26



El impacto me deja sin aliento y, de pronto, mis pies dejan de tocar el suelo unos instantes antes de caer sobre mi espalda con tanta violencia, que me quedo sin aliento. La cabeza me rebota contra el concreto y los bordes de la visión se me nublan de inmediato. No puedo respirar. No puedo pensar. El dolor que estalla en toda mi anatomía es tan abrumador, que no soy capaz de reaccionar.

Me toma unos instantes darme cuenta de que la criatura está clavando una de sus manos en mi mejilla derecha y que la otra la aferra a mi cintura y, cuando abro los ojos para encararla, el terror se mezcla con la confusión que me embarga y me hace ahogar un grito.

No tiene ojos. El lugar en el que deberían estar, está completamente hueco y solo hay carne viva y sanguinolenta. Tiene una hilera delgada de dientes filosos que se abre hasta lucir imposible y su rostro es tan anguloso, que no luce natural. Entonces, emite un sonido agudo que me taladra los tímpanos.

De pronto, el Oráculo grita de regreso y, antes de que pueda darme cuenta de lo que está pasando, el demonio sale despedido fuera de mí.

Como puedo, me giro sobre mi eje y, a rastras, comienzo a avanzar lo más que puedo lejos de él... O de ella.

El Oráculo me advierte y apenas tengo tiempo de rodar sobre mi tronco antes de que la punta de un ala membranosa se clave en el suelo con violencia. Un grito se construye en mi garganta cuando el demonio trata de alcanzarme y, más por instinto que por otra cosa, tiro de los hilos que, en el estado de adrenalina pura en el que me encuentro, brillan por todos lados.

La bestia emite un rugido aterrador cuando choca contra el campo de fuerza creado por las hebras a mi alrededor, y es solo gracias a ello, que tengo oportunidad de ponerme de pie.

Siento que la cabeza me va a estallar. Me duele tanto, que las sienes me palpitan con violencia, y cada latido me nubla más y más la vista. Voy a desmayarme en cualquier momento. La criatura que me ataca va a matarme cuando no pueda defenderme más.

Se acabó. Voy a morir aquí, a manos de un demonio de jerarquía mayor.

Mejor a manos de un demonio que de un Guardián, me susurra el subconsciente, y casi sonrío ante la idea de tener una muerte más honorable para los de mi clase que la de sucumbir ante la dinastía Guardiana.

Las criaturas hechas de sombras nos rodean y se ponen en guardia, como si solo esperasen las instrucciones del demonio que me ataca para abalanzarse en mi contra.

El Oráculo sisea, pero son tantas las voces que hablan a la vez, que no logro entender nada de lo que dice. Habla acerca de respeto, lealtad y mostrar mi valía, pero no sé si realmente estoy entendiendo bien o solo es el maldito golpe que me di en la cabeza el que está perturbándome las ideas.

Las alas del demonio frente a mí se extienden, grandes e imponentes —hermosas— y se agazapa antes de enterrar las manos en el concreto —como si las enterrara en la arena suave de la costa o algo por el estilo— y tirar con fuerza.

El Oráculo chilla, como si le doliera cuando lo hace y, es en ese momento, cuando lo noto...

Pánico se mezcla en la maraña de sentimientos y sensaciones que me abruman. Un puñado de piedras se me acumula en el estómago. El corazón me da un vuelco furioso.

Las voces en mi cabeza gritan y rugen, cual animal herido, y me hacen llevarme las manos a las orejas y arrodillarme en el suelo. Está tirando de los hilos. Los está... rompiendo.

Grito.

Grito de dolor.

Grito porque no puedo soportar la tortura que me estruja las neuronas.

Fuego crudo y puro comienza a llenarme el cuerpo entero a una velocidad alarmante y ardo. Ardo de adentro hacia afuera.

Se siente como si estuviese a punto de estallar. Como si necesitara dejar libre el fuego que se acumula en mi interior.

No puedo más. No puedo contenerlo ni un segundo más. Tengo que...

Y, entonces, sucede...

Un sonido antinatural escapa de mis labios. Mis manos hormiguean. Mis brazos se alzan casi por voluntad propia...

... Y lo dejo ir.

El estallido de energía es tan brutal, que los demonios que me rodean gritan. Soy vagamente consciente de cómo es que tratan de huir, pero el fuego es inclemente y los alcanza tan pronto como empiezan a disolverse.

El demonio que tiraba de los hilos grita de agonía y trata de escapar, pero, ahora que los ha dejado ir y soy capaz de recuperar un poco la cordura, dejo que el Oráculo se haga cargo y que tire de cada hebra que lo rodea para evitar que se vaya.

Mi visión se ha oscurecido, pero levanto las manos para tirar de los hilos hacia mí y derribar a la criatura que ha quedado completamente inmovilizada por la energía de la Línea.

La criatura grita cuando el fuego la alcanza y la hago arrodillarse, con las alas extendidas en ángulos dolorosos, ante mí.

Esta vez, logro entender a la perfección lo que el Oráculo me pide que repita en voz alta:

No tienes idea de con quién te has metido.

En jab usagui mieish tabeh jeht —repito, y me sorprende que las palabras se me escapan en ese idioma extraño y ancestral que hablé antes; frente a los demonios que nos atacaron a Lorraine y a mí hace un rato.

Arrodíllate ante mí. Tendrás misericordia.

Likhoa berkhe ifnae. Agaleh rak hammim.

El demonio suelta un sonido ronco y gutural, pero suena más confundido que otra cosa. Como si una especie de reconocimiento le llenase el cuerpo de un segundo a otro.

Entonces, dice algo que no logro entender, pero el Oráculo parece hacerlo a la perfección; ya que, poco a poco deja de ejercer la presión que mantenía sobre los hilos de energía.

Un destello de terror me embarga cuando noto que ya puede moverse con libertad, pero se disipa ligeramente cuando noto que no hace nada por atacarme.

Acto seguido, inclina la cabeza y se posa sobre una rodilla, como si me respetara. Como si estuviese mostrándose... ¿leal?

El corazón me va a estallar dentro del pecho y algo victorioso se alza en mi sistema cuando la criatura hace una especie de reverencia.

El Oráculo ruge, triunfal, y yo, de manera inevitable, me siento de la misma manera. Como si pudiese ponerme a gritar en cualquier momento; sin embargo, no tengo tiempo para ello, ya que la criatura frente a mí, a una velocidad abrumadora, vuelca su atención a un punto a mi derecha.

No espera demasiado para girarse de vuelta, pronunciar algo que no soy capaz de entender y reverenciarme con rapidez, antes de abrir las alas para batirlas en un vuelo furioso y rápido.

En ese momento, una flecha encendida en fuego sale disparada desde los árboles y golpea al demonio en una de sus alas con una precisión aterradora.

El terror me embarga, pero la criatura no se detiene. Sigue volando mientras que otra flecha le golpea en la misma ala, haciéndola perder altura.

Órdenes son ladradas en voz alta y, es en ese instante, que los veo saliendo de todos los lugares posibles y empiezan a formar un círculo a mi alrededor. Primero, dándome la espalda, como si tratasen de protegerse de algo —o de protegerme a mí— y, luego, volcados hacia mí, como las figuras hechas de humo que mandaron llamar al demonio que ahora sortea en el aire por las flechas letales que salen despedidas a toda velocidad en su dirección.

La resolución de este hecho se asienta en mis huesos y me llena de una sensación insidiosa y pesada. Casi puedo sentir el regusto amargo en la punta de la lengua y la mortificación corriéndome a través de todo el cuerpo...

Los Guardianes están aquí y no lucen amistosos cuando, sin más, se ponen en guardia en mi dirección. Como si yo fuese una criatura igual o más peligrosa que esa que escapa a toda velocidad de su yugo.

Siento el corazón en la garganta, pero estoy tan agotada y adolorida, que ni siquiera me molesto en buscar alguna cara familiar entre todas estas hostiles y severas que me observan con recelo y cautela.

—¡Guardianes! —Se escucha una voz de mando en la lejanía y, como fuese parte de una coreografía, todos se inclinan en una posición de ataque—. ¡Acaben con ella!

Lágrimas calientes y pesadas se deslizan por mis mejillas, pero me mantengo inexpresiva mientras espero el ataque.

Ahora más que nunca me queda claro que vieron lo que ocurrió entre el demonio yo. Vieron lo que soy capaz de hacer y la forma en la que esa bestia se inclinó ante mí.

Las voces en mi cabeza sisean, como si estuviesen preparándose para atacar; sin embargo, no lo hacen. Se detienen a medio camino tan pronto ocurre...

Una figura salta frente a mí.

Parpadeo un par de veces.

Solo soy capaz de verle la espalda ancha —vestida en esa extraña armadura que utilizan los Guardianes—, y el cabello oscuro enroscándosele hacia afuera sobre la nuca. Solo soy capaz de verle la figura imponente —en posición de ataque, irradiando peligro y violencia— para saber de quién se trata.

Iskandar.

De repente, otra figura salta con gracia, colocándose a mi derecha en posición de ataque.

Takeshi.

Un Guardián más se coloca a mi izquierda y, esta vez, me sorprende darme cuenta de quién se trata.

Ryan.

Finalmente, con menos agilidad que sus compañeros, Lorraine se coloca a mis espaldas, para terminar de formar un pequeño círculo de protección a mi alrededor.

—¿Qué demonios estás haciendo, Capitán Knight? —Alguien habla, y suena molesto y tenso al mismo tiempo.

—El General tiene un trato con la señorita Black, Mayor Dunne, y me temo que no puedo permitirle acabar con ella sin una orden expresa. —Iskandar suelta y suena más controlado que el hombre que ha hablado; sin embargo, hay un filo duro en su tono.

Silencio.

—Viste lo que hizo, Knight —dice el hombre en sus cuarentas, que ahora ha dado un paso hacia adelante y me ha regalado un vistazo de su anatomía—. No podemos dejarla ir así como así. Tenemos que contenerla.

—No vamos a dejarla ir, Mayor; y, para contenerla, no es necesario eliminarla —Iskandar replica—. Ya se lo dije: El General tiene un acuerdo con ella, y no voy a permitir que se vea comprometido por una decisión tomada en el calor de la batalla.

—Iskandar Knight, esto es desacato. ¿Acaso estás planeando amotinarte en mi contra?

—Con todo respeto, Mayor Dunne, pero en ningún momento le he faltado al respeto. Mucho menos he provocado un amotinamiento.

—Ah, ¿no? —El Mayor responde—. ¿Entonces qué es lo que están haciendo Takeshi Sato, Ryan Madan y Lorraine Aldrich si no es apoyar tu motín sin sentido?

—Los Líderes de los Clanes Guardianes apoyan por completo la alianza creada con la señorita Black —Takeshi interviene—. Está en mis intereses hacer valer el voto de la familia Sato en ese acuerdo. Si estoy aquí, no es para apoyar al capitán Knight en ninguna clase de amotinamiento. Lo hago para defender el honor de mi familia; porque nosotros entendemos que, si bien Madeleine Black es una chica a la que no podemos darnos el lujo de quitarle el ojo de encima, es más importante tenerla de nuestro lado que en nuestra contra. Ni hablar de deshacernos de ella. No podemos permitirnos ese atrevimiento.

Puedo ver, dentro de mi limitado campo de visión, como el hombre que los enfrenta clava sus ojos en Ryan.

—Ryan... —pronuncia, como pidiéndole una explicación.

El soldado se limita a hacer un gesto en dirección a Takeshi.

—Todo lo que dijo Sato.

Sin que pueda evitarlo, suelto una pequeña risa nerviosa, solo porque no esperaba una respuesta tan escueta por parte de Ryan y, al mismo tiempo, no puedo imaginarlo dando otra. Es tan pragmático y corto de palabras, que no puedo visualizarlo lanzando un discurso como el de Iskandar o Takeshi.

Siento la mirada reprobatoria de Takeshi, pero, también, soy capaz de notar el atisbo de sonrisa en la comisura de sus labios.

Casi mascullo una disculpa, pero soy interrumpida por la voz del hombre, quién estalla:

—¡¿Es que acaso han perdido la maldita cabeza?! ¡La chica es peligrosa! ¡Contuvo a un demonio de Segunda Jerarquía y, no solo eso, hizo que se arrodillara ante ella! ¡¿Qué clase de sangre creen que corre por sus venas si una criatura de esa calaña se abstuvo de atacarla?! ¡Y para coronarlo todo, la chica habla la lengua de los demonios! ¡Todos la escucharon!

Es el turno de Lorraine de intervenir:

—La lengua de los demonios fue, en algún momento, una lengua celestial, Mayor Dunne. Y, por si no lo recuerda, también es una lengua madre. El hebreo mismo se desprende de esa lengua, así que no hay que maximizar la situación solo para satanizar a una chica que apenas tiene control de sus habilidades. —Lorraine ya ha caminado hacia el frente, para encarar al Mayor—. Además, todos aquí sabíamos que la chica era capaz de controlar demonios de jerarquías altas. ¿O es que acaso no escuchó lo que hizo con aquella Quimera en la iglesia abandonada? —Sacude la cabeza en una negativa—. Como dijo ya Sato, no podemos darnos el lujo de deshacernos de alguien con ese tipo de habilidades.

—¡Esto es ridículo! ¡Están cegados por su amistad con esta chica! —El hombre estalla—. ¡Es peligrosa!

—Y, de todos modos, no puede tocarla, Mayor Dunne. —Iskandar suena gélido ahora. Como si estuviese perdiendo la paciencia.

El Mayor clava sus ojos verdes en Iskandar.

—No porque eres el hijo del General vas a hacer lo que te plazca, muchachito impertinente —espeta.

—No hago lo que me place, Mayor Dunne. —Iskandar esboza una sonrisa que no toca sus ojos—. Usted sabe perfectamente que no podemos tocar a Madeleine por ningún motivo, así que no voy a permitir que le ponga una sola mano encima. Ni usted, ni nadie en este maldito lugar.

—¿Estás amotinándote?

Esta vez, Iskandar suelta una risotada arrogante, muy impropia de él.

—Tómelo como quiera, Mayor. —Iskandar suelta, con soberbia—. Si no tiene las neuronas suficientes para entender lo que tratamos de decirle, entonces tampoco voy a molestarme en intentar explicarle. Vaya a hablar con mi padre si tiene dudas de las indicaciones expresas que dio respecto a la señorita Black o...

—¿O qué?

—O váyase al diablo.

Un murmullo creciente invade a todos los Guardianes, quienes miran a Iskandar como si se hubiese vuelto loco.

El Mayor no dice nada. Solo contempla al chico que ahora sí parece haber perdido todo atisbo de paciencia que le quedaba.

—Esto es desacato, Knight. —El hombre advierte, como si no pudiese creer lo que está pasando. Como si Iskandar jamás hubiese mostrado esta clase de comportamiento delante de ningún superior.

—Y también amotinamiento, si así quiere verlo. Me importa un demonio. —Iskandar espeta.

—Debería partirte la nariz.

Esta vez, una sonrisa taimada y arrogante se desliza en los labios del Guardián de Élite.

—Quisiera verle intentarlo.

Otro murmullo estalla entre los Guardianes que nos rodean, pero pronto acalla y le sigue el silencio tenso que las palabras de Iskandar ha dejado.

—Tu padre se enterará de esto, Knight.

—Estoy contando con ello, Mayor Dunne.

El hombre aprieta la mandíbula antes de hacer un gesto en dirección a los Guardianes.

—¡Vayan a dar una última ronda por toda la ciudad! —ladra—. ¡No podemos dejar a una sola de esas cucarachas rondando por ahí!

Y así, sin más, su séquito de guerreros empieza a retirarse. Uno a uno. Con lentitud.

El último en marcharse es el Mayor, no sin antes dedicarme una mirada venenosa y recelosa. No lo culpo. Me tiene miedo. Honestamente, creo que yo misma siento un poco de miedo sobre todo lo que he estado descubriendo de mí misma durante la última semana.

Finalmente, cuando solo quedamos Iskandar, Lorraine, Ryan, Takeshi y yo, Lorraine se vuelca hacia mí.

—Te dije que esperaras por mí en el auto. —Me recrimina, pero suena maternal en el proceso. Mientras lo hace, me aparta el cabello de la cara e inspecciona el corte profundo que tengo en la cara.

Todavía me siento mareada y aturdida.

Creo que necesito revisarme el golpe en la cabeza.

—Tardaste demasiado.

—Por supuesto que tardé demasiado. No iba a buscar a cualquiera para que nos regañaran por habernos escabullido —responde—. ¿Cuánto tiempo crees que me iba a tomar encontrar a Ryan? ¿O a Iskandar?

Cierro los ojos con fuerza.

—Lo siento —mascullo.

—No lo sientas. —Lorraine me sonríe—. Lo importante es que no pasó a mayores.

—Tenemos que irnos. —Es el turno de Iskandar de intervenir. Todavía luce molesto, como si le estuviese costando mucho deshacerse del enojo que siente. Con todo y eso, clava sus ojos en mí—. ¿Te encuentras bien?

Asiento, pese a que quiero decir que no.

—Bien —dice, pero suena gélido y duro mientras habla—. Vámonos, entonces.





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