18



He pasado el día entero encerrada en las paredes de esta habitación. Nadie —salvo Takeshi Sato, quien se ha encargado de venir a traerme mis respectivos alimentos— se ha dignado venir a verme o a, siquiera, informarme qué es lo que va a pasar conmigo ahora.

Takeshi ha sido muy gris a la hora de responder a mis preguntas y eso me tiene con los nervios de punta. Ha dicho que los Líderes de los Clanes siguen en reuniones y que no se sabe mucho al respecto. Que, si me sirve de consuelo, su familia está de mi parte y los Sato son muy poderosos.

No he querido indagar qué significa eso, pero no me tranquiliza en lo absoluto. Tener el apoyo de los Sato no significa que voy a salir bien librada de todo esto. Además, ¿qué clase de criatura creen que soy que han pasado más de doce horas deliberando mi destino?

Me encantaría ir yo misma a decirles que no mantengan las esperanzas muy altas al respecto. Que solo soy mitad Druida, mitad... algo.

Tampoco he sabido nada de Iskandar.

Quiero pensar que su padre lo ha mantenido ocupado, o que las cosas están lo suficientemente tensas como para que haya decidido no arriesgarse a venir a verme.

Con todo y eso no puedo dejar de sentirme decepcionada. Sé que no debería hacerlo. Que Iskandar mismo me dijo que no creía tener oportunidad de venir durante el día, pero, de todos modos, me encantaría que viniera. Que me explicara qué diablos está pasando y le trajera algo de consuelo a mis nervios alterados.


No sé qué hora es, o cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que Iskandar estuvo aquí, pero calculo que ha sido demasiado. Sobre todo, porque ya me han traído el desayuno y el almuerzo hace un largo rato. Si no me equivoco, pronto estarán trayéndome la cena, pero no estoy muy segura de ello.

La oscuridad casi perpetua que se cuela a través de las ventanas no ayuda demasiado. La luz de día en la isla es cada vez menor, así que es muy fácil perder la noción del tiempo cuando hay apenas seis o siete horas de luz solar al día.

He matado el tiempo dándome una ducha más temprano y limpiando mi Tarot. También, por pura curiosidad, he tratado de echar una tirada para tratar de comprender qué fue lo que pasó en la iglesia, pero no he tenido mucho éxito.

Es como si las cartas estuvieran igual de confundidas que yo. Como si ni siquiera ellas tuvieran claro el mensaje que desean darme. Solo hablan sobre precaución y peligro. Mucho peligro.

No quiero decir que eso no me preocupa, porque estaría mintiendo, pero trato de no pensar mucho en eso. No quiero agobiarme ahora que se está deliberando mi destino en una habitación de esta casa.


***


Estoy considerando seriamente la posibilidad de ponerme a gritar como lunática solo para ver si así alguien viene; así sea para decirme que cierre la boca.

Hace horas desde la última vez que vi a un ser humano y eso está volviéndome loca. Casi me arrepiento de no haberle pedido a Takeshi que me trajera un libro o algo así para pasar el rato y me digo a mí misma que, la próxima vez que lo vea, se lo mencionaré.

Mientras tanto, estoy aquí, tumbada sobre la alfombra de pelo largo de la habitación, mirando al techo, sin dejar de darle vueltas a todo lo que ha pasado los últimos días.

Solo porque me gusta torturarme a mí misma, pienso en mi familia. En mi tío, en Enzo, en Lydia... Y los maldigo uno a uno por no haber hecho un escándalo ya sobre mi desaparición.

La sensación amarga que me deja en el pecho es casi tan intensa como el dolor que siento en la garganta por el nudo que ha empezado a formarse en ella.

Cierro los ojos con fuerza cuando, por milésima vez, me pregunto por qué diablos nadie —ni siquiera Enzo— ha hecho nada por encontrarme.

El sonido de la puerta me saca de golpe de mis cavilaciones.

Como impulsada por un resorte, me incorporo, pero tengo que levantar la cabeza un poco más para ver más allá de la cama —que se interpone entre la puerta y yo— y observar a quien sea que ha venido.

El corazón me da un vuelco en el instante en el que lo veo.

Seguido de un grupo de hombres de edad avanzada, entra Sylvester Knight en la habitación.

De inmediato, las voces en mi cabeza susurran inquietas por la presencia de las personas que han venido con el General del ejército Guardián y sé, de inmediato, que esta no es su guardia personal.

Estos hombres son diferentes. Lucen más imponentes. Incluso, casi podría jurar que despiden una energía diferente. Especial...

Sin embargo, no son ellos los que hacen que el Oráculo comience a murmurar con más fuerza. Es la única mujer que viene con ellos la que lo hace.

Tiene el cabello negro como la noche, pero hay una franja blanca, como hecha de las canas más blancas que he visto jamás, que cae sobre un lado de su cara y enmarca una prominente cicatriz de quemadura.

Es claramente ciega de un ojo —lo tiene completamente descolorido, como cubierto por una membrana delgada y blanquecina—, pero el otro es de un verde fuera de lo común.

Abro la boca para decir algo, pero Sylvester Knight lo hace primero:

—Espero que te hayan atendido bien el día de hoy —dice, pero suena más como una cortesía que como una declaración sincera—. Lamento mucho el no haber venido antes, pero estábamos tratando de deliberar la situación, dados a los recientes descubrimientos respecto a... tus habilidades.

Aprieto la mandíbula, pero el rumor en mi cabeza pareciera burlarse del hombre que tengo frente a mí. Como si las voces supieran algo que él desconoce completamente.

—Ellos —Sylvester continúa, después de una breve pausa, y señala a los cinco hombres que lo acompañan—, son los Líderes de los Clanes Guardianes. —No me toma mucho tiempo identificar al representante de los Sato. Los peculiares ojos almendrados y las facciones delicadas lo delatan de inmediato—. Y hemos pasado las últimas horas tratando de decidir qué vamos a hacer contigo.

Trago duro.

—Claramente, para la gran mayoría de nosotros, eres un peligro —sentencia—. Al no tener idea de qué clase de ascendencia tienes, ni quién es tu padre, nos pones en una situación de completo peligro que, siendo sinceros, no todos nosotros estamos dispuestos a correr.

—Usted y yo teníamos un trato. —Me sorprende lo firme y resuelta que sueno—. Me dio su palabra. ¿Va a faltar a ella? ¿Qué no se supone que ustedes los Guardianes no pueden hacer eso?

La mirada de Sylvester Knight se oscurece en el instante en el que las palabras abandonan mi boca, pero no me arrepiento de decirlas. Si evidenciar su honor va a comprarme algo de tiempo, adelante. Que así sea.

—Comprenderás que nuestro trato me pone en una situación precaria. Mi prioridad es cumplir con la misión que se nos ha encomendado como Guardianes y, saber que existe una criatura como tú, es complicado.

Aprieto la mandíbula, porque sé que tiene un punto, pero me obligo a mantener el gesto inexpresivo.

—Entonces, sí va a faltar a ella —resuelvo y me las arreglo para sonar decepcionada y un tanto despectiva—. El General Sylvester Knight, Líder de todos los Clanes Guardianes, no tiene palabra.

Esta vez, soy capaz de notar a la perfección cómo su gesto se tiñe de una ira que me pone los pelos de punta durante unos segundos, pero el Oráculo se mantiene en calma. Como si no se sintiera amenazado en lo absoluto por este hombre.

De cualquier forma, el General Knight se repone casi de inmediato y me regala una sonrisa jovial que no toca sus ojos.

—Por supuesto que la tengo, señorita Black. Y, porque la tengo, será necesario, para efectos del cumplimiento de nuestra alianza, que seas sometida a una especie de... polígrafo.

Frunzo el entrecejo, pero no me da tiempo de preguntar nada, ya que continúa, extendiendo una mano en dirección hacia la mujer joven que los acompaña:

—Madeleine, te presento a Lorraine Aldrich —dice, con jovialidad y... ¿orgullo?—. Lorraine proviene de una estirpe Guardiana muy peculiar. Como sabrás, los Aldrich son descendientes del ángel y...

—La bruja —Lo corto, haciéndole saber que estoy familiarizada a la perfección con sus apellidos y sus respectivas descendencias. Es de las primeras cosas que nos enseñan en la escuela.

Él asiente, satisfecho.

—Así es. —Suena complacido con el hecho de que sepa de dónde proviene cada familia Guardiana—. Lorraine es una chica con una habilidad fuera de serie. Con un don que no cualquiera es capaz de dominar: el de la verdad. —Esta vez, la sonrisa que esboza, es retadora—. Nadie puede mentirle. Lorraine es capaz de sacar la verdad de todo aquel que se le atraviesa en el camino y es, justamente, lo que ha venido a hacer esta noche contigo: encontrar la verdad.

Trago duro, pero no sé muy bien por qué.

Quizás es porque, la sola idea de que haya una mujer capaz de escudriñar en lo más recóndito de tus secretos, se siente demasiado invasiva. Demasiado aterradora.

Nadie quiere que descubran sus más oscuros pensamientos. Sus más preciados secretos. Sus más inseguridades...

Mis ojos encuentran los de la chica —que apenas luce unos cuantos años más grande que yo— y un escalofrío me recorre de pies a cabeza. Hay algo en su mirada. En la forma en la que me mira, como si ya lo supiese todo sobre mí.

El Oráculo susurra curioso contra mis oídos, pero no parece sentirse amenazado por su presencia. Al menos, no por el momento.

—Espero que no tengas problema alguno con que sea Lorraine quien te haga las preguntas que tenemos para ti, Madeleine —Sylvester habla, al cabo de lo que se siente como una eternidad, pero niego con la cabeza casi de inmediato.

—No tengo problema en lo absoluto —replico, y agradezco a mi voz por sonar firme y serena—. Solo tengo una pregunta para usted, señor Knight. —Clavo mis ojos en él—. Después de esto, ¿nuestro trato seguirá en pie?

—Hablaremos de nuestro acuerdo una vez que Lorraine haya hablado contigo —responde y asiento, pese a que su respuesta no me ha convencido del todo.

—De acuerdo —digo, volviendo la vista hacia la mujer—. Hagámoslo, entonces.


***


Estamos sentadas la una frente a la otra.

Lorraine Aldrich ha trazado a nuestro alrededor un pentagrama de sal, muy similar a aquellos que solía enseñarme a trazar mi madre cuando era pequeña. Aquí, sin embargo, los símbolos son diferentes. De una cultura que no me es familiar.

Por lo regular, los símbolos que utilizamos en casa, siempre son de origen celta. Druidas al cien por ciento.

A nuestro alrededor, hay velas blancas acomodadas en cada pico de la estrella de David que ha trazado a nuestro alrededor y hay una especie de tazón de porcelana al centro. Entre las dos. No estoy segura, pero creo que está lleno de agua.

—Repite después de mí —Lorraine instruye y su voz es tan apacible y serena, que casi la siento amable. Amigable, incluso—. Yo, Madeleine Black...

—Yo, Madeleine Black...

—Me hago una con la verdad.

—Me hago una con la verdad...

—Y me entrego a ella, porque no tengo nada que ocultar.

—Y me entrego a ella, porque no tengo nada que ocultar.

Lorraine asiente, aprobatoria y las voces en mi cabeza, curiosas ante la energía peculiar que ha empezado a despedir el pentagrama a nuestro alrededor, me piden que preste mucha atención a lo que hace.

—¿Quién es tu madre, Madeleine? —La Guardiana inquiere.

—Theresa Black. —Las palabras me abandonan casi por voluntad propia. Como si yo no las controlase. Como si le pertenecieran a la mujer joven que se encuentra frente a mí y estuviese reclamándolas.

—¿Y tu padre?

—No lo sé. No lo conozco.

—¿Qué te dijo tu madre sobre él?

Me encojo de hombros.

—Que era un turista que vino a la isla en la temporada del Carnaval. Se enrollaron, tuvieron algo fugaz y soy el producto de esa relación. —Casi quiero golpearme por la forma tan despreocupada con la que suelto todo lo que estoy diciendo y, en medio de toda esta diatriba, me pregunto qué clase de conjuro utilizó que, con tan solo unas frases simples, consiguió este efecto en mí.

Las voces en mi cabeza susurran una aprobación hacia Lorraine, como si reconocieran lo poderosa que es.

—Es imposible que tu padre sea un humano común y corriente. Lo sabes, ¿no es así?

Asiento.

—¿Desde cuándo eres capaz de controlar demonios? —inquiere.

—Ni siquiera sabía que podía hacerlo.

—¿Era la primera vez que hacías algo así? —Lorraine entorna los ojos, curiosa, y el Oráculo se ríe porque es claro que, esta es una pregunta que viene de ella.

—Sí —replico.

Lorraine asiente.

—Ya veo... —Mira en dirección a Sylvester Knight, quien se encuentra a mis espaldas, junto a todos los Líderes de los Clanes Guardianes, para luego volver a encararme—. Esto quiere decir que nadie de tu familia sabe sobre esto, ¿no es así? Sobre tu habilidad de controlar demonios, o sobre tu origen en general.

Sacudo la cabeza en una negativa.

—No. Nadie lo sabe. —Me mojo los labios con la lengua—. Mi tío siempre me trató como una renegada porque creía que era sangre sucia. Una simple mestiza.

—¿Crees que tu madre trataba de protegerte de él?

que trataba de protegerme —digo, y me sorprende lo resuelta y convencida que sueno. Como si mi subconsciente tuviera la certeza de que mi madre siempre cuidó de mí porque me amaba y nunca tuvo otros motivos para hacerlo—. Siempre lo hizo. Por eso la asesinaron.

Casi puedo jurar que he visto los ojos de Lorraine teñirse de algo parecido al entendimiento. A la compasión. Pero desaparece tan pronto como llega.

—¿Por que trataba de protegerte?

—A mí y a mi hermano.

—¿Dónde está tu hermano ahora?

—Muerto.

Silencio.

—¿Quién los mató?

—Uno de los tuyos.

—¿Sabes por qué?

Asiento.

—Mi mamá estaba embarazada y huíamos de Kodiak. —Trago para deshacerme del nudo que ha comenzado a formarse en mi garganta—. Creo que esperaba al heredero del Supremo o, al menos, era lo que todo el mundo creía, porque nos dieron caza y la mataron.

—Y tú sobreviviste...

Parpadeo varias veces mientras le regalo una afirmación con la cabeza, y unas cuantas lágrimas se me escapan.

—¿Cómo?

—Mi madre me ocultó en un armario antes de que la mataran.

—Y nadie te encontró... —Lorraine concluye.

Quiero decirle que no es así. Que alguien abrió la puerta de ese diminuto ropero y que me perdonó la vida, pero me muerdo la lengua para no hacerlo porque no lo ha preguntado, así que es una verdad que puedo guardarme para mí.

Silencio.

—Bien, Madeleine —la guardiana pronuncia, al cabo de un largo momento—¸hemos terminado. Te agradezco la verdad otorgada, y te regreso tu voluntad de compartirla, porque es tuya y de nadie más.

Cierro los ojos con fuerza en ese momento y me permito llorar un segundo más antes de intentar recomponerme.

Cuando vuelvo a abrirlos, me encuentro con la imagen de Lorraine Aldrich, de pie frente a mí, con la mano extendida en mi dirección y un pañuelo entre los dedos.

Me toma unos segundos aceptarlo y limpiarme las lágrimas, pero, cuando lo hago, ella me regala una sonrisa suave.

—No te preocupes —susurra, en voz baja para que solo yo pueda oírla—. El Oráculo y tú están a salvo conmigo.

El corazón se me hunde hasta el estómago y abro los ojos como platos, pero no me da oportunidad de decir nada, ya que se dirige hacia el resto de los Guardianes sin siquiera dedicarme una última mirada.

—Alguien te escoltará de vuelta a tu habitación, Madeleine y, en una hora, iré a verte personalmente para hablar sobre la decisión que hemos tomado —Sylvester Knight dice y, me levanto de la silla para encararlo.

Pese a que me siento completamente aturdida y conmocionada, asiento.

Entonces, sin decir una palabra más, sale de la estancia seguido de todos aquellos que lo acompañan.


***


He pasado la última hora sentada sobre la cama, con la mirada fija en la nada y la mente corriendo a toda velocidad hacia lugares tenebrosos.

Cada vez entiendo menos lo que está pasando. ¿Cómo es que ahora todo el mundo sabe respecto al Oráculo? ¿Cómo diablos es que se dieron cuenta de que lo escucho? ¿Es que acaso Iskandar se lo dijo a Lorraine y a Takeshi? ¿Con qué finalidad lo hizo?...

Cierro los ojos con fuerza.

Nada de esto tiene sentido. Es como si existiese una especie de conspiración a mi alrededor y nadie fuese capaz de decírmela. De hablarme claro.

El sonido de la puerta siendo abierta me saca de mis cavilaciones y, de inmediato, las alarmas se encienden en mi sistema.

Me las arreglo para ponerme de pie antes de que Sylvester Knight se adentre en la habitación, seguido de todos los Líderes de los Clanes.

El gesto que esboza es estoico y debo admitir que eso hace que el corazón me dé un vuelco furioso.

—Después de haberlo discutido, y de obtener las respuestas que le diste a Lorraine, hemos llegado a la conclusión de que dices la verdad respecto al desconocimiento que tienes sobre tu origen. —El hombre habla, sin preámbulo alguno—. Sin embargo, consideramos que, para que seamos capaces de continuar con la alianza que hace unos días pactamos entre nosotros, es necesario que te comprometas a algo más.

—¿De qué se trata? —inquiero, serena, pero alerta.

—Queremos tu ayuda para algo más que la adivinación —dice—. Queremos que te comprometas a ayudarnos a detener lo que sea que está a punto de salir por esa puerta abierta que es la iglesia abandonada.

Mi pulso se salta un latido.

—Tenemos evidencia de que algo se está conglomerando del otro lado. La energía de la Línea está cada vez más revuelta y eso no puede indicar otra cosa más que demonios buscando la salida. La puerta.

—¿Qué les hace pensar que yo sola podré detenerlos?

—No estarás sola. Habrá un ejército de Guardianes luchando para detener a todo aquel que se atreva a desobedecerte.

Niego con la cabeza.

—Es que no es tan sencillo —digo y no quiero sonar aterrorizada, pero lo hago—. Jamás había hecho algo como lo que hice anoche. Ni siquiera sé cómo lo hice.

—No vamos a mandarte a la guerra sin armas, Madeleine —Sylvester replica—. Nunca hemos enviado a nadie al matadero y no serás la primera. Serás entrenada por nuestras Guardianas más habilidosas. Esas capaces de utilizar sus habilidades extrasensoriales de forma inimaginable y que podrán ayudarte a sacarle provecho a la tuya. —Hace una pequeña pausa—. También, serás entrenada por nuestros guerreros más experimentados, porque es necesario que sepas defenderte, aunque no estés directamente en el frente de batalla. —Da un paso en mi dirección—. Vamos a darte todas las herramientas para que seas como uno de nosotros, en medida de lo posible, y que nos ayudes a contener lo que sea que se encuentra del otro lado de esa puerta mientras encontramos la manera de cerrarla.

—¿Y yo que gano con todo esto? ¿Mi libertad?

—Y la de tu familia.

—¿Todos y cada uno de ellos?

—Todos ellos.

Trago duro, solo porque me siento abrumada y aterrorizada en partes iguales.

Las voces en mi cabeza susurran que debo acceder, pero una parte de mí no está segura del todo. Sé que es mi mejor opción. Que, de otra manera, terminaré encerrada en un calabozo y, poco después, muerta porque supongo una amenaza muy grande para ellos.

Los Guardianes jamás dejarían viva a alguien como yo si no pueden utilizarlo a su favor.

Aprieto la mandíbula.

—¿Me está dando su palabra?

—Por supuesto. Y, si quieres, puedo dártela por escrito también.

Asiento.

—Si es así, entonces, tiene la mía. Voy a ayudarlos.





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