24
El tiempo se ralentiza y, de pronto, todo comienza a moverse con la lentitud de una cámara lenta.
El chillido espeluznante me pone la carne de gallina, pero apenas tengo tiempo de reaccionar cuando Lorraine gira el volante con tanta fuerza, que la criatura que ahora llevamos en el asiento trasero impacta contra la puerta ante la velocidad con la que derrapamos. Siento un golpe violento en la cara que me desorienta unos instantes, pero espabilo lo suficientemente rápido como para ver cómo el murciélago gigante se abalanza sobre la chica al volante.
Un golpe estrepitoso retumba en el techo del vehículo justo cuando Lorraine suelta un grito ahogado, y pisa el acelerador a fondo unos instantes antes de meter los frenos.
La criatura, que se aferraba a ella, sale despedida hacia adelante y termina estrellándose contra el cristal frontal del vehículo. Fragmentos de vidrio vuelan en todas las direcciones, pero el demonio rueda por todo el cofre del coche y se estrella en el asfalto a unos cuantos metros de distancia de nosotros.
Soy capaz de escuchar el sonido de mi respiración dificultosa por encima del sonido estridente del aleteo de las criaturas que sobrevuelan a nuestro alrededor, y el golpeteo intenso de mi pulso detrás de mis orejas.
—¿Estás bien? —Lorraine inquiere, pero no puedo apartar la vista de la criatura, quien se recupera y emprende el vuelo para reunirse con la parvada de demonios que ha comenzado a agruparse a nuestro alrededor; acechándonos.
Asiento, con lentitud.
—¿Tú? —inquiero, echándole un vistazo rápido de reojo.
Asiente, pero soy capaz de notar el corte que tiene en la mejilla derecha.
Trago duro, al tiempo que noto como los demonios empiezan a rodear el vehículo con un vuelo constante y furioso.
Aprieto la mandíbula.
—Sujétate fuerte. —Lorraine instruye, al tiempo que aferra las manos al volante y, como puedo, me aferro a todo antes de que ella pise el acelerador una vez más.
Salimos despedidas y golpeamos a un puñado de demonios, al tiempo que nos abrimos paso a través de la cortina que habían empezado a crear a nuestro alrededor.
Las criaturas comienzan a estrellarse contra la parte trasera del coche cuando notan que tratamos de escapar y Lorraine pierde el control ligeramente, pero lo recupera al cabo de unos aterradores segundos en los que lo único que puedo escuchar, son los chillidos aterradores que emiten estas cosas y el sonido de mi corazón latiendo a mil por hora.
—¡Lorraine! —grito, cuando una figura enorme, más grande que cualquiera de las que nos sigue, aparece en mi campo de visión y bate sus alas con furia hacia nosotras.
Lorraine da un volantazo para esquivarlo, pero el demonio parece no darse por vencido y golpea contra la puerta del copiloto con tanta fuerza que siento como el metal se dobla y me empuja hacia un costado.
Los demonios más pequeños parecen seguir el ejemplo y empiezan a estrellarse uno a uno contra el lado del copiloto, haciendo que las llantas se levanten del suelo y Lorraine pierda el control del auto.
Entonces, sucede...
El impacto es brutal. Como si se hubiesen organizado para hacerlo. Es tan violento, que el vehículo pierde el control y deja de tocar el suelo para dar una voltereta.
Me aferro a todo mientras que el mundo se pone de cabeza una...
Dos...
Tres veces...
Los vidrios restantes del coche terminan por estallar en mil pedazos, el metal cruje mientras impacta contra el asfalto y todo el cuerpo me duele de repente. Hay ardor, dolor, vértigo y pánico. Crudo, doloroso e intenso pánico.
Dejamos de movernos. Un zumbido agudo invade mi audición. Las voces sisean con intensidad en mi cabeza y algo cálido y extraño empieza a encenderse en mi interior.
El corazón me golpea con violencia contra las costillas, las manos me tiemblan y estoy tan aturdida, que me toma unos instantes abrir los ojos solo para comprobar que estoy de cabeza.
—¡Madeleine! ¡¿estás bien?! —Lorraine suena alterada, urgente y aletargada, pero no respondo. Me limito a buscar a tientas el seguro del cinturón de seguridad para deshacerme de él.
El impacto contra el suelo es doloroso, así que ahogo un grito mientras escucho a la chica junto a mí decir que me mantenga dentro del auto mientras ella sale a buscar ayuda.
Sigo aturdida. El mundo me da vueltas y apenas puedo conectar el cerebro con las extremidades, mientras me arrastro fuera del vehículo hecho trizas.
Siento la cabeza adolorida, como si me la hubiese golpeado con violencia, y la muñeca —ya resentida— me palpita hasta el codo inmovilizado por el cabestrillo, pero no dejo de moverme mientras hago mi camino hacia afuera del armatoste de metal.
Mientras lo hago, soy capaz de escuchar vagamente el sonido del batir de las alas de los demonios que aún nos asechan, pero no me detengo hasta que estoy fuera del vehículo y soy capaz de ver, cual enjambre, como los seres en forma de murciélagos sobrevuelan alrededor del automóvil volteado.
Casi olvido el aturdimiento y el golpeteo sordo de mi cabeza al tiempo que, embobada, miro hacia el cielo nocturno bañado de estrellas, humo y criaturas imposibles y —quiero golpearme por lo que estoy pensando, pero...— hermosas.
—Mierda... —escucho a Lorraine detrás de mí, pero no puedo apartar los ojos del espectáculo aterrador e impresionante que se forma delante de mis ojos.
Quiero gritar. Quiero echarme a llorar. Quiero cerrar los ojos y estar en cualquier lugar excepto este y, al mismo tiempo, quiero seguir contemplando la manera en la que estas criaturas, en perfecta sincronía, se mueven a nuestro alrededor. Como si fuesen una parvada de pájaros que van en busca del mismo objetivo.
Allá, hasta arriba de todos, se encuentra el más grande de ellos. Luce ligeramente distinto al resto. Es más grande. Sus alas membranosas alcanzan una longitud de fantasía y sus cuernos son tan descomunales, que me quedo sin aliento unos segundos antes de que, sin más, empiecen a atacarnos.
Uno de los demonios se deja caer en picada y retoma el vuelo para dirigirse hacia nosotros. Un grito se construye en mi garganta, pero, como por acto reflejo —y más por inercia que por verdadero instinto—, tiro de los hilos a mi alrededor y el demonio golpea contra algo invisible. Una especie de muro. De barrera creada por la energía de las hebras que lo recubren todo.
Confusión y fascinación me llenan el cuerpo solo porque no entiendo cómo diablos es que acabo de hacer eso, pero el Oráculo sisea, como si hubiese sido él el que hubiese tomado posesión de mí para repeler el ataque.
No está para nada contento.
No sé cómo explicarlo, pero hay algo en la forma en la que las voces elevan su tono que me hace saberlo. Se enciman las unas con las otras en perfecta sincronía, mientras que muerden las palabras con rabia y las escupen, como si se sintiesen indignadas. Ultrajadas...
Otro demonio nos ataca y, esta vez, no soy tan rápida y, pese a que soy capaz de quitármelo de encima de inmediato, siento el escozor que me deja en la mejilla el batir furioso de sus alas.
El Oráculo chilla con tanta brutalidad, que tengo que cerrar los ojos con fuerza y llevarme las manos a la cabeza. Está furioso, ahora puedo sentirlo. Exige dominio. Obediencia. Respeto...
Esta vez, cuando las criaturas vuelven a atacar, son un puñado de ellas las que, en conjunto, tratan de llegar a nosotras.
Lorraine grita a mis espaldas, pero estoy lista para recibirlas. El Oráculo me grita algo acerca de detenerlas, pero solo puedo pensar en tirar de los hilos que lo recubren todo para protegernos.
Los demonios se estrellan contra la barrera que he creado y chillan, confundidos y furiosos por no conseguir su objetivo. La criatura que vuela en lo alto de la parvada suelta un sonido estridente; tan aterrador, que todos los vellos del cuerpo se me erizan al instante.
Entonces, empieza a descender con lentitud.
El corazón me va a estallar dentro de la caja torácica, la sangre me zumba en las venas y El Oráculo empieza a susurrar algo en un idioma que no conozco en lo absoluto. Uno que ni siquiera se asemeja al latín o a ninguno que haya escuchado antes.
Es una especie de mantra. De letanía que repiten sin cesar, como si quisieran que la repitiese en voz alta.
Siento un nudo en la garganta debido al pánico que me atenaza las entrañas, pero trago duro para deshacerlo y aprieto los puños cuando el demonio se deja caer al suelo con brusquedad y comienza a sisear en mi dirección.
Likhoa berkhe bishmi do ej Elyon.
—Likhoa berkhe bishmi do ej Elyon —pronuncio y me sorprende el temple con el que me sale la voz. La forma en la que mi lengua acaricia las palabras, como si estuviese familiarizada con ellas desde siempre. Como si, de alguna manera, supiera exactamente la forma de pronunciarlas.
Acto seguido, los demonios sueltan unos alaridos espeluznantes. Suenan entre graznidos, chillidos y quejidos.
El Oráculo pronuncia de nuevo aquello; esta vez, con más furia e ímpetu que antes y vuelvo a decirlo en voz alta. Ahora, con la misma intención que la de las voces en mi cabeza.
—Likhoa berkhe bishmi do ej Elyon.
El demonio más grande ruge y todos los demás responden detrás de él, como si estuviesen resistiéndose a lo que les digo. Como si no lo creyesen del todo, así que lo digo una vez más:
—Likhoa berkhe bishmi do ej Elyon.
Y, como si fuesen hienas, los demonios comienzan a... ¿reírse?...
El Oráculo de pronto se queda muy silencioso, como si estuviese sopesando lo que ocurre. Como si estuviese contemplando las posibilidades.
Mett aes, dicen con un tono que me eriza todos y cada uno de los vellos del cuerpo, antes de exigirme, en un idioma que soy capaz de entender por completo, que acabe con ellos.
El pánico me atenaza las entrañas, el corazón me golpea con violencia contra las costillas, tengo la boca seca y el terror me recorre entera ante la perspectiva de enfrentarme a estas cosas yo sola; sin embargo, las voces en mi cabeza lucen resueltas, como si ellas ya hubiesen tomado una decisión. Como si estuviesen convencidas y seguras de que puedo hacerlo.
Siento la bilis en la garganta y el pulso desbordado. Siento el temblor de mis manos y la adrenalina zumbando por todo mi sistema cuando, sin más, pronuncio:
—Mett aes.
Y, como si les hubiese dicho la ofensa más grande de todas, los demonios gritan con violencia. Chillan, graznan, rugen y comienzan a volar, cual avispero alborotado.
Se acabó la paz. Se acabó el ataque coordinado y el orden que mantenían, y se dejan caer en picada en nuestra dirección.
El Oráculo sisea y siento cómo un calor repentino empieza a llenarme las extremidades, el pecho y el cuerpo entero. De pronto, estoy ardiendo de adentro hacia afuera y el calor que me invade es tanto, que siento como si pudiera estallar en cualquier momento.
Entonces, ocurre...
Por inercia levanto las manos.
El dedo quebrado no importa. El dolor de la muñeca se ha ido. Solo estoy yo, con las manos alzadas hacia adelante, mientras siento como una especie de hilos invisibles me brotan de las manos. De los dedos. De las palmas.
Las voces se diluyen conforme las hebras se envuelven alrededor de todas las criaturas que sobrevuelan sobre nosotros y se abalanzan a toda velocidad y, es en ese momento, que me doy cuenta de qué se trata... Es la energía de la Línea. El Oráculo mismo es el que está haciéndose cargo de todos ellos.
Cuando siento que se han aferrado a todos los demonios, por instinto, tiro de los hilos.
Acto seguido, los demonios dejan de moverse.
No caen al suelo. No baten sus alas para mantenerse suspendidos en el aire. Ni siquiera emiten sonido alguno. Solo... flotan. Como si algo estuviese reteniéndolos ahí, en el aire, a mitad de la nada.
Déjalo ir... Instruye el Oráculo y sé que se refiere al calor. Al fuego que ha empezado a abrasarme el cuerpo entero.
Y así lo hago.
Lo dejo ir. Lo libero y permito que, a través de los hilos que retienen a los murciélagos gigantes, corra y llegue a todos y cada uno de ellos.
Chillidos aterradores me invaden los oídos, pero no puedo detenerme. No puedo hacer otra cosa más que ver cómo todos esos demonios se consumen ante un fuego invisible. Ese que alguna vez mató a tres Guardianes que trataban de atacarme. Ese que ni siquiera sabía que existía dentro de mí pero que parece ser capaz de destruirlo todo a su paso.
Algo oscuro me llena el cuerpo. Una sensación insidiosa y poderosa me invade las entrañas y no quiero detenerme...
... Y no lo hago. Continúo hasta que, una a una, las criaturas comienzan a caer al suelo y se vuelven cenizas. Hasta que los alaridos y chillidos agonizantes se terminan, y solo queda el horrible y aterrador hedor a carne quemada y muerte.
Cruda, aterradora y fascinante muerte.
------------------------------------------------------
N/A: ¡Hola! Les dejo esta pequeña nota aclaratoria, para que no se molesten en ir a Google y se frustren cuando no encuentren nada. Les explico: el idioma que habla Mads en este capítulo es uno que me inventé. Obviamente, tiene una lengua origen (hebreo), pero no encontrarán nada si van a googlear lo que ella dice, así que, no recomiendo que lo hagan.
Por ahora, solo se puede especular qué es lo que le dice a los demonios, pero, les prometo que en los próximos capítulos se explica un poco más (y se dan pistas muy concretas) sobre dicho idioma.
Dicho esto, me despido. ¡Espero que hayan disfrutado un montón el capítulo! Sé que es cortito, pero no se sentía correcto continuar luego de una escena así de intensa.
¡Mil gracias por leer! ¡Nos leemos muy pronto! <3
-Sam.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top