25
El silencio se ha apoderado de todo a nuestro alrededor y lo único que es capaz de romperlo, es el sonido de mi pulso golpeándome con fuerza detrás de las orejas.
Siento la garganta seca por respirar por la boca, pero temo que, si lo hago por la nariz, la pestilencia que llena el ambiente me hará vomitar. Siento el cuerpo entumecido y los ojos llenos de lágrimas sin derramar; aunque la verdad es que ni siquiera sé por qué estoy a punto de llorar.
Me siento abrumada. Aterrorizada por lo que acabo de hacer y por lo mucho que disfruté hacerlo; como si hubiese algo muy —muy— oscuro dentro de mí.
Escucho un suave ruido a mis espaldas y, más por mecanismo de defensa que por otra cosa, me vuelco a toda velocidad para encarar a quien sea que haya roto el hilo de mis pensamientos.
El alivio viene en oleadas grandes cuando me percato de que es Lorraine, quien parece haber dado un paso lejos de mí.
Me mira con cautela, como si no estuviese segura de si voy a hacerle daño o no. Algo en mi interior se estruja con violencia, pero trato de mantener el gesto inexpresivo cuando la encaro.
—T-Tenemos que salir de aquí —dice, pero el tono asustado que utiliza envía una punzada dolorosa por todo mi sistema.
Tiene miedo de ti, susurra una voz en mi cabeza, pero la hago callar tan pronto como aparece.
Asiento porque no confío en mi voz para hablar, y ella da un paso más —alejándose—, sin apartar los ojos de donde me encuentro.
—Quédate aquí —pide, pero luce aterrorizada. Como si esperase a que me negara a quedarme. Como si su petición fuese a detonar una reacción peligrosa—. Iré a buscar ayuda y ahora regreso.
Aprieto la mandíbula.
Quiero protestar. Quiero pedirle que no me deje aquí sola, pero tampoco me atrevo a hacerlo porque sé que está aterrada. Sé que hice algo que me asusta incluso a mí misma y que, de estar en sus zapatos, también querría poner distancia entre nosotras.
De cualquier forma, no puedo detener el escozor que me envuelve el pecho, ni el nudo que me aprieta la garganta.
—De acuerdo. —Apenas puedo hablar, pero no me importa sonar vulnerable o asustada de mí misma.
Ella asiente, al tiempo que se gira sobre su eje para empezar a caminar.
—¡Lorraine! —digo, en voz alta, todavía sin saber qué es lo que quiero decirle y ella me mira por encima del hombro—. Y-Yo no... —Trago duro—. Y-Yo...
Su expresión se ablanda.
—Eres... —Sacude la cabeza—. Con un carajo... —Suelta, al tiempo que esboza un gesto incrédulo y horrorizado al mismo tiempo—. No sé qué eres. —La forma en la que lo dice hace que quiera echarme a llorar, pero trato de contenerlo—. Pero, no te preocupes. Acabas de salvarnos la vida y es lo único que importa.
Aprieto los dientes.
—Ahora regreso. No te muevas de aquí —instruye y, acto seguido, se echa a andar en dirección a la calle por la que veníamos.
***
No sé cuánto tiempo ha pasado desde que Lorraine se marchó, pero sé que no ha sido poco. De hecho, mucho me temo aceptar que ha sido más del que me gustaría.
Ahora que la adrenalina se ha desvanecido de mi sistema, lo único que puedo hacer, es temblar de pies a cabeza; aunque todavía no sé si es debido al frío inclemente que hace en la isla o si es solo que estoy asustada hasta la mierda.
No puedo dejar de reproducir en mi cabeza todo lo que pasó y, al mismo tiempo, no puedo dejar de preguntarme si en realidad sucedió. Se siente tan irreal; tan increíble..., que dudo de mi propia cordura.
Lorraine ya debería de haber regresado.
Me muerdo el interior de la mejilla, al tiempo que me abrazo a mí misma y miro hacia la calle vacía.
Me encuentro sentada sobre el asfalto, junto al vehículo hecho trizas en el que llegamos, con las rodillas flexionadas hasta el pecho y el cabello cayéndome como cortina sobre la cara.
La pestilencia que emanan las criaturas achicharradas en el suelo aún no se va del todo. De hecho, parece haberse potencializado con el paso de los minutos; sin embargo, ahora es un poco más manejable... O quizás no. Quizás solo me he acostumbrado a ella y a la forma en la que me llena el paladar de un regusto amargo y fétido.
Huele a madera quemada y una nube de humo ha empezado a llenarlo todo. Los ojos me arden ligeramente y siento la garganta irritada, pero trato de ignorarlo todo mientras me abrazo con más fuerza que antes.
Cierro los ojos.
Pasan alrededor de quince minutos más y empiezo a desesperarme. El humo ha incrementado, como si algo se estuviese quemando muy cerca de aquí, y no puedo dejar de pensar en el incendio que vimos Lorraine y yo al llegar a la zona residencial.
De nuevo, mi mente vuelve a lo ocurrido y presiono las palmas contra los ojos solo porque no puedo con la sensación de culpabilidad y arrepentimiento que me embarga.
¿Y si Lorraine no regresa? ¿Y si me ha dejado aquí para huir de mí?...
El Oráculo no ha dejado de estar alerta. Tampoco ha parado de repetirme que debo marcharme. Que el peligro asecha entre las sombras y que, lo mejor que puedo hacer, es buscar refugio; sin embargo, hay otra voz en mi interior que no deja de susurrar que no sé a dónde ir.
No es como si pudiese ir a pie a casa. O como si tuviese un teléfono conmigo para comunicarme con Enzo o Lydia para que vengan a recogerme.
Pero puedes ir a buscar a Madame Dupont, me susurra el subconsciente y el corazón me da un vuelco solo porque no había pensado en eso antes.
Miro hacia la carretera que da hacia el centro de la ciudad.
Creo que sé dónde me encuentro y, si no me equivoco, estoy más cerca de la casa de mi jefa de lo que espero. Quizás, puedo quedarme ahí a pasar la noche y mañana, a primera hora, llamar a Enzo para que venga por mí y me lleve a casa.
El solo pensamiento de volver a pisar mi habitación me llena de una sensación extraña. Nostálgica. Incluso, me pone un nudo en la garganta.
De alguna manera, la posibilidad de volver a la Casa Black, por muy disfuncional que sea y muy dañadas que sean nuestras relaciones personales, me llena el pecho de una sensación cálida.
No me había dado cuenta de lo mucho que extrañaba ese viejo y caótico lugar. Ese espacio en medio de la nada que cruje con cada pisada que das en él y que huele a madera vieja e incienso.
Finalmente, lo decido.
Me pongo de pie, me sacudo la tierra de la ropa y miro alrededor, en busca de Lorraine o algún indicio de que alguien viene al rescate, pero la carretera sigue completamente vacía.
Entonces, me echo a andar en dirección a la ciudad.
***
La caminata se me ha hecho eterna y, al mismo tiempo, con cada instante que paso en las calles desérticas que me rodean, me siento más y más nerviosa. Ansiosa por sobre todas las cosas.
No he podido dejar de mirar alrededor cada pocos minutos. Mucho menos he podido dejar de estar alerta a todo lo que me rodea. Cada pequeño ruido es un tormento inexplicable y el pánico que siento es tan apabullante, que tengo que recordarme a mí misma que estoy bien.
¿Por cuánto tiempo? La vocecilla insidiosa en mi cabeza susurra, y casi quiero maldecirla cuando la lanzo lo más lejos que puedo del pensamiento.
Tengo que dejar de hacerme esto a mí misma. Tengo que dejar de torturarme de esta forma o voy a volverme loca.
Avanzo con toda la rapidez que las piernas me permiten, sin recurrir del todo a un trote en forma. Me da miedo llamar la atención de más o que alguien, en alguna casa de las calles por las que transito, vaya a alertar a los Guardianes sobre una chica solitaria corriendo a mitad de la noche cuando hay, claramente, un peligro inminente amenazando a la ciudad.
El Oráculo se ha mantenido tranquilo, pero alerta. Cada pocos segundos, soy capaz de escuchar un ligero siseo, como si pudiese percibir algo que yo no y le advirtiese que debe mantenerse alejado... O quizás trata de advertírmelo a mí y aún no logro descifrar del todo lo que me dice.
Me abrazo a mí misma una vez más, mientras que giro por una de las familiares calles cercanas al malecón de Kodiak. Sé que no estoy lejos. Florence y Tiffany Dupont no viven lejos del local de adivinación que tienen en la zona turística, así que estoy a cerca de cinco minutos de caminata veloz de llegar a su residencia.
Ahora más que nunca trato de ser discreta. De no llamar mucho la atención y de estar alerta de cualquier clase de movimiento inusual. No quiero guiar a ninguna criatura extraña a su casa. Mucho menos quiero exponerlas al peligro que supone darme asilo cuando he escapado de la fortaleza Guardiana más importante que hay en el país.
El graznido de un cuervo me hace volcarme a toda velocidad sobre mis pasos y, cual lunática, giro sobre mi eje para analizar el entorno. Incluso, pongo atención a lo que dice el Oráculo solo para cerciorarme de que no hay nada aquí siguiéndome los pasos.
Espero unos segundos, muy quieta, mientras aguzo el oído y trato de mantenerme lo más alerta posible solo para no ser tomada por sorpresa por alguna criatura extraña o, peor aún, por un Guardián, pero nada viene a mí.
Al cabo de unos instantes, dejo escapar el aire que no sabía que contenía y me echo a andar de nuevo a paso veloz.
Conforme avanzo y me acerco a mi destino, la ansiedad y la desesperación comienzan a hacer mella en mi sistema y, sin darme cuenta, empiezo a trotar.
Ya no me molesto en ser discreta. Necesito llegar cuanto antes a casa de Madame Dupont y ver una cara familiar. Necesito sentirme a salvo.
No me había dado cuenta de cuán indefensa me sentía hasta ahora. Estar bajo los ojos de una casa habitada por las criaturas de las que me enseñaron a esconderme toda la vida me ha mantenido con unos niveles de estrés que ni siquiera sabía que podían existir.
Y no es que todo haya sido malo. Por supuesto que no. Los Guardianes me han alimentado, vestido y puesto un techo sobre mi cabeza cuando pudieron haberme asesinado tan pronto como supieron de lo que era capaz de hacer en aquella iglesia, cuando leí las cartas para ellos; sin embargo, eso no quiere decir que sientan alguna clase de afecto hacia mi persona.
Y tampoco es como si hubiese recibido malos tratos, pero, en definitiva, no somos amigos. No hay nadie en esa casa —ni siquiera Ryan, Lorraine o el mismísimo Iskandar— que me vea como una amiga. Como alguien a quién procurar solo por el simple hecho de sentir, aunque sea, la más mínima clase de afecto o estima.
No sé por qué el pensamiento me incomoda como lo hace, pero trato de empujar las emociones que me provoca lo más lejos que puedo mientras, echando un vistazo rápido, cruzo una de las avenidas principales.
Todavía huele a madera quemada, pero el humo no ha llegado hasta acá. Me pregunto si los Guardianes habrán controlado ya el incendio, o simplemente estoy demasiado lejos de donde se encuentran. La verdad no se siente como si lo estuviese; no estoy cansada y tampoco siento que haya caminado mucho desde que abandoné al vehículo destrozado de Anne.
Giro en una calle, plenamente consciente de que estoy a escasas tres o cuatro manzanas de distancia de mi destino, y el disparo de adrenalina que me llena el cuerpo es tan intenso como el nudo que se me pone en la garganta ante la idea de ver una vez más a mi jefa y a su hija.
El Oráculo chilla y siento una punzada adolorida detrás de los ojos que me hace jadear. De repente, todos los vellos del cuerpo se me erizan y noto como las voces empiezan a sisear con violencia. Suenan como si un puñado de serpientes se hubiese apoderado de mi cabeza.
Aprieto los dientes, al tiempo que giro sobre mi eje solo para echar un vistazo alrededor, pero no logro ver nada. La calle está tan desierta como hace unos instantes.
Con todo y eso, no puedo sacudirme de encima este mal presentimiento. Esta sensación extraña, oscura e insidiosa que se envuelve a mi alrededor y me llena la boca de un regusto amargo.
Las voces en mi cabeza no dejan de hablar. Ahora, se siente como si gruñesen. Como si fuesen un animal siendo amenazado y a punto de atacar.
El corazón se me acelera todavía más, la adrenalina hace que las manos me tiemblen, los oídos me zumban ligeramente y siento un cosquilleo incómodo en la nuca.
Entonces, lo siento...
Al principio, no estoy segura de qué se trata, pero, poco a poco, empiezo a notarlo.
Se siente como si algo muy malo hubiese ocurrido en este lugar. Como si la energía estuviese teñida de algo antinatural, insidioso y malicioso. Algo que no pertenece a este mundo y que es capaz de mancharlo de un aura corrosiva y destructiva.
La piel se me pone de gallina cuando giro con lentitud sobre mi eje y el Oráculo sisea con más fuerza que antes.
Acto seguido, la oscuridad incrementa.
Jamás había sentido nada igual. Es como si el aire se hubiese espesado. Como si el ambiente se hubiera llenado de humo denso y pesado, y costase trabajo respirarlo; aunque en realidad aquí no hay nada.
El instinto de supervivencia me dice que es tiempo de echarse a correr, pero me quedo unos segundos más contemplando todo a mi alrededor antes de decidir que es hora de ponerme en marcha.
El corazón me ruje contra las costillas conforme avanzo a toda velocidad. Las voces en mi cabeza no dejan de gruñir, como si estuviesen advirtiendo algo, pero no puedo —ni quiero— detenerme a averiguar de qué se trata. Me concentro en seguir avanzando. En seguir con la mente en un solo objetivo.
Avanzo una calle más.
Estoy cerca. Muy cerca...
Una sombra pasa a toda velocidad justo a mi derecha, a apenas unos cuantos metros de distancia de donde me encuentro, y reprimo el grito que se construye en mi garganta.
Me digo a mí misma que lo he alucinado. Que estoy demasiado asustada y que eso le hace daño a mis nervios alterados; sin embargo, otra figura oscura aparece justo en el rabillo de mi ojo antes de desaparecer entre las casas.
Me detengo un instante solo para procesar lo ocurrido —y para intentar ubicar a la figura que parece acecharse—, pero me echo a correr casi de inmediato.
Esta vez, no trato de ser discreta. Mucho menos de no llamar la atención. Estoy tan aterrorizada, que corro a toda velocidad por la calle vacía mientras me repito una y otra vez que estoy alucinando.
El Oráculo tampoco me ayuda demasiado, ya que se encuentra enloquecido. Como si tratase, desesperadamente, de pelear contra lo que sea que se encuentra rondándome.
Mi respiración es agitada, el pulso me golpea con fuerza detrás de las orejas y quiero gritar. Quiero pedir auxilio. Quiero cerrar los ojos y abrirlos en mi cama, sabiendo que todo esto ha sido una horrible y desagradable pesadilla.
En ese instante, algo más corre justo frente al lugar en el que me encuentro y me detengo en seco, casi tropezando con mis propios pasos.
Un grito se me construye en la garganta, el corazón me da un vuelco y me quedo quieta, lista para echarme a correr en dirección contraria cuando noto que, esta vez, no ha sido solo una figura la que ha corrido cerca de mí, sino varias. Fácilmente, y si mi paranoia no se ha alimentado ya a niveles estratosféricos, vi a dos o tres.
Suelto una palabrota, al tiempo que doy un paso hacia atrás.
El corazón me late con tanta violencia, que temo que en cualquier momento será capaz de hacer un agujero y salirse de mi pecho.
Hay algo primitivo e intenso que no deja de exigirme con todo el ímpetu que puede imprimir que me vaya de aquí, pero todavía no me muevo. Ni siquiera respiro.
Me quedo inmóvil en su totalidad mientras trato, desesperadamente, de decidir qué diablos es lo que debo hacer. Volver sobre mis pasos no se siente la más inteligente de las ideas, pero ir en dirección a donde vive Madame Dupont a sabiendas de que es muy probable que haya alguien siguiéndome, tampoco se siente como la más sabia de las decisiones.
La cabeza me palpita con violencia, el pulso me late a toda marcha y todo es una revolución confusa.
El Oráculo me grita que debo seguir moviéndome, pero me tomo unos instantes más antes de decidirlo. No puedo llevar una amenaza a casa de las Dupont. Tanto si son Guardianes como si son demonios, sería exponerlas demasiado.
Debo marcharme de aquí cuanto antes. ¿A dónde? Todavía no lo sé, pero supongo que el primer paso será deshacerme de aquello que me asecha; así que, sin más, doy vuelta sobre mi eje y me echo a correr en dirección contraria a la que venía. Es en ese momento, que me doy cuenta...
Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis sombras corren en todas las direcciones posibles a mi alrededor y me detengo una vez más. Pánico crudo y puro se asienta en mis entrañas cuando me percato, y sé, con todo el terror que existe ahora mismo en mi interior, que estoy rodeada.
El Oráculo gruñe, tengo las palmas sudorosas y la sensación insidiosa no deja de crecer con cada segundo que pasa. Es como si la desolación se hubiese apoderado de todo el lugar. Como si no hubiese otra cosa más que oscuridad invadiéndolo todo.
Me pregunto si son Guardianes los que están dándome caza, pero lo descarto de inmediato. Si fuesen ellos, ya se habrían hecho notar. Ya habría salido más de uno a cuestionar el motivo por el cual hui del lugar en el que me encontraba junto con Lorraine.
Un movimiento veloz es captado por el rabillo de mi ojo y me giro a toda velocidad solo para perderlo de vista. Siento que estoy enloqueciendo, así que, con lentitud, giro sobre mi eje una vez más.
Quiero gritar en voz alta que dejen de esconderse y den la cara de una vez, pero tampoco me atrevo a hacerlo. No me atrevo a hacer nada más que a quedarme inmóvil.
Nada ocurre.
Todo se queda muy, muy quieto. Tanto, que me toma unos instantes percatarme de que no se escucha absolutamente nada. Ni el sonido del viento gélido contra los árboles, ni el sonido de las aves. Ni siquiera el zumbido familiar de las luminarias que alumbran toda la calle.
Mi corazón se salta un latido, la oscuridad lo envuelve todo y, acto seguido, y de la manera más repentina existente, un relámpago rompe con la quietud en la que se ha sumido todo.
Ahogo un grito. Me agazapo ligeramente cuando el cielo se ilumina con la violencia estruendosa de otro relámpago que retumba unos segundos después. Entonces, empieza a llover.
No había nada que indicara que lo haría, pero, de todos modos, agua helada empieza a precipitarse —y a mojarme—; primero, lento, y, después, con mayor intensidad.
Entonces ahí, en medio de todo el caos que ha empezado a desatarse, soy capaz de verlo...
Empieza como una simple neblina. Como si el mismo frío y la lluvia la provocasen; sin embargo, poco a poco va volviéndose densa. Oscura. Siniestra.
Y viene acompañada de algo más. Una energía viciosa e inusual. Algo que jamás había sentido antes, pero que me eriza los vellos de la nuca y envía escalofríos a través de mi espina.
La neblina empieza a espesarse. A condensarse hasta formar nubes densas.
Al principio, creo que lo estoy alucinando. Que la mente me está jugando una mala pasada; pero, cuando noto que las nubes empiezan a tomar forma humanoide, el corazón me da un vuelco furioso.
Una. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Seis. Siete...
No puedo seguir el ritmo de la cantidad de figuras que han empezado a formarse a mi alrededor y giro sobre mi eje solo para tener un vistazo de todas ellas.
Parecen humanos y, al mismo tiempo, lucen como monstruos. Criaturas sacadas de alguna especie de pesadilla. No tienen nada del cuello hacia arriba. Es como si hubiese una nube densa, sin forma, donde se supone que debería estar la cabeza. Tienen las manos alargadas, grandes y, de los dedos largos y huesudos, sobresalen una especie de garras filosas; sus pies terminan en lo que parece ser pezuñas de cabra o algo por el estilo, y su piel es tan oscura, que casi podría jurar que se camuflan en la oscuridad de la noche.
Las voces en mi cabeza están hechas un caos. No dejan de removerse con violencia, como si quisiesen salir fuera de mi sistema para encargarse de estas criaturas ellas mismas. Aprieto los puños cuando me piden que tenga cuidado. Que las criaturas que tengo enfrente son peligrosas y más inteligentes que los murciélagos que nos atacaron a Lorraine y a mí hace un rato.
Me pregunto para mis adentros si funcionará hablarles, como a los otros demonios, pero el Oráculo lo descarta de inmediato. Me dice que no hay nada que se pueda negociar con criaturas que le deben su lealtad a un demonio de mayor jerarquía.
El corazón me da un vuelco, pero no sé si es debido a lo que me dicen las voces o al hecho de que jamás había entendido con tanta claridad lo que pronuncian.
Entonces, ¿qué debo de hacer? Inquiero, pero, antes de que pueda obtener una respuesta, una de las criaturas emite un sonido extraño. Es como un bufido ronco, profundo, alargado y sostenido. Otro de ellos lo imita y, luego, lo hace uno más y, entonces, el sonido se vuelve tan estridente, que me encojo ligeramente mientras los veo emitir esa especie de... ¿llamado?
La realización de este hecho me eriza los vellos del cuerpo.
En ese momento, todo comienza a tener sentido. Están llamando a alguien. A ese al que el Oráculo dijo que le debían lealtad.
—¡Basta! —Les grito, solo porque la sola idea de toparme con un demonio de jerarquía alta me provoca una ansiedad atronadora—. ¡Deténganse!
El sonido se extiende y se vuelve tan largo que empieza a sonar antinatural. Es aterrador y cada vez es más y más fuerte.
—¡Ya basta!
Todo a mi alrededor empieza a llenarse de algo oscuro y pendenciero. De algo abrumador que me eriza todos y cada uno de los vellos del cuerpo y me quita el aliento.
Un rugido retumba y se siente como si proviniese del suelo debajo de nosotros. Como si el asfalto mismo estuviese reverberando el sonido y potencializándolo hasta hacerlo envolverme los sentidos.
El Oráculo gruñe en respuesta y, de pronto, el cielo vuelve a iluminarse.
Esta vez, cuando el relámpago toca el suelo, lo hace tan cerca de mí y estalla con tanta violencia que me agazapo en el suelo y cubro la cabeza con las manos mientras reprimo un grito aterrorizado.
La tierra retumba y tiembla, las luminarias se apagan por completo y el suelo cruje cuando una grieta inmensa abre el concreto sobre el que estoy parada. Tengo que rodarme en el suelo para no caer dentro del agujero que ha comenzado a formarse.
Los oídos me zumban, la adrenalina corre a toda velocidad a través de mis venas y, justo en el momento en el que alzo la cabeza, es cuando la veo...
Una criatura ha empezado a emerger del enorme agujero en el suelo.
Lo primero que veo, son sus manos. La piel que las cubre es completamente blanca y solo tiene dos dedos gigantescos que terminan en garras afiladas y puntiagudas. Entonces, se empuja hacia arriba, revelando un par de alas inmensas, de murciélago, que se estiran de lado a lado a través de la calle. Están heridas y lastimadas. Llenas de pequeños agujeros que permiten ver a través de ellas, pero eso no les quita lo imponentes que se ven, ni lo letales que lucen; ya que terminan en puntiagudos filos que lucen como si pudiesen rebanarte el cuello en dos si te descuidas un poco.
Una especie de jaula metálica cubre su cabeza, pero eso no impide que un par de cuernos inmensos sobresalgan de ella y se alcen hacia el cielo de manera amenazante e imponente.
El cuerpo es el de una mujer hermosa y sinuosa. De cintura estrecha y caderas amplias. De piernas esbeltas y pechos llenos y redondos. Y es tan blanca, que luce irreal.
Venas amoratadas recubren toda la extensión de su cuerpo y está cubierta en lo que parece ser sangre...
Sangre que no parece pertenecerle.
Pero, con todo y lo aterradora que es, no es eso lo que hace que quiera ponerme a gritar. No es eso lo que hace que quiera echarme a correr en dirección contraria a la que se encuentra.
Es la energía insidiosa, oscura y peligrosa que emana lo que me hace querer escapar de aquí. Es la postura agazapada, como la de un animal a punto de atacar, la que me hace querer suplicarle que no me haga daño.
La criatura inclina la cabeza ligeramente, como si no comprendiera el por qué ha sido convocada por sus súbditos a este lugar, pero sé, con cada fibra de mi ser, que está mirándome. Analizándome...
Parpadeo un par de veces. El pulso me golpea con violencia detrás de las orejas, un zumbido se ha apoderado de mi audición...
Y, entonces, se abalanza sobre mí.
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