10



Escapar por la ventana de mi habitación no fue tan fácil como creí que sería. No tanto por mi condición física, sino porque acabo de descubrir que le tengo pavor a las alturas.

El vértigo que sentí al mirar hacia abajo y descubrir que, si caía, podía romperme un hueso —o varios— no fue nada comparado con el temblor de mis piernas todo el camino hasta el suelo.

Con todo y eso, me las arreglé para salir de casa sin ser detectada por nadie antes de esconderme en el bosque a esperar por Iskandar.

Él tampoco tardó mucho en aparecer. Faltando cinco minutos para la hora acordada, lo vi acercarse al claro con sigilo.

Creí que podría sacarle un susto de muerte, pero no fue posible porque el muy desdichado fue capaz de percibirme en el bosque.

Cuando le pregunté cómo diablos lo hizo, solo se encogió de hombros y dijo que estaba empezando a reconocer la suave energía que emano.

No sé qué quiso decir con eso, pero no insistí más y dejé que nos guiara por el bosque hasta el terreno cercano a la iglesia y el faro abandonado.

Ahora que estamos aquí, no puedo dejar de preguntarme por qué demonios, de todos los lugares existentes en la reserva, eligió este para hacer sus estúpidos experimentos.

De manera involuntaria, me estremezco solo porque estar aquí me pone los nervios de punta, pero trato de mantenerme serena mientras me abrazo a mí misma y miro hacia todos lados con nerviosismo.

—Tranquila —dice, cuando nota mi inquietud—. No permitiría que nada malo te ocurriera.

Clavo los ojos en los suyos.

—¿Te recuerdo qué fue lo que pasó entre nosotros la última vez que estuvimos en este lugar?

Su mirada se oscurece y una punzada dolorida atraviesa su gesto. De inmediato me arrepiento de haber dicho eso y me muerdo el interior de la mejilla antes de suspirar y apartar la vista de la suya.

—Además, no es solo eso —mascullo, y puedo sentir cómo sus ojos siguen fijos en mí, así que lo encaro de nuevo y pregunto lo que me ha taladrado la cabeza desde que llegamos aquí—: ¿Este lugar no te provoca escalofríos?

Él asiente sin dejar de mirarme.

—Por supuesto —admite, con la voz enronquecida y el gesto serio—. Pero es el único lugar seguro para que hagamos esto.

Frunzo el ceño y él parece notarlo. Pese a eso, tarda un poco de tiempo en suspirar y empezar a hablar de nuevo:

—Lo que estamos a punto de hacer puede atraer la atención de los Guardianes de Élite que se encuentran en la ciudad —explica—. No podemos arriesgarnos a tenerlos sobre nosotros ahora mismo, así que, un lugar con una energía tan abrumadora como lo es este, es ideal para que practiquemos un poco. Además, no se supone que tenga permitido hacer esto fuera de una misión. Mucho menos sin haberme graduado todavía.

Parpadeo un par de veces, mientras digiero lo que acaba de decirme.

—¿Y lo que haremos no atraerá la presencia de otra clase de criaturas? —inquiero, externando mi temor más grande.

Iskandar duda unos instantes, mientras evalúa mi cuestionamiento.

—No lo creo —dice, finalmente—. El tipo de magia que utilizaremos no es tan oscura o poderosa como para atraer a alguna entidad maligna.

—¿Estás seguro de ello?

—No —admite y me regala una sonrisa fugaz—. Pero, aunque eso ocurriera, no permitiría que te hicieran daño. Es una promesa.

Me muerdo el labio inferior, al tiempo que me abrazo con más fuerza que antes.

—Esto es una locura —digo en voz baja para mí misma, y él da un par de pasos en mi dirección.

—Todo estará bien, Mads —asegura con la voz enronquecida—. Confía en mí.

Cierro los ojos con fuerza.

—De acuerdo —digo, pese a que todo dentro de mí grita que debo salir corriendo de aquí—. Hagámoslo.

Asiente.

—Antes de empezar, necesito explicarte qué es lo que trataremos de hacer y de dónde proviene lo que voy a enseñarte —dice, y toda mi atención se posa en él—. El origen de los Guardianes es simple y todo el mundo lo sabe: fuimos destinados para salvaguardar el equilibrio entre el mundo energético y el terrenal y, en nuestra sangre, corría un poder ancestral único y peculiar. Se decía, incluso, que el primer Guardián, debido a su naturaleza destructora, proveniente del Cuarto Sello del apocalipsis, y celestial, por Miguel Arcángel, tenía la capacidad de utilizar la energía de las Líneas Ley a su antojo.

La declaración me pone los vellos de punta, solo porque no puedo imaginar cuán poderoso era ese ser que podía utilizar la energía de la tierra misma. Suena a algo impensable.

—Sin embargo, con el paso del tiempo, ese poder fue diluyéndose de generación en generación —Iskandar continúa—. Incluso, entre los Guardianes se corre un viejo rumor. Una vieja historia que dice que el Creador nos castigó y le quitó a la gran mayoría de nosotros la capacidad de utilizar el poder que se nos había sido otorgado para proteger la tierra.

—¿Por qué? —pregunto, sin siquiera pensar en si es algo que desea contarme o no.

—Por abusar del poder. —Iskandar explica de inmediato—. Por no utilizarlo para lo que se les fue dado. —Se encoge de hombros—. Ahora se cree que el motivo por el cual solo unos cuantos poseen habilidades diferentes al resto, es porque tienen un corazón puro y justo; como el del primer Guardián.

Alzo una ceja en un gesto que pretende ser incrédulo y burlón, solo para quitarle un poco de tensión al momento.

—¿Estás diciéndome que tienes un corazón puro y justo, Knight? —Mi sonrisa es socarrona.

—Aunque lo dudes, Black —replica, pero hay una sonrisa bailando en la comisura de sus labios.

—Entonces... ¿solo algunos de ustedes poseen verdaderas habilidades extrasensoriales? —inquiero, cuando lo veo quitarse la gabardina para dejar al descubierto una vestimenta deportiva y relajada que jamás había visto en él.

De manera inevitable, paseo la vista sobre su larga anatomía y me detengo más de lo que me gustaría admirando la forma en la que sus hombros anchos se flexionan con sus movimientos gráciles.

—Todos los Guardianes poseen habilidades físicas fuera de lo común —dice, distrayéndome del hilo caluroso de mis pensamientos—; sin embargo, son solo los Guardianes de Élite los que son más... paranormales.

Asiento, digiriendo sus palabras.

Sabía que los Guardianes de Élite eran letales. Más peligrosos que los ordinarios; pero creía que era por el entrenamiento especializado que recibían. Jamás imaginé que eran criaturas con poderes más allá de la imaginación.

—¿Y todos pueden hacer lo mismo?

Iskandar niega con la cabeza.

—No. Así como no todos los Druidas poseen la habilidad de escuchar al Oráculo, hay Guardianes que tienen más desarrollada esa parte de su anatomía.

Asiento una vez más.

—¿Tiene que ver con la genética?

—Y con un poco de suerte, supongo. —Se encoge de hombros—. Takeshi Sato, por ejemplo, es hijo de un Sato legítimo, pero su madre es una Dunne; y, de cualquier modo, es aterrador. Es capaz de comunicarse con los seres que no habitan en este plano.

Frunzo el ceño.

—¿Y qué tiene que ver con que su madre sea una Dunne? ¿Qué no se supone que el Clan Dunne también es un Clan Guardián?

—En teoría, lo es; pero es el más impuro de todos en cuanto a linaje se refiere —explica, y debe notar la confusión en mi gesto, ya que añade—: El Clan Dunne fue fundado por los primeros Guardianes que existieron en la tierra. Antes del primer Guardián oficial, por así decirlo —continúa—. Esos mestizos Druidas y humanos que podían comunicarse con la energía de las Líneas Ley gracias a la sangre Druida que corría por sus venas. —Pese a la rapidez con la que habla, sus palabras son claras—. Luego del Pandemónium, cuando el primer Guardián llegó a la tierra, ellos se pusieron al servicio de él y de Miguel Arcángel para ayudarlo a restaurar el equilibrio que el Pandemónium rompió. Fue así como Miguel Arcángel los acogió, los entrenó como si tuviesen descendencia angelical y les dio el apellido Dunne. Ellos lo aceptaron con gusto y, desde entonces, forman parte de los seis clanes.

—Sin embargo, son los único que no tienen sangre angelical o celestial en sus venas —musito, más para mí que para Iskandar, pero él asiente.

—La madre de Takeshi viene del Clan Dunne —explica—. Es una mujer habilidosa; proveniente de una familia en la que, se decía, alguna vez había habido brujas poderosas; así que eso, en combinación con la sangre celestial que corre en el linaje de los Sato, hizo que Takeshi fuese así de peculiar.

—¿Y tú? —inquiero, curiosa—. ¿Qué eres capaz de hacer, Iskandar?

Su mirada se oscurece ligeramente.

—No puedo decírtelo —replica, al cabo de unos segundos de silencio.

—¿Por qué no?

—No quiero asustarte.

El corazón me da un vuelco.

—Estás blofeando —digo, pero no sueno segura de mi declaración.

No soy estúpida. Sé que hay algo muy diferente entre este chico y el resto de los suyos. Lo supe desde el primer momento en el que lo vi. Y, de todos modos, no me queda muy claro qué es eso que lo distingue de esta manera.

En respuesta, me sonríe.

—Empecemos —dice, sin más, y avanza hasta quedar a aproximadamente dos metros de distancia de mí—. Iremos despacio, para ver qué tanto eres capaz de hacer, y de ahí partiremos a las cosas más complicadas.

Asiento, incapaz de confiar en mi voz para hablar.

Estoy muy nerviosa, pero no entiendo muy bien el motivo.

—Abre un poco más las piernas. A la altura de tus hombros —instruye y así lo hago—. Los brazos van relajados a los costados del cuerpo y los ojos deben estar cerrados.

Dudo unos instantes, pero obedezco al cabo de unos instantes.

Iskandar empieza a instruirme. Me pide que inhale y exhale profundo. Que trate de percibir todos los sonidos que el bosque nos regala y que, poco a poco, empiece a pedirle a la tierra y a la Línea misma que me permita percibir su energía. Utilizarla, si es posible.

Al principio, no soy capaz de sentir nada. Ni siquiera a las insistentes voces del Oráculo, que siempre están presentes en mi cabeza y no me dejan tranquila. Solo soy capaz de escuchar el sonido de las hojas de los árboles meciéndose por la suave ventisca helada que ha empezado a formarse en el ambiente.

De vez en cuando, soy capaz de percibir el graznido de algún cuervo, pero nada más.

Entonces, sin más, viene a mí...

Empieza como un hormigueo en las palmas de las manos. Primero suave y, luego, insistente y doloroso. Como si un centenar de agujas estuviesen pinchándome la piel. Acto seguido, una oleada de calor me llena el cuerpo de manera súbita y, luego, fuerte y claro, escucho a todas —absolutamente todas— las voces del Oráculo decir en mis oídos:

Ahora estás lista para saber quiénes somos.

Abro los ojos de golpe en ese momento, el corazón me da un tropiezo furioso y el aliento me falta mientras, durante un doloroso segundo, digiero lo que acaba de pasar.

No puedo hablar. No puedo respirar. No puedo hacer otra cosa más que mirar a Iskandar, quien sigue con los ojos cerrados frente a mí, concentrado en lo que está pidiéndome que haga.

¿Será posible...? No. No puede ser. Es imposible.

Pero las ideas me zumban por la cabeza a toda velocidad. Las probabilidades me embotan los sentidos y me hacen imposible pensar con claridad.

¿El Oráculo es... la Línea?

Las voces en mi cabeza estallan con fuerza y, durante unos instantes, se siente como si estuviesen haciendo un canto de la victoria. Como si estuviesen celebrando la conclusión a la que acabo de llegar.

La opresión que siento en el pecho es grande y el escándalo en mi cerebro es tanto, que debo llevarme ambas manos a la frente y a los ojos para presionarlas con suavidad.

—¿Mads? —La voz de Iskandar llega a mí, pero no puedo abrir los ojos. Me siento tan aturdida por todo lo que está ocurriendo, que ni siquiera puedo responderle—. ¿Estás bien?

—E-El Oráculo... —mascullo, pero no estoy segura de qué es lo que quiero decirle. Tampoco estoy segura de cuánto puedo compartirle al respecto.

—Respira conmigo —instruye y, esta vez, soy capaz de sentir sus manos sobre mis brazos, sosteniéndome con firmeza y delicadeza al mismo tiempo.

Mis párpados revolotean en un esfuerzo por abrirse, pero el dolor que me oprime es tan intenso, que solo logro tener un vistazo de su rostro cerca —muy cerca— del mío y de esos ojos imposiblemente azules mirándome con preocupación.

Me aferro a sus antebrazos. Al material grueso de la sudadera negra que lleva puesta y clavo las uñas en él, intentando afianzarme de algo.

Soy capaz de escuchar mi respiración dificultosa y el latir intenso del pulso detrás de mis orejas.

El Oráculo no deja de gritar. De vitorear. Y yo solo quiero que se detenga. Que pare para poder asimilar lo que está ocurriendo.

Cierro los ojos y, en ese momento, las manos frías de Iskandar se posan en la piel de mis mejillas.

El tacto de su piel con la mía es electrizante y, de inmediato, soy capaz de sentir como algo cálido empieza a llenarme el cuerpo a una velocidad aterradora.

Al principio, no logro entender de qué diablos se trata hasta que, sin más, estalla en mi pecho y me llena de algo desconocido y abrumador.

Es su energía. Esa que lo hace diferente a los demás y que, en definitiva, no pertenece a este plano.

Lo encaro. Está muy cerca y su ceño está fruncido en preocupación y algo más... Es como si él también sintiera lo mismo que yo estoy sintiendo. Esta extraña electricidad. Este disparo de energía que parece rebotar de un lado a otro entre nosotros.

Mis manos se posan sobre las suyas —en mis mejillas— y se aferran con fuerza. Casi temo hacerle daño, pero él no se aparta, al contrario, se acerca todavía más, si eso es posible.

—¿Quién eres? —dice, en un susurro ronco y profundo, y un escalofrío me recorre de pies a cabeza.

Abro la boca para responder, pero ninguna palabra sale de mis labios. Ni siquiera sé si tengo algo que decir.

Sus ojos están fijos en los míos y me miran con tanta intensidad, que no puedo dejar de mirarlo de regreso. Es como si estuviese descubriéndome por primera vez en la vida. Como si antes no hubiese visto en mí eso que ahora parece claro en su expresión.

Sacude la cabeza en una negativa lenta, pero luce confundido.

—¿De dónde diablos has salido? —musita, pero suena más como si hablara para sí mismo que para mí.

Trago duro.

No sé qué decir y me aterra que me vea como lo hace. Que perciba en mí esto que yo estoy percibiendo en él. Que sea capaz de sentir mi energía como yo soy capaz de sentir la suya llenándome entera.

De pronto, algo aparece en su mirada. Una especie de resolución... o un cuestionamiento. No estoy segura. Lo único que sé es que me aterra.

¿Y si sabe que el Oráculo no es un Oráculo en realidad? ¿Y si acaba de notar que es a la Línea a la que escucho todo el tiempo y no a un simple Oráculo?

Un destello de terror me invade de pies a cabeza solo porque no sé qué consecuencias traería para mí que él sepa algo como eso.

No sabe nada. No hay manera de que pueda saberlo. Me susurra el subconsciente, pero no tengo la certeza de ello.

—¿Qué es lo que pasó con el Orá...? —comienza, pero no estoy lista para que empiece a cuestionarme, así que hago lo primero que me viene a la cabeza. Eso que me había pasado por la mente más veces de lo que me gustaría admitir, pero que nunca creí que tendría el valor de hacer. Eso que ni siquiera me permitía rasguñar con la imaginación porque era demasiado irreal siquiera planteármelo...

Pero, de todos modos... lo beso.

Así. Sin más.

Lo beso y, al principio, mi contacto es tímido, arrebatado y fugaz.

Apenas un roce de sus labios con los míos para acallar las palabras suspicaces que siempre suelen abandonarlo.

Él se congela de inmediato. Puedo sentir la tensión que invade su cuerpo en el instante en el que mis labios buscan los suyos y, cuando me aparto y lo miro a los ojos, soy capaz de notar como trata de asimilar lo que acaba de pasar.

No ha apartado las manos de mis mejillas, así que estoy a punto de dar un paso lejos de él —porque la vergüenza que siento es atronadora—, cuando me atrae hacia él y me besa.

Esta vez, el contacto es diferente.

Feroz.

Intenso.

Sus labios se mueven contra los míos y su lengua busca la mía en el proceso. El corazón me va a estallar dentro de la caja torácica y la ansiedad es tan abrumadora, que apenas puedo procesar lo que está ocurriendo.

Jamás me habían besado de esta manera.

Jamás me habían besado. Punto.

Había jugado a la semana inglesa con unos compañeros de clase en la secundaria, pero todo aquello había sido húmedo, torpe y desagradable.

Esto es diferente. Atronador. Dulce... Y apenas me permite pensar.

Iskandar me atrae hacia él, de modo que envuelve sus brazos alrededor de mi cintura y pega nuestros cuerpos con fuerza.

Mis manos, de inmediato, viajan hacia sus mejillas, como si supieran exactamente qué hacer, e inclino la cabeza para darle mejor entrada a eso que busca en mí.

Es tan alto, que tengo que pararme sobre mis puntas para alcanzarle y, al mismo tiempo, se siente como si embonáramos tan bien el uno con el otro, que me permito disfrutarlo. Recibir el contacto como si no lo hubiese buscado solo para acallar sus cuestionamientos sobre lo que pasó.

No sé cuánto tiempo pasa antes de que nos apartemos el uno del otro y, cuando eso sucede, recargo mi frente en su mentón.

El corazón aún me late como loco dentro de la caja torácica y me cuesta recuperar la respiración.

—L-Lo siento... —Apenas puedo hablar.

—Yo no —dice y, acto seguido, me levanta el rostro por la barbilla y vuelve a besarme.


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¡Hola! ¿Cómo están? 

Solo vengo a dejarles un pequeño aviso parroquial:

Este domingo haré un mini-maratón de dos capítulos. Con estos, nos ponemos al corriente de donde me quedé la última vez, antes de desaparecer de la faz de la tierra por un año (inserte emoji que llora). A partir del capítulo 13, las actualizaciones serán regulares una vez por semana. Probablemente, en fin de semana (viernes, sábado o domingo). Siempre aviso con un día de anticipación en el grupo de Facebook. Si no formas parte, aconsejo unirte (el link está en mi bio aquí en Wattpad). <3Sin más por el momento, me despido. ¡Qué tengan bonito ombligo de semana!





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