Capítulo 8: Good Looking - Suki Waterhouse

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Una de las cosas que hacían reír demasiado a mi amiga Laia era el hecho de que, cuando estudiábamos juntas, yo siempre dejaba encendida la televisión con cualquier programa de cotilleo. No le prestaba atención, pero me calmaba el hecho de que sonara algo mientras repasaba mis apuntes, ya que el silencio era algo que me ponía los pelos de punta. Odiaba no escuchar ningún ruido, no me podía concentrar. Por ello, jamás estudié en la biblioteca.

Por suerte, la facultad de Magisterio tenía una sala donde sí se podía hablar y la gente iba a hacer trabajos y demás, lugar donde yo aprovechaba para poder estudiar. El sonido de las personas hablando me relajaba y hacía que me pudiera concentrar. Ahí me encontraba yo, sentada después de haberme despedido de Lara y Gala, aprovechando las horas para poder repasar los apuntes, ya que dentro de poco tenía la entrega de un trabajo importante. Siempre había sido una persona bastante previsora y a la vez cuadriculada, me gustaba llevar todo al día y me estresaba demasiado cuando se me atrasaba la tarea.

Estaba inmersa en la información de mi portátil cuando alguien golpeó la mesa a mi lado con sus dedos, provocando que alzara la vista. Me encontré con unos ojos azules observándome tras unas gafas de pasta negra, mientras el cabello castaño le caía en la frente con mechones dispersos. Su sonrisa apareció pronto, causando que mi corazón diera un salto dentro de mi pecho. Marc era demasiado guapo.

—¿Sabes que sacas la lengua cuando estás concentrada? —su expresión hizo que mis mejillas comenzaran a calentarse, por lo que supe que me estaba poniendo algo roja. Me sentía una completa idiota, una adolescente con las hormonas por las nubes. Si él se había dado cuenta de ese detalle sobre mí, era porque había estado observándome.

—¿Qué haces aquí? —fue lo único que pude decir, a la vez que carraspeaba y miraba hacia los lados, nerviosa. Tenía grabada en la mente la última vez que nos habíamos visto, hacía poco tiempo.

—Me he encontrado con tus compañeras en el tranvía. Me han dicho que te habías quedado aquí, estudiando, y he venido a saludarte —se encogió de hombros, como si su reacción fuera la cosa más natural del mundo. Podía imaginarme a Lara y Gala riendo, cuchicheando ambas sobre cómo habían hecho de carabinas.

—Ah —exclamé—. Sí, bueno, tengo un trabajo y quería repasar unas cosas antes de irme a casa. Aquí me concentro más —exclamé. Él asintió, mirando el reloj de su muñeca.

—Bueno... todavía es muy pronto para comer, pero no para tomar algo —alzó la vista hacia mí, dejando las cosas sobre la mesa, a mi lado. Vi que traía una mochila y una especie de carpeta casi más grande que yo— ¿Qué te parece si te hago compañía durante un rato y después vamos a la cafetería? Me gustaría agradecerte lo que hiciste —su ofrecimiento me hizo abrir los ojos. Todavía recordaba aquella especie de contacto que tuvimos en mi casa, la forma en la que nuestros rostros habían quedado demasiado cerca antes de que Vero nos interrumpiera. Sabía que me habría besado con él y eso solo hacía que su presencia me pusiera más nerviosa.

—Solo fue un poco de hielo, Marc. Además, tómalo como un favor por haberme ayudado a llegar a tiempo a mi cita médica. No tienes por qué agradecerme nada —respondí, girándome para poder mirarle a la cara, pues había tomado asiento en la silla de mi lado derecho. Él alzó las cejas, mordiéndose el labio mientras miraba hacia otro lado.

—¿Y si te digo que me apetece tomar algo contigo? —sus ojos me enfrentaron y yo tuve que tragar saliva. La forma en la que había sido tan directo hizo que me quedara perpleja, al parecer hasta a él mismo le sorprendió el gesto nervioso que realizó. Boquee como un pez y me sentí una inútil al tiempo que soltaba el aire y sonreía de vuelta— Siempre que tú también quieras, claro.

—En ese caso, supongo que sí. Podemos estar aquí un rato en lo que termino esto y —cogí aire, alternando mi vista entre el portátil y aquellos dos pozos azules que me observaban— ir a la cafetería juntos.

—No se diga más —respondió, sacando un cuaderno de su mochila y una especie de lápices más negros de los que yo conocía. Comenzó a trazar cosas, mientras me giraba y concentraba en lo mío.

No sé cuánto tiempo estuvimos así y la realidad es que me costó mantener la atención en algo que no fueran sus manos dibujando, pero al final conseguí avanzar un poco aquello que deseaba. Estaba ultimando los detalles cuando noté un golpecito en mi rodilla. Sé que fue Marc y pensé que lo hizo sin querer, así que no le presté atención, pero pronto noté otro golpe que me hizo girarme hacia él. Me estaba observando y con su cabeza señaló el portátil frente a mí.

—¿Te queda mucho? —cuestionó, a lo que yo cerré las pestañas de mi ordenador. Tras ello, lo apagué y me giré para mirarle.

—Eres un pesado, solo han pasado cuarenta minutos —exclamé, a lo que el castaño aplanó los labios. Negué con la cabeza, divertida— ¿Vamos? —él asintió, sonriendo, a lo que ambos comenzamos a recoger.

Fue algo ansiosa la forma en la que algo se removía dentro de mí mientras caminábamos a la terraza de la cafetería y nos acercamos a la barra. Pedí dos cervezas, a lo que él alzó las cejas. Pagué antes de que pudiera decir nada, tendiéndole el tercio.

—Por el favor —exclamé, recordándole cómo le había dicho acerca de invitarle. Él sonrió, asintiendo al final. Señaló la bebida que sujetaba, mirándome.

—La próxima me toca a mí, por el favor también —expresó, a lo que yo me encogí de hombros, haciéndole saber que si eso quería yo no iba a oponerme. Me emocionaba saber que iba a haber otra "próxima" y no pensara que esta iba a ser la única cerveza que íbamos a tomar.

Nos sentamos en el piso de arriba, en la terraza, justo donde el sol no se hacía demasiado pesado gracias a la sombra que había. Estábamos uno frente al otro, mientras Marc disponía aquella carpeta gigante encima de una de las sillas.

—Ese papel es enorme, puede hacerte de manta y todo —exclamé, a lo que él sonrió, apartando la silla con gracia y tomando asiento frente a mí—, ¿qué llevas dentro?

—Una lista de los nombres de mis enemigos —bromeó, a lo que yo sonreí mientras tomaba un sorbo de mi cerveza—. Es de un trabajo que tengo para clase, me hacen dibujar y este es el boceto —habló, a lo que yo asentí.

—¿Y lo que dibujabas en el cuaderno? —expresé mientras él bebía.

—Qué observadora.

—Es lo que tiene cuando me interrumpes mientras estudio, que me distraes —bromee, a lo que Marc me miró con una sonrisa en su boca. Subió sus gafas del puente que las unía, a la vez que echaba sus mechones castaños hacia atrás.

—¿Qué pasa? ¿Debías calcular los gramos de macarrones para un collar? —Sé que lo hizo de broma, pero no pude disimular el gesto que invadió mi cara. Esa era una burla demasiado recurrente sobre magisterio, acerca de que solo sabíamos hacer collares con macarrones. Abrí la boca y solté un sonido de risa ahogado, sintiendo dentro de mí cómo la respuesta comenzaba a brotar de mis adentros.

—¿Tú ya has metido el currículum en algún restaurante de comida rápida? Digo, por tu futuro laboral cuando termines la carrera —devolví el golpe, a lo que él dejó escapar una carcajada. Sabía que no iba en serio, por lo que yo también me permití reír. No sabía por qué, pero con otras personas no me gustaban las bromas que hacían acerca de mis estudios. Sin embargo, con él era diferente. Ambos estudiábamos algo con lo que todo el mundo se metía, por lo que era fácil devolvernos el golpe. Yo era consciente de que no había ningún tipo de maldad detrás de nuestras palabras.

—Lo que hacía mientras estudiabas era dibujar un boceto. Se me ha ocurrido una idea y... me he dejado el iPad en casa —exclamó, a lo que yo alcé las cejas.

—¿Dibujas de forma digital? —cuestioné, a lo que Marc asintió— Uf, te pega mucho más hacerlo a mano. Al óleo o algo así.

—También lo hago. Me gusta mucho más que en digital, pero no voy a arrastrar todo el material por el tranvía. Ya lo he hecho y siempre acabo liando alguna —respondió, a lo que pude imaginarlo con gran claridad, sujetando miles de cosas entre sus brazos. Lienzos, un maletín, alguna que otra carpeta... y ese cabello castaño desordenado, cayéndole hacia un lado. Yo me habría ofrecido a ayudarlo si estuviera sentada en el mismo vagón.

—¿Llevas dibujando mucho tiempo? —cuestioné, curiosa. Era algo que jamás había averiguado de él, ni siquiera cuando íbamos al mismo instituto.

—Sí. Desde pequeño siempre me había gustado, solo que no lo enseñaba ni nada. Lo hacía para mí, hasta que fui consciente de que podía sacarle más potencial y que me gustaba mucho más que la economía. Todas las personas tenemos un sueño seguro y otro que nos enamora —expresó, a lo que asentí, interesada—. ¿No tienes algo por lo que dejarías todo si te aseguraran que tienes un futuro? Como ser artista, escritor, pintor...

—No soy de ese tipo. La verdad es que reboto de hobbies, hasta que me canso y vuelvo a ellos. Lo único que ha permanecido en mi vida es la lectura y... oh, sí, hacer velas.

—¡¿Hacer velas?! —exclamó él, divertido. Yo asentí, contagiándome de esa emoción que parecía haberle surgido de golpe al escuchar mi exclamación— Joder, Vega, eres como un elfo o algo así. Es que no me lo puedo creer.

—¡Oye! —exclamé, dándole una pequeña patada debajo de la mesa— Es algo que me enseñó a hacer mi abuela —una pequeña afición que compartía con Alma. Ellas habían pasado tardes creando velas para luego quemarlas, juntas. Recordaba la tristeza de mi melliza cuando nuestra querida iaia falleció. Lo que nadie se imaginaba era que ella pronto le haría compañía allá donde fueran. Estaba segura de que ambas estaban haciendo velas de lavanda donde quisiera el destino que estuvieran.

—Es interesante, ¿las haces con formas y todo eso? —preguntó.

—Pues claro. Tengo muchos moldes, colores, esencias... A Vero no le importa que las encienda cuando estamos en casa, me da plena libertad.

—Ahora entiendo la vela con forma de busto de mujer que hay en vuestro comedor, es tuya, ¿verdad? —exclamó, a lo que yo sonreí.

—Sí, es mía. Esa vela la hice con un molde que creé yo misma. Le gustó tanto a Vero que no la quemó —respondí. Él alzó sus cejas, sorprendido, mientras su gesto era de tremenda curiosidad acerca de algo mío.

—¿Tú hiciste ese molde?

—Sí, ya te he dicho que mi abuela nos enseñó. Ella no utilizaba moldes, los creaba —respondí, disfrutando de cómo Marc parecía interesado en ese pequeño aspecto de mi vida.

—Me tienes que enseñar un día, la verdad es que me encantaría poder crear velas. Suelo poner unas, pero son básicas y me intriga mucho el poder darles forma y olores que me gusten —argumentó. Yo asentí.

—Aquí no tengo todo el material, la verdad. La mayoría están en mi casa, en Chelva —pronuncié—. Suelo ir en vacaciones.

—Yo también, sobre todo en verano. ¿Estarás por allí? —No podía creer que estuviera quedando en mi pueblo con mi amor platónico de la adolescencia. Era, simplemente, increíble. Asentí, haciéndoselo saber— Bueno, entonces estaré encantado de llevar algo para comer si tú me enseñas a hacer velas, con todos los materiales —sonreí y, no supe el porqué, pero asentí. En el fondo de mi ser, tenía pánico. Deseaba que eso se quedara como un plan de los que no llegaban a realizarse, uno que trataría de evadir a toda costa. El solo hecho de imaginar a Marc dentro de mi casa, observando todas las fotos de Alma y acordándose de quién era yo, me causaba demasiada incomodidad.

Bebí para tratar de no seguir diciendo nada, tenía miedo de acabar en más compromisos de los que, aunque me hicieran ilusión, trajeran ese pasado al presente que no quería revivir. El trago de cerveza me refrescó la garganta y carraspeé, en lo que Marc aplanaba los labios dejando su botellín frente a él. Colocó ambas manos sobre la mesa y se echó hacia adelante. Dejé la bebida y me concentré en él, apartándome el cabello rosa detrás de la oreja.

—Lo tienes más fucsia —exclamó, señalando mi pelo con una sonrisa.

—Me lo tinté ayer, ya estaba casi pastel —respondí, dándole la pista de por qué hoy mi pelo parecía resplandecer.

—Nunca he visto a alguien a quien le quedara tan bien el magenta. Es como si hubieras nacido con ese color de cabello.

—Lo he llevado morado y azul también, pero el rosa es el que más perdura —le respondí.

Entonces, vi que estiraba la mano para coger su cerveza. Fue ahí donde me fijé en la parte trasera de su muñeca, donde la palabra "arte" estaba tatuada. La señalé, curiosa, ya que él había comenzado preguntándome con confianza. Me sentí segura de seguir en esa dinámica.

—¿Tienes más tatuajes? —cuestioné.

—No tantos como tú, pero sí. Tengo dos —respondió, relamiéndose los labios. Suponía que era por el resto de bebida que se habría quedado en ellos, pero me quedé en ese gesto más de lo que tenía planeado— ¿Y tú?

—He perdido la cuenta —respondí, causando una risa en él. Chasqueé la lengua, a la vez que comencé a gesticular casi sin ser consciente—. Es que, a ver, ¿el firmamento de las clavículas lo consideramos todo como uno?

—Diremos que sí —respondió, sonriente.

—Tengo más estrellas entre los dedos, una mariposa aquí y una luna menguante por aquí —le enseñé mis manos, mostrándole cada uno de mis dedos para que viera lo que le mencionaba—. También, tengo un hada tatuada detrás de mi oreja —me giré y retiré como pude mi melena corta, dejándole a la vista aquella pequeña hadita. Él la observó y cuando ya recuperé mi postura, lo vi interesado.

—¿Por qué tantas estrellas? —preguntó. Yo tuve que tragar saliva.

—Sinceramente, me gustaba cómo quedaban —mentí, encogiéndome de hombros. La realidad era una que me dolía recordar. Era algo masoquista haberme puesto todas aquellas pequeñas estrellas a la vista del mundo, ya que cualquiera con un mínimo de curiosidad podía preguntarme... pero era mi forma de tenerla conmigo. A Alma— ¿Cuál es tu otro tatuaje? —desvié la atención, interesada por si Marc poseía algún pequeño rastro de tinta más allá de su muñeca. Bebí mientras le observaba, interesada por cómo sonreía al decirme:

—Tengo un pato en la pantorrilla.

No sé si fueron los nervios o es que me hizo realmente mucha gracia que fuera algo tan dispar, pero solté toda la cerveza que estaba tratando de tragar encima de la mesa. Escuché el rechinar de nuestras sillas al echarnos hacia atrás y, tras un rato, la risa de Marc.

Desde luego, aquella media mañana fue agradable con él. Charlar con Marc me resultaba ameno y agradable. Conversamos de nuestras carreras, de por qué tras haber estado en economía observó que ese no era el futuro que quería, aunque fuera lo que habían esperado de él desde pequeño. Supe que le gustaba la música de los sesenta en adelante y abrió los ojos cuando le confesé que me gustaban mucho The Platters, pero que también me encantaba perrear en mi habitación. Conocimos la estación favorita del otro y debatimos acerca de si preferiríamos vivir de algo que nos diera dinero y ser infelices o de ser pobres pero muy felices. Hablamos de muchas cosas que no tenían sentido, pero... fue demasiado agradable tener una conversación sin trasfondo.

—Ha sido muy divertido tomar algo contigo, Marc —hablé, encontrándonos a los dos de pie en la esquina de la cafetería. Debía ir a casa a comer y a seguir trabajando aquella tarde, todavía tenía bastantes cosas de clase que terminar.

—Yo también me lo he pasado genial, la verdad —exclamó, a lo que sonreí.

Mirarle a los ojos era algo que ya no me costaba ni me daba vergüenza, así que lo hice bastante feliz. Lo que ya no sé es cómo fui capaz de colocar una mano en su pecho, alzándome un poco con las puntas de mis pies para alcanzar con mis labios su mejilla. El beso resonó para nosotros, en la cercanía, poco antes de que yo me separara de él y observara cómo sus labios se habían entreabierto mientras no me quitaba ojo.

—Nos vemos otro día —pronuncié, a lo que él dejó escapar el aire.

—Espero que pronto —respondió, asintiendo con una sonrisa de boca cerrada.

Después me marché, sabiendo que me observaba, siendo consciente de que sus ojos seguían sobre mí, sobre esa mata de pelo rosa que se colaba entre la gente. Lo que yo sabía era que esa última promesa de volver a vernos no era falsa... estaba deseándolo.

¡Hola! 

Debo confesaros que le he cogido mucho cariño a Vega y Marc y ahora no puedo parar de pensar en ellos, es que me parecen súper monos. Nuestros chiquitines se están conociendo cada vez más y estoy, literalmente, ANSIOSA de que sepáis mucho más de su historia.

De momento, ¿qué os está pareciendo? ¡Os estaré leyendo!

OS AMO CON TODA LA PATATITA🧡

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