13
Estoy temblando de frío.
No sé si es por la ropa humedecida que llevo puesta —por el sereno de la noche y por haber caído sobre tierra congelada y húmeda por las nevadas que aún no llegan, pero que están a punto de enfriar Kodiak hasta los cimientos— o porque estoy metida en una especie de calabozo de piedra en lo más profundo de una fortaleza guardiana.
Todavía no sé, a ciencia cierta, donde es que me encuentro. Los Guardianes que me trajeron aquí me vendaron los ojos y me treparon a un vehículo antes de que pudiera siquiera notar en qué dirección nos dirigíamos.
Quiero suponer que es al lugar al que Iskandar me trajo luego de que fui atacada por aquel demonio en el bosque —a la Casa Knight—, pero todavía no estoy segura de ello.
Estoy en un espacio tan oscuro, húmedo y helado, que no estoy segura de haber corrido con la suerte de haber sido llevada a esa fortaleza en medio de la reserva natural de la isla.
No sé cuánto tiempo ha pasado, pero sé que ha sido bastante.
En algún punto, he dormitado un poco. Apenas he dado un par de cabeceos debido al sueño que me embarga, pero no me he permitido bajar la guardia más de lo preciso.
Además, el dolor punzante en la muñeca y en el dedo apenas me han dejado pensar con claridad. Apenas me han dado un poco de tregua para concentrarme en los posibles escenarios existentes ahora mismo.
No sé nada de mi tío o de Enzo.
No sé si lograron escapar o si fueron atrapados, justo como yo. Solo puedo pedirle al cielo que hayan logrado escapar. Que hayan logrado salir de la iglesia antes de que los Guardianes detectaran su presencia.
Todavía no sé si Enzo escuchó la conversación que tuvo su padre con la criatura a la que invocó, pero tengo la esperanza de que lo haya hecho. Confío en que mi primo jamás permitiría que Lydia fuese utilizada por su padre. Confío en que sabrá protegerla o ganarle algo de tiempo antes de que sea utilizada como animal de criadero.
De todos modos, no puedo dejar de sentirme inquieta. Angustiada ante todas las revelaciones que tuve este día en particular. Ante lo que aprendí respecto a nuestra familia y a cuán ligados estamos a la oscuridad. Al Inframundo...
El sonido de una puerta metálica siendo abierta me trae de vuelta al aquí y al ahora.
Se escucha en la lejanía, y todo está tan oscuro aquí dentro, que no soy capaz de ver nada. Ni siquiera cuando un camino de luz cálida se ilumina en el suelo y un montón de sombras avanzando lo irrumpen.
Así, con esta poca iluminación, soy capaz de notar que estoy en una especie de celda. Un cubículo de piedra cuya pared principal es una hecha de barrotes gruesos, de aspecto viejo. Arcaico, incluso.
Ahora más que nunca, no puedo dejar de pensar en un calabozo. En esas ilustraciones que vimos vagamente en clase de historia, pero que son capaces de hacerte estremecer hasta la médula solo de imaginarte las atrocidades que ocurrían en esos lugares.
De manera instintiva, me pongo de pie —estaba acurrucada en una esquina de la habitación, abrazándome a mí misma para mantener el calor del cuerpo lo más posible—. No sé por qué siento la urgencia de no lucir amedrentada o diminuta delante de estas criaturas, pero lo hago de todos modos. No quiero que me vean débil. Indefensa. Mucho menos después de esta noche.
Tal vez mi padre no era una un hombre de sangre Druida pura, pero mi madre lo era y, al parecer, era lo suficientemente poderosa como para ser elegida para portar en su vientre al hijo del mismísimo Lucifer.
No puedo comportarme como una cobarde cuando mi madre no lo fue nunca. Ni siquiera en sus últimos momentos.
Aprieto la mandíbula y alzo el mentón cuando el sonido de los pasos seguros se vuelve más intenso.
Mi corazón se acelera al compás de la caminata que impone quien se acerca y, de manera inevitable, mis puños se aprietan y me clavo las uñas en la piel blanda de las palmas.
Me zumban los oídos debido a la ansiedad, pero me obligo a mantener mi gesto inexpresivo cuando la primera figura aparece en mi campo de visión.
Luce como una sombra con esa gabardina larga y la poca iluminación, pero, cuando lo miro a la cara, me doy cuenta de inmediato que se trata de uno de ellos. Un Guardián.
Su gesto es inexpresivo, frío y calculador, pero no luce tan joven como esos que se pasean por la ciudad todo el tiempo.
Los dos Guardianes que le siguen lucen iguales que él: distantes. Duros. Rígidos. Como si de estatuas se tratasen.
Entonces, aparece...
Es el más viejo de todos, pero es, sin lugar a dudas, el más imponente.
El solo verlo, me pone la carne de gallina y, pese a que conocía su aspecto por la internet, tenerlo aquí, frente a mí, no deja de erizarme cada vello del cuerpo.
El cabello oscuro y entrecano no le quita para nada el aspecto feroz a su gesto. Mucho menos le quita fuerza a su mirada penetrante.
Contrario a Iskandar, Sylvester Knight tiene los ojos castaños y almendrados. Muy distintos a esos grandes de color azul grisáceo que posee su hijo.
De inmediato, puedo notar que, seguramente, Iskandar tiene más parecido con su madre que con él. No hay ningún rasgo físico, al menos a simple vista, que compartan. De cualquier forma, hay algo en su forma de caminar; de erguirse, como si fuesen los dueños y señores del lugar en el que se posan, que los hace lucir muy similares.
Estoy tan embotada mirando al hombre frente a mí que me toma unos instantes darme cuenta que, justo detrás de él, ha entrado una persona más. Una que conozco a la perfección. Más de lo que me gustaría admitir en realidad.
Iskandar.
El corazón me da un vuelco furioso cuando lo veo, pero la expresión helada con la que me observa hace que apenas le dedique una mirada de soslayo antes de volver a clavar mi atención en su padre.
Lo primero que me viene a la mente, es que está furioso, pero no logro entender muy bien el motivo. No sé si tiene que ver con la imprudencia que cometí al volver a ese lugar a sabiendas de lo peligroso que es, o porque permití que me atraparan.
De cualquier modo, me obligo a empujar los pensamientos tortuosos fuera de mi cabeza porque no los necesito ahora mismo.
Levanto el mentón un poco más, a la espera de que estas personas digan algo —cualquier cosa— que me haga saber el motivo de su presencia en este lugar.
Una parte de mí le ruega al cielo que vengan a hacer preguntas, pero la posibilidad de que vengan a torturarme hasta conseguir sacarme lo que sea que esperan que diga, es latente y palpable.
Me pregunto si Iskandar lo permitiría. Si se quedaría ahí, parado, mientras su padre o cualquiera de estos hombres hacen su trabajo.
—Espero que entiendas la posición en la que te encuentras. —Sylvester Knight es el primero en romper el tenso silencio que se ha formado. Mi mandíbula se aprieta con fuerza, pero me obligo a mantener la vista fija en él.
—Realmente no la entiendo —replico y casi quiero golpearme por lo arrogante que sueno, pero no me detengo—. Agradecería que pudieran explicármela. ¿Soy una prisionera?
El hombre entorna los ojos y, no me atrevo a apostar, pero creo haber visto un atisbo de sonrisa asomándose en las comisuras de sus labios.
—Eres más como... una persona de interés —replica—. Un... sospechoso.
Ladeo la cabeza, en un gesto curioso y, tratando de sonar tan inocente como puedo, inquiero:
—¿Por qué me siento como una prisionera, entonces?
El hombre ni siquiera se inmuta ante mi acusación implícita.
—Encontramos un pentagrama Druida complejo y cargado de energía demoníaca muy peculiar en el interior de la iglesia abandonada de la que huías a toda velocidad. Por si no fuera poco, también encontramos los cuerpos de tres Guardianes de rango considerable completamente calcinados a las afueras; además, también encontramos esto... —Levanta una mano para mostrarme el colgante de Estrella de David que perdí en el proceso.
El corazón me da un pequeño vuelco cuando veo el colgante entre sus dedos, pero me obligo a mantener el gesto inexpresivo y sacudo la cabeza en un gesto que denota confusión.
—¿Y eso es relevante para mí porque...? —dejo la pregunta al aire, tratando de sonar tan inocente como condescendiente.
Sonríe.
—Porque eres Madeleine Black —replica—. Sobrina de Theodore Black y parte de la familia Druida más poderosa que ha existido jamás. Hija de Theresa Black, la única Druida registrada en la historia capaz de abrir portales al Inframundo sin disturbar la energía de las Líneas Ley.
Lo último que menciona acerca de mi madre hace que un puñado de piedras se acumule en mi estómago con violencia y tengo que morderme la lengua para no demostrar ninguna emoción, pese a que mi mente corre a toda velocidad y que las voces en mi cabeza murmuran, como si estuviesen comentando algo respecto a lo que este hombre ha dicho.
Casi me siento mareada por la cantidad de información que he recibido las últimas horas, pero me las arreglo para fruncir el entrecejo en un gesto que pretendo sea ingenuo y confundido.
—No sé de qué está hablando —digo, y sueno convincente incluso a mis oídos—. Mi tío es solo un viejo contador pensionado y mi madre ni siquiera terminó la universidad porque tuvo que trabajar cuando mi padre la dejó embarazada de mí. —Me encojo de hombros—. Creo que se ha equivocado de familia, General Knight. Black es un apellido muy común.
Un brillo oscuro se apodera de la mirada del hombre frente a mí y, durante un segundo, su gesto se torna violento.
—¿Así va a ser, entonces? ¿Vas a negarlo todo?
Alzo las manos, como quien no sabe qué otra cosa decir, y pongo la cara más boba y confundida que puedo.
—¿Qué quiere que le diga si no sé de qué está hablando?
—¿Qué hacías en ese lugar? —espeta con tanta fuerza, que casi me hace brincar en mi lugar.
—Estaba siendo estúpida, ¿de acuerdo? —digo, abrazándome a mí misma—. Con lo que pasó en la escuela, se me hizo fácil ir a husmear a la iglesia abandonada.
Sylvester entorna los ojos.
—¿Y se supone que debo creerte?
—Puede no hacerlo, pero eso no quiere decir que vaya a cambiar lo que estoy diciendo.
Silencio.
—Bien. —El hombre coloca las manos detrás de su espalda—. Si así quieres que sea, así será.
Aparta la vista de mí.
—Vámonos —dice, en dirección a los Guardianes que lo acompañan y, sin decir una palabra más, empieza a avanzar en dirección a la salida.
—No puede tenerme aquí encerrada —digo y él se detiene en seco un segundo antes de encararme de nuevo. Luce incrédulo, como si estuviese tan acostumbrado a tener la última palabra, que la sola idea de que alguien trate de rebatirle parece incomodarle; es por eso que, solo por echarle un poco de sal a la herida, añado—: No he hecho nada malo. No tiene pruebas de que, lo que sea que haya ocurrido en esa iglesia, lo haya hecho yo.
Me mira durante una fracción de segundo antes de esbozar una sonrisa que no toca sus ojos.
—¡Oh! No te preocupes por eso. Voy a conseguirlas. Eso te lo puedo asegurar —refuta—. Voy a demostrarle al mundo de una vez por todas que ustedes son los Black a los que he estado buscando.
Acto seguido —y sin decir ni una sola palabra más—, se echa a andar hacia la salida.
Todos los que llegaron con él lo siguen de cerca, excepto Iskandar. Él se queda ahí unos segundos más, observándome a detalle con esa expresión gélida con la que me ha mirado desde que apareció.
Le sostengo la vista, pero no dice nada. Tampoco luce como si quisiera hacerlo. Francamente, yo tampoco sé qué decirle, así que espero en silencio durante lo que se siente como una eternidad.
Entonces, se gira sobre su eje y sale de la estancia sin pronunciar palabra alguna.
Mis ojos se cierran con fuerza en ese momento y me llevo ambas manos a la cara. Me siento tan aturdida, que ni siquiera el rumor de las voces en mi cabeza pueden alejarme del lugar fatalista en el que ahora se encuentran mis pensamientos.
Sigo pensando en Enzo, en mi tío y en Lydia.
Sigo con la cabeza hecha una maraña por todo lo que he descubierto en cuestión de unas cuantas horas, y sin tener una maldita idea de cómo diablos voy a salir de esto bien librada.
Quizás no vas a hacerlo, me dice el subconsciente y casi quiero estrellar la cara contra la pared más cercana.
***
No sé cuánto tiempo ha pasado, pero se siente como si hubiese sido muchísimo. El dolor que siento en el estómago debido al hambre voraz que no me ha dejado tranquila desde hace un rato, no hace más que añadirse a la pila de cosas que llevo a cuestas.
El dedo no ha dejado de dolerme y estoy casi segura de que ha doblado su tamaño, la muñeca también me punza y, a estas alturas, siento el brazo entumecido hasta la altura del codo; a eso, hay que añadirle el hecho de que el Oráculo no ha dejado de susurrar en aquel lenguaje que no entiendo y que, hoy, particularmente, puedo escucharlo con mayor nitidez.
No sé cómo explicarlo, pero es como si hubiese sacado la cabeza fuera del agua y ahora pudiese percibir las voces fuerte y claro.
Con todo y eso, de alguna manera no son tan insidiosas como otros días. No me taladran el cerebro hasta el punto de llegar a ser abrumadoras. Es como si la Línea supiera que puedo escucharla mejor; lo que me lleva a pensar en eso a lo que no he querido darle demasiadas vueltas. Al menos, no en estos momentos:
El collar que me dio mi madre las reprimía. De alguna manera, las... contenía.
Pero, ¿por qué?
La realidad de las cosas es que, ahora más que nunca, tengo más preguntas que respuestas respecto a mi familia.
Creía que sabía todo lo que había que saber respecto a nosotros. Nuestro pasado, nuestros pecados y el motivo por el cual éramos tratados como escoria; sin embargo, ahora no puedo dejar de preguntarme quiénes somos. Qué clase de Druida es mi tío y, sobre todo, qué clase de Druida era mi madre.
¿Habrá estado de acuerdo con su hermano? ¿Con su abuelo? ¿Con la carga que pusieron sobre sus hombros para engendrar al heredero del Supremo?
Una parte de mí quiere creer que no. Que, si huíamos de Kodiak cuando fue asesinada, fue porque estaba tratando de escapar. De protegernos. La pregunta aquí es: ¿De quién? ¿De los Guardianes? ¿O de su propia familia?...
Me abrazo a mí misma al tiempo que dejo escapar el aire en una exhalación temblorosa.
Sigo temblando de frío, pero ahora que me he arrebujado en la parte más seca de la celda en la que me encuentro, es un poco más llevadero.
Llegados a este punto, no puedo dejar de sentirme un tanto frustrada. Sola. Asustada...
Y pienso en Iskandar. En su padre. En la manera en la que me han mantenido aquí, como si fuese un delincuente, o un demonio de rango considerable. Ni siquiera han tenido la decencia de darme algo de agua.
Muero de sed.
Sin que pueda evitarlo, los ojos se me llenan de lágrimas, pero no estoy segura del motivo por el cual quiero llorar, y me siento estúpida. Por creer en todo lo que me dijeron sobre los Black. Por confiar en mi tío. En mi madre. En Iskandar...
Ni siquiera ha venido a ver si te han hecho daño.
Cierro los ojos con fuerza y permito que la humedad que me llena la mirada me abandone. Un pequeño quejido —similar a un sollozo— me abandona y me llevo la mano — esa que no me duele hasta la mierda— a la cara para limpiármela.
Durante un segundo, permito que todo el terror que siento me llene el cuerpo y lloro. Lloro durante apenas unos instantes diminutos antes de que trate de recomponerme a toda velocidad.
Ahora no es tiempo para esto. Necesito recomponerme. Necesito encontrar la manera de salir de aquí. Necesito...
El sonido metálico de una puerta pesada siendo arrastrada hace que el corazón me dé un vuelco. Entonces, una luz tenue ilumina el pasillo al fondo de donde me encuentro.
Alguien está aquí.
A toda velocidad, me limpio el rostro y tomo un par de inspiraciones profundas antes de cerrar los ojos para tratar de alejar todo vestigio de debilidad fuera de mi sistema. Entonces, me pongo alerta.
Un chico aparece en mi campo de visión.
Sus facciones familiares me dan de lleno, pese a que solo es iluminado por el resplandor de una especie de lámpara que luce antigua y que, al mismo tiempo, despide una energía extraña. Luminosa. Mágica.
Su gesto es inexpresivo, pero hay un vestigio de amabilidad pintado en su rostro que me es imposible de ignorar. Sin embargo, no es eso lo que me impide apartar la vista de él. Son sus ojos lo que lo hacen.
No son de algún color especial o diferente los míos —castaños—. Su forma almendrada tampoco es lo que me mantiene hipnotizada. Hay algo en Takeshi Sato que es imposible de pasar por alto.
Una especie de energía suave pero abrumadora que emana y que no había alcanzado a percibir la única vez que estuve cerca de él.
—Buenas noches, Madeleine Black —dice, y me sorprende lo suave que es su voz a pesar de lo ronca que suena.
No respondo. Me limito a mirarlo fijamente.
Viste una especie de gabardina negra que luce cálida y que le llega hasta los pies.
El chico no dice nada, se limita a acuclillarse en el suelo para sacar todo lo que guarda dentro de la peculiar túnica que lleva encima.
Lo primero que noto es la botella de agua. Luego, el emparedado, el jugo y el paquete de galletas. El estómago me ruge en respuesta y temo que sea capaz de escucharlo.
—Me han mandado a traerte esto —dice, al tiempo que se acerca a los barrotes para extenderme, una a una, las cosas que ha traído consigo.
Lo miro con recelo antes de ponerme de pie y acercarme para tomarlo.
—¿Quién? —inquiero, y mi voz suena ronca por la falta de uso.
—¿Tú quién crees? —El chico arquea una ceja, al tiempo que me mira con gesto curioso y socarrón.
Aprieto la mandíbula.
—Pudo haber venido él mismo a traérmelo —mascullo. Sueno más amarga de lo que pretendo.
El chico frente a mí me observa como si hubiese perdido un tornillo.
—¿Para que luego tuviese a su padre encima de él? —Takeshi inquiere—. Sylvester no es estúpido, Madeleine Black. Sabe que su hijo ha sido visto contigo en la preparatoria. Sabe que ha estado rondando el local de adivinación en el que trabajas.
El horror se me asienta en los huesos.
¿Sylvester Knight sabe que trabajo con Madame Dupont?
Aprieto los dientes.
—Si se enterara que es él quien ha venido a traerte comida, tendría muchas explicaciones que darle —Takeshi concluye, ajeno a la revolución que sus palabras me han provocado.
—¿No sospechará de ti por venir a hacer esto? —pregunto, luego de darle un trago largo al agua que trajo.
Niega con la cabeza, al tiempo que esboza una sonrisa suave.
—Para tu buena suerte, yo soy un chico curioso —dice—. Suelo hacer cosas que a sus ojos son extrañas. ¿Cómo lo llaman? —Entorna los ojos, como quien trata de recordar algo muy específico—. Cosas demasiado humanitarias. —No me pasa desapercibida la forma en la que dice lo último, como si le pareciera ridículo. Como si, para él, no existiese algo demasiado humanitario para hacer por alguien. Acto seguido, hace un gesto desdeñoso y se encoge de hombros—. Están acostumbrados a que me tome estas atribuciones, supongo.
Entorno los ojos. Ni siquiera me molesto en disimular la desconfianza que su comentario me provoca.
—¿Cómo sé que no has venido a hacerte pasar por un aliado para después correr a decirle a Sylvester cualquier cosa que te diga? —Sueno más recelosa de lo que espero.
Esta vez, su sonrisa se ensancha.
—Eres una chica lista —apunta—. Suspicaz. Me gusta. —Asiente en aprobación—. Empiezo a entender por qué le gustas.
—¿A quién?
—A Iskandar. —Me mira como si fuese el más obvio de los comentarios y mi cuestionamiento hubiese estado de sobra.
No digo nada, pero siento cómo la cara se me calienta debido a la vergüenza y el bochorno que me provoca la conversación. Quiero preguntarle si Iskandar le ha hablado de mí o si han salido de su boca esas palabras; sin embargo, sé que ahora no es tiempo de eso, así que me concentro en lo que importa.
—¿Qué van a hacer conmigo? —pregunto, al cabo de unos instantes, y luego de darle un mordisco al emparedado que trajo para mí.
—Por lo pronto, nada —Takeshi replica—. Están esperando a que sea tu familia la que haga el primer movimiento.
Una risa nerviosa se me escapa.
—¿Qué es tan gracioso? —inquiere, al tiempo que inclina la cabeza con curiosidad.
—Mi familia no va a hacer nada —aseguro—. Los Black no son tan unidos como ustedes piensan. No van a mover un solo dedo para rescatarme.
—Se espera que intenten negociar con nosotros.
Sacudo la cabeza en una negativa.
—No hay nada que negociar. Yo no soy importante para ellos. Soy... —Me muerdo la punta de la lengua para no hablar de más y decirle a este chico que no soy una Druida legítima—. Soy solo una carga. Un lastre del que esperan deshacerse.
Takeshi entorna los ojos, al tiempo que me observa un largo momento.
—¿Estás segura de eso?
—Completamente.
—Entonces, tu familia no lo sabe.
—¿El qué? —Frunzo el entrecejo, confundida.
—Que eres capaz de escucharlo.
El corazón me da un vuelco.
¿Iskandar se lo dijo? ¿Le confió mi secreto más grande a Takeshi Sato?
—¿Escucharlo? ¿A quién?
—Al rumor de La Línea —dice.
—No sé de qué me hablas.
Él sonríe.
—No te preocupes. No pienso decírselo a nadie. Ni siquiera a Iskandar.
Esta vez, la confusión se vuelve insoportable.
—¿Cómo...? —Comienzo, pero me quedo callada al instante.
—¿Cómo lo sé? —Se encoge de hombros—. No eres la única aquí que guarda secretos, Madeleine Black.
Sacudo la cabeza en una negativa incrédula. No sé qué diablos está ocurriendo y tampoco sé quién es este chico tan peculiar que ha venido a mostrar un poco de humanidad hacia mi persona. Mucho menos sé si puedo confiar en él.
Él también puede comunicarse con nosotras. Las voces dicen en mi cabeza y la resolución de este hecho se me asienta con violencia en el estómago.
—Puedes escucharlas tú también —digo, en un susurro de voz.
Él sonríe.
—No, no puedo —dice, con pesar—. No soy así de poderoso. —Se encoge de hombros una vez más—. Nuestra comunicación viene a través de aquellos que ya no habitan este plano. Ellos me dan los mensajes que La Línea quiere que lleguen a mí. Podría decirse que nos... comunicamos... de alguna manera.
El corazón me late a toda velocidad.
—Te dijeron que puedo escucharla. —No es una pregunta. Es una afirmación.
Asiente.
—Y que debemos protegerte. Incluso, de los que son como nosotros —dice y, de inmediato, soy capaz de recordar el sueño que Iskandar me dijo que tuvo hace apenas muy poco tiempo.
—¿Van a sacarme de aquí? —inquiero, esperanzada.
Takeshi asiente con lentitud.
—Pero va a tomar un poco de tiempo —dice, antes de mirar en dirección a la salida del lugar.
—Debo irme —dice, luego de unos instantes de silencio—. Te recomiendo guardar bien lo que te traje. Más tarde vendré a traerte un cobertor. Hará frío esta noche.
Acto seguido, y sin decir una palabra más, se pone de pie y se echa a andar hacia el lugar por el que llegó.
¡Muchas gracias, Cass por estas bellas ediciones! <3
Síganla en IG: bydarknox y en Twitter: cassjxmes
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¡OFICIALMENTE, NOS ARRANCAMOS CON LOS NUEVOS CAPÍTULOS!
Espero que la continuación de esta historia las mantenga al vilo. Esto apenas está empezando, así que espero que les guste un montón todo lo que tengo planeado.
¡Mil gracias por leer!
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