20
Las Guardianas terminan el entrenamiento a la hora de la comida.
Estoy exhausta para ese momento, pero trato de no hacerlo notar mientras, luego de despedirme de Anne y Livy, soy acompañada por Lorraine —y el Guardián que me llevó con ellas en la mañana— al comedor donde tomamos el desayuno.
Esta vez, me aseguro de poner atención al camino, aunque no sé si me sirva de mucho, ya que, después de lo ocurrido en el salón donde nos encontrábamos, Anne decidió que lo mejor era que saliéramos al exterior para no causar muchos destrozos.
El resto del entrenamiento pasó sin muchas novedades. Seguí practicando con los hilos, pero sin obtener resultados distintos. Estoy segura de que Anne, Livy y Lorraine despertarán el día de mañana con dolor de huesos por tantas veces que salieron disparadas gracias a mi falta de control.
Lo único que cambió con el paso de las horas, fue la facilidad con la que comencé a tomar los hilos. Al principio, me tomaba mucho tiempo lograr moverlos; sin embargo, con cada intento, fue haciéndose más y más sencillo.
Tanto que, para cuando terminamos, ya podía moverlos tan pronto como Anne me lo pedía.
Lorraine parlotea sin cesar a mi lado respecto a lo impresionante que es que haya podido mover las hebras energéticas con tanta facilidad, pero yo no puedo dejar de pensar en otra cosa. En otra persona: mi madre.
Pareciera que cada día descubro algo nuevo sobre ella y no sé cómo me hace sentir aquello. Una parte de mí, se siente orgullosa de ser hija de alguien así de habilidosa y la otra, simplemente se siente engañada. Un tanto... traicionada. Como si me hubiesen mentido en la cara toda la vida.
Esta vez, cuando entramos al comedor, está casi vacío, cosa que agradezco.
—Puedes ir a tomar tus alimentos con tus amigos, Ryan —Lorraine le dice al Guardián que nos sigue, cual sombra—. Cuando terminemos, te lo haremos saber.
—Tengo instrucciones de escoltar a la chica a todos lados.
—Y la has escoltado al comedor —Lorraine hace un gesto impaciente con la mano—. Puedes darte por satisfecho. Ahora, déjanos comer en paz. Cuando terminemos, te avisamos para que puedas seguir con tu encomienda.
El Guardián duda unos instantes, pero, al final, asiente y hace su camino hacia el lugar donde se sirve la comida.
Mientras tanto, Lorraine y yo tomamos una charola y esperamos a que Ryan se encuentre a una distancia prudente para acercarnos.
—Jamás había visto a Anne tan entusiasmada con alguien —Lorraine comenta, una vez que nos han servido una generosa ración de pollo y arroz—. Y vaya que se ha topado con gente muy poderosa.
Esbozo una sonrisa tímida.
—No sé si sentirme especial o preocuparme —mascullo y Lorraine sonríe.
—Si logras dominar la técnica de los hilos, todo lo demás te será pan comido —dice, mientras nos sentamos en una mesa apartada del resto.
Comemos en silencio unos minutos.
—¿Son las únicas Guardianas en este lugar? —inquiero, y trato de sonar casual cuando lo hago, pero no estoy segura de haberlo conseguido del todo.
Ella niega con la cabeza.
—La Casa Knight alberga alrededor de ciento cincuenta Guardianas —dice.
—Comprendo —musito—. Pero, ninguna de ellas es combatiente, ¿correcto?
Lorraine vuelve a negar.
—Las habilidades de las Guardianas distan muchísimo de ser similares a las de los Guardianes varones —dice—. Nuestro poder radica en todo lo paranormal. Por lo regular, nuestro entrenamiento se basa al cien por ciento en todo lo que tiene que ver con las artes oscuras, la magia y los rituales angelicales. Todo eso que potencia nuestras habilidades sensoriales —explica—. Los hombres, en cambio, por lo regular heredan todo lo físico. La velocidad, la fuerza bruta, la agilidad... Es por eso que, en batalla, es más probable encontrarse con Guardianes varones que con chicas. Nosotras, por lo general, siempre estamos en la vanguardia.
Hace una pequeña pausa, como si estuviese decidiendo o no si debe decir lo que tiene en mente, pero, al final se decide:
—La noche que apareció la Quimera, fuimos nosotras: Anne, Livy, otras cuatro chicas a las que no conoces y yo, las que realizamos todos los rituales de protección alrededor de la iglesia. Nos llevaron unas cuantas horas antes de que fueras con las brigadas de los varones.
Me quedo callada, procesando la información.
—Son ustedes, entonces, las del verdadero talento aquí —digo, al tiempo que esbozo una sonrisa cómplice que ella me regresa.
—Cada vez me agradas más, Madeleine Black —dice, al tiempo que pincha un trozo de pollo con el tenedor.
—¿Vamos a continuar con el entrenamiento luego de la comida? —pregunto, luego de unos minutos más de comida silenciosa.
—Me temo que no —replica—. Al parecer, el General cree necesario que tengas un poco de entrenamiento físico, porque no sabe qué tan cerca del campo de batalla es necesario que te encuentres; así que, es probable que vayas a hacer algo un poco más físico.
Hago una mueca de decepción.
—Odio hacer ejercicio —mascullo.
Y ella sonríe.
—Es una lástima, porque todo parece indicar que vas a hacer mucho de eso —responde, medio bromeando y le sonrío de vuelta antes de continuar con los alimentos.
***
Camino por un largo corredor tratándole de seguir el paso a Ryan, el Guardián que me ha escoltado a lo largo del día. No me ha dicho hacia dónde nos dirigimos, pero, gracias a lo que Lorraine me ha dicho, sé que se trata de algo que va a implicar usar los músculos. No sé cómo es que voy a hacer actividad física luego de todo lo que engullí a la hora de la comida, pero trato de no pensar en eso.
Me digo a mí misma que, si vomito, no me importará demasiado porque comí todo eso que no pude comerme a la hora del desayuno, por lo temprano que era y lo ansiosa e incómoda que me sentía al no tener una sola cara familiar entre todos esos Guardianes.
Esta vez, mientras avanzamos, trato de memorizar el camino. Soy capaz de reconocer las puertas dobles de la sala a la que originalmente fui llevada esta mañana, y casi me pongo a hacer un bailecillo de felicidad cuando me doy cuenta de que, al menos, ya sé llegar del comedor a ese lugar.
Sorteamos varios corredores amplios repletos de Guardianes antes de acercarnos a una puerta enorme que luce como si fuese una que da al exterior.
No me sorprende en lo absoluto cuando me doy cuenta de que tengo razón: da hacia una colina enorme.
A lo lejos, soy capaz de ver el bosque de la reserva, pero, antes de eso, logro ver una especie de bodega a unos cuantos metros de donde nos encontramos. De hecho, son cuatro de ellas. Todas son enormes y lucen imponentes, y no puedo evitar preguntarme qué diablos guardan ahí.
Seguimos avanzando a través del pasto frío, repleto de escarcha, al tiempo que me abrazo a mí misma y tirito debido al frío.
Una chaqueta gruesa y calentita entra de la lista de cosas que deseo pedirle al General Knight, porque, si voy a estar saliendo al frío inclemente, más me vale tener algo para protegerme del frío o voy a morir de una hipotermia o algo por el estilo.
No me toma mucho tiempo darme cuenta de que nos dirigimos hacia una de las bodegas y el corazón me da un vuelco furioso solo porque no esperaba descubrir qué hay dentro de esas enormes edificaciones tan pronto. Con todo y eso, me las arreglo para lucir despreocupada mientras avanzamos a paso rápido hasta llegar al lugar.
No sé muy bien qué espero encontrar cuando entramos, pero, a diferencia de esta mañana, mantengo la mente y las expectativas abiertas.
Esta vez, cuando nos abrimos paso al interior de la edificación, lo que veo va más acorde a lo que esperaba.
El lugar es un gimnasio gigantesco. Está dividido en dos plantas. En la parte de abajo, hay colchonetas y espacios que lucen diseñados especialmente para hacer acrobacias. También, hay lo que parecen ser espacios para realizar combate cuerpo a cuerpo, y sacos de boxeo desperdigados por todos lados. De la parte de arriba apenas puedo tener un vistazo, pero hay aparatos de todos los estilos. Desde pesas, hasta caminadoras o bicicletas fijas.
Hay unos cuantos grupos de Guardianes realizando actividades aquí y allá, pero, la gran mayoría del lugar está casi vacío, cosa que me sorprende un poco.
—Por aquí —indica Ryan, encaminándonos por un pequeño espacio entre —lo que parecen ser— un par de obstáculos de escalada, donde un Guardián practica algo parecido al parkour.
No puedo evitar mirarlo más de lo debido, pero es que ha saltado tan alto y con tanta soltura, que no puedo evitar preguntarme si eso podría hacerlo un humano común y corriente con suficiente entrenamiento, o si es una habilidad que solo poseen los Guardianes.
—No te rezagues —Ryan me dice, cuando nota que he bajado el ritmo de mi andar y mascullo algo parecido a una queja mientras lo sigo hasta la parte trasera de la bodega.
Una vez ahí, me indica que lo espere donde me encuentro y se echa a andar sin dejar que le responda.
Me distraigo otro poco viendo cómo un chiquillo que no podría pasar de los siete años practica un mortal hacia atrás sobre una colchoneta, mientras que un chico de edad mayor lo instruye y me pregunto a qué edad empezarán los Guardianes con esta clase de entrenamientos físicos. Ese chico tiene un dominio de su cuerpo tan brutal, que podría apostar que, desde mucho más pequeño, empezó a realizar deportes de alto rendimiento.
—Black —El sonido de la ahora familiar voz de Ryan me hace volver la vista hacia el frente, justo a tiempo para verlo acercarse con alguien igual —o más— familiar que él.
El corazón me da un vuelco furioso en ese momento.
Quiero soltar una palabrota o maldecir por lo bajo, pero nada sale de mí cuando, cual estúpida, me le quedo mirando al espécimen de camisa de resaque y espalda de muerte que se acerca junto con el Guardián que me escolta.
Iskandar Knight avanza en mi dirección con una seguridad y soltura que hace que el estómago se me anude y mi pulso se acelere. Inevitablemente, barro la vista a través de su anatomía y casi me pongo a gritar de la frustración porque este chico no es de este mundo.
Viste completamente de negro: chándal, camisa de resaque y zapatillas deportivas. Lleva las manos vendadas hasta las muñecas, como si hubiese estado practicando algo de boxeo y los músculos de sus brazos lucen tensos, como si acabara de ejercitarlos. Todo eso, aunado a la forma en la que sus caderas estrechas enmarcan la fortaleza de su espalda y su abdomen firme y plano, hace que un puñado de piedras se asiente en mi vientre.
Su cabello está humedecido por el sudor y cae —desordenado y desaliñado— sobre su frente, casi cubriéndole los ojos, entornados en mi dirección.
De pronto, me siento muy acalorada y no sé si es algo que me agrade del todo.
Aprieto los dientes, mientras me obligo a clavar mi atención en Ryan para no verme como una estúpida mirando a Iskandar como lo hago, porque sé que ya me he humillado a mí misma lo suficiente los últimos dos minutos.
—Supongo que ya se conocen —Ryan dice, y no me pasa desapercibida la forma en la que las comisuras de sus labios se alzan en un gesto que me hace saber a la perfección que ha notado mi escrutinio a su compañero Guardián.
El calor se apodera de mi rostro de inmediato, pero es Iskandar quien responde por los dos:
—Así es.
Ryan asiente.
—Black, el Capitán Knight va a ser el encargado de tu adiestramiento físico. Vendré por ti antes de la cena —dice, un segundo antes de mirar a Iskandar y, abiertamente, regalarle una sonrisa para decir—: Suerte siguiéndole el ritmo a este enfermo de mierda.
De inmediato, me doy cuenta de la camaradería que hay entre ellos dos. Se siente como si fuesen amigos, y no puedo dejar de preguntarme desde hace cuánto se conocen.
Iskandar le dedica una mirada irritada, pero una sonrisa baila en las comisuras de sus labios.
—Nos vemos más tarde, Ryan —dice y su compañero se despide con una seña impropia de un Guardián y se encamina hacia la salida del lugar.
Acto seguido, Iskandar se dirige hacia mí y dice:
—Sígueme.
Sin esperar a que responda, se echa a andar en dirección a las escaleras que dan hacia la planta alta.
—¿Es en serio? —digo, al tiempo que apresuro el paso para alcanzarlo— ¿Sígueme? —No quiero sonar indignada, pero lo hago de todos modos—. ¿Qué tal un: «Madeleine, lo siento por haberte dicho que iría a verte y no hacerlo»? Me conformo, incluso con un: «Hey, algo se me atravesó en el camino. Suerte para la próxima».
Iskandar ni siquiera me mira mientras llegamos a la planta alta y nos abrimos paso entre los equipos hasta llegar a las caminadoras eléctricas.
—Vamos a empezar con caminata cinco minutos, luego hacemos quince minutos de trote ligero —dice, mientras ignora por completo lo que he dicho—. Terminamos con intervalos: dos minutos apretando el paso con la mayor velocidad que aguantemos, descansamos uno con caminata ligera y repetimos. Hacemos quince minutos de eso y pasamos a lo que sigue.
Lo miro, incrédula, mientras enciende una de las máquinas y hace una seña para que me suba a ella.
—Regreso en diez minutos para ver cómo vas —dice, al tiempo que me dedica una mirada que me hace querer golpearlo en la cara.
—Bien —mascullo, para luego añadir en voz baja, solo para mí—: Púdrete tú también.
No me atrevo a apostar, pero creo haberle visto alzar una ceja ligeramente, en un gesto cargado de humor, pero no estoy segura del todo ya que se marcha demasiado rápido como para que pueda observarlo bien.
Así pues, a regañadientes, empiezo.
Agradezco el ejercicio matutino que hacía con Enzo todos los días, ya que no me siento cansada para cuando termino los quince minutos de trote. Iskandar ha venido a checar como voy, pero, en medida de lo posible, he tratado de mantener una actitud distante, justo como la suya, durante los pocos minutos en los que ha estado supervisándome.
Para cuando termino con los intervalos, estoy sudando a chorros y jadeo en busca de aire, pero trato de disimularlo cuando Iskandar se acerca de nuevo hasta el lugar en el que me encuentro.
—¿Cómo te sientes?
—Como si me fuera a desmayar —digo, porque es cierto y él sonríe.
—Vamos —hace un gesto en dirección hacia la planta baja.
Yo lo sigo mientras trato de recuperar el aliento.
Una vez abajo, nos encaminamos hacia el lugar donde los sacos de boxeo se encuentran.
—Ven aquí —Iskandar indica y me hace sentarme sobre un banquillo—. ¿Cómo va la muñeca?
—Ya no duele —digo, porque es verdad—, pero el médico indicó dos semanas de cabestrillo.
Asiente.
—¿Y el dedo?
—Fracturado aún, pero no necesitará cirugía.
Aprieta los labios.
—Bien. Empezaremos con patadas, entonces —dice, antes de pedirme que me quite los zapatos.
Lo hago, y acto seguido, con manos expertas, empieza a vendarme los pies.
De vez en cuando se detiene y me pide que flexione los tobillos para después preguntarme cómo los siento. Suena demasiado metódico cuando explica que los vendajes deben sentirse firmes, pero cómodos. Más como un soporte que otra cosa.
Cuando termina, me pongo de pie y lo sigo hasta el final de la hilera de sacos pesados. Entonces, comienza a instruirme en la forma en la que debo colocar el cuerpo para tener mayor equilibrio y cómo debo alzar las piernas para dar los golpes sin hacerme daño.
Me pide que practique unas cuantas veces y me hace un par de correcciones —poniéndome las manos sobre las caderas más veces de las que me gustaría admitir— antes de explicarme el siguiente ejercicio.
—Vas a hacer series. Primero... —Se coloca frente al saco—. Patada derecha, tratando siempre de que la pierna llegue a la altura de la cadera, y luego, bajo; y, de nuevo, patada derecha... —Hace los golpes de manera suave, pero marcada para que yo lo vea antes de acotar—: Hay que cuidar siempre la integridad de los tobillos y la postura de la cadera para no perder el equilibrio. Si te caes en combate, estás perdida. —Hace una pequeña pausa, al tiempo que cambia de pierna— Y luego, repetimos con la izquierda. Diez veces de cada lado, descanso un minuto y repito. Hacemos eso cinco veces.
Asiento, pero no sé si voy a conseguir hacer nada de lo que ha indicado. Apenas puedo levantar la pierna lo suficiente como para tocar el saco.
Iskandar se cruza de brazos.
—Hazlo. Quiero verte. —dice y casi quiero decirle que no voy a hacerlo delante de él. Sé que voy a hacer el ridículo.
Siento el calor subiéndome por las mejillas, pero mascullo un débil «sí», antes de colocarme frente al pesado saco al que se supone que tengo que golpear.
Me las arreglo para tirar una patada bastante decente, pero, de todos modos, Iskandar viene a corregirme un poco la postura. No me pasa desapercibida la forma en la que me clava los dedos en las caderas, para mostrarme la forma en la que tengo que rotarlas para no perder el equilibrio.
—Otra vez —instruye, y así lo hago.
Esta vez, puedo notar el gesto aprobatorio que esboza antes de asentir.
—Sigue así —dice y, se encamina hasta otro de los sacos para comenzar a golpearlo con una fuerza impresionante.
***
No sé cuánto tiempo ha pasado desde que llegué a este lugar, pero bien podría ser una eternidad.
Estoy agotada, adolorida y todo me da vueltas. Siento que, en cualquier momento, voy a desmayarme debido al cansancio insoportable que siento.
Tengo el cabello húmedo gracias al sudor que no he parado de transpirar desde que a Iskandar se le ocurrió que yo podía aguantar el ritmo de entrenamiento de un Guardián novato.
He estado a punto de gritarle tres veces que, para las actividades físicas, bien podía ser un pez fuera del agua de lo poco apta que soy para ellas, pero me he tragado las quejas y los reproches tanto como el orgullo me lo ha permitido y he hecho todo sin chistar; así que, cuando Ryan aparece por las puertas principales para llevarme a tomar la cena, casi me le echo a los brazos y me pongo a llorar de la felicidad.
—No puedes marcharte todavía. —La voz de Iskandar me llena los oídos justo cuando me estoy calzando las zapatillas deportivas y lo miro, incrédula.
—Estás bromeando, ¿no es cierto? —digo, al tiempo que miro hacia todo el gimnasio que, ahora, está prácticamente vacío. Ya todo el mundo se ha ido o se prepara para marcharse—. Todo el mundo se está yendo ya.
Iskandar me mira fijo, con gesto inexpresivo.
—No puedes marcharte todavía. No sin que domines la patada que te acabo de enseñar —dice, tajante, y suelto una risa amarga.
—Estás demente —replico—. Me largo a cenar.
—Ryan, puedes retirarte —Iskandar habla, cuando me he girado sobre mi eje para echarme a andar en dirección a la salida—. Madeleine no tiene permiso de irse hasta que terminemos.
Me vuelco, para encararlo y entorno los ojos en su dirección, al tiempo que lo miro con todo el veneno que puedo imprimir.
—No necesito tu permiso para marcharme de aquí —espeto.
—¿Se lo preguntamos a mi padre?
Abro la boca para decir algo, pero la cierro de golpe antes de soltar una palabrota y volver sobre mis pasos.
No me importa en lo absoluto que me esté escuchando fuerte y claro porque quiero que lo haga, así que lo maldigo entre dientes hasta que los insultos se me acaban. Luego, rumio otro poco y le voy una patada al saco de pura frustración.
Ryan no luce muy seguro de qué hacer a continuación, pero Iskandar le dice que puede marcharse sin problemas. Que él mismo se encargará de llevarme a cenar y luego a mi habitación si Ryan tiene guardias que hacer.
El Guardián parece dudarlo unos segundos, pero, al final, accede a lo que su compañero le dice y se marcha sin decirme una sola palabra.
Casi quiero gritarle que no se atreva a dejarme aquí con este chico que, ahora mismo, no me agrada demasiado, pero me trago el orgullo y me cruzo de brazos mientras espero a que Iskandar se digne a acercarse a mí una vez más.
—Vamos a volver a intentarlo —dice, al tiempo que observo como el último grupo de Guardianes abandona el lugar.
—Voy a intentar una mierda —escupo, y sé que sueno como una chiquilla mimada, pero no puedo evitarlo. Estoy agotada, hambrienta y me duele todo el cuerpo. Solo quiero comer algo, tomar una ducha y dormir hasta mañana.
—Necesitas aprender a defenderte, Mads.
—No me llames así —espeto, para añadir, al cabo de unos instantes—: Además, soy perfectamente capaz de defenderme.
Algo oscurece la mirada del Guardián.
—Ah, ¿sí?
—Sí.
—Demuéstramelo —suena retador y las voces en mi cabeza, esas que se habían mantenido quietas por la cercanía de Iskandar, se desperezan en mi interior, como si el reto que ha lanzado al aire les gustara.
—Si te derribo, me puedo ir a cenar ya —digo, confiada del entrenamiento que tuve más temprano con Anne, Livy y Lorraine.
—Hecho —él replica y yo asiento antes de ponerme en guardia.
El corazón me golpea fuerte contra las costillas, y un pequeño vestigio de duda me llena el cuerpo solo porque puede que no sea capaz de mover los hilos ahora que me encuentro tan cansada, pero, de todos modos, lo intento.
Rápidamente, cierro los ojos y visualizo el gimnasio —ahora vacío—. Trato de tomarme mi tiempo antes de dibujar en mi cabeza todos los pequeños hilos de energía que se entretejen entre sí y, cuando logro verlos, los acaricio.
Las voces en mi cabeza me dicen que estoy lista, pero me tomo un par de segundos más solo para cerciorarme.
Entonces, tiro de ellos.
Abro los ojos...
... E Iskandar sale disparado.
La euforia que siento al ver la confusión en su mirada es casi tan grande como la decepción que me embarga cuando lo veo caer sobre sus pies antes de abalanzarse contra mí y derribarme de un movimiento rápido y preciso.
Un grito ahogado se me escapa, pero no es de dolor, sino de la impresión que me causa la sensación de vértigo de la caída que él mismo amortigua.
De pronto, estoy tumbada sobre la colchoneta, con el corazón latiéndome a toda velocidad, inmovilizada por el cuerpo de Iskandar sobre el mío y su cara a escasos centímetros de la mía.
—Muy impresionante, Black —susurra con la voz enronquecida, y siento su aliento caliente golpeándome la comisura de la boca—. Pero sigo siendo más ágil que tú.
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