Capítulo 21: Alma, corazón y vida - Los Panchos
Vota si la novela te está gustando. De esa forma, ayudas a que esta escritora poco conocida pueda cumplir su sueño 😉💖
***
Regresé de la universidad cubierta en sudor, cada vez hacía más calor y era insoportable estar dentro de las clases porque el aire acondicionado dejaba de funcionar cuando le apetecía. Estaba cansada, llevaba en una bolsa de papel lo necesario para hacer pasta con pesto. Estaba segura de que a Marc también le gustarían, por lo que haría comida para los dos y así cuando él llegara podría comer directamente.
Entré en la casa y suspiré al notar como, por la orientación de la casa, el calor no era asfixiante. Además, el aroma que siempre se pegaba a la ropa de él invadía cada pequeña estancia, a lo que sonreí. Era una de las cosas que más me gustaba de vivir juntos, poder notarlo hasta cuando estaba fuera.
Dejé la bolsa de la universidad en una silla y la compra en la isla de la cocina, para después comenzar a guardar las cosas en la nevera mientras ponía el agua a hervir. Había comprado un par de Ladrones de Manzana y era importante que estuvieran fríos para beberlos. Cuando tiré a abrir de la nevera vi una nota pegada en ella, algo que me hizo levantar una de mis cejas. La leí, sabiendo que se trataba de Marc.
«Se me ha muerto el móvil. Hoy no como en casa, tengo cosas en la uni y se me pasó avisarte. No me hagas comida. Lo compensaré para cenar, peligrosa».
Suspiré, soltando una maldición mientras el aire se me escapa de los pulmones. Me hacía ilusión ver a Marc aquella tarde, pero parecía que aquello no podía ser. Pensé que sería mejor guardar las bebidas para la noche y me dispuse a hacer la salsa, terminando mi comida cuando ya era algo tarde. Para cuando terminé me fui directa a mi habitación.
En aquellos últimos momentos del curso tenía más trabajo que nunca, el final de clases seguía apretando y a mí me quedaba dar los puntos finales a algunos de los trabajos individuales. No había podido avanzarlos antes, ya que mis profesores nos habían explicado su realización hacía apenas un par de clases. Además, tenía todos los exámenes bastante seguidos y en poco tiempo, por lo que también debía prepararme muy bien si no deseaba suspender. Adelanté todo lo que pude, concentrada, yendo a la cocina a por un café. Me sentía agotada mentalmente, así que cerré el portátil cuando dieron las seis de la tarde y me levanté de mi silla. Estiré mis brazos, perezosa, agarrando el teléfono y viendo que tenía unos cuantos mensajes de Laia preguntándome cómo iba mi convivencia con Marc. Mi mejor amiga, aunque estuviera a distancia, siempre estaba pendiente de mí. Además, me había pasado una foto antigua preciosa, donde salíamos ella, Alma y yo sentadas en el porche de mi casa en Chelva. Me comentó que la había encontrado en su portátil, dentro de una carpeta.
Yo sabía en ese mismo momento que no debería hacer lo que estaba a punto de hacer, pero me hice oídos sordos. Entré en mi galería, cogí esa foto y la metí en la carpeta oculta que tenía dentro de mi móvil, nombrada "Alma, corazón y vida". Con dedos temblorosos entré en ese álbum, mencionado así en honor a la canción, una que Alma amaba con locura. Mi madre adoraba ese grupo de músicos y era una de las canciones con las que mi hermana se obsesionó. Con añoranza, recordaba cuando éramos pequeñas (antes del diagnóstico de Alma). Nuestra madre solía poner música durante todo el día en casa, en nuestra vida existía la banda sonora constante. Mi hermana adoraba que en la canción de Los Panchos se mencionara su nombre, nunca confesó el porqué. Recordaba que con ocho años Alma no paraba de ponerla todo el día, sin parar, hasta que ralló el CD y nuestra señora progenitora tuvo que comprarlo de nuevo. Alma tenía un gran hobbie de conseguir cualquier objeto donde estuviera escrito su nombre, creo que esa canción había sido una de sus posesiones no materiales.
Ahora yo me encontraba en ese álbum de fotos, donde su cara se mostraba de forma constante en cada cuadradito con color. Tuve que tragar saliva, porque de nuevo había tenido esa sensación de olvidarme de su rostro, una que se esfumó por completo cuando la volví a ver en las fotografías. La mayoría de ellas eran de cuando éramos pequeñas. Aunque mi madre trató de vestirnos iguales, cuando crecimos un poco Alma y yo obtuvimos estilos completamente distintos y fuimos un poco rebeldes con elegir la ropa que deseábamos. Pero siempre compartíamos algo: el pelo.
Teníamos la costumbre de peinarnos la una a la otra, haciéndonos el mismo peinado. Si una se hacía una trenza, la otra también. Si una se decidía a hacerse dos coletas, iba corriendo a la otra para poder hacerle esas dos coletas. Sonreí al ver una de las fotografías donde yo me encontraba sentada en un taburete y Alma en el suelo, dejándome peinarla. Apenas tendríamos unos seis años.
Cerré mis ojos, tratando de que unas lágrimas no se me escaparan. Mi esfuerzo fue inútil, todavía más cuando rebusqué en mis recuerdos para tratar de volver a sentir su cabello en la palma de mi mano. Era suave, castaño y largo, así como el mío. Al menos como lo era, porque no pude mantener más su recuerdo en mi melena, cada vez que me miraba al espejo la veía a ella tras los mechones. Necesité cambiarlo a algo radical y aproveché para hacer aquello que siempre había deseado: tener el pelo rosa.
Pasé a otra fotografía, esta me hacía sentir un poco peor. Alma estaba en la cama del hospital, conmigo a su lado. Su piel era más pálida, a veces con moratones, y no se encontraba un rastro de cabello en su cabeza. En la fotografía estábamos abrazadas y dormíamos, tranquilas, ajenas a todo lo que ocurría en el mundo real. Mis manos sujetaban las suyas con ahínco, como si la arrastrara. En sus últimos días habíamos dormido así: yo la agarraba de la mano con fuerza, pensando que, si la sujetaba lo suficiente, la muerte no me la arrebataría. Pero se la llevó de todas formas.
Para mi sorpresa, casi volé del sofá al escuchar el bombín de la puerta girar, yendo directa al baño que tenía en mi cuarto. Cerré su puerta y me senté en el borde de la bañera, tranquilizando mi respiración. El pensamiento de que alguien me encontrara en un momento tan débil me daba pánico. Jamás había sido así delante de nadie que no fueran mis padres o Laia, porque pensaba que nadie comprendería bien mi dolor. ¿Qué iban a decirme, que lo sentían? No lo hacían; la gente normalmente (y gracias al cielo) no sabe lo que es perder a un hermano. Lo último que deseaba era escuchar palabras de consuelo que me hacían sentir una ira irrefrenable hacia el maldito destino. La voz de Marc me llamó un par de veces, diciéndome que acababa de llegar. Caminé hasta la pila y me lavé la cara con agua fría, todavía con las manos temblando. Me miré en el espejo, dándome el visto bueno cuando comprobé que no se notaba demasiado que había llorado.
Traté de recobrar la normalidad. Salí con una sonrisa tranquila en mi boca, abriendo la puerta de mi habitación. Haría como que todo estaba bien, no era ni la primera ni última vez que hacía algo como eso. Me tragaría mis recuerdos y mi dolor, simplemente no mencionaría ese capítulo de mi vida. Pero lo que descubrí borró todo ápice de sonrisa de mi boca, sentí toda la comida subirme hasta la boca del estómago.
Marc sujetaba mi móvil entre sus manos, el que se encontraba desbloqueado con la foto de Alma y yo mientras dormíamos juntas en la cama del hospital. Los ojos azules de él me miraron, en lo que yo traté de sujetarme al marco de la puerta y tragar saliva, notando un pequeño mareo cuando me di cuenta de que me había reconocido. No supe distinguir qué había en su mirada, pero la realidad es que no encontré algo que me desquiciaba: la lástima. No me miró así y me sorprendí, teniendo más miedo todavía.
—Os parecíais un montón para ser mellizas. Yo pensaba que al no ser gemelos los bebés no se parecían tanto. —Escuchar sus palabras fue quizá más shock que encontrarle con mi móvil en sus manos, el que me tendió frente a mí mientras yo trataba de encontrar las palabras para poder hablar. Cogí el teléfono, temblando.
Lo miré, él se quitó la bandolera y la dejó al lado de la isla de la cocina, mientras iba hacia la nevera y sacaba la jarra de agua fría. Parecía normal, como si no importara que aquel aspecto de mi vida hubiera sido mantenido en secreto por mí. Tampoco el hecho de que le dijera que no le conocía, cuando sí lo hacía. Para mí aquello había sido como una gran mentira, una pequeña traición que a él... no le parecía importar.
—¿Quieres? —me preguntó, levantando un vaso hacia mi dirección. Sus cejas se fruncieron al verme todavía helada en la puerta de mi habitación. Creo que ese fue el momento donde se dio cuenta de que no estaba demasiado contenta— ¿Estás bien? —me preguntó. Igual que aquel día en el instituto, años atrás.
—Sí —exclamé, dejando caer una lágrima, esta vez sin vergüenza. Marc se dio cuenta de ello. No lo pensó, él dejó la jarra y los vasos, caminando hacia mí con un gesto de preocupación. Respiré hondo, de mí brotaron más lágrimas sin que yo les diera permiso. Eran rebeldes y tenían ganas de huir, de limpiar mi cuerpo del dolor.
El castaño se acercó a mí y retiró mis lágrimas con sus pulgares, mis ojos estaban fijos en la foto que se mostraba todavía en mi móvil. Él me abrazó, fuerte, como si quisiera que le pegara la pena que tenía dentro de mí para sobrellevarla juntos. Solo se apartó cuando yo lo hice, buscando un poco de contacto visual de aquellos ojos azules que tanto me gustaban, donde trataba de buscar un mar en calma.
—Vega, sigues mintiendo fatal —musitó, haciéndome soltar un pequeño sollozo mezclado con una risa. Él también se acordaba. Todo ese tiempo, él sabía quién era yo. Se acordaba perfectamente.
—Y tú sigues haciendo preguntas idiotas —respondí, recordando mis palabras de aquel entonces. Porque ambos nos acordábamos de la única vez que habíamos hablado, en el instituto. Marc y yo nos guardábamos en la memoria como un pequeño tesoro—. Pensaba que no me recordabas del instituto —susurré, a lo que él frunció el ceño.
—Yo pensaba que tú no te acordabas de mí. Me dijiste que no sabías de qué me sonabas en repetidas ocasiones, por eso lo dejé estar —me respondió, a lo que negué con una sonrisa.
—Porque me daba vergüenza, Marc. Tú eras mi amor platónico en aquel entonces, mi crush —confesé, a lo que él abrió sus ojos, sorprendido.
—¿Es en serio? —preguntó.
—Claro que sí, por eso me daba vergüenza decirte quién era y que te conocía. Recuerda cómo te vi, con Vero. Además, aquí nadie sabe de mi hermana. No quise contarlo, ni siquiera a Lara y Gala —sorbí, tratando de encontrar aire en mis pulmones—. N-no es que quiera olvidarla, es que es mi forma de que no me miren con... con pena —respondí.
—¿Por qué iban a hacerlo? Son tus amigas —afirmó, a lo que yo asentí.
—Lo hicieron todos en el instituto, tú lo sabes bien. Lo viviste. Me agobiaba demasiado, me traía dolor, recuerdos que no me hacían bien. Quise huir de ese daño —confesé, a lo que él asintió.
—Es tu decisión contarlo o no, no tienes ninguna obligación. Todos nos guardamos algo para nosotros. Pero, Vega —exclamó, agarrando con sus palmas mis mejillas y haciendo que le mirara a los ojos—, yo siempre lo he sabido y jamás te he mirado con pena. Ni te he forzado a hablar de ella. Si quieres contarlo o no, es tu decisión, pero estoy seguro de que Lara y Gala van a apoyarte mucho y no tratarán de recordarte el dolor, sino ayudarte a acompañarlo.
Sus palabras fueron sabias y certeras, así como el abrazo que me dio después de eso. Yo me sentí ligera, como si un peso se hubiera liberado de mis hombros. Eché a llorar como jamás lo había hecho, pero esta vez liviana, notando cómo con cada lágrima esa fea sensación se me desvanecía del pecho. Me dejé caer en sus brazos, me dejé acunar y me hizo sentir como él había dicho: acompañada. No trató de reconfortarme, solo me hizo compañía. Hoy en día sigo agradeciéndoselo, ese momento me hizo creer que había aprendido a vivir un poco mejor con la pérdida de Alma.
Tal y como Marc me había prometido en la nota de la nevera, compensó su falta para la comida en a la hora de cenar, ya que había traído comida de un restaurante chino. Hablamos de todo, pero sobre todo me escuchó hablar de mi hermana y de cómo Laia, Alma y yo habíamos sido el mejor trío de amigas que jamás se había creado. Hizo algunas preguntas, ninguna con mal fondo, solo quería conocer a mi hermana y a mi amiga a través de mí. Él me contó que solo tenía un amigo, quien se fue a otra ciudad cuando apenas entraban a secundaria. Nunca se sintió bien dentro del instituto. Se llevaba bien con todo el mundo, pero nunca terminó de encajar con nadie. Tenía amigos, gente conocida, pero nadie a quien contar sus confidencias. Hablamos mucho más, hasta que mi garganta se secó. Decidimos poner una película y reímos juntos.
Marc se quedó dormido en el sofá, agotado de haber estado todo el día trabajando en la universidad, en un proyecto que me había contado. Me costó convencerlo para que se fuera a dormir, pero lo conseguí. Cuando se levantó del sofá, no pensó más que en agarrarme de la mano. Él me arrastró con él hasta su habitación, indicándome que me tumbara a su lado. Yo accedí, porque también deseaba dormir con él.
Sentí cientos de corrientes en mi estómago cuando nos tumbamos, yo dándole la espalda, y él pasó una mano por mi cintura. Me atrajo a su cuerpo, en un movimiento cuidadoso pero decidido. Apoyó su cabeza tras la mía, de forma que notaba su respiración en mi cuello. Y él cayó dormido enseguida, abrazándose a mí. Solo cuando durmió profundo me di la vuelta, observando su expresión relajada mientras dormía.
Y mirándolo me quedé dormida yo también, sintiéndome afortunada de poder ser yo quien viviera aquella experiencia con él.
¿Me estaba enamorando?
Hasta las trancas.
HOLAAAA :)
¿Puedo, literalmente, GRITAR de lo bonita que me parece esta escena entre Marc y Vega? Es que son TAN CUUUUUTES.
La verdad es que a veces me ha costado mucho empatizar con Vega, pero en este final de la novela nuestra pequeña pelirosa me está gritando al oído todo lo que quiera que escriba. Es una pillina.
AHORA, os pregunto. ¿Qué os parecen estos capítulos finales? Os leo 🥹❤️
OS AMO CON TODA LA PATATITAAAAA❤️❤️❤️❤️❤️
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top