11
El camino de regreso a casa es silencioso y... extraño.
No puedo decir que es incómodo, porque no lo es del todo. Es solo... raro. Peculiar. Ansioso y nervioso, incluso.
Luego de lo que pasó entre nosotros, Iskandar sugirió que nos pusiéramos manos a la obra, pero la verdad es que no tuve cabeza para concentrarme en lo absoluto.
Tampoco es como si me hubiese esforzado mucho en realizar cualquier cosa de las que me pidió que hiciera. Por mucho que insistieron él y el Oráculo en que pusiera algo de empeño, me rehusé a hacerlo.
Luego del descubrimiento tan aterrador que hice sobre las voces en mi cabeza, decidí que no debo exponerme de esa manera con Iskandar.
No sé por qué me siento de esta forma. No es como si el Guardián alguna vez hubiera dado señales de querer tenderme una trampa, pero mi instinto de supervivencia —ese que ha sido instruido durante toda mi vida para desconfiar de los de su clase— no me permite abrirme de esa manera con él. No todavía.
Así pues, decidí que iba a fingir que estaba intentándolo, pero sin intentarlo realmente. Decidí que, luego, cuando no esté nadie cerca, haré las pruebas que Iskandar deseaba que hiciéramos esta noche.
He puesto mucha atención a todos los pasos. Cada ejercicio de respiración y meditación se ha quedado grabado en mi memoria y, ahora que caminamos rumbo a la finca en la que vivo, no puedo esperar a estar a solas para probarlos.
Todavía no sé dónde carajos voy a hacerlo —porque mi tío enloquecería si los hiciera en casa—, pero trato de no preocuparme por ello ahora.
Estamos muy cerca de la finca y casi quiero salir corriendo para no tener que enfrentarme a Iskandar a la hora de la despedida.
Sé que tiene muchas preguntas —el silencio con el que hemos avanzado es solo una prueba de ello—, pero no estoy segura de querer responderlas.
No hablamos en lo absoluto el resto del camino. Ni siquiera cuando trepa —cual gato— en la azotea, y me ayuda a mí misma a trepar por los alféizares de la casa y el tejado hasta llegar a la ventana que da a mi habitación.
Una vez ahí, me ayuda a entrar a la alcoba pese a que puedo hacerlo por mí misma a la perfección.
—Gracias —musito, porque no sé qué otra cosa decir ahora que sé que ha llegado la hora de despedirnos.
De inmediato, su semblante serio se relaja ligeramente.
—No hay de qué, Mads —replica y guarda un segundo de silencio antes de añadir—: Escucha, si vas a intentar hacer algo de lo que hicimos allá afuera, sé muy cuidadosa.
El corazón me da un vuelco solo porque no puedo creer que haya sido capaz de adivinar mis intenciones.
—No haré nada —miento y él me regala una mirada reprobatoria.
—Por favor, no insultes a mi inteligencia —pide y me muerdo el interior de la mejilla—. Sé que no voy a poder impedir que lo intentes. Solo... Ten mucho cuidado, ¿vale?
Lo miro por un largo momento y él hace lo propio.
Finalmente, soy la primera en desviar la vista y cruzarme de brazos. En se momento, siento cómo un par de manos acunan mi rostro y me hacen alzar la cara para mirarlo.
Entonces, un beso largo y lento es depositado en mis labios.
Esta vez, el contacto me toma con la guardia tan baja, que me demoro unos segundos en corresponderlo.
Cuando nos separamos, Iskandar une su frente a la mía.
—Sé que no confías en mí —dice, en un susurro ronco y profundo—, así que no espero que hagas uso de esa fuerza que llevas dentro delante de mí; solo te pido que seas juiciosa, ¿de acuerdo?
Asiento.
—Estaré esperando con ansias a que quieras compartir conmigo todo eso que llevas dentro —concluye y, entonces, se aparta de mí para salir por la ventana de mi habitación. Está a punto de desaparecer de mi vista cuando vuelve a mirarme para preguntar—: ¿Te veo mañana?
Trago duro, pero asiento de nuevo.
—Sí —musito.
—Bien. —Me sonríe—. Hasta mañana, Mads.
—Hasta mañana, Iskandar —apenas puedo pronunciar y, luego, desaparece por la ventana.
***
Son alrededor de las once cuando llaman a la puerta de mi habitación.
He estado tan distraída, dándole vueltas a todo lo que pasó hace un rato con Iskandar, que escuchar el sonido de la madera siendo llamada me saca de un estupor profundo. Eso me saca de balance, pero no impide que me levante y abra justo a tiempo para encontrarme con la figura de Enzo, enfundado en un abrigo grueso.
No me pasa desapercibido que luce como si estuviese a punto de salir a la calle —pese a las advertencias de su padre.
El corazón me da un vuelco solo porque no esperaba verlo aquí, pero me las arreglo para sonar despreocupada cuando pronuncio:
—¿Qué pasa?
Duda y mira hacia el pasillo con nerviosismo. Sus ojos castaños inspeccionan el corredor en un gesto ansioso y vuelven a mí luciendo vulnerables.
—Sé que he sido un imbécil estos últimos días, pero... —Hace una pequeña pausa. Claramente, está dudando de lo que sea que hace en este lugar—. Pero no tengo el valor de hacer esto solo y pensé que, quizás, podrías acompañarme.
Frunzo el ceño.
—¿A dónde?
Traga duro.
—Al bosque. A la iglesia abandonada.
De nuevo, la sensación de vacío en el estómago me embarga y empiezo a negar con la cabeza.
—Enzo...
—Sé que es lo más estúpido que he sugerido en mucho tiempo, pero necesito saber qué está ocurriendo y mi padre no quiere decirme —me interrumpe.
Cierro la boca de inmediato. Las ganas de decirle que es muy peligroso son casi tan grandes como las que tengo de cerrarle la puerta en las narices para que deje de pensar en hacer sandeces, pero, al mismo tiempo, no me atrevo a hacerle algo así.
Al parecer, la curiosidad es algo que viene de familia y sería una hipócrita de mierda si le pidiera que se quedara de brazos cruzados cuando yo misma he estado en ese lugar más veces de las que debería.
Aprieto la mandíbula.
—¿Y si es peligroso? —apenas puedo hablar, pero necesito sugerirlo porque tengo la certeza de que esa iglesia es todo menos amigable.
—Volveremos de inmediato.
—¿Lo prometes?
Él asiente.
—Lo prometo.
Dudo unos instantes más, pero, finalmente, digo:
—De acuerdo. Espérame abajo.
Esta vez, no espero a que responda y cierro la puerta para ponerme manos a la obra.
En menos de diez minutos estoy enfundada en ropa cómoda, tenis deportivos y chaqueta para el frío inclemente que lo invade todo a esta hora. Aún no empieza a nevar en la reserva, pero no debe faltar tanto; a lo mucho, unas cuantas semanas más; así que el clima se vuelve más helado y crudo cada día.
Antes de salir de mi alcoba, me aseguro de hacerme un moño apretado y de cubrirme la cabeza con un gorro tejido.
Mi camino a la sala es silencioso y, cuando Enzo me ve aparecer, hace un gesto en dirección a la salida y abre la puerta con mucho cuidado.
No hablamos hasta que estamos encaminados en la ahora familiar brecha que conduce hacia el faro y la iglesia abandonada y, cuando lo hacemos, es solo para confirmar eso que ya sospechaba: Enzo esperó hasta que su padre saliera de casa para pedirme que lo acompañara.
—¿Crees que los Guardianes de verdad estén culpándonos por lo que sea que está pasando? —inquiero al cabo de un largo momento de camino silencioso.
Enzo se toma su tiempo para responder:
—Creo que están desesperados.
—¿Desesperados? ¿Por qué?
—Porque ni siquiera ellos saben qué es lo que está ocurriendo. —Suena bastante convencido de su propia teoría—. Se siente como si trataran de hacer algo de tiempo, ¿sabes? Mientras averiguan, en realidad, qué es lo que está sucediendo en este lugar.
—Pero, ¿culparnos?
—¿No crees que tiene sentido? —dice—. Piénsalo. Si dicen que atraparon a la familia que fue capaz de traer a un demonio a una ciudad completamente segura, custodiada y habitada por ellos, serían héroes. En cambio, si admiten que no saben qué carajos está ocurriendo, ¿cuánto tiempo crees que los gobiernos de todo el mundo tarden en cuestionar si los Guardianes son, en realidad, capaces de protegernos? ¿Cuánto tiempo crees que tarden en retirarles los apoyos económicos?
Guardo silencio, mientras digiero sus palabras.
—Los Guardianes necesitan un culpable. Un villano. Pero la verdad es que no tienen una puta idea de lo que está pasando. Esto tiene tiempo empeorando y ellos lo saben. De otro modo, ¿por qué traerían a tantísima gente a su dichoso evento? A su... ¿cómo lo llaman? ¿Gala?... —Sacude la cabeza en una negativa—. No tiene sentido. Los Guardianes no tienen galas secretas. Mucho menos se pavonean en ciudades tan pequeñas en el culo del mundo como lo es Kodiak. Algo grave está ocurriendo y no quieren admitirlo.
Aprieto los dientes solo porque no puedo creer cuán intuitivo es Enzo. Lo sencillo que es para él llegar a esta clase de conclusiones sin mucho esfuerzo; pese a eso, no me atrevo a replicar nada. Temo que, si lo hago, vaya a revelar algo de lo que Iskandar me ha confiado.
Nos toma cerca de quince minutos llegar a la iglesia abandonada y, una vez ahí, el silencio se vuelve nuestra mejor compañía una vez más. Enzo, en voz baja, me pide que me quede a sus espaldas mientras avanzamos en dirección a la iglesia abandonada y, una vez ahí, instruye que debemos separarnos para buscar un acceso que no sea la puerta principal. Yo le digo que iré por la parte trasera —porque por ahí fue por donde salimos Iskandar y yo la última vez que me vi atrapada en este lugar— y Enzo asiente en acuerdo mientras dice que probará suerte por la torre del campanario.
Tratando de ser lo más silenciosa posible, rodeo la finca.
Durante todo el trayecto, miro hacia todos lados con cautela y, pese a que no hay nadie a simple vista, soy capaz de sentir como si me observaran de entre las sombras. Como si los árboles estuvieran repletos de criaturas mirándome con curiosidad.
Un escalofrío de puro terror me recorre el cuerpo cuando abro la puerta por la que abandoné la iglesia y echo un último vistazo solo porque la sensación es cada vez más insidiosa e insistente. Casi podría jurar que hay alguien aquí afuera.
Trato de sacudirme fuera del cuerpo ese pensamiento, pero me acompaña al interior de la construcción.
A esta hora de la noche, todo se siente más siniestro y tenebroso que antes. Las sombras proyectadas por la poca luz que proviene de las afueras le dan un aspecto tétrico a la construcción.
No se siente como si este lugar hubiese sido uno sagrado y santificado en el pasado. Todo lo contrario: se siente como si estuviera corrompido. Roto...
Mis dientes se aprietan con fuerza ante la perspectiva, pero me las arreglo para avanzar a paso firme hasta la parte trasera del altar.
Estoy a punto de entrar a esta sala principal, cuando lo escucho...
Podría reconocer su voz en cualquier lugar. Es tan familiar y me provoca tantas emociones encontradas, que no puedo evitar detenerme en seco cuando oigo a mi tío pronunciando cosas en un idioma desconocido.
Suena arcaico. Ancestral. Como una lengua muerta o algo por el estilo y no puedo dejar de preguntarme cuándo fue que mi tío aprendió a hablarla.
En mi cabeza, el Oráculo susurra curioso ante la nueva revelación.
Con todo y eso, con lentitud, asomo la cabeza solo para tener un vistazo rápido del escenario que se desarrolla frente a mí. En ese instante, toda la sangre del cuerpo se me agolpa en los pies.
Ahí, al centro, frente a la mesa de consagración se encuentra Theodore Black. Está arrodillado en el suelo, al centro de lo que parece ser un pentagrama hecho de sal; sin embargo, no es eso lo que hace que todos los vellos del cuerpo se me ericen. Es la forma antinatural en la que su cuello está echado hacia atrás y la energía extraña que ha empezado a emanar todo el lugar lo que lo hace.
Es la forma en la que el aire parece doblarse con cada una de las palabras que pronuncia y el extraño poder que parece expedir su cuerpo.
El Oráculo susurra algo acerca de tener cuidado y me repliego un poco para evitar ser vista, pero no aparto la vista de la imagen que se desarrolla frente a mis ojos.
El padre de Enzo no ha dejado de murmurar en esa lengua extraña y, con cada palabra que dice, el corazón se me acelera. Es como si una parte de mí supiera que lo que está haciendo es algo más que un simple ritual. Algo más complejo y poderoso que eso.
¿Qué estás haciendo? Inquiero para mis adentros, pero no tengo la respuesta.
El Oráculo se pone alerta y el instinto de supervivencia me hace esconderme un poco más; entonces, justo cuando estoy a punto de volver sobre mis pasos para traer a Enzo, sucede...
Al principio, creo que lo estoy imaginando, pero toda la sangre del cuerpo se me agolpa en los pies cuando tengo la certeza de que el pentagrama se está iluminando.
Un extraño halo se desprende de la estrella de cinco picos dibujada en el suelo y el corazón me da un vuelco cuando, de ella, empieza a brotar humo. Espeso, denso y oscuro; como si fuese el humo de basura siendo quemada.
El corazón me da un vuelco en ese momento y tengo que reprimir un grito cuando la cabeza de Theo Black regresa a su posición normal y sus ojos se abren.
La oscuridad cubre su esclerótica en su totalidad y su pupila está tan dilatada, que no hay un solo espacio natural —o humano— en su mirada.
Un centenar de venas amoratadas parecen rodear la piel cercana a la zona y, también, le cubren el cuello y las manos —que se encuentran descansando sobre su regazo.
Luce aterrador. Fuera de este mundo. Como si hubiese dejado de ser Theodore Black para convertirse en otra cosa que no estoy segura de que sea humana.
Su voz se enronquece conforme habla. Se vuelve irreconocible y se duplica cuando termina la última oración que no logro entender. En ese momento, extiende los brazos a sus costados y el humo se densifica un poco más. Tanto, que casi podría jurar que una figura humanoide ha comenzado a formarse.
El Oráculo me advierte cuidado una vez más y doy un par de pasos hacia atrás, solo por precaución; sin embargo, no aparto la vista de lo que está sucediendo.
Estoy aterrorizada. Jamás imaginé que mi tío fuese capaz de hacer algo así. No me pasó por la cabeza que, quizás, es un Druida más poderoso de lo que había imaginado.
Dudo mucho que Enzo sepa sobre esto. Sobre lo que su padre es capaz de hacer.
La figura de humo es cada vez más sólida y, conforme eso ocurre, una extraña energía —más intensa y poderosa que la que ya lo llenaba todo— comienza a invadir todo el lugar. Es oscura, abrumadora. Aterradora por sobre todas las cosas.
Entonces, comienza a materializarse.
Al principio, lento; pero, conforme toma ritmo, lo hace a toda marcha y, al cabo de unos segundos, frente al hombre con el que vivo, aparece la figura desnuda de una mujer... O algo muy parecido a una.
Su piel es tan blanca, que no puede ser natural y está cubierta de finas venas moradas y rojas.
Está de espaldas a mí, así que solo tengo un vistazo de su espalda, pero su cabello es tan negro y tan largo, que no se distingue dónde acaba y dónde empieza la nube de humo a la que parece atada.
—¿Por qué osas molestarnos, Theodore Black? —Cuando habla, su voz suena tan meliflua y aterradora al mismo tiempo, que no sé si quiero acercarme a ella o salir corriendo.
Mi tío inclina su cabeza con respeto, aún luciendo aterrador como el infierno.
—Me disculpo con todos ustedes, Su Alteza Real, pero la familia Black tiene problemas. Verá...
—¿Crees que a cualquiera de nosotros nos interesa saber acerca de los problemas que tienen ustedes, los Black? —La mujer lo interrumpe y, pese a que no se dirige a mí, me encojo ligeramente en mi lugar de manera inevitable.
—Les servimos a ustedes —Mi tío suena molesto, pero contenido. Como si tratase de mantener a raya la frustración que lo embarga.
—¿Y crees que por eso les debemos algo? Tu abuelo fue quien se puso al servicio del Supremo. —Los oídos me zumban tan pronto escucho aquello. El corazón se me detiene una fracción de segundo y, por un instante, creo que voy a desmayarme; sin embargo, me obligo a seguir escuchando. Me obligo a mantenerme atenta a lo que esa mujer dice—. Prometió que ayudaría a traer a su heredero al mundo humano. ¿Dónde está ese heredero? ¿Dónde está la gloria que prometió ayudarle a conseguir?
—Los Black hemos sido fieles al pacto que mi abuelo hizo con el Supremo. Hemos intentado engendrar al heredero. Hemos intentado...
—No basta con intentarlo. —Ella lo corta con dureza—. ¿Qué van a hacer ahora que han matado a Theresa? Esperaba un hijo, ¿no es así? ¿Cómo pudieron dejar que esas escorias Guardianas se deshicieran de ella?
Casi puedo jurar que voy a vomitarme encima. Están hablando de mi madre. De su muerte. ¿Acaso mi hermano era...?
No. No puede ser.
Sacudo la cabeza en una negativa.
¿Por eso huíamos? ¿Mi madre había logrado engendrar al heredero del Supremo? ¿Todo lo que se ha dicho sobre nosotros, los Black, es cierto?...
Soy capaz de escuchar el latido de mi corazón detrás de mis oídos. Soy capaz de sentir el mareo previo al desvanecimiento punzándome en la cabeza; así que me aferro a todo lo que puedo para poder seguir escuchando.
—Theresa cometió un error, Su Alteza.
—Y ahora ustedes están pagando las consecuencias de ello —La mujer sentencia—. Se lo dije a tu hermano antes de asesinarlo: este es su problema. Ninguno de nosotros va a ayudarles. Nos han defraudado. El Supremo jamás tendrá un heredero de la familia Black.
—Tengo una sobrina. Ella podría...
—¿Engendrarlo? —Se ríe y las ganas de vomitar regresan—. Tu hermano dijo que la hija de Theresa era una sangre sucia.
—No hablo de ella —Mi tío interviene—. Hablo de la hija de Timotheus, mi hermano. Su nombre es Lydia.
La mujer ladea la cabeza en un gesto curioso.
—¿Crees que ella sea tan poderosa como tu hermana? Theresa era ideal. Si tu sobrina no es capaz de igualarla, no vale la pena perder el tiempo con ella.
El hombre aprieta los puños con fuerza.
—Lydia no es como Theresa —Theodore pronuncia a regañadientes—, pero es una chica fuerte. Druida legítima.
—No nos interesa la pureza de su sangre, sino el poder que corre por sus venas. No desgastaremos energía valiosa en una chica que no se iguale a Theresa. —La criatura dice, tajante—. Acéptalo, Theodore. Fracasaron. Están por su cuenta ahora.
—¿Y qué si rompo el voto de lealtad que hizo mi abuelo y le hablo a los Guardianes sobre todo lo que sé? —Mi tío habla, cuando la nube comienza a desvanecerse. Suena desesperado. Ansioso—. Lograría negociar algo con ellos si lo hago, ¿no?
Silencio.
En ese instante, la energía de todo el lugar se agita.
El Oráculo sisea, receloso, y es lo único que necesito para saber que a la criatura que habla con Theo Black no está contenta.
—¿Es una amenaza? —ella inquiere, y suena tan siniestra que las manos empiezan a temblarme.
Mi tío no responde. Se queda callado, dejando que las palabras de la mujer floten en el aire.
—Tráeme a tu sobrina. —La mujer, finalmente, sentencia—. Si es apta, les brindaremos protección.
El semblante del padre de Enzo cambia por completo.
—Lo agradezco mucho, Su Alteza. De verdad...
La mujer hace un gesto desdeñoso con la mano.
—Ahórrate la zalamería, Black. No estoy asegurándote nada —dice—. Tráeme a la chica y, si nos sirve, haremos algo respecto a esos molestos Guardianes. —La manera en la que pronuncia la palabra «guardianes» es tan despectiva, que se siente como si estuviese diciendo una palabrota o algo por el estilo.
Mi tío asiente con dureza.
—La traeré mañana mismo, Su Alteza —asegura.
—Más te vale hacerlo, Theodore Black. —Ella replica un segundo antes de añadir—: Y que sea la última vez que nos amenazas. Ninguno de mis hermanos estaría feliz si supieran lo que acabas de hacer. Sé inteligente y recuerda a quién le debes tu lealtad.
No espera a que mi tío le responda. Simplemente, se desvanece en el aire. Desaparece entre la nube de humo en la que apareció, dejando a mi tío ahí, arrodillado al centro del altar de la iglesia abandonada.
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