Capítulo 2: Soy yo - Bomba Estéreo

No olvides comentar tooooodo lo que quieras y dejar una estrellita en esta historia. Si, además, compartes por redes sociales, me haces muy feliz. Con eso me estás ayudando a hacer mis novelas más conocidas 😊💕.

Sé que parecía idiota. Hoy en día lo sigo pareciendo, pero... me entendéis. En ese momento me sentía otra vez con dieciséis años. Encontrarme con alguien de mi pasado había traído de vuelta a esa Vega insegura e infantil que soñaba con un futuro muy distinto al que estaba viviendo. A mi memoria llegaban recuerdos intensos y algo tristes, los que recordaba con un dolor amainado por el tiempo.

Que había salido casi despavorida hacia el supermercado que teníamos bajo casa no era un secreto. La falta de tomate frito para la pasta de Vero me había dado la excusa perfecta para escabullirme por un rato, dándole así una tregua a mi mente. Seguía sin creer que Marc, el chico del que había estado enamorada durante gran parte de mi adolescencia, estuviera enrollándose con mi compañera de piso. ¿Cómo era aquello posible?

No iba a ser idiota y decir que él me seguía gustando. Habían pasado cuatro largos años donde ya no éramos adolescentes. Tampoco personas adultas. Estábamos en ese limbo de... ¿jóvenes adultos? en los que estudiábamos y labrábamos un futuro (con esperanza de ser prometedor). Yo sabía que él estaba estudiando en otra carrera, lejos de donde yo me movía por la ciudad. Valencia era grande, pocas veces te cruzabas con la misma persona si habíais tomado caminos diferentes. ¿Existía la posibilidad? Claro. Ahí estaba la prueba de cómo Marc estaba acostándose con mi compañera de piso. Toma posibilidad.

Aunque, lo que más me había dolido de todo aquello, era que él ni siquiera se había acordado de mí. Me había observado con curiosidad, pero no me había reconocido. No le culpaba en absoluto, aunque había sido mi crush de pequeña solo había compartido con él un par de conversaciones sin más. La Vega anterior había sido una idiota enamorada con las hormonas por las nubes.

Por un segundo lo recordé de adolescente. Era castaño, con unos ojos grandes y azules que destacarían entre otros. Pero era él quien resaltaba, no sus facciones. Él y esa forma de sonreír, de hablar con la gente, consiguiendo que todos quisieran entablar una conversación con su persona. Si había una sola palabra para describirlo, esa sería magnético. Aunque era fácil haberse fijado en Marc al ser joven, ahora hasta me daba repelús haberme encaprichado tanto de un chico sin siquiera haberle hablado para conocernos. Era estúpido pensarlo, ¿en serio había sido tan superficial? Sí. En aquella época, lo era. Pero, tratando de justificarme, tenía demasiadas cosas en la cabeza. Entre ellas, la idea de un amor romántico y exclusivo. Yo decía querer ser la princesa en apuro de los cuentos... deseaba que me salvaran de la realidad que estaba viviendo en aquella época de dolor. De verdad que, además de parecer imbécil, lo soy. O lo era. Pero esa yo era muy diferente a la de ahora.

La Vega de hacía cuatro años sufría de tener una gran personalidad oculta entre un sufrimiento inmenso. Mi pelo había sido castaño, largo, el que siempre me recogía en una coleta. Mis ojos verdes escrutaban a todo el mundo en el instituto, pero mi timidez solo me permitía charlar con mi mejor amiga, Laia. Nadie más. Ni siquiera salía con un grupo de amigos por las tardes, a charlar o a compartir el primer cigarrillo... pues me quedaba haciéndole compañía a mi hermana, quien en sus últimos momentos ni siquiera podía asistir al instituto (con la que, lógicamente, también compartía vivencias y conversaciones).

Alma era mi gemela dicigótica (comúnmente conocida como melliza). Algo curioso, pues nos parecíamos de forma desmesurada. Teníamos las facciones prácticamente iguales. La diferencia fue que a últimos momentos ella no tenía un solo cabello. Ni cejas. La quimio la había apagado poco a poco, pero Alma siempre trataba de mantener una pequeña chispa que nos hiciera reír sobre cualquier tontería. Laia venía muchas tardes con nosotras, donde leíamos, veíamos series o dábamos un pequeño paseo por el pueblo. No me arrepentía de mi pasado y cómo lo había vivido: yo había sido muy feliz haciendo mi adolescencia así, acompañada de dos grandes mujeres como Alma y Laia. Pero sé reconocer que irme a estudiar a la capital, tras el fallecimiento de mi hermana, había sido lo mejor para mí. Fue una voluntad de Alma, quien me dijo que viviera todo aquello que ella no podía.

Mi pelo ahora me llegaba por los hombros en su momento de máxima longitud. Era rosa, fucsia, de un color que atraía todas las miradas de la gente. Podías distinguirme entre la multitud con facilidad, era como una bombilla andante. Mi estilo había avanzado demasiado de solo unos vaqueros con una camiseta, ahora era algo más floral y mágico. Además, mi cuerpo estaba tintado con tatuajes, los que había descubierto cuánto amaba. Me gustaba contar mi historia a través de mi piel. Era como otro ser distinto... todavía más por mi personalidad. Ahora sí tenía un pequeño grupo de amigas con las que salía de noche, una compañera de piso con la que me llevaba demasiado bien, además de las videollamadas con Laia (ella estaba estudiando en Helsinki). Me sentía segura cuando caminaba, decidía y hablaba. Ya no callaba ninguna de mis opiniones o era correcta por el simple hecho de que calladita estaba más guapa. Era una Vega en una versión más que mejorada. Alma habría estado muy orgullosa de mí y tengo la seguridad de que, donde quiera que esté, me ve en cada paso que doy.

Pagué el tomate del supermercado y, armándome de valor para salir de mi mente, caminé de regreso a casa. Al subir y hacer más ruido al abrir (no fuera a ser que se hubiesen vuelto a montar la fiesta en el salón) me topé con Marc de frente. Él salía del pasillo que llevaba a la cocina. Ya estaba vestido y llevaba unas gafas de pasta negra que lo hacían ver todavía más guapo (¿eso era posible siquiera?). La diferencia era que ahora yo ya no era una niña de dieciséis años que tartamudeaba al verlo. Yo era Vega, la verdadera. Y él... ya no era mi crush adolescente. Solo era alguien a quien había pillado haciendo el chusquichusqui con mi compañera de piso.

—Hola —musité, cerrando tras de mí. Dibujé una pequeña sonrisa, alzando el bote de tomate—, ya podemos comer.

—No hacía falta. A mí es que me gustan los macarrones sin tomate —expresó. Por mi parte fruncí el ceño, sin poder comprender. Me miró con algo de vergüenza, pero recordé entonces por qué me habían gustado tanto sus ojos. Parecían un mar profundo.

—¿Te los comes blancos?

—Con aceite y carne.

—Bueno... para gustos, colores. Si yo hago eso, necesito una garrafa de agua al lado para poder pasarlos por la garganta —exclamé, caminando por su lado para llegar a la cocina, escuchando cómo el aire se le escapaba entre los labios en una leve risa incómoda. Todo el ambiente lo era.

Recorrí el pasillo, notando los pasos de él tras los míos. En la cocina, Vero me esperaba con la pasta ya cocida. Me acerqué a ella y le tendí el bote, a lo que sonrió. Ahora portaba su típica coleta repeinada, de la que no se le escapaba un solo cabello. La piel limpia, vestida de blanco y como si no hubiese pasado nada antes.

—Gracias. Cuando he visto que no quedaba tomate, casi me da un jari. Lo has comprado natural triturado y sin azúcar, ¿verdad? —pronunció. Dirigí mis ojos hacia Marc, quien me observó y comprendió. A Vero le encantaba el tomate, lo que no es una buena mezcla con vestir colores claros. Pero ella jamás se manchaba.

—Sí, tranquila. ¿Habéis puesto ya la mesa? —cuestioné, yendo al cajón de los cubiertos.

—Ya está todo, ¿vamos? —cuestionó, cantarina.

Una vez ya sentados, tuve que beber vaso y medio de agua para tragar la incomodidad que estaba viviendo (y no, no era por los macarrones). Tanto Vero como Marc se miraban de forma coqueta y luego me observaban a mí. Sabía que querían sacar el tema de lo que había ocurrido antes y pedir disculpas, pero parecía que ninguno de los dos era capaz. No fue hasta casi acabarme el plato de macarrones cuando me llené de valor y hablé, pero me quedé boqueando, ya que el castaño chafó mis palabras y habló.

—Oye... perdona lo de antes. No te hemos escuchado —fue Marc quien habló, a lo que yo le miré, directa, encontrándome con el color aguamarina de su iris. Qué guapo y qué bien le habían sentado esos cuatro años, madre mía. Entendía por qué Vero se había fijado en él, hacían un buen dúo.

—La verdad es que has entrado como un puto gato, tía. Me has dado un susto de muerte —respondió Vero, a lo que me quedé algo perpleja.

—Para la próxima canto una saeta antes de entrar, sí me escucháis seguro —Marc carraspeó, disimulando una risa, y Vero dejó de comer. Parecía que no había sido muy amable, pero mi comportamiento era así cuando me sentía en una situación incómoda. Mi boca se convertía en un buzón.

—Vega... —exclamó mi amiga, cubriéndose la boca para hablar.

—No pasa nada, de verdad. No he visto nada más allá de cosas que... Bueno, somos cuerpos. Ya está. No sois las primeras personas que veo en pelotas —contesté, nerviosa, metiendo todo el tenedor con macarrones en mi boca. Así la mantendría cerrada.

—Es que te has quedado clavada en el suelo —respondió Vero. Mastiqué y tragué para poder contestarle. Eso no me lo podía callar. Me dio un tic en el ojo y me comenzó a palpitar el párpado. Miré a Marc, quien pasaba la mirada de una a la otra, como si de un partido de tenis se tratara. De nuevo regresé a mi amiga

—Oh, perdóname, es que he visto a un tío desnudo encima de ti. Disculpa haberme quedado en shock —musité—. Además, ese sofá tendrás que limpiarlo. Joder, tía, que me echo ahí las siestas.

—Que sííí, yo lo limpio todo, tranquila —me contestó, resoplando al final—. ¿Cómo es que has llegado tan pronto? —cuestionó.

—Me han cancelado una clase. La profesora ha colgado un cartel en la puerta diciendo que no venía —aclaré.

—¿Qué estudias? ¿Algo de arte? —la voz de él se hizo presente. Me giré, observándolo. Ahí estaba de nuevo, esa presunción sobre mí que me sorprendía, un prejuicio al que no le tenía ningún tipo de inquina.

—Magisterio infantil.

—¿A que no le pega? —cuestionó mi compañera, hablando con su nuevo amante refiriéndose a mí. Él asintió, dándole la razón.

—Tú tienes pinta como de algo de economía, ¿me equivoco? —pregunté, refiriéndome a él.

—Patinas —me respondió Vero, alzando las cejas. Me sorprendí, pues la última información que tenía sobre él era esa justa: había entrado a estudiar economía.

—Estudio Bellas Artes —cuando escuché aquello me sorprendí. Él sonrió a boca cerrada—. Jamás aciertan. Aunque es cierto que estudié la carrera de economía, pero la dejé y he empezado bellas artes.

—Eso sí que es ser valiente. Tienes razón, no te pega nada —musité, devolviéndole la jugada.

—Me falta ponerme el pelo de un color fantasía, hacerme una rasta y vestir ancho, ¿no? —expresó, haciéndome reír a mí en ese momento.

—Qué belleza los estereotipos —respondí, a lo que Vero fingió una arcada. Reí con ella, alegre de notar cómo el ambiente de la comida se iba relajando.

Cuando me quise dar cuenta, mi plato estaba vacío. No era una persona de postres, como la típica costumbre que mi familia tenía de siempre compartir la fruta después de la comida. Añadido a esto, en ese momento lo vi como una bomba de escape. Aunque la realidad era que, si la comida seguía así, no encontraba la razón de tener que salir huyen...

—Oye, Vega, ¿nos conocemos de algo? —la pregunta que soltó Marc me dejó quieta. Poco a poco alcé la mirada a sus ojos, los cuáles me enfocaron con curiosidad. Tragué saliva y pensé, todo esto en cuestión de milisegundos.

«Sí, vivimos en el mismo pueblo y estudiamos en los mismos lugares, solo que en diferentes años. Me gustaste toda la adolescencia, pero estaba demasiado deprimida como para tener el impulso de hablarte. Ahora no me atrevo a contarlo, porque eso significaría traer mi pasado al presente. Revivir esa versión de mí que tan poco me gustaba. Sé que estoy dramatizando.»

—Creo que no —musité.

—¿Segura? Me suenas de algo... —susurró, revisando mi rostro.

—Seguro que te la has cruzado de fiesta. Aquí nuestra querida elfo del bosque es toda una perreadora de discotecas —la expresión de Vero me hizo mirarla y reír, aunque seguía algo tensa.

—Es posible. A lo mejor me has visto por ahí —me levanté, colocando ambos cubiertos sobre el plato. Sonreí, tratando de parecer convincente. Quise cubrirme la cara para que dejara de buscar en mis rasgos algo que lo llevara a sus recuerdos.

—Sí, puede ser... —asumió el chico.

—Bueno, os dejo. Me voy a mi habitación a dormir un rato —hablé, caminando hacia la cocina. Antes de llegar a la esquina del marco de la puerta giré sobre mí misma, descubriendo que Marc seguía mirándome con interés—. Un placer conocerte, Marc, aunque haya sido un poco... caótico —exclamé.

—Lo mismo digo —respondió, subiéndose las gafas del puente de la nariz con la mano izquierda.

Era la presentación de mi nueva yo ante mi crush de la infancia. Hola, Marc, encantada... esta era la nueva Vega.

¡Hola, amoreeees!

Vengo ilusionada de que conozcáis un poquito más a Vega y sus ganas de comerse el mundo. Nuestra pequeña elfo os va a ir conquistando poco a poco, dadle tiempo. Y me encanta ver estos primeros encuentros con Marc. Estoy ILUSIONADÍSIMA.

Espero, de todo corazón, que la novela os esté pareciendo interesante y os guste. Pronto os enseño más sobre ella.

OS AMO CON TODA LA PATATITA

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top