27
El camino de regreso a la fortaleza Kinght es silencioso.
Al volante, Iskandar conduce en total concentración. Takeshi va en el lado del copiloto y, atrás, Ryan, Lorraine y yo nos acomodamos en uno de los amplios asientos de un todoterreno.
Pese a que nadie pronuncia ni una sola palabra, todos sabemos lo que nos espera al regresar a ese lugar y, honestamente, no creo que a nadie nos agrade la idea. Estoy segura de que seremos convocados por el padre de Iskandar y que, como mínimo, me espera un discurso monumental por parte del líder de los Guardianes.
Lo único que espero, es que los demás no tengan muchos problemas por mi culpa. Tampoco es como si estuviera contando con ello; porque, al final, fuimos todos los que contribuimos a este desastre; pero sé, de antemano, que la culpable soy yo.
Si no hubiese abandonado la Casa Knight junto con Lorraine, Iskandar no se habría metido en problemas por defenderme; tampoco lo habría hecho Takeshi o Ryan. Quizás, si hubiese intentado infundir un poco de sentido común en Lorraine, ni siquiera ella habría abandonado ese lugar y todo esto sería solo un caso hipotético... Pero sé que eso no existe. Que las cosas sucedieron y que, ahora, no queda de otra más que afrontar las consecuencias.
Al llegar, lo primero que hacemos, es dirigirnos al ala médica de la mansión. Me sorprende encontrarme con que hay una decena de médicos despiertos y listos para atendernos tan pronto como entramos; sin embargo, el entendimiento viene a mí rápidamente.
Están aquí, listos, para atender a los heridos en batalla. Están preparados para recibir a aquellos Guardianes que, durante el combate, terminaron comprometidos de alguna manera.
Una pregunta fugaz me atraviesa la cabeza cuando el médico que me atiende me pide realizar ciertas cosas para determinar si el golpe en mi cabeza es de gravedad o puedo irme a la cama... ¿Qué pasará con aquellos Guardianes cuyas heridas son de una gravedad inmensa? ¿Serán llevados a algún hospital? ¿O los trasladarán hasta acá con la esperanza de que logren sobrevivir?...
El médico me inspecciona las pupilas y me pide hacer unas cuantas cosas más antes de preguntarme cuánto tiempo ha pasado desde que me golpeé la cabeza hasta ahorita y si he sentido alguna otra cosa más que dolor y aturdimiento.
Respondo a sus preguntas de manera mecánica y, al cabo de quince minutos más de exhaustiva inspección, me dice que me pondrá unos puntos en la herida de la mejilla y que, si en ese transcurso de tiempo no hay ninguna novedad con el malestar que siento por el golpe, me puedo ir a descansar.
Así pues, el médico se toma su tiempo suturándome, y puedo sospechar que está tratando de alargar lo más posible el procedimiento solo para cerciorarse de que el golpe en mi cráneo no sea de cuidado.
Finalmente, cuando termina, me da unas pastillas para el dolor y me dice que puedo irme a la cama; bajo la indicación de que, si el dolor no se marcha con las pastillas o de que, si noto algo más en cuanto a mis síntomas, debo regresar de inmediato.
Le agradezco antes de bajar de la camilla alta sobre la que me mantenía sentada y salgo de la enorme habitación sin esperar nada más.
No me sorprende encontrarme con Iskandar de pie junto a la puerta. Lo que lo hace, es la postura rígida que mantiene hasta que salgo de ese lugar.
Sus ojos barren mi anatomía de pies a cabeza con lentitud y la sensación bochornosa que me invade siempre que siento su mirada —pesada y penetrante— sobre mí, se mezcla con algo más. Algo cálido y extraño que no puedo describir con palabras.
Se siente como si tratase de asegurarse de que me encuentro bien; sin embargo, no me atrevo a apostar. Finalmente, hace un gesto en dirección al corredor frente a nosotros.
—Vamos —dice, con la voz enronquecida—. Te escoltaré a tu habitación.
No espera a que diga nada. Empieza a moverse sin siquiera echarme un segundo vistazo.
—¿Y los demás? —inquiero, intentando alcanzarle el paso, al tiempo que me coloco encima el cabestrillo que se supone que debo llevar puesto pese a que, extrañamente, ya no me duele tanto la muñeca. Podría jurar que la sensación de dolor es ahora casi nula.
—Ryan llevó a Lorraine a su habitación —dice—. Takeshi fue llamado por su padre.
—¿Está en problemas?
—En tantos como lo estamos nosotros.
El corazón me da un vuelco.
—Lo lamento —mascullo, pero Iskandar no responde. Se limita a avanzar a paso lento, pero con gesto duro en la expresión.
Tiene la mandíbula tan apretada, que temo que pueda rompérsela en cualquier instante, y su ceño está tan fruncido, que sus cejas casi se unen al centro de su frente.
No se necesita ser un genio para saber que está furioso. Lo que no logro entender es si su molestia es hacia mí o con la situación en general; pero no voy a ser muy optimista y voy a asumir que, en efecto, está enojado conmigo.
Con esto en la cabeza, me mantengo en silencio el resto del camino a mi habitación. Una vez ahí, Iskandar abre la puerta y se hace a un lado para dejarme pasar. Acto seguido, se introduce en la estancia detrás de mí y cierra detrás de él con un sonido brusco.
Aprieto los dientes, pero me obligo a encararlo.
Silencio.
—¿Necesitas algo más? —inquiero, al cabo de lo que se siente como una eternidad, y su gesto se contorsiona en uno iracundo.
—¿Qué si necesito algo más, dices? —sisea—. ¿Qué tal no meterte en problemas? ¿Qué tal no salir a la mitad de la maldita madrugada a exponerte a un peligro innecesario?
Cierro los ojos con fuerza.
—Ya te dije que lo lamento.
—¡No es suficiente con lamentarlo! —espeta—. ¡¿Es que acaso no lo entiendes?! ¡Pudiste haber muerto!
—¡Pero no lo hice! —espeto de vuelta—. ¡No lo hice y sé que no fue por mi maldita buena suerte! —Sacudo la cabeza en una negativa, al tiempo que bajo el tono de mi voz a uno más acompasado—. Sé que fui una estúpida y que, si ahora mismo estoy aquí, es por ustedes. Por Takeshi, Ryan, Lorraine y tú. Por la forma en la que me defendieron de ese hombre que quería acabar conmigo. —Hago una pequeña pausa—. Y sé que no debí abandonar este lugar por nada del mundo. Y la verdad es que yo tampoco sé en qué diablos pensaba cuando salí de esta habitación y decidí que acompañar a Lorraine a ver qué ocurría era una buena idea... Por eso, me disculpo. Porque sé que no debí hacerlo. Porque sé que cometí una estupidez y me expuse de una manera innecesaria.
Iskandar sacude la cabeza en una negativa.
—Es que no creo que lo entiendas, Madeleine —suelta—. Kodiak fue un maldito infierno esta noche. Nos enfrentamos a un centenar de demonios de todas las jerarquías, y Lorraine y tú decidieron que era el momento ideal para ser estúpidas y descuidadas, y exponerse de esta manera. —Suena cada vez más y más molesto—. Nos expusieron a todos. Civiles incluidos. Tuvimos que dejar abandonado todo un flanco para ir a buscarte y, después, tuvimos que dejar completamente al descubierto una zona entera de la ciudad, repleta de personas incapaces de defenderse por su cuenta de esas criaturas, solo para acudir al lugar donde aquel demonio de segunda jerarquía se encontraba atacándote.
Sus palabras me escuecen con violencia y sé que tiene razón. Que cometí una estupidez enorme. Que ni siquiera debí abandonar esta habitación en primer lugar, pero ya no puedo cambiarlo. No puedo revertirlo. Las cosas han pasado y solo me queda aprender. Ser cuidadosa la próxima vez.
—¿Y qué quieres que te diga? —La voz me tiembla debido al nudo que siento en la garganta, pero ya no me importa fingir un poco de estabilidad. Sé que me equivoqué y que, gracias a eso, puse muchísimo en riesgo—. ¿Qué diablos esperas que haga ahora? —Sacudo la cabeza, al tiempo que me encojo de hombros—. No puedo cambiar lo que ya pasó. Solo puedo disculparme y ser más concienzuda la próxima vez, para no cometer los mismos errores que cometí esta noche. Por más que quisiera tener algo más qué decirte, Iskandar, no hay más. Y, si lo siguiente que vas a decir es que soy una imbécil, desconsiderada y descuidada, ahórratelo, porque eso ya lo sé. No necesito que me lo digas.
—No —replica, con la voz enronquecida por la fuerza de sus emociones. Sus ojos lucen tan oscuros, que casi no se ven azules o grises—. No eres una imbécil, ni una desconsiderada o descuidada. Eres una inconsciente. Creí que eras diferente. No tienes idea de cuán decepcionado me siento ahora mismo.
Algo dentro de mí se rompe en mil pedazos y duele tanto, que me quedo sin aliento. Lágrimas calientes y pesadas se deslizan por mis mejillas y, pese a que sé que todo lo que ha dicho tiene algo de verdad, no quiero seguir escuchándolo; así que, haciendo acopio de la poca dignidad que me queda, digo, con la voz en un hilo tembloroso:
—Vete.
No se mueve.
—¡Vete de aquí! —Alzo la voz, al tiempo que doy un par de pasos hacia él y lo empujo con ambas manos—. ¡Largo! —Lo empujo una vez más—. ¡Déjame en paz! ¡He tenido suficiente de ti! ¡Vete!
—Mads...
—¡Y una mierda! ¡No quiero seguir escuchándote! ¡Ya has dicho todo lo que querías, ahora lárgate de aquí y no vuelvas jamás! ¡Si tan decepcionado te sientes y tan inconsciente crees que soy, entonces ni siquiera te molestes en volver a defenderme! ¡Vete de aquí!
—¡¿Es que no lo entiendes?! —Espeta, al tiempo que me toma por los brazos con fuerza —sin hacerme daño— para evitar que siga empujándolo hacia la salida.
—¡¿Qué es lo que se supone que tengo que entender, Iskandar?! —espeto de regreso, al tiempo que trato de deshacerme de su agarre implacable.
Llegados a este punto, estamos tan cerca de la puerta, que no le toma mucho esfuerzo girarnos sobre su eje y presionarme contra ella con la firmeza suficiente como para inmovilizarme un poco.
Acto seguido, me toma la cara entre las manos y me besa.
El corazón se me acelera tan súbitamente, que me toma unos segundos corresponderle el gesto; sin embargo, cuando lo hago, mi lengua busca la suya con intensidad.
Iskandar desliza una mano para sostenerme por el cuello y, con la otra, me envuelve por la cintura y pega nuestros cuerpos con brusquedad.
Entonces, se aparta de mí, une su frente a la mía y susurra, con la voz rota por la fuerza de nuestro contacto:
—Que si algo te hubiese ocurrido, no me lo habría perdonado nunca —dice, en un resuello entrecortado—. Eso es lo que no entiendes —Sacude la cabeza en una negativa y me besa de nuevo.
Esta vez, un gruñido ronco escapa de su garganta cuando, sin esperar a que le dé entrada, busca mi lengua con la suya.
Tiemblo de pies a cabeza. El corazón me golpea con tanta violencia contra la caja torácica, que temo que pueda hacer un agujero en mi pecho para salir corriendo lejos de aquí.
Me aparto y lo empujo.
Él me deja ir tan pronto como siente la presión de mis brazos alejándolo y, pese a que el vacío que siento es tan apabullante que apenas puedo soportarlo, me obligo a encararlo.
—Por favor, vete...
—Mads...
Niego con la cabeza.
—No. —Lo corto de tajo—. No estoy dispuesta a seguir con este juego en el que me ilusiono, caigo y luego... —Me quedo sin aliento—. Y luego me tratas con indiferencia o, peor aún, me ignoras. —Cierro los ojos con fuerza—. Así que, por favor, Iskandar, no me hagas esto y vete de aquí.
Cuando lo encaro, luce como si lo hubiese abofeteado con fuerza. Jamás había visto ese gesto torturado en su rostro. La forma en la que su ceño se frunce en un gesto angustiado es completamente nueva para mí. También lo es la manera en la que un músculo le salta en la mandíbula debido a la fuerza con la que aprieta los dientes.
Traga duro.
Me mira durante un largo momento con una intensidad que me escuece las entrañas y me hace querer acortar la distancia que nos separa para besarlo.
Entonces, avanza hacia la puerta.
Tengo que quitarme de su camino para que pueda salir, pero, cuando lo hace, ni siquiera me echa un último vistazo. Cierra la puerta detrás de él sin mirar atrás.
Acto seguido, me llevo las manos a la cara y lloro.
Ni siquiera sé por qué lo hago, pero no puedo detenerme. Esta noche, solo necesito llorar hasta quedarme dormida.
***
Son alrededor de las doce del mediodía cuando Ryan y Takeshi se presentan en mi habitación para escoltarme a la oficina de Sylvester Knight.
Durante todo el trayecto, los dos Guardianes avanzan en silencio, pero no soy capaz de percibir hostilidad en sus gestos. Mucho menos, soy capaz de percibir molestia en ninguno de los dos. Ryan siempre ha sido un chico pragmático. Serio y reservado. Incluso, un tanto hostil en sus ademanes; sin embargo, he aprendido a conocerlo lo suficiente como para saber que no hay ni un solo atisbo de enojo en él ahora mismo. Con Takeshi, es más sencillo averiguarlo. Takeshi Sato es enigmático, y siempre parece saber un poquito más que tú respecto a todo lo que ocurre; sin embargo, se nota a leguas que no es un chico que se enoje con facilidad.
Con todo y eso, mientras avanzamos hacia la oficina del General, no puedo evitar sentirme aterrorizada. Ansiosa hasta la mierda.
Quiero preguntarles si se metieron en muchos problemas por mi culpa y, al mismo tiempo, no quiero saberlo; porque, si me dicen que ha sido así, no dejaré de imaginarme qué es lo que me espera a mí por haber abandonado la Casa Knight sin permiso de nadie.
Nos detenemos frente a unas puertas dobles enormes y, mientras Takeshi y Ryan las abren para mí, siento que el corazón me va a estallar.
Aun así, me obligo a avanzar hacia el interior con toda serenidad que puedo, con el mentón alzado y el gesto inexpresivo.
No sé qué es lo que espero encontrar, pero tampoco me sorprende que la sala esté repleta de personas.
Están todos los Líderes de los Clanes Guardianes, así como Anne y dos mujeres más de edad muy avanzada.
Dentro de la estancia, también se encuentran Iskandar y Lorraine; sin embargo, ellos no forman parte del pelotón de fusilamiento que pareciera haber sido armado en mi contra. Al contrario, luce como si estuviesen a punto de ser juzgados... Justo como yo.
Al centro de todo, se encuentra el padre de Iskandar, y luce tan molesto, que un escalofrío me recorre entera cuando clava sus ojos en mí. De todos modos, avanzo hasta colocarme junto a Lorraine y, junto a Iskandar, Takeshi y Ryan se posicionan también.
Me sorprende un poco verlos hacer eso, pero no me toma mucho tiempo averiguar el motivo: ellos también han sido mandados llamar para recibir su castigo por lo ocurrido anoche.
Siento como si un puñado de piedras cayera en mi estómago de inmediato y el remordimiento de conciencia que me embarga es abrumador.
—Qué bueno que ya están todos aquí —Sylvester suena severo, pero cordial—. Es hora de empezar.
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