aquí luego de lo que pasó ayer, es solo que... —Me dedica una mirada rápida, dudoso—. Es solo que necesitaba cerciorarme de que estuvieran bien.
Mi cuerpo entero entra en tensión cuando escucho aquello, pero me las arreglo para mantener el gesto inexpresivo cuando clava sus ojos en mí.
Un escalofrío me recorre entera, pero no estoy segura de a qué se debe.
—Estamos bien. —Tiff responde por las dos—. Gracias por preocuparte.
Iskandar vuelve su atención hacia mi compañera y duda un segundo antes de mojarse los labios con la punta de la lengua para decir:
—Me alegro. —Una pausa—. En realidad, también venía por un par de cosas más.
De inmediato debe notar nuestra reticencia, ya que se apresura a continuar:
—Y sé que lo último que quieren es tener que tratar con uno de nosotros ahora mismo, pero... —Se lleva una mano al bolsillo trasero de sus vaqueros para sacar su billetera. Acto seguido, toma un montón de billetes sin siquiera mirarlos antes de ponerlos sobre el mostrador. Luego, hace un gesto en mi dirección—, necesito que ella me lea las cartas.
Mi vista cae en el dinero y el corazón me da un vuelco cuando veo al menos cuatro billetes de cien dólares sobre la madera.
Tiff guarda silencio, contemplando el dinero como yo. De cada lectura que hago, me quedo con una comisión del cincuenta por ciento. Serían, probablemente, más de doscientos dólares solo para mí.
Pero ¿A qué precio?
—Lo lamento mucho, pero no puedo aceptar —Tiff dice, con firmeza—. No voy a volver a exponer la integridad de mis trabajadoras a manos de un Guardián.
—He venido desarmado.
—Eres un Guardián. —Es mi turno de replicar—. No necesitas estar armado.
Iskandar me mira fijo. Algo brilla en su mirada mientras me mira de pies a cabeza. El calor se apodera de mis extremidades, pero no entiendo muy bien por qué. Quizás por el escrutinio descarado. La forma en la que sus ojos —penetrantes e imponentes— viajaron por mi cuerpo sin reparo alguno; como si estuviese analizándome.
—Touché —replica, y un escalofrío de puro terror me recorre de pies a cabeza por la declaración.
Sabe a la perfección que ninguna de nosotras tendría oportunidad si decide atacarnos.
—A todo esto, súmale que su apellido es Black. —Tiff interviene, contundente, haciendo un gesto en mi dirección—. Espero que entiendas por qué no puedo permitirte estar en este lugar. Ni se diga estar a solas con ella en una lectura.
—No necesito que estemos a solas.
—Claro. Como si yo pudiera detenerte de intentar algo. —Ella bufa.
Iskandar le dedica un gesto irritado.
—¿Y si te doy mi palabra?
Silencio.
Parpadeo un par de veces, tratando de procesar lo que está pasando.
Iskandar Knight acaba de decir que va a darle su palabra a Tiffany para conseguir una lectura del Tarot. Y, viniendo de cualquier otra persona, sus palabras no habrían tenido efecto alguno; pero, viniendo de él, son una total estupefacción.
Los Guardianes de linajes importantes —específicamente, los Knight— no hacen promesas. Es como una especie de Juramento de Lealtad viniendo de ellos. Si un Knight te da su palabra tienes certeza de que, lo que sea que te haya prometido, será cumplido. Porque su palabra está sellada bajo la sangre angelical que corre por sus venas.
Dejo escapar el aire con lentitud, al tiempo que contemplo al chico un largo momento.
Es alto y atlético. Su mandíbula angulosa hace que sus facciones luzcan hoscas y, al mismo tiempo, delicadas. Las ondas suaves que despeinan su melena oscura le dan un aspecto angelical, pero la ferocidad de su mirada te hace saber que no debes fiarte demasiado de ello. Iskandar Knight es todo menos angelical. Es peligroso y debo evitarlo.
Pero son doscientos dólares...
Aprieto la mandíbula.
—De acuerdo —digo, finalmente, y recibo una mirada alarmada de Tiff. Con todo y eso, me obligo a continuar—: Pero, luego de que te haga la lectura, te marcharás y no volverás a poner un pie en este lugar.
Él asiente. Su gesto es serio.
—De acuerdo —replica—. Tenemos un trato, Madeleine Black.
En ese instante, mi corazón se salta un latido debido a la impresión que me causa saber que este chico recuerda mi nombre. Me mantengo inexpresiva. Arrogante, incluso, cuando alzo el mentón.
Acto seguido, esbozo una sonrisa que no toca mis ojos y respondo:
—Tenemos un trato, Iskandar Knight.
Entonces, me excuso con el pretexto de ir a prepararlo todo y me escabullo por el pasillo en dirección al cuarto de lectura.
***
Mis manos barajan el mazo entre los dedos con familiaridad y soltura, pero el corazón me golpea contra las costillas con violencia. Trato de convencerme a mí misma de que no es porque Iskandar Knight está sentado frente a mí, con ese cuello alto, mangas largas y ondas suaves cayéndole sobre las cejas pobladas y oscuras.
Ojos azules —¿o grises?— me miran con detenimiento, como si tratasen de memorizar cada uno de mis movimientos, y se clavan en mi rostro tanto tiempo que me siento acalorada.
Pongo la baraja sobre la mesa y me obligo a encararlo para decir:
—Pon tus manos sobre las cartas, para llenarlas de tu energía.
Obediente, Iskandar coloca las manos sobre el Tarot, pero sin tocarlo, justo como instruí a Henry que hiciera.
Durante un segundo, tengo un debate interno conmigo misma.
—Puedes tocarlas si lo deseas.
El chico de los ojos azules me mira fijo durante un instante, absorbiendo la información que acabo de darle y, luego de un segundo, pone la palma izquierda sobre las cartas.
—Sepáralas.
—¿En cuántas partes?
—Cuantas desees.
Así lo hace. Parte la pila de cartas en cuatro montones disparejos. Cuando termina, paseo las manos sobre las cartas para sentir su calor. Las más cálidas, arriba. Las frías, que no tienen nada que decir, hasta abajo.
Entonces, empiezo la tirada.
Una extraña sensación comienza a llenarme el cuerpo conforme las cartas salen, pero no entiendo muy bien el motivo. Como una especie de hormigueo que empieza en las yemas de los dedos y se transforma en calor.
Al principio, creo que lo estoy imaginando, pero, conforme voy posicionando cada carta en su lugar, soy capaz de distinguir la extraña energía que este sujeto ha dejado sobre el mazo.
No es desagradable o viciosa. Solo es... abrumadora.
Todo en él lo es.
Estoy tan aturdida tratando de averiguar qué es este peculiar rastro que percibo en el Tarot, que no me percato de las cartas que han salido hasta que termino de colocarlas en su lugar.
Es una tirada compleja. A primera vista, habla de un secreto muy importante. Uno que quizás ni siquiera él sabe todavía. Habla de misterios. Intrigas. Verdades a medias... y destino. Mandatos obligados. Promesas que deben ser cumplidas y... ¿confusión?
Sí. Mucha confusión.
Las voces del Oráculo —que parecen desaparecer en presencia de este chico—, curiosas, empiezan a susurrar en mis oídos. Les intriga lo que ven y quieren saber más, pero yo no estoy segura de querer averiguar algo.
—¿Qué ves? —impaciente, inquiere.
Lo miro durante una fracción de segundo.
—Se guardan muchos secretos en tu entorno —digo, con tacto, y sus ojos se oscurecen.
—Siempre había creído que no había secretos entre Guardianes —dice, pero la sonrisa que esboza es suspicaz.
No está listo aún. No se lo digas. Susurran las voces de mi cabeza, pero no entiendo qué es lo que no quieren que le diga.
Frunzo el ceño.
Iskandar clava los ojos en los míos.
Sé que ha notado al Oráculo. No sé cómo lo ha hecho, pero casi podría jurar que ha notado el instante en el que me han hablado.
—¿Qué pasa?
—Es una tirada confusa —digo, porque es verdad, pero también porque quiero ganarme algo de tiempo—. Habla sobre secretos. Verdades a medias. Misterios. Cosas que seguramente ni siquiera tú sabes.
Un pinchazo de dolor lacerante entre las cejas me hace cerrar los ojos con fuerza y sacudir la cabeza con violencia.
¡No se lo digas! Esta vez, la demanda del Oráculo retumba en cada parte de mi cerebro.
—¿Te encuentras bien?
¿Qué demonios...?
Parpadeo unas cuantas veces.
El corazón me da un vuelco furioso cuando la resolución de lo que acaba de ocurrir me golpea con intensidad. El Oráculo acaba de provocarme un dolor de cabeza para evitar que hable de más.
Pero ¿Por qué?
—Madeleine...
—Debemos parar.
—Pero...
—Le diré a Tiff que te regrese tu dinero.
Me pongo de pie y él me imita, al tiempo que trata de preguntarme qué ocurre, pero ya estoy avanzando hasta la puerta.
Una mano grande y cálida —muy cálida— se cierra sobre mi antebrazo y me obliga a detenerme. De inmediato, giro sobre mi eje, dispuesta a propinarle un golpe por tocarme, pero, en el instante en el que sus ojos —feroces, ansiosos y desesperados— se posan sobre los míos el aliento me falta durante un segundo y vacilo.
—Por favor, dime qué ves —suplica—. Sea lo que sea, necesito saber.
—N-No puedo decírtelo —digo, con un hilo de voz y su mirada se oscurece.
—¿Por qué no?
—Aún no estás listo —repito las palabras que me dijo el Oráculo.
—¿Listo? ¿Listo para qué? —Esta vez, el agarre se intensifica lo suficiente como para ser incómodo.
—Suéltame.
—¿Listo para qué?
—¡No lo sé! ¡No me lo dijeron! ¡Déjame ir!
En ese momento, la puerta se abre de golpe, revelando a una Tiffany enfurecida, armada con un bate de béisbol y gesto determinado.
—¡Te lo advertí! ¡Largo!
—Pero...
—¡Fuera de aquí o llamo a la policía!
Iskandar, en ese momento, suelta el agarre que imprime en mi brazo y da un paso hacia atrás.
Tiene la mandíbula apretada debido a la tensión que trata de contener, y podría jurar que tiene ganas de ponerse a gritar o algo por el estilo. Con todo y eso, le toma un segundo recomponerse antes de dedicarme una mirada cargada de disculpa:
—Lo lamento.
—Regrésale su dinero, Tiff.
—No. No es necesario, yo...
—Vamos al mostrador —Tiffany lo corta y hace un gesto duro —pero amenazador— hacia el exterior de la estancia.
El chico parece rendirse al darse cuenta de que ninguna de las dos va a ceder y deja escapar un suspiro antes de encaminarse hacia la salida.
Antes de marcharse, se detiene una vez más, me mira por encima del hombro, y luego, abandona el lugar dejándome con el corazón en la garganta y unas ganas inmensas de ponerme a gritar.
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Este es un poquito más cortito de lo normal, pero creo que es sustancioso. <3
Cuéntenme, ¿Cómo creen que sea la descendencia de las familias? Ya sabemos que los Knight son los descendientes de Mikhail y Bess, y que los Aldrich son los descendientes de Rael y Niara. Pero, ¿y los demás?
Inserte sus adivinaciones aquí:
¡Nos leemos en el siguiente! <3
Las quiero muchito. Baais.
-La Sam.
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