22



El desayuno está pasando lento y con un nudo enorme instalado en la boca del estómago.

Ryan no ha dicho demasiado respecto a mi reunión con Enzo, pero tampoco he insistido tanto como me gustaría. Me da miedo ser demasiado inquisitiva y que, por miedo a que hable de más, decidan que no puedo ir a verlo.

Lo poco que he logrado sacarle al Guardián que desde ayer me escolta por todos los rincones de esta inmensa casa, es que, tan pronto como terminemos de tomar los alimentos matutinos, iremos al lugar pactado para encontrarnos con él.

No sé si será Ryan quien me acompañe, pero sé que llevaré escolta personal y que no podrá durar más de veinte minutos.

Mientras menos personas vean a los Guardianes interactuando con los Black, mejor.

Todavía no sé cómo diablos es que voy a hacer para decirle a Enzo todo eso que deseo si hay un Guardián oyéndonos todo el tiempo, así que, ahora mismo me encuentro estrujándome el cerebro para idearme algo antes de marcharnos.

—¿Tienes una pluma? —inquiero, en dirección a Ryan, quien me observa desde el otro lado de la mesa con gesto inexpresivo y la boca llena de huevos revueltos.

—¿Para qué la necesitas? —pregunta de regreso, al tiempo que entorna los ojos ligeramente.

—Necesito hacerte una lista de cosas que necesito para sobrevivir en este lugar —digo, luego de rodar los ojos al cielo.

—¿Y necesitas escribirla?

—Son muchas cosas. Vas a olvidar la mitad si te pido que las memorices.

—Pruébame —dice, con arrogancia, al tiempo que se echa un trozo de pan a la boca.

—Bien —digo, con irritación—. Memoriza esto: tampones, pastillas para los cólicos, toallas femeninas nocturnas. De las que tienen alitas. Las otras solo conseguirán una masacre de la que ningún Guardián aquí querrá hacerse cargo. También necesito bragas de algodón en talla mediana y...

—¡De acuerdo! —exclama, mientras alza las manos en un gesto de rendición—. ¡Ahora te consigo la dichosa pluma!

Acto seguido, se pone de pie y se encamina hacia el lugar en el que sirven la comida.

Un par de minutos más tarde regresa con un bolígrafo y un par de servilletas.

En ese momento, me pongo a trabajar.

Trato de ser lo más discreta posible, intercalando entre una servilleta y otra.

En una escribo una lista de artículos femeninos que —no es mentira— estoy próxima a necesitar, y en la otra, garabateo una nota rápida para darle a Enzo.

Cuando termino le entrego a Ryan la servilleta con la lista y el bolígrafo, y hago como que mordisqueo un trozo de pan. Él toma mi ofrenda antes de guardársela en el bolsillo.

—¿Con qué urgencia necesitas esto?

—Lo más pronto que se pueda, por favor —digo, y esbozo una sonrisa amplia y descarada que hace que ruede los ojos al cielo.

—Bien. Más tarde haré que te lo entreguen —masculla—. ¿Ya terminaste?

—Sí —digo, al tiempo que, en la servilleta con el mensaje para Enzo, envuelvo lo que me queda del pan—. Esto me lo como en el camino.

Ryan asiente.

—Bien. Vámonos.

Entonces, nos ponemos de pie y nos dirigimos hacia la salida del lugar.

—¿Tú vas a acompañarme al pueblo? —pregunto, mientras trato de alcanzar al chico que ya me ha tomado un par de zancadas de ventaja.

Él asiente.

—Junto con otros tres Guardianes de la escolta personal del General Knight —dice, mientras salimos al exterior y nos dirigimos hacia el enorme garaje donde guardan los todoterreno—. Ellos ya deben de estar esperándonos.

Y, efectivamente, cuando llegamos al lugar indicado, nos encontramos con tres hombres más grandes que Ryan, pero tampoco de edad tan avanzada como el padre de Iskandar. Podría jurar que tienen la edad de Livy y están en sus treintas.

—¿Están listos? —inquiere uno de ellos y suena fastidiado. No lo culpo, seguramente no quiere estar aquí. Mucho menos tener que escoltar a una chiquilla solo para que vea a su familiar veinte minutos.

Ryan asiente.

—Bien —dice otro de ellos—. En marcha, entonces.

Una vez arriba del vehículo me como el resto del pan que traje conmigo y le doy una leída rápida a mi nota garabateada:

«Los Guardianes sospechan de nosotros.

Nos tienen en la mira. Traten de no llamar mucho la atención y váyanse de la isla cuanto antes.

Contacten a los Markov. Vayan al continente. Lo que crean más conveniente, pero márchense de aquí.

Nos he comprado algo de tiempo, pero no sé cuánto ha sido.

No te preocupes por mí. Estaré bien. Solo salgan de aquí tan pronto como puedan.»

Acto seguido, la aprieto en mi puño y me la echo en el bolsillo de la chaqueta antes de, casualmente, mirar a través de la ventana.


***


No sé por qué me provoca tanta ansiedad el encontrarme en el centro de la diminuta ciudad que es Kodiak. De alguna manera, ver las familiares calles que me han visto crecer luego de tantos días en cautiverio se siente... extraño.

Acá afuera se siente como si el tiempo no hubiese transcurrido en lo absoluto y, al mismo tiempo, como si todo fuese diferente. No estoy muy segura de cómo explicarlo, pero así se siente. Como si algo hubiera cambiado durante estos días en los que he permanecido en aquella burbuja que los Guardianes crearon para mí.

El todoterreno vira en una de las avenidas principales para entrar a la zona más comercial de la ciudad. Esa que está muy cerca del malecón y que, por lo regular, está repleta de turistas en la época del año adecuada.

Ahora, sin embargo, está vacía. Casi desértica.

No me pasa desapercibido el hecho de que hay un montón de locales cerrados. De hecho, son más bien pocos los establecimientos que han abierto sus puertas; cosa que llama mucho mi atención.

Mientras avanzamos, pasamos muy cerca del local de Madame Dupont y tengo que reprimir las ganas de pedirles a los Guardianes que nos detengamos solo para ver si se encuentran ahí.

La camioneta sortea un par de calles más antes de aparcar frente a una cafetería pequeñísima. Tanto, que, pese a que no trabajo lejos de aquí, jamás la había visto.

La entrada parece más la de una casa que la de un establecimiento y solo un pequeño anuncio con el menú del día sobre la acera, te hace saber que te encuentras en un café.

La escolta del General Knight baja primero —para cerciorarse de que Enzo ha venido solo y darle una buena revisada al lugar— y, diez minutos más tarde, como nos instruyeron, bajamos Ryan y yo.

El corazón me late con fuerza contra las costillas mientras nos adentramos en el lugar, y las rodillas me fallan en el instante en el que Enzo se levanta de la mesa que se encuentra al fondo de todo y empieza a avanzar en mi dirección.

El abrazo apretado con el que me recibe me llena de alivio el cuerpo y casi me hace querer fundirme en él.

El nudo que siento en la garganta es inmenso y apretado, y casi quiero gritar de la felicidad porque ahora, luego de tantos días, estoy cayendo en cuenta que se encuentra bien. Que logró salir bien librado de aquella fatídica noche en la iglesia.

—No tienes idea de lo mucho que agradezco que estés bien —dice, contra mi oído y suelto una risotada ansiosa y aliviada.

—Puedo decir lo mismo de ti —replico y se aparta de mí solo para inspeccionarme.

De inmediato, sé que nota el cabestrillo y las marcas de los golpes que tengo en la cara, producto de mi duelo con aquellos Guardianes cuando trataba de escapar.

—¿Qué te han hecho? —inquiere, con el entrecejo fruncido, al tiempo que mira en dirección a Ryan, quien se mantiene a una distancia prudente—. Dijeron que estabas bien. A salvo.

—Y lo está —Ryan replica, y suena tan frío y estoico, que casi le quiero dar un golpe para que se comporte.

La mirada de Enzo vuelve a mí.

—¿De verdad estás bien? ¿Estás a salvo? ¿Qué te pasó en la cara? ¿En el brazo? ¿Quién te hizo esto? —Suena molesto, pero sacudo la cabeza para tranquilizarlo.

—Pasó la noche de la iglesia. —Trato de no soltar demasiada información frente a Ryan—. Cuando trataba de escapar.

La mirada de mi primo se oscurece.

—Entonces, fueron ellos. Los Guardianes te hicieron esto.

—Hacían lo que debían, Enzo —digo y hago una mueca cuando noto que estoy defendiéndolos—. Quiero decir... ¿Qué esperábamos que ocurriera? Estábamos ahí, luego de que la energía de la iglesia se disturbara. Por supuesto que pensaron que yo estaba haciendo algo.

Mi primo aprieta la mandíbula.

—¿Dónde has estado? —inquiere—. ¿Dónde te tienen? ¿Están alimentándote?

Asiento.

—Me encantaría poder darte detalles, pero es...peligroso. —Hago una mueca cargada de pesar—. Solo quería que supieras que estoy bien y que he conseguido una tregua con los Guardianes.

El ceño de Enzo está cada vez más fruncido.

—¿Una tregua? ¿De qué estás hablando, Maddie?

Suelto un suspiro largo.

—Es complicado, ¿de acuerdo? —digo—. Y tampoco es que pueda decirte demasiado, solo... manténganse a salvo, ¿de acuerdo? Las cosas están peor de lo que parece.

¿Peor? —Enzo suena genuinamente preocupado—. Mads, ha habido más de seis ataques los últimos cinco días. El toque de queda se ha convertido en confinamiento perpetuo. Estamos encerrados en nuestras casas hasta nuevo aviso. Solo si tienes pases expedidos por los Guardianes puedes circular en la ciudad. —Como para probar su punto, se saca del bolsillo de la chaqueta un trozo de papel grueso y me lo enseña. Efectivamente, es un pase por un día para circular en la ciudad con fecha de hoy—. No puedes andar en la calle sin uno de estos y, si me dices que las cosas son peores de lo que ya son, solo puedo pensar en caos. Mucho caos.

La nueva información hace que me sienta enferma. Mareada incluso.

¿Por qué nadie me había dicho nada de esto? ¿Por qué ni siquiera Iskandar me ha advertido sobre lo que ha estado pasando aquí afuera?

—¿Qué?...

El entendimiento llena las facciones de Enzo.

—No lo sabías, ¿no es así?

Sacudo la cabeza en una negativa.

—Creo que, si hay alguien aquí que debe tener cuidado, esa eres tú, Maddie —dice y un escalofrío me recorre de pies a cabeza cuando las palabras abandonan sus labios.

—¿Quién ha sido atacado?

—¿Qué conozcamos? El señor Jerkings, el de la abarrotera a la salida de la ciudad.

El corazón me da un vuelco furioso solo porque puedo recordar al hombre. Siempre amable. Siempre con una sonrisa en el rostro.

—Oh, mierda...

El silencio tenso que le sigue a mi exclamación, es acompañado por el gesto serio de Enzo.

—¿Cómo están todos en casa? —inquiero, solo porque necesito saberlo—. ¿Bien?

Él asiente.

—Nerviosos. Preocupados por ti, pero bien.

Niego con la cabeza.

—Me dijeron que nadie me había buscado.

—Mi padre no quería levantar sospechas de los Guardianes —dice, y suena genuinamente avergonzado mientras le echa un vistazo fugaz a Ryan, quien no se ha apartado de mí ni siquiera un poco—. Si decíamos que lo último que supimos de ti fue que saliste de casa a mitad de la noche, iban a darnos caza.

Sé que, en realidad, ha querido decir otra cosa. Sé que ha querido decir que, si decían que la última vez que fui vista, fue a las afueras de la iglesia abandonada en la que murió mi tío Timotheus, iban a darles caza, pero lo ha dicho de esa manera para que Ryan no lo escuche decir que él sabía perfectamente dónde estaba la noche que desaparecí.

De todos modos, sus palabras son como una puñalada a sangre fría; aunque entiendo, de alguna manera, el instinto de preservación.

—Lo lamento mucho, Maddie —dice, y suena tan pesaroso, que casi olvido la sensación de desazón que me provoca el saber que nadie se tragó el miedo y levantó un acta de desaparición.

Sacudo la cabeza en una negativa.

—Lo importante es que estamos bien.

—¿Lo estás? —inquiere, preocupado, y yo asiento.

—Lo estoy. —Le aseguro y noto la confusión en su mirada.

—¿Qué estás haciendo para los Guardianes que te han escoltado hasta acá? Como si fueras una persona importante o algo por el estilo.

Me muerdo el labio inferior.

—Estoy leyendo las cartas para ellos.

La mirada de Enzo se oscurece.

—¿Por qué?

—Porque soy jodidamente talentosa para ello. —Esbozo una sonrisa, pero Enzo no me sonríe de vuelta.

—¿Por qué necesitan que leas las cartas para ellos, Madeleine? ¿Qué está pasando?

Niego con la cabeza.

—Todavía no lo sé. Estoy en eso. —Me encojo de hombros—. La única condición fue que los mantuvieran a ustedes fuera de todo esto.

—¿Qué es lo que no me estás diciendo?...

—Cinco minutos, Black —Ryan dice a mis espaldas y hago una mueca de desagrado.

—Ya casi tengo que irme. —Anuncio, pese a que es evidente.

—¿Voy a volver a verte pronto?

—No lo sé. Eso espero.

—¿Estás segura de que te encuentras bien?

—Mejor de lo que crees.

Él asiente antes de volver a envolverme en un abrazo. Yo aprovecho ese momento para meter las manos en mi bolsillo y tomar la servilleta hecha bola. Cuando nos apartamos, le tomo de las manos y se la doy de la manera más discreta que puedo.

—Por favor, cuídate mucho, Maddie. No confíes en nadie. Mantente a salvo.

Asiento.

—Tú has lo mismo —respondo—. Trataré de verte lo antes posible, ¿de acuerdo?

Es su turno de regalarme un asentimiento.

—Es hora, Black —Ryan dice y cierro los ojos con fuerza.

—Prométeme que estarás bien —susurro y sueno angustiada cuando lo digo en voz alta.

—Te lo prometo —asegura y suspiro.

—Nos vemos, Enzo.

—Eso espero, Maddie.

Me da un último abrazo fugaz y, entonces, Ryan me toma por el brazo suavemente.

—Debemos irnos —dice y, a regañadientes, lo sigo hacia la salida del local.


***


Cuando regresamos a la Casa Knight, me siento inquieta. De alguna manera, más preocupada de lo que me gustaría.

No puedo dejar de pensar en la conversación que tuve con Enzo y en lo grave que es la situación en la isla. Me siento un tanto traicionada, si puedo ser honesta. No espero que los Guardianes me traten como su aliada, porque sé que no lo soy. Que nuestro acuerdo es más una tregua para combatir lo que sea que se viene que otra cosa, pero, de todos modos, no puedo dejar de sentir que, el hecho de que me oculten lo que ocurre allá afuera, es una manera de mantenerme cautiva.

No sé por qué lo han hecho. Si sea el afán de no preocuparme para que no desee salir corriendo de aquí solo para cerciorarme de que todos en casa se encuentran bien; o si, simplemente, no les importa en lo absoluto informarme de nada de lo que ocurre salvo lo que concierne a sus intereses inmediatos.

Sea cual sea el motivo, me inquieta en demasía. Me hace sentir, de alguna forma, utilizada.


El entrenamiento con Anne, Livy y Lorraine pasa sin muchas novedades. Sigo sin ser capaz de controlar el poder descomunal que los hilos cargan encima y, al mismo tiempo, cada vez me cuesta menos trabajo el tomarlos y torcerlos a mi antojo.

Las voces del Oráculo parecen cada vez más cómodas con los entrenamientos y el modo en el que han empezado a tomar el control de mi cuerpo cada que los hilos de la Línea entran en contacto conmigo; sin embargo, ni siquiera he conseguido sentirme satisfecha con este logro por todo lo ocurrido esta mañana con Enzo.

Antes de marcharme detrás de Ryan, Anne me informa que, para el día de mañana, debo venir preparada con ropa abrigadora, porque tendremos práctica al aire libre y asiento sin pronunciar palabra alguna antes de encaminarme hacia el comedor.

Ryan me pregunta si ya he memorizado el camino hacia el comedor desde el salón de Anne y le respondo en un murmullo que todavía no. Creo escucharlo reprimirme un poco, diciéndome que solo tengo esta semana para aprender a moverme por mi cuenta en esta enorme mansión, pero no estoy muy segura de ello. Sigo con la mente embotada. Dándole vueltas una y otra vez a lo mismo.

Una vez dentro del comedor, nos colocamos en la fila para tomar una bandeja y elegir qué vamos a comer, y es en ese momento, cuando lo veo...

Iskandar está allá, al fondo de la estancia, sentado junto a Takeshi y otros tres chicos que lucen de su edad —quizás solo un poco más grandes que él—, y yo, simplemente, no puedo reprimir el impulso que siento de caminar en su dirección.

Con cada paso que soy me siento más determinada. Más frustrada. Más... furiosa.

Soy consciente de que Ryan me ha llamado desde las espaldas, pero ni siquiera me molesto en mirarlo. Sigo abriéndome paso en dirección a la mesa en la que el hijo del General Knight se encuentra instalado. Soy consciente de que estoy llamando la atención de todos los Guardianes a mi alrededor, pero no puedo detenerme.

—Necesitamos hablar —digo, sin preámbulo alguno, cuando me detengo frente a la mesa donde se encuentra y siento como todos guardan silencio para escuchar lo que tengo que decir.

Incluso, aquellos que no están sentados en la misma mesa que Iskandar.

—Podemos hablar durante el entrenamiento, Black —responde y casi quiero abofetearlo por lo imbécil que suena cuando me habla en ese tono.

—Necesito hablar contigo. Ahora —espeto, enfadada.

La mirada de Iskandar se oscurece varios tonos.

—¿Qué te hace pensar que puedes hablarme así?

No sé qué diablos es lo que sucede conmigo, pero sus palabras son como un reto para mí y, sin más, tiro de los hilos de energía que cubren todo el lugar.

Todas las mesas a mi alrededor se mueven ligeramente, como una advertencia y una parte de mí se sorprende —tanto como todos los Guardianes que saltan fuera de sus lugares para esquivar mi pequeño ataque—, solo porque jamás había logrado medir la fuerza con la que muevo las hebras.

—No me importa si todos aquí van a decirle a tu padre acerca de esto —escupo—. Tampoco me interesa en lo absoluto si te meto o no en problemas. Deja de ser un maldito cobarde y ven a hablar conmigo, que esto nada tiene que ver con la forma en la que me besaste el otro día.

Soy capaz de escuchar el murmullo que se extiende a mi alrededor cuando digo aquello, pero tampoco me interesa demasiado. Estoy harta de todo esto. Harta de que Iskandar juegue conmigo al aliado cuando, en realidad, solo hace lo que le conviene.

Esta vez, cuando Iskandar se pone de pie y me mira, luce peligroso. Como si hubiese aceptado alguna especie de reto.

—Bien —dice, con la voz enronquecida—. Si así lo quieres, que así sea, entonces.

Y, sin más, me pasa de largo.

Me giro sobre mi eje para encararlo, pero se ha detenido a pocos pasos de donde me encuentro y me mira por encima del hombro.

—Ven —dice, pero no suena para nada amable—. Sígueme.





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