14



No sé cuánto tiempo he pasado aquí encerrada, pero estoy convencida de que han sido más de veinticuatro horas.

La única persona que ha venido a verme luego de mi conversación con Sylvester Knight, es Takeshi Sato y, la segunda vez que estuvo aquí, solo lo hizo para dejarme un cobertor que, a simple vista, lucía delgado; sin embargo, me mantuvo caliente y abrigada toda la noche.

Esta vez, pese a que no quiero bajar mucho la guardia, me permití dormir un poco. No sé si hubiera podido resistirme de haberlo intentado. Estaba tan agotada, que no creo haber conseguido mantenerme despierta una noche entera más.

Las horas en este lugar han sido una tortura inmensa.

Cientos de cuestionamientos se arremolinan en mi cabeza y no puedo sacarlas de mi sistema. No dejo de preguntarme si Enzo habrá salido a salvo de la iglesia y si le habrá contado a mi tío lo que pasó conmigo. Me pregunto si a mi tío le habrá importado —aunque sea un poco— el hecho de saberme capturada por Guardianes, o si le habrá dado igual. Tampoco puedo dejar de preguntarme si habrá sido más importante para él el continuar con su plan de llevarle a ese demonio mayor el pellejo de Lydia.

¿Enzo lo habrá permitido?

Cierro los ojos porque la cabeza me duele demasiado.

También está la opción en la que no me gusta pensar. Ese escenario en el que visualizo a Sylvester Kinght entrando a este calabozo solo para informarme que ha capturado a todos y cada uno de los Black existentes en esta isla para exterminarlos.

Me froto la cara con mi mano sana.

La otra apenas puedo moverla. La tengo agarrotada y entumecida todo el tiempo. Tanto, que empiezo a preocuparme de que esté más mal de lo que pienso.

Aprieto la mandíbula.

Necesito salir de este lugar. Necesito saber qué está ocurriendo allá afuera o voy a enloquecer.

El sonido del metal siendo arrastrado me invade la audición y, acto seguido, la estancia se ilumina suavemente. Los pasos firmes que se acercan me forman un nudo en el estómago y me las arreglo para ponerme de pie lo más rápido que puedo.

Los oídos me zumban en el instante en el que la imagen del General Knight, liderando a una decena de Guardianes, aparece en mi campo de visión.

La seguridad con la que camina este hombre me pone los nervios de punta, pero me las arreglo para mantener la expresión serena y el mentón alzado.

Se detiene frente a la celda en la que me encuentro encerrada. A su derecha, justo un paso detrás de él, se encuentra Iskandar, manteniendo ese gesto inexpresivo y gélido de la última vez.

A la derecha de Iskandar, se encuentra Takeshi, y la expresión de él es más amable. Casi... sonriente.

No me atrevo a apostar, pero creo haber visto un atisbo de sonrisa en las comisuras de sus labios cuando nuestros ojos se encuentran durante una fracción de segundo.

Al resto de los Guardianes no los conozco. No los he visto jamás.

El silencio que se extiende en la estancia es tan tenso, que siento ganas de ponerme a gritar para romperlo.

—Mi hijo me ha dicho todo sobre ti. —Sylvester, sin ceremonia alguna, comienza a hablar y, sin que pueda evitarlo, clavo la vista en Iskandar, quien no deja de mirarme con ese gesto indiferente con el que me ha encarado desde que estoy encerrada aquí.

Guardo silencio, esperando a que el hombre frente a mí quiera decirme más.

—Sé que eres hija de Theresa Black, pero que tu padre es un humano común y corriente. —La traición me llena las entrañas a una velocidad tan atronadora, que necesito apretar el puño de mi mano sana y los dientes para no gritarle a Iskandar. Para no gritarme a mí misma por haber sido tan estúpida como para confiar en él.

Silencio.

—No eres una Black legítima. Es por eso que tu tío ni siquiera se ha molestado en levantar una denuncia de desaparición en la comisaría. —Sus palabras queman en mi pecho como carbón ardiente, y tengo que parpadear un par de veces para deshacerme de las lágrimas que amenazan con acumularse en mi mirada—. Sé, también, que trabajas en ese local famoso de adivinación que hay en el centro del pueblo. Y sé, de primera mano, que eres una chica habilidosa en el arte de la clarividencia; por la sangre Druida que corre por tus venas, supongo.

—Yo no...

—Ni siquiera te molestes en negarlo. —Sylvester me corta de tajo—. Como te dije antes, Iskandar me lo ha contado todo: que te abordó en la preparatoria porque tenía sospechas sobre tu familia, que fue, junto con su brigada de Élite, al local de adivinación por una lectura de cartas; y que fuiste tú quien reveló la vergüenza de Henry Aldrich. —Asiente, como si estuviese reconociendo que eso ha sido algo digno de admirar—. Muy impresionante, debo admitir.

Esta vez, no me molesto en disimular el enojo que siento y clavo los ojos en Iskandar. Sé perfectamente que puede ver el reproche y la traición en mi mirada, pero ni siquiera se inmuta.

—Sabemos que puso a prueba tus habilidades pidiéndote que le ayudaras a averiguar qué estaba ocurriendo con la energía de la isla, y que estabas trabajando en ello con mucho éxito.

Silencio.

Sé que espera que responda algo, pero no puedo hacerlo. No quiero.

—Tengo un trato que, quizás, pueda interesarte, Madeleine Black —dice, cuando se da cuenta de que no voy a abrir la boca, y la sorpresa me invade el cuerpo al escuchar que tiene un trato para mí. Con todo y eso, me las arreglo para mantenerme inexpresiva—. Tu ayuda, a cambio de tu libertad.

El corazón me da un vuelco furioso.

—Sin trucos, ni dobles intensiones. Solo tu ayuda con esa habilidad de adivinación que posees —termina.

Me tomo mi tiempo para digerir lo que ha dicho, porque siento que, al alrededor de estas criaturas, debo de ir con mucho cuidado.

—¿Qué es, exactamente, lo que quieren que haga? —Mi voz suena ronca por la falta de uso, pero agradezco el temple con el que hablo.

—Necesitamos averiguar qué es lo que está pasando con la Línea que atraviesa esta isla. Sabemos que no hay una grieta, porque sería evidente si así fuera; pero, al mismo tiempo, sabemos que algo está ocurriendo. Que algo está disturbando su energía, al grado de que un demonio ha salido de ella y ha atacado a una civil. —Hace una pequeña pausa—. Todas las pruebas que hemos realizado muestran resultados inconclusos; sin embargo, coinciden en niveles anormales de movimiento energético. En concentraciones descomunales de energía arremolinándose a lo largo y ancho de la isla. —Frunce el entrecejo en señal de genuina preocupación—. Definitivamente, algo está pasando en este lugar y es imperativo que lo descubramos tan pronto como sea posible.

La tensión que dejan sus palabras es casi tan palpable como el hormigueo que siento en el brazo entero por la falta de atención médica, pero me tomo mi tiempo digiriéndolo todo.

Primero que nada, el hecho de que el líder de los Guardianes me ha confiado algo así de importante y, luego, lo que está pasando en sí.

Ahora más que nunca estoy convencida de que algo muy malo está ocurriendo en Kodiak. Tanto así, que el mismísimo Sylvester Knight está dispuesto a negociar con una chica Black con tal de llegar al fondo de todo.

No sé cuánto tiempo pasa antes de que me atreva a sacudir la cabeza en una negativa lenta y dubitativa.

Una parte de mí quiere acceder a su petición de inmediato; sin embargo, sé que hay muchas cosas implicadas en su petición. No puedo acceder a ayudarle si espera de mí un resultado favorecedor.

¿Qué ocurrirá conmigo si no le soy de ayuda en lo absoluto? ¿Si no puedo descubrir nada? ¿Va a romper nuestro trato? Necesito asegurarme de que voy a salir bien librada de todo esto a como dé lugar.

Tampoco es como si tuviese muchas opciones. Sé que se trata de cooperar o seguir encerrada; pero, al menos, quiero negociar los términos y condiciones de esta alianza tanto como me sea posible.

—Creo que están sobrevalorando lo que en realidad soy capaz de hacer —digo, finalmente, porque es cierto—. No sé qué le haya dicho su hijo, señor Knight, pero la verdad es que no soy tan consistente con la adivinación. Lo que ocurrió con el Guardián que asesinó a su hermano fue... —Niego una vez más—. Una revelación caprichosa del Tarot. Algo así como... un golpe de suerte.

—Estamos esperando otro golpe de suerte, entonces. —El hombre refuta.

Guardo silencio unos segundos.

—Podría intentarlo, pero...

Otro silencio.

—Pero, ¿qué?

—¿Qué ocurre con nuestro acuerdo si fallo? —inquiero—. ¿Qué pasa si no logro adivinar nada? ¿Sigo teniendo a cambio mi libertad? ¿Puedo confiar con que va a cumplir con su palabra y va a dejarme ir sin importar los resultados?

La mirada del hombre se llena de un brillo al que no logro ponerle nombre, pero que me pone los pelos de punta de todos modos; sin embargo, luego de unos instantes, asiente con lentitud.

—Tu libertad a cambio de cualquier resultado que consigas con tu... Tarot. —No me pasa desapercibida la manera en la que escupe la última palabra. Suena despectivo y burlesco en partes iguales.

—¿Qué hay de mi familia?

—Me temo que ellos están fuera de nuestro trato. Son Black legítimos, y estoy convencido de que algo han tenido que ver con todo esto.

—Entonces, no hay trato.

Un silencio de muerte se apodera de todo el lugar.

—¿Estás dispuesta a sacrificarte por un montón de gente que ni siquiera se ha preocupado por ti lo suficiente como para levantar una denuncia de desaparición en la comisaría?

Sus palabras me escuecen con violencia de pies a cabeza, pero me las arreglo para mantenerme firme cuando digo.

—No pueden castigarnos por los errores que cometieron nuestros antepasados.

—Hace seis meses, tu tío Timotheus falleció en la iglesia en la te encontramos a ti hace apenas un poco más de veinticuatro horas, y después de su muerte, fue que empezó todo esto. ¿Todavía crees que estamos castigándolos por los errores de otros?

—¿Qué hay de mis primos Enzo y Lydia? —Sacudo la cabeza—. Estoy segura de que ninguno de ellos tiene idea de lo que está pasando. ¿También deben pagar por los errores de sus padres?

No meto a mi tío Theo dentro de mi cuestionamiento porque ni siquiera yo misma sé qué tanto saben los Guardianes sobre él, pero creo genuinamente que Enzo y Lydia no tienen nada que ver con todo esto.

El hombre me contempla un largo momento, como si estuviese digiriendo lo que le digo.

—Lo único que puedo ofrecerte es otro trato para ellos. Llegado el momento, si demuestran no tener vinculación alguna con todo este desastre y están dispuestos a negociar, podemos dejarlos fuera —dice, finalmente, y sé que es lo único que voy a sacar de este hombre por el momento.

Con todo y eso, me tomo unos instantes. Unos minutos en los que pretendo analizar sus palabras antes de asentir con lentitud.

—De acuerdo —digo, al cabo de unos segundos—. Quiero su palabra. Y en papel.

El hombre esboza una sonrisa ladeada que no toca sus ojos.

—Eres una chica muy inteligente, ¿te lo han dicho?

Asiento.

—Todo el tiempo, señor Knight —digo, con toda la arrogancia que puedo imprimir y, esta vez, la sonrisa que se apodera de su rostro, es más sincera.

—Sáquenla de ahí —ordena, en dirección a los Guardianes que vienen con él—. Y cúrenle esa mano. —Se encamina en dirección a la salida, pero se detiene para mirarme una vez más—. Asegúrate de indicarle a mi gente qué es lo que necesitas para comenzar. Necesito que hagamos esto lo antes posible.

Acto seguido, sigue su camino hacia la salida.


***


Tengo el dedo meñique fracturado y un esguince en la muñeca.

El médico de los Guardianes tuvo que ponerme el dedo en su lugar y casi me desmayo del dolor en el pequeño consultorio. Luego, me dio un montón de analgésicos y me inmovilizó el brazo por completo. Dijo que el esguince debería estar bien en un par de semanas, pero que tendría que revisar el dedo en unos días, solo para cerciorarse de que no necesite alguna cirugía para acomodarlo como es debido. Dijo que, al pasar unos días fuera de su lugar, es posible que haya empezado a sanar en una posición equivocada y eso no es bueno.

Con todo y eso, le dijo al Guardián que me escoltaba que necesitaban llevarme a hacer una radiografía en la mano, solo para verificar el estado del hueso.

A regañadientes, el Guardián le dijo que lo consultaría con el General Knight y, luego de eso, me encaminó de vuelta a la propiedad —tuvimos que salir de la casa Knight, rumbo a los campos de entrenamiento de los Guardianes, para ser revisada por el médico— y sorteamos unos cuantos pasillos antes de que me dejara en una habitación vacía.

No dijo nada antes de marcharse. Solo cerró la puerta detrás de él y echó el cerrojo.

No pude evitar sentirme como una prisionera nuevamente. Mucho me temo que, quizás, no he dejado de serlo.

Ahora mismo, me encuentro de pie, contemplando la estancia sin verla realmente.

Hay una cama espaciosa al centro de todo y un par de burós a cada lado de ella. Sobre cada uno, hay una lámpara apagada y, al fondo, hay un escritorio vacío.

Los muebles son todos blancos, y no puedo dejar de pensar en una habitación de hotel.

No sé cuánto tiempo pasa antes de que me atreva a moverme de dónde me encuentro y, de inmediato, noto el montoncillo de ropa limpia que se encuentra sobre la cama. La paso de largo mientras inspecciono las puertas corredizas del clóset de la habitación. Al abrirlas, me doy cuenta de que está vacío. Nadie duerme en este lugar.

Luego de unos segundos más de inspección, me encuentro con la puerta que da al baño de la estancia y, al entrar, me encuentro con la agradable sorpresa de que está equipado para que, en cualquier momento, quienquiera que se encuentre aquí tome un baño.

Hay toallas limpias, jabón corporal y shampoo.

Me pregunto si habrá agua caliente, pero no me quedo con la duda y abro la llave izquierda de la regadera solo para averiguarlo.

Cuando, a los pocos instantes, comienza a salir agua caliente, vuelvo sobre mis pasos, tomo la ropa limpia de encima de la cama y me encierro en el baño antes de desnudarme.

El cabestrillo con el que me han inmovilizado el brazo es lanzado al suelo seguido de la ropa que me viste y, cuando me he deshecho de todas las prendas, me meto en la ducha.

Me cuido de no mojarme las cintas adhesivas con las que me han inmovilizado el dedo, pero me tomo mi tiempo para quitarme todo vestigio de tierra y suciedad fuera del cuerpo.

Al terminar, me siento tan cansada, que la idea de dejarme caer sobre la mullida cama de la habitación y dormir hasta el día de mañana se siente bastante tentadora.

A pesar de eso, me tomo mi tiempo secándome el cabello con la toalla antes de abandonar la estancia.

La ropa me queda un poco grande y no me he puesto sujetador. El que traía ya estaba muy sucio, así que me fue imposible reutilizarlo, por eso opté por lavarlo con el jabón y colgarlo sobre la puerta corrediza para ponérmelo más tarde.

Me echo un vistazo en el espejo solo para descubrir que tengo la sombra de un moretón en la sien y un raspón que ya está haciendo costra en la mejilla, pero me digo a mí misma que pudo haber sido peor y me encamino hacia la salida.

En el instante en el que pongo un pie fuera el baño, un grito se construye en mi garganta y no lo reprimo. Lo dejo ir solo porque me sorprende la imagen del Guardián que se encuentra sentado sobre la cama.

De inmediato, sé de quién se trata. Es Takeshi, y alza la vista, distraído, antes de esbozar una sonrisa amable.

—He venido porque Iskandar...

—No me interesa saber nada sobre Iskandar —espeto, aún reponiéndome de la impresión que me ha causado.

El chico luce confundido durante unos segundos.

—¿Por qué? ¿Estás enojada con él?

Suelto un bufido.

—¿Debería no estarlo? Le confió todos mis malditos secretos a su padre. Prácticamente, me entregó en bandeja de plata —escupo, al tiempo que me cruzo de brazos.

—Fue la única manera. —Takeshi justifica—. Sylvester no iba a dejarte ir así como así, y tampoco era factible el sacarte a escondidas. Habría iniciado una verdadera persecución hasta encontrarte.

Aprieto la mandíbula.

—Así que la única solución que encontró fue contarle todo sobre mí a su padre —ironizo.

—Fue buscar la manera en la que fueses de utilidad para su padre. —Suena tan paciente cuando habla, que quiero golpearlo—. Alguien de quien no pudiese prescindir.

Niego con la cabeza.

—¿Te has puesto a pensar en qué va a pasar con mi familia ahora que sabe que en realidad somos esos Black? ¿Crees, de verdad, que va a negociar con ellos?

—Te dio su palabra.

—No, no me la ha dado. Dijo que lo haría. Y que lo escribiría en un papel para mí. Aún no lo ha hecho —digo, tajante—. Hasta donde tengo entendido, nuestro trato ahora mismo es de humo. No existe.

Takeshi digiere mis palabras.

—No confías en nosotros —dice, pero no es una pregunta.

—¿Qué te hace deducirlo, genio? —bufo, y sueno más violenta de lo que pretendo.

Sonríe.

—Me agradas —dice y casi quiero gritar por la frustración que este chico me provoca.

—¿A qué has venido?

—A decirte que Iskandar dijo que vendría a verte después de las últimas rondas. Cuando todos se vayan a la cama.

—Pues puedes decirle que no me interesa verlo. Que, por mí, se puede ir al infierno si quiere —escupo.

Takeshi no dice nada, solo me mira fijo.

—¿En serio quieres que le diga eso? —inquiere, al cabo de unos minutos.

Suelto un bufido, pero no digo nada más. Me limito a volver al baño para tomar el cabestrillo y ponérmelo en el hombro para inmovilizarme el brazo.

Cuando regreso a la habitación, Takeshi ya se ha puesto de pie de la cama.

—Te he traído algo de comer —dice, al tiempo que se encamina hacia la salida de la habitación—. Aliméntate y duerme, porque escuché que vendrán a hacer pruebas contigo antes de la cena.

Aprieto la mandíbula.

—Gracias —mascullo, mientras avanzo hacia el escritorio, donde se encuentra la bandeja que Takeshi ha traído para mí.

Logro ver una lata de refresco de cola y casi se me acaba el malhumor cuando lo hago, sin embargo, no se lo hago notar al chico que está a punto de marcharse.

—Por nada, Madeleine —dice, a mis espaldas y, luego, escucho la puerta abrirse y cerrarse detrás de él.

Esta vez, no escucho el cerrojo siendo echado.

Él no me ha encerrado.





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