17
Un montón de demonios carroñeros se abalanzan sobre la figura de la enorme criatura que yace en el suelo de la iglesia abandonada. Están alimentándose de ella. De la energía remanente en su cuerpo... Y a nadie parece importarle.
Al menos, no a nadie que se encuentre cerca de mí.
Una decena de Guardianes me mira fijo, con sus armas alzadas en postura defensiva y miradas recelosas y atónitas. Un escalofrío de puro terror me recorre la espalda y siento cómo un nudo comienza a formarse en mi garganta.
—Knight... —Alguien habla, en dirección a Iskandar, pero este lo hace callar con un gesto de mano, sin apartar la vista de mí.
—¿Qué fue, exactamente, lo que hiciste? —Iskandar inquiere y, en un gesto nervioso, me mojo los labios con la punta de la lengua.
—N-Nada... —Apenas puedo pronunciar y, entonces, todos los Guardianes se colocan en posición de ataque.
—¡No se atrevan a moverse! —Iskandar grita en voz de mando, y suena tan imponente, que yo misma me encojo en mi lugar ante la fuerza de su tono.
Un carroñero parece haber sido atraído por su forma de hablarle a sus compañeros, ya que se abalanza hacia él a toda velocidad; pero solo hace falta un movimiento grácil de su mano empuñando la espada —que lleva consigo como si fuese una extremidad más—, para que el demonio caiga al suelo partido en dos, luego de haber gritado en agonía.
El corazón me da un vuelco cuando noto la forma en la que ha hecho aquello. La velocidad inhumana de sus movimientos, así como la forma en la que ha batido su espada —como si no fuese otra cosa más que un abanico en su mano—, hace que un puñado de piedras se me asiente en el estómago.
Si Iskandar Knight quisiera hacerme daño, no habría nada que pudiera hacer para evitarlo y el mero pensamiento me perturba.
—¡Todos a sus posiciones! —La voz del General Knight me llena los oídos y siento ganas de vomitar debido a los nervios insoportables que me embargan—. ¡Ahora!
Los Guardianes, sin decir una sola palabra, comienzan a avanzar en dirección al cadáver de la Quimera, para eliminar al puñado de demonios carroñeros que se ha arremolinado sobre la bestia gigantesca que acaba de ser asesinada.
—Muévete, Iskandar. —Sylvester ordena con voz ronca y sombría, pero él no se mueve. Se queda quieto, con la espada —manchada de sangre oscura y fétida—, desenvainada y posición de ataque.
Nadie dice nada. Nadie se mueve. Casi puedo jurar que ninguno de los tres respiramos durante una fracción de segundo.
—Iskandar... —Sylvester advierte.
—No voy a dejar que te acerques a ella si no me das tu palabra de que no le harás daño —Iskandar replica, y suena sereno pero amenazador al mismo tiempo.
El hombre aprieta la mandíbula, al tiempo que mira a su hijo largo y tendido.
Entonces, clava sus ojos en mí.
—Necesito que me digas, en este momento, quién es tu padre —espeta, con dureza y mi corazón se salta un latido.
Pese a que no puedo conectar el cerebro con la boca, sacudo la cabeza en una negativa.
—N-No sé su nombre. Mi mamá solo dijo que era un chico común y corriente al que conoció en...
—¡Y una mierda! —El General me corta, en un grito que me hace encogerme en mi lugar. Entonces, da un paso en mi dirección antes de que Iskandar se interponga entre nosotros. Ira cruda y atronadora se apodera de sus facciones cuando encara a su hijo—. ¡Apártate de mi camino, Iskandar, o si no...!
—O si no, ¿qué? —Iskandar lo encara, dándome la espalda. Suena retador.
Sylvester aprieta la mandíbula con tanta fuerza, que temo que pueda a rompérsela en dos. Entonces, me mira.
—Necesito que dejes de mentirme ahora mismo, si no quieres que acabe contigo.
Esta vez, no me molesto en ocultar las lágrimas que se acumulan en mi mirada.
—No estoy mintiendo —digo, porque es cierto—. Mi madre nunca me dijo el nombre de mi padre. Jamás lo conocí. Ella dijo que era un chico al que conoció en el pueblo durante el carnaval. Un turista al que no volvió a ver.
Sylvester Knight no dice nada. Pareciera estar analizando lo que estoy diciéndole. Pareciera estar decidiendo si me cree o no.
Finalmente, luego de un largo momento, da un paso hacia atrás.
—Creo, entonces, que tu madre te mintió, jovencita. —Sacude la cabeza—. Lo que acabas de hacer no puede ser producto únicamente de tu herencia Druida. Definitivamente, hay sangre más poderosa corriendo por tus venas.
***
No sé cuánto tiempo pasa antes de que estemos de vuelta en la casa Knight.
Luego de lo que ocurrió en la iglesia, fui escoltada por Iskandar hasta un vehículo todoterreno y custodiada por tres Guardianes durante una eternidad hasta que Sylvester Knight y su hijo volvieron.
Una vez arriba del auto, los dos guardaron silencio todo el camino de vuelta a la fortaleza.
Fue el mismísimo Iskandar quien, acompañado de un Takeshi Sato —de aspecto alegre y jovial— manchado de pies a cabeza de sangre de demonio, me escoltó directo a mis habitaciones.
No dijeron nada antes de marcharse, solo cerraron la puerta detrás de ellos, pero no echaron la llave.
La posibilidad de salir corriendo de aquí ha estado presente en mi cabeza desde entonces, pero no me he atrevido a llevarla a cabo.
Solo puedo imaginarme a un puñado de esos hombres —ágiles, gráciles y habilidosos— dándome caza por todo el bosque de la reserva en mi intento de huida.
Me muerdo la parte interna de la mejilla mientras doy otra vuelta en la cama. Primero sobre mi espalda, luego sobre mi costado y luego boca abajo.
Cuando cierro los ojos para obligarme a dormir y me doy cuenta de que no voy a poder hacerlo, me incorporo de golpe en la cama y suelto una palabrota.
—Esa lengua. —El sonido de una voz ronca, me hace pegar un chillido agudo de terror, pero este es acallado por una mano grande y firme posándose sobre mis labios para sellarlos.
.
El corazón me golpea con violencia contra las costillas y lucho unos instantes antes de ser inmovilizada por un abrazo fuerte y constrictor.
—Shh... —Una voz ronca y suave susurra cerca de mi oído y un escalofrío me recorre entera cuando el aliento caliente me golpea de lleno en el cuello, pero no es hasta que mi captor habla de nuevo, que reconozco de quién se trata—: Vas a meternos en problemas... De nuevo.
Me aparto ligeramente solo para tener un vistazo de Iskandar, quien ha dejado de vestir la ropa reglamentaria de los Guardianes y ahora luce como si fuese un chico común y corriente.
Excepto que no es un chico común y corriente, me susurra el subconsciente. Es un Guardián. Probablemente, el más peligroso con el que te has topado.
Estaba tan absorta en mi angustia, que ni siquiera noté en el momento en el que el Oráculo dejó de embotarme los sentidos.
Parpadeo un par de veces, solo porque no puedo apartar la vista de él. De sus cejas pobladas casi unidas por un entrecejo fruncido, de su mirada azul grisácea mirándome con intensidad y del ángulo de su mandíbula.
El aroma jabonoso y fresco de su piel me hace saber que ha tomado una ducha y, pese a que volví a bañarme luego de que regresamos de la iglesia, no puedo dejar de preguntarme si yo huelo la mitad de bien de lo que él lo hace.
Con todo y eso, me obligo a recordarme a mí misma que estoy tratando con un Guardián y que, no solo eso, es uno que me ha vendido por completo a su padre. Que ha traicionado mi confianza y que ha sido capaz de contarle mis secretos al hombre que mandó asesinar a mi mamá. Así que, con eso en mente, doy un paso hacia atrás para apartarme de él.
Cuando me doy cuenta de que la distancia impuesta no ha sido suficiente, doy otro paso más lejos; y me regalo uno más, solo por si las dudas.
—Casi me matas del susto —mascullo, medio molesta y medio ansiosa por su presencia en este lugar.
—Lo lamento —dice, pero no suena arrepentido en lo absoluto.
—¿Qué estás haciendo aquí? —No quiero sonar a la defensiva, pero lo hago.
—He venido a verte.
—Hubieras ido a verme cuando me tenían encerrada en ese calabozo. Ahora no tiene caso. Puedes marcharte ya.
Silencio.
—Madeleine, no podía...
—¿Bajar a verme? ¿Llevarme algo de comer? ¿Acercarme una cobija? —Bufo—. Pero sí pudiste contarle todo sobre mí a tu padre.
—Necesitaba protegerte.
—¿Protegerme? —siseo, incrédula y molesta—. ¿Contarle mis secretos a tu padre es protegerme?
—Iban a torturarte. —La frustración se filtra en el tono de su voz—. Iban a sacarte información sobre tu tío a como diera lugar y yo tenía que convertirte en una persona de interés. Alguien con quien mi padre quisiera negociar.
Aprieto la mandíbula porque sé que tiene un punto ahí, pero no quiero ceder tan fácilmente. No quiero depositar mi confianza en él porque el recelo que me inculcaron en casa es lo único que me queda. Existo gracias al instinto de supervivencia y este está enraizado en lo mucho que he huido de los Guardianes toda mi vida.
—Dudo mucho que quiera negociar conmigo luego de lo que pasó esta noche —digo, al cabo de unos instantes de silencio —porque es cierto—, al tiempo que me cruzo de brazos y desvío la mirada.
Pese a que todo está oscuro, puedo ver cómo sus hombros se tensan.
—Está reunido con todos los líderes de los Clanes ahora mismo. Tomando decisiones —dice, finalmente.
—¿Respecto a mí?
Dejo que su silencio sea la única respuesta que necesito para entrar en pánico.
No puedo evitarlo. El corazón me da un vuelco en el instante en el que interpreto la falta de palabras en sus labios.
—¿Qué fue lo que pasó ahí, Mads? —Iskandar inquiere, suave, pero preocupado—. ¿Qué fue lo que hiciste?
Sacudo la cabeza en una negativa, porque ni siquiera yo misma lo entiendo del todo.
—No lo sé. —Apenas puedo pronunciar y dudo unos instantes, todavía indecisa de si debo contarle o no acerca de la forma en la que el Oráculo comenzó a hablar sin cesar en ese idioma que hizo que la Quimera entendiera y cediera.
—La energía de la Línea se movía al compás de tus palabras —dice y, pese a la oscuridad, puedo sentir su mirada clavada en mí—. Como si pudieses... manipularla. —Sacude la cabeza en una negativa—. Pero, eso es imposible... No ha habido nadie, en ciento cincuenta años, capaz de hacer algo así. La última persona registrada, era un...
—Sello del Apocalipsis —termino y, el peso de mis palabras se asienta entre nosotros.
Trago duro.
—Pero, eso no fue lo que hice. Yo... —Me mojo los labios con la lengua—. Yo solo repetí lo que el Oráculo pronunciaba en mi cabeza.
—Latín —Iskandar acota—. Hablabas en latín para la bestia. Le dijiste algo como: «Tú eres yo». O «Yo soy tú» —Niega ligeramente—. La verdad es que nunca puse mucha atención en clase de lenguas muertas; pero, creo que la traducción de lo que dijiste es algo como: «Somos uno» y «Regresa a donde perteneces».
Niego con la cabeza.
—Es que ni siquiera sé qué diablos era lo que estaba haciendo. Las voces... —Me quedo sin aliento un segundo—. Las voces no dejaban de susurrar lo mismo una y otra vez, como si quisieran que lo repitiera en voz alta y solo... Lo hice.
—Y la Línea enloqueció mientras lo hacías. —Él termina.
Quiero decirle que no es así. Que se equivoca. Que la Línea no enloqueció cuando lo hice porque el Oráculo y la Línea son la misma cosa. La Línea solo... actuó.
Como si tú la hubieses manipulado, concluye la insidiosa voz en mi cabeza y la sola idea de mí, siendo capaz de hacer algo como eso, me turba en demasía. Es imposible. Es una completa locura pensar en siquiera la posibilidad.
—Es muy probable, entonces, que la Línea Ley que atraviesa esta isla y el Oráculo estén ligados. —Iskandar concluye, y me asusta la facilidad que tiene para hilar todos los cabos sueltos.
¿Cuánto tiempo le tomará descubrir que el Oráculo y la Línea son uno mismo? ¿Qué, lo que he conocido toda mi vida como las voces en mi cabeza, son la energía de la Línea misma?...
—¿Qué pasará conmigo? —digo, para desviar un poco el tema de conversación y direccionarlo a algo que me preocupa más. Mucho, mucho más.
—Mi padre cree que hay sangre demoníaca en tus venas. Sangre poderosa. De algún demonio mayor —responde y un escalofrío me recorre entera—. Cree que eres peligrosa y que debemos deshacernos de ti... —Trago duro—. Pero los Sato creen que puedes ser de gran ayuda. Sobre todo, ahora que sabemos que lo que hay en Kodiak es una puerta.
Aprieto la mandíbula.
—Están decidiendo si supongo más un peligro que un beneficio —adivino, porque no es difícil llegar a esa conclusión.
Él asiente.
—¿Qué pasará si deciden que soy peligrosa?
—Tendré que sacarte de aquí.
Mi corazón se salta un latido.
—Sigo sin confiar en ti —digo, porque necesito que lo sepa.
—No necesito que confíes en mí —responde—. Necesito que me dejes protegerte.
—Eres un Guardián. No se supone que debas protegerme. Sobre todo, ahora que sabemos que no solo soy mitad Druida, sino mitad... —Me detengo unos instantes, porque la palabra que quiero pronunciar es demasiado surreal ahora mismo, así que la remplazo con otras. Unas más amables. Digeribles—: Otra cosa.
—Siempre he creído que ser Guardián va más allá de matar demonios o acabar con los malos. —Suena despectivo y sarcástico cuando pronuncia lo último—. Una vez leí, en uno de los libros antiguos de mi padre, que el propósito de un verdadero Guardián es salvaguardar el equilibrio energético del mundo. No hablaba sobre matar demonios o eliminar familias aliadas a ellos. Hablaba de equilibro y, si proteger a una chica capaz de manipular demonios de rango alto va a ayudar a mantener a ese equilibrio, voy a hacerlo.
No puedo hablar. No puedo hacer otra cosa que no sea mirarlo fijo, a través de la oscuridad de mi habitación.
—¿Qué pasaría si hay sangre demoníaca en mis venas? ¿Seguirías pensando lo mismo? —digo, en un susurro tembloroso.
Asiente.
—También hay sangre Druida en tus venas. ¿Y qué es un Druida?...
—Un brujo.
—Un humano. Una persona. Como yo. Como cualquiera. Alguien capaz de tomar decisiones y elegir el camino que quiere seguir. —Hace una pausa—. No eres una mala persona, Mads. Solo quieres proteger a tu familia. Solo quieres vivir en paz. Y, si eso es más grande que cualquier clase de vena maligna que corra por tu linaje, es suficiente para mí.
El nudo que siento en la garganta es intenso ahora.
—Gracias. —Apenas puedo pronunciar—. Necesitaba oír eso.
Da un paso en mi dirección y luego otro. Finalmente, da un par más hasta que la punta de sus botas de combate casi toca mis pies enfundados en un par de calcetines de lana.
Dedos ásperos me acarician la mejilla y cierro los ojos un segundo antes de encararlo de nuevo.
La electricidad recorre mi cuerpo a través de un escalofrío y puedo escuchar mi pulso latiéndome con fuera detrás de las orejas. Casi temo que él sea capaz de sentirlo también.
—Lamento haber tardado tanto en hacerle frente a mi padre, pero no quería hacértelo peor.
—Será mejor que te vayas, para que no me lo hagas peor y tampoco lo hagas peor para ti —digo, casi sin aliento.
Su mano deja de tocarme y, de pronto, me siento vacía.
—Vendré lo más pronto posible —dice—. Si no puedo en el transcurso del día, lo haré igual que hoy: cuando sea hora de irse a la cama.
Asiento.
—Trata de dormir —pide y, esta vez, suena dulce. Sobreprotector.
—Tú también —musito.
Iskandar se inclina hacia mí, pero no me besa como espero que lo haga. Solo une su frente a la mía un segundo antes de apartarse.
—Hasta mañana, Mads.
—Hasta mañana, Iskandar —digo, pero sueno un tanto decepcionada.
Él no parece notarlo y, si lo hace, no me lo hace saber. Se limita a acercarse a una de las ventanas de la habitación para abrirla antes de echarme un último vistazo.
Luego, se marcha, cerrando tras de sí la ventana. Dejándome aquí, llena de dudas, con el corazón a tope y la cabeza hecha una maraña de preocupaciones.
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