23



Ahora que avanzo detrás de Iskandar, casi me arrepiento de haber hecho lo que hice en la cafetería. Casi deseo volver sobre mis pasos y decirle que mejor dejemos las cosas como están y no volvamos a hablar nunca más; sin embargo, esa parte de mí que es orgullosa y testaruda me exige que lo enfrente. Que asuma las consecuencias de mis actos y le diga todo eso que traigo en la cabeza desde que volví del centro de la isla.

El hijo del General sortea por los pasillos a paso tan rápido, que me cuesta un poco seguirle el paso. Con todo y eso, me las arreglo para avanzar hasta ese lugar de puertas dobles al que nos lleva.

Ni siquiera se molesta en llamar o revisar si hay alguien ahí adentro. Solo abre las puertas de golpe y entra sin siquiera echarme un vistazo para ver si aún lo sigo. Tengo que empujar un poco las puertas para entrar detrás de él, pero no dejo que eso me amedrente y mantengo el mentón alzado cuando se gira para encararme.

Sus ojos —imposiblemente azules— se han oscurecido con la fuerza de sus emociones y algo salvaje se apodera de ellos cuando me mira.

—¿Se puede saber qué diablos fue todo eso? —inquiere y, pese a que su tono es acompasado, hay algo extraño en él. Una tranquilidad ensayada que casi me hace querer presionar los botones adecuados para hacerlo estallar de verdad y que me hable como realmente quiere hacerlo.

—¿Por qué no me dijiste que han habido ataques en Kodiak y que han muerto seis personas? —espeto, respondiendo a su pregunta con otra, y sus ojos se oscurecen un poco más—. ¿Por qué no me dijiste que la gente está confinada en sus casas y que tienen que sacar pases para circular por la isla sin ser detenidos por los tuyos?

—No quería que te preocuparas por eso. Nos estamos haciendo cargo —replica—. ¿Por qué es tan difícil entender que todo lo que hago es para mantenerte a salvo?

—¡Y una mierda! —escupo—. ¿A salvo? ¿De qué? ¿De los demonios? Dudo mucho que uno venga atacarme aquí, dentro de la fortaleza Guardiana más grande en el mundo. —Sacudo la cabeza en una negativa—. Tampoco soy una damisela en apuros incapaz de entender que las cosas se están poniendo cada vez peor allá afuera. Así que, ¿de qué me proteges? —Frunzo el ceño en un gesto inquisitivo—. En todo caso, de los únicos de los que debería protegerme es de los tuyos. De ti.

Aprieta la mandíbula.

—No tienes idea de cuántas criaturas que no pertenecen a este plano te darían caza tan pronto sintieran la energía que despides —dice—. Aquí estás a salvo. Aquí puedo hacer algo por ti.

Me cruzo de brazos.

Aquí —bufo, mientras suelto una risotada amarga—. Donde todo el mundo me mira como si en cualquier momento fuese a hacer volar este lugar. O, peor aún, donde todos parecen estar listos y en guardia para acabar conmigo tan pronto como haga algo amenazador.

—¡Somos Guardianes, Madeleine! —Él espeta y, por primera vez, noto cómo empieza a perder los estribos ligeramente—. ¡Para nosotros todo es una potencial amenaza!

Ruedo los ojos al cielo.

—¡Soy una adolescente de diecisiete años, Iskandar! ¡¿Qué tan amenazadora puedo ser?!

—¡Acabas de mover seis mesas a tu alrededor con la maldita mente solo para que viniera a hablar contigo! —iguala mi tono—. ¡¿Cómo diablos quieres que te vean como una adolescente cualquiera?! ¡Además, eres una Black!

—¡¿Y eso qué tiene qué ver con todo esto?! —Sacudo la cabeza en una negativa—. ¿Tienes idea de lo común que es el apellido Black? ¿Cuánta gente en todo el mundo se apellida así?

—Pero todos aquí saben a la perfección qué clase de Black hay en esta isla.

Hago un mohín.

—Se supone que debes mantener el perfil bajo —Iskandar me reprime, recomponiéndose un poco—; pero vas por ahí, pavoneándote por toda la mansión Knight, diciéndole a todo el mundo que te beso y cosas por el estilo.

Lo miro, al tiempo que siento como un filo venenoso empieza a llenarme la punta de la lengua.

—¿Y no lo haces? —Sueno retadora. Descarada.

—Ese no es el punto y lo sabes —replica—. Acabas de exponernos. A ambos. ¿Qué demonios se supone que voy a responder si me preguntan si lo que has dicho es verdad?

Cierro los ojos con fuerza.

—¿Honestamente? No me importa —replico, al cabo de unos minutos—. Ya no me interesa lo que crean todos aquí. Incluyéndote. —No me atrevo a apostar, pero creo haber visto un destello herido en su expresión. Con todo y eso, no me detengo—. Estoy cansada de todo esto. De sentir que todo el mundo está jugándome el dedo en la boca. Tú, por encima de cualquiera en este lugar. —Hago una pequeña pausa—. Mientras nadie nos ve, somos amigos. Aliados. Pero, cuando los ojos están sobre nosotros, me tratas como si fuese un ser deleznable y, ¿la verdad?, no sé si quiero tener como aliado a alguien así.

—Mads...

—No, Iskandar. —Lo corto de tajo—. No he hecho nada para que todos los tuyos sean así de despreciables conmigo y tampoco estoy para medias alianzas, así que, por el bien de tu reputación en este lugar y de mi paz mental, mejor mantente alejado de mí. A partir de hoy, sé un Guardián más en esta casa y deja de jugar a los aliados con gente que te puede meter en problemas si te ven a su alrededor. —Alzo el mentón por mero orgullo—. No me interesa tener ninguna clase de contacto con alguien que juega a dos bandos y, hasta que no decidas si vas a estar en el mío o no, no quiero tener contacto alguno contigo en este lugar; salvo lo más indispensable.

No le doy tiempo de responder. Ni siquiera sé si quiero que lo haga, así que, sin perder un solo segundo más, me giro sobre mi eje y me encamino hacia la salida del lugar, cerrando detrás de mí las puertas dobles por las que entramos.


***


Me despierta el sonido de los pasos apremiantes a las afueras de mi habitación. Al principio, me siento desorientada. Asustada, incluso.

Sin que pueda evitarlo, evoco un recuerdo insidioso que, por lo regular, trato siempre de empujar hacia lo más profundo de mi subconsciente. En él, soy una niña y estoy oculta dentro de un armario que huele a humedad y polvo. En él, el corazón me late a toda velocidad contra las costillas, los oídos me zumban y, junto con el sonido de las pisadas intensas —como las de alguien que corre a toda velocidad—, se escuchan los gritos de mi madre. Los gritos de la otra mujer que iba con nosotras cuando nos encontramos con ella.

Parpadeo un par de veces solo para deshacerme de la sensación opresiva que me provoca el hilo de mis pensamientos, y trago saliva para deshacer el nudo que siento en la garganta.

Tengo que recordarme a mí misma que no me encuentro en ese lugar. Que los Guardianes que ahorra corren allá afuera no están buscándome.

Me pongo de pie de la cama, aún con el corazón en la garganta y las manos temblosas y, aturdida, me acerco a la puerta solo para pegar el oído en ella y tratar de escuchar la conmoción que se desarrolla.

Me siento un poco embotada por lo poco que he dormido. Me quedé despierta dando vueltas en la cama, reproduciendo una y otra vez mi conversación con Iskandar y todo lo que le dije. Todavía no sé si me arrepiento de lo que hice en la cafetería, porque sé que conseguí que muchos Guardianes nos miraran y que, no conformes con ello, hablaran el resto de la tarde sobre eso; sin embargo, sé que no me arrepiento de lo que hablé con él. Que tenía que hacerle saber cómo me he sentido desde que llegué a este lugar.

El sonido de las ordenes siendo ladradas de un lado para otro me saca de mis cavilaciones instantáneas, pero no logro entender qué es lo que dicen. Las alarmas se encienden en mi sistema de inmediato y, presa de un impulso envalentonado, vuelvo sobre mis pasos, miro el reloj despertador —que marca que pasan de las tres de la madrugada— y me calzo las zapatillas deportivas antes de salir al corredor.

Las luces de los pasillos están encendidas. Las voces de los Guardianes hacen eco en los corredores y suenan alteradas. Tensas.

Me echo a andar en dirección a las escaleras que Ryan y yo utilizamos todos los días para bajar al comedor y trato de ser lo más sigilosa posible.

Una parte de mí no deja de decirme que debo volver sobre mis pasos y meterme en la cama. Que en suficientes problemas me he metido ya como para buscarme otro husmeando en los pasillos de la fortaleza Guardiana; sin embargo, la curiosidad que siento es tanta, que no puedo detenerme.

Me detengo en seco cuando un puñado de Guardianes corre en dirección a la salida que da hacia el garaje donde guardan los todoterreno, y espero a que desaparezcan por las puertas principales antes de avanzar, no sin antes cerciorarme de que nadie pueda mirarme.

Trato de echar un vistazo a través de una enorme ventana, pero lo único que consigo, es ver como cuatro vehículos se enfilan hacia la salida del perímetro de la propiedad.

Definitivamente, algo está sucediendo.

Me dirijo hacia otro ventanal solo para ver si tengo un poco de mejor visibilidad, pero solo consigo encontrarme con otro puñado de vehículos abandonando el lugar donde son guardados.

—No deberías estar aquí. —La voz a mis espaldas casi me hace pegar un grito, pero lo reprimo lo mejor que puedo cubriéndome la boca y girándome sobre los talones justo a tiempo para encontrarme con una Lorraine enfundada en un abrigo oscuro y botas de combate.

—¡Casi me matas del susto! —siseo, en voz baja, al tiempo que cierro los ojos con fuerza—. ¿Qué es lo que está pasando?

Lorraine niega con la cabeza.

—No lo sé —dice—. Solo sé que empezaron a convocar a todos los Guardianes varones que no están en guardia.

—Están saliendo de aquí —apunto, mientras miro hacia la ventana, justo a tiempo para ver a otras dos camionetas abandonar la propiedad.

Lorraine asiente.

—Algo grave debe de haber sucedido en la isla para que sean tantos Guardianes los que han sido convocados —dice, y suena genuinamente preocupada.

—¿Crees que sea un ataque?

La chica niega con la cabeza.

—Me temo que debe ser algo más grave que un simple ataque —dice—. Una brigada pequeña es suficiente para hacerse cargo de unos cuantos demonios carroñeros. A veces, solo un Guardián de Élite es necesario. Han convocado a un montón de ellos. Eso solo puede significar algo de mucho cuidado.

—¿Cómo lo sabes? —inquiero, sintiéndome ansiosa—. ¿Tú has sido convocada?

Lorraine niega una vez más.

—No, pero pensaba ir a echar un vistazo desde las trincheras.

Clavo los ojos en ella de inmediato.

—¿Echar un vistazo? ¿Como... yendo allá a investigar qué estaba pasando?

Desvía la mirada, como si se sintiera avergonzada.

—Eres más audaz de lo que pensaba —digo, al tiempo que arqueo una ceja y reprimo la sonrisa que amenaza con abandonarme.

—Y tú no deberías estar aquí —masculla, cambiándome el tema de la conversación.

—Y me imagino que tú tampoco, pero aquí estamos —replico. Esta vez, no oculto mi sonrisa descarada.

—Ve a tu habitación ahora o te meterás en problemas —me ordena y mi sonrisa se ensancha.

—¿Y a dónde irás tú? ¿A seguir a los Guardianes que van a la ciudad?

—Madeleine... —advierte.

—Llévame contigo —pido, pese a que sé que va a negarse rotundamente.

—¿Estás loca? ¿Sabes lo que me harían si te llevo allá y algo sale mal?

—Pero iremos solo a observar ¿no? —protesto—. Si vemos que es muy peligroso, volvemos.

Lorraine niega con la cabeza, determinada.

—Por supuesto que no voy a exponerte de esa manera.

—¿Y crees que voy a dejarte marchar así como así? —me cruzo de brazos—. No, señorita. Usted me lleva o yo me encargo de hacerle saber a todos en esta casa a dónde se fue.

—Madeleine, no seas necia. No voy a llevarte conmigo. No tienes entrenamiento alguno.

—¿Y tú sí?

Silencio.

Noto como aprieta la mandíbula.

—Eres imposible —sisea, al tiempo que sacude la cabeza en una negativa y se echa a andar en dirección a la salida—. Vámonos ya antes de que me arrepienta.

El corazón me da un vuelco furioso, pero esbozo una sonrisa del tamaño de mi cara.

Sé que esto es peligroso. Que, probablemente, estoy cometiendo la estupidez más grande en mucho tiempo, pero también sé que El Oráculo luce complacido y que la adrenalina que me recorre el cuerpo es tan intensa, que apenas puedo pensar con claridad.

Así pues, sin esperar a que Lorraine se lo piense mejor, me echo a andar atrás de ella a toda marcha.


***


Avanzar por la carretera de la reserva sin luces que iluminen el camino se siente como la decisión más estúpida tomada jamás; sin embargo, Lorraine insiste que es la manera más segura de viajar sin ser detectada por los Guardianes... o por algo más.

Así pues, sorteamos las curvas peligrosas y oscurecidas siguiendo únicamente la estela iluminada que dejan los todoterreno que avanzan a unos cuantos metros de nosotras y, por milésima vez desde que abandonamos la fortaleza Knight, quiero pedirle a Lorraine que me deje conducir.

No soy la mejor tras el volante. Enzo apenas estaba enseñándome —antes de que tuviésemos que posponer las lecciones de manejo y cambiarlas por entrenamientos matutinos—, pero no dejo de pensar que cualquier cosa es mejor que dejar que una chica medio ciega maneje sin luces en una carretera peligrosa a mitad de la madrugada.

Con todo y eso me muerdo la lengua, porque no quiero hacerla sentir mal y tampoco quiero que opte por hacerme volver a la Casa Knight solo porque no me gustan las condiciones en las que seguimos a los Guardianes.

Conseguir ir detrás de ellos no fue tarea difícil. Lorraine tenía conocimiento del lugar exacto en el que Anne guarda su vehículo personal y, por alguna razón, tenía bajo su poder un duplicado de las llaves, así que fue bastante sencillo treparnos en el viejo vehículo para empezar a seguir a las camionetas que conducen los guerreros.

Casi puedo apostar que nos dirigimos a la iglesia abandonada, pero me sorprende de sobremanera darme cuenta de que han pasado de largo el lugar exacto en el que hay que virar para llegar ahí.

La confusión y el miedo me embargan en partes iguales, pero me obligo a empujarlo lejos mientras pongo atención al camino y trato de adivinar hacia dónde nos dirigimos.

Conforme nos vamos acercando al centro de la isla, me voy sintiendo más y más ansiosa, pero trato de no externar mi inquietud mientras empezamos a sortear las calles de las afueras de la ciudad con lentitud.

Sé que Lorraine trata de mantenerse rezagada para no ser detectada por los Guardianes, pero de todos modos no puedo dejar de sentirme aterrada cuando los perdemos de vista durante unos instantes.

Finalmente, al cabo de unos minutos que se sienten eternos, se detienen.

Nosotras también lo hacemos, pero a una distancia prudente, y no nos movemos de donde nos encontramos hasta que los vemos salir de sus vehículos y dirigirse en dirección hacia una de las zonas residenciales de mayor concurrencia en la isla.

Mi ceño se frunce solo porque soy capaz de notar una especie de halo cálido en la lejanía. Como si cientos de luces estuviesen encendidas, o como si las calles estuviesen decoradas, cual árbol de navidad.

—¿Qué es eso? —inquiero, pero Lorraine ya está deshaciéndose del cinturón de seguridad.

—Quédate aquí —pide, pero quiero protestar—. Ahora regreso.

Sin esperar a que responda, sale del vehículo.

Una especie de reniego escapa de mis labios, pero Lorraine me ignora mientras cierra la puerta detrás de ella y avanza en dirección a donde los Guardianes han desaparecido a toda velocidad.

Se escuchan... ¿gritos? No estoy segura y tampoco quiero ser paranoica y asumir lo peor ahora mismo.

Entorno los ojos en dirección a la franja iluminada que cada vez se extiende más y más con lentitud.

¿Qué es eso? Pregunto para mis adentros. ¿Es... fuego?

La realización de este hecho hace que un puñado de rocas se asiente en mi estómago, y siento las náuseas crepitar por mi garganta hasta llenarme la boca.

—Mierda... —suelto, mientras que me deshago de mi propio cinturón de seguridad para salir del coche.

Lorraine avanza y se detiene antes de mirar hacia el punto por el cual los Guardianes se marcharon y, un par de segundos más tarde, sucede...

La escucho soltar una palabrota. Vuelve sobre sus pasos y empieza a correr hacia el auto.

Las voces en mi cabeza me advierten sobre peligro, pero apenas puedo procesar lo que está pasando cuando Lorraine se trepa en el auto a toda velocidad y lo echa a andar.

—¡¿Qué...?! —apenas puedo pronunciar cuando, sin más, los veo.

Una decena... No... Una veintena de demonios que lucen como murciélagos gigantes se acercan justo cuando Lorraine se echa en reversa y pisa a fondo.

El volantazo hace que suelte un grito ahogado mientras trato de abrocharme de nuevo el cinturón de seguridad. Entonces, acelera.

Sin que pueda evitarlo, miro hacia el vidrio trasero del vehículo y un grito se construye en mi garganta.

Los murciélagos nos siguen y chillan. Vuelan sobre y alrededor del vehículo, y se estrellan contra él con tanta brutalidad, que el metal cruje y se dobla con la fuerza de sus impactos.

Entonces, uno de ellos se estrella en el vidrio trasero y este estalla en mil fragmentos.





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