Capítulo 10: Chachachá - Jósean Log
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Llegué al concierto de la banda de Vero sin saber si estaba bien arreglada para la situación. Era de noche, por lo que opté por ir con unos pantalones largos negros de camal ancho y una blusa de tirantes rosa pastel, acompañada por una americana del color de los pantalones. Adorné aquel conjunto con un bolso y unos pendientes rosas y me miré en el espejo para poder maquillarme de forma sutil. Cuando terminé contemplé mi imagen, sabiendo que ese no era mi estilo habitual. Era cierto, me veía rara, pero por lo menos iba decente y dándole mi toque personal.
Vero ya se había ido cuando salí del piso, ya que ella acudía antes para poder ensayar. Cogí un bus para poder llegar, dejándome en la puerta del teatro de forma directa. Vi que había un poco de gente, por lo que supe que se trataría de familiares y amigos que acudirían a ver a sus seres queridos. Como había quedado con Marc, le envíe un mensaje nada más llegar. Me había dado su número de teléfono después de la conversación que tuvimos por Instagram.
Vega:
¿Dónde estás?
Me sorprendió ver que se conectó casi al instante y comenzó a escribir. Hacía días que no lo veía, desde la vez en la que habíamos decidido tomarnos algo juntos en la cafetería de magisterio. Es cierto que, desde que le había hablado por Instagram, nuestra conversación no se había detenido en dos días enteros... pero verlo en persona era otro nivel.
Marc:
He buscado a la distancia un pelo rosa y te he visto. Date la vuelta.
Para cuando leí aquello, me giré. Lo vi a una distancia considerable, caminando con un pequeño ramo de rosas blancas en la mano. Iba solo, vestido con una camisa de manga corta negra y unos pantalones del mismo color, sujetando una americana. Vi que llevaba las gafas, las que me dejaron observar cómo se le achicaron los ojos al enfocarme y sonreír. Al verle acercarse, no lo dudé, me aproximé a darle dos besos en las mejillas. Iba, de forma sincera, espectacular. Su perfume nos invadió a ambos, a lo que tuve que tragar saliva.
—Estás muy guapo —musité. Vi que sus ojos me recorrían de arriba abajo, para regresar de nuevo a mis ojos.
—Lo mismo digo, te queda muy bien —exclamó, a lo que sonreí.
—Me ha costado porque este no es mi estilo, pero creo que lo he conseguido —respondí, a lo que él miró mis pendientes. Era un pez dorado, con las escamas de color rosa. Vi cómo se rio a boca cerrada, a lo que yo junté mis cejas— Oye, ¿de qué te ríes?
—No me rio de ti, es que me gusta cómo le das tu toque a todo, aunque este no sea tu estilo —respondió, haciendo que comenzara a sentir calor en mis mejillas. Si seguía así, mi cara pronto también iba a combinar con mi pelo y las escamas de los pendientes—. Vente, los demás ya están dentro —exclamó, señalando con su cabeza la puerta del pequeño teatro.
Caminé junto a Marc, observando la diferencia de altura entre ambos. Yo no era una chica baja, la realidad es que estaba en la media de altura con mi metro sesenta y poco. Pero Marc sí tenía una altura destacable, ya que podía jurar que rebasaba el metro ochenta. Por eso, me parecía sorprendente observarnos caminar juntos y ver la distancia entre su cabeza y la mía.
Cuando ya pudimos entrar a las butacas, observé sentados en ellas al grupo de amigos de Vero, quienes me saludaron con una sonrisa. También vi a sus padres, a los que conocía. Tomé asiento antes de que las luces del teatro se apagaran, avisando sobre el comienzo de aquella actuación. A mi derecha tenía a Marc, quien había dado el ramo de flores a la amiga de Vero, con la idea de dárselo más tarde.
Disfruté de la música y me dejé las manos aplaudiendo a Vero en su solo de violín. La verdad es que era precioso ver cómo tenía esa conexión con la música y la habilidad de tocar tan bien, además de que todos los que la conocíamos podíamos notar que estaba emocionada por tener ese momento para demostrar su talento. Fue bonito y emotivo, por lo que al salir no dudaron en entregarle aquel ramo por parte de todos, ya que cada uno había colaborado un poco para regalárselo.
—Muchas gracias por venir, Vega —exclamó Vero cuando me acerqué a ella.
—No me las des, has tocado de maravilla —exclamé, abrazándola y separándome de ella con cuidado de no aplastarle el ramo de flores. Observé que habían elegido un ramo de rosas blancas con una cinta roja, a lo que tragué saliva. No era mi detalle favorito, pero me alegraba de que a Vero le gustaran—. Hoy vas a cenar fuera, ¿verdad? —Pregunté, queriendo saberlo por si hacía falta que le hiciera algo de comer. Suponía que no le apetecería demasiado llegar a casa y tener que cocinar.
—Sí, voy a cenar con mis padres y los de la banda —argumentó, a lo que asentí con una sonrisa.
—Pásatelo muy bien, Vero —hablé, a lo que ella asintió. Vi que Marc estaba tras de mí, colocó las manos en mis caderas y me movió ligeramente para poder pasar. No sé cómo me mantuve de pie en ese mismo momento, mis piernas se habían convertido en gelatina. Ese contacto me dejaba ver que la confianza entre ambos era algo mayor.
Vi cómo él se despidió de Vero, junto a su grupo de amigos. Era algo formal y pude ver que se trataban todos con cordialidad y algo de vergüenza, ya que la familia de Vero se encontraba allí. Después, mi compañera de piso se acercó a sus amigos de la banda, junto a sus padres, despidiéndose de todos nosotros. Me vi envuelta en su grupo de amigos, quienes quedaban para ir a cenar, cuando observé la hora y vi que debía irme a casa. No es que no quisiera ir con ellos, pero la realidad era que no me sentía demasiado cómoda yendo a cenar con gente que no era de mi círculo cercano.
—Bueno, yo también me tengo que ir, tengo cosas que estudiar. Un saludo a todos, encantada —exclamé, despidiéndome con la cabeza. Conocía a una chica de ese grupo, Julia, porque era la mejor amiga de Vero, ella se despidió de mí con una sonrisa y los demás musitaron despedidas de forma agradable.
—¡Adiós, guapa! —respondió Julia, a lo que yo le sonreí. Vi a Marc mirándome, alternando la vista entre mi persona y el que suponía que sería uno de sus amigos. No lo dudé, comencé a caminar para irme, ya que me había despedido de todos.
Acerqué la americana a mis hombros cuando llevaba apenas unos segundos alejada, notando la pequeña brisa que comenzaba a correr por la tarde. El verano se acercaba cada vez más, lo que me hacía sentirme tranquila, ya que era mi estación favorita. Aún así, por la noche todavía corría algo de aire frío. Por ello, noté enseguida la calidez cuando una mano se posó en mi antebrazo, frenándome suave sin hacer que me tropezara.
—¡Espera, Vega! —antes siquiera de verle la cara, supe que era Marc. Su voz, para mí, era inigualable.
—¿Marc? —pregunté, sin saber por qué se encontraba tras de mí. Cuando le vi, observé que él estaba nervioso, como si el que se encontrara a mi lado hubiera sido una decisión que no había meditado demasiado. Pensado y hecho, un impulso que su cuerpo le había solicitado.
—Te acompaño a casa... si quieres, claro —habló, dejando escapar el aire por su boca. Yo miré su grupo de amigos, uno de ellos pasaba el brazo por encima de Julia, que miraba a Marc. Yo regresé la vista a él, a aquellos ojos azules que me miraban con tanta curiosidad.
—Pero ¿no vas a cenar con ellos? —pregunté. Él asintió.
—Oh, sí, pero iré más tarde, así por lo menos no te vas sola —respondió, a lo que tragué saliva. Debía contestar que no, aunque la realidad era que no encontraba ninguna razón dentro de mí como para negarme a esa propuesta. Marc me gustaba... y era algo que debía aceptar. Vero me había dicho que ellos solo eran amigos. ¿Por qué debía frenar eso que estaba haciéndome querer hablar con él a cada rato?
—Me parece bien —exclamé, indicándole con la cabeza que me acompañara. Vi un atisbo de sonrisa en su boca, por lo que pude saber que desde el principio él tenía la idea de venir conmigo. Parecía que le hacía ilusión.
El atardecer se tragaba Valencia, dejando un cielo con algunas nubes y unos resquicios de colores rosáceos, violetas y naranjas. Subimos juntos al autobús acompañados de esas tonalidades, sentándonos al final donde había dos huecos disponibles. Él me miró y sonrió, alternando los ojos entre sus manos y mi mirada.
—Vero ha estado bien y eso que lleva desde hace días muy nerviosa —exclamó, a lo que yo asentí.
—Y que lo digas. No sabes las veces que ha ensayado en casa, temiendo que los vecinos subieran a decirle algo —mencioné, a lo que vi una sonrisa en él—. El solo le ha salido genial. Tampoco es que yo fuera a detectar algún fallo. Estaba muy contenta cuando nos ha saludado, al final el esfuerzo tiene su recompensa.
—Tenía razón Julia con lo del ramo de flores, ha sido un buen detalle. Al saludarnos le ha hecho ilusión. No sé cómo no se nos había ocurrido —mencionó. Mi boca, sin ser yo consciente, se torció un poco, a lo que pareció que Marc se dio cuenta— ¿Qué pasa?
—¿Eh? —cuestioné, haciéndome la desentendida.
—Has arrugado el morro —señaló mi boca con su mano izquierda, a lo que yo negué con la cabeza.
—Nooo, yo no he hecho eso.
—Vega, te he visto. ¿Qué pasa con el ramo? —preguntó—. Venga, que de aquí no sale —me animó, sabiendo que en parte me silenciaba por miedo a herir el sentimiento de alguien.
—No me gustan los ramos de flores —pronuncié—. Me gustan las flores, plantadas o en macetas. Cortarlas... no me gusta demasiado. No aguantarán más de uno o dos días. —Pareció que mi confesión le sorprendió, pues asintió.
—Te sabe mal que las corten porque se mueren.
—Sí. Sé que a Vero le gustarán, pero... por ejemplo yo habría preferido que me trajeran una planta con su maceta —confesé.
—¿Te gustan las plantas?
—No soy tan elfo del bosque, tranquilo. —Marc se rio, contagiándome de ese gesto—. Tengo el talento de que no se me mueran y me gusta verlas, pero la realidad es que no soy una persona de mucho verde —confesé—. ¿Y tú, le cuentas tus problemas a algún vegetal mientras lo riegas?
—Sí, a lo mejor por eso se me han muerto todas las plantas que he tenido —mencionó, haciéndome reír—. No sé qué les hago, pero no me duran.
—Prueba con un cactus. Son los mejores, es bastante difícil que se te muera alguno. Eso sí, riégalo de vez en cuando. —Vi como se pasaba una mano bajo las gafas, frotándose los ojos.
—Si te digo que se me han muerto hasta los cactus... —mencionó, todavía con los ojos cubiertos, causándome una pequeña risa— Me has recordado una anécdota —habló, mirándome tras despejarse la cara. Relamí mis labios, acomodándome en el asiento.
—Cuéntamela.
—Cuando era pequeño descubrí en casa una planta que soltaba como una especie de leche cuando la partías —me contó, mientras yo le observaba—. En mi inocencia, pensé que era leche de verdad, así que me puse las ramas en la boca. Estuve comiendo varias, hasta que la lengua se me hinchó como un tomate de gordo y mi madre me llevó corriendo al médico. Luego monté un gran espectáculo porque no quería que me pincharan en el culo —reí, imaginándomelo—. Desde entonces, mi madre se compró como trescientos libros de jardinería y estuvo leyendo acerca de plantas que no fueran venenosas, así que mi casa era apta para que no muriera comiendo vegetales. Creo que desde bien pequeño las plantas y yo no nos hemos llevado bien.
—Pues yo creo que solo eras un niño curioso que adoraba la leche y ahora un joven que no sabe cuidar un cactus —terminé, haciéndolo reír.
Era agradable que siempre existiera un tema de conversación que nos hiciera hablar acerca de cosas que no eran demasiado relevantes. Eso, para mí, era adictivo. Estaba cansada de la profundidad, de tener que abrirme con mis sentimientos y que todo me recordara a las memorias que tenía bien ocultas en mi interior. Daba una sensación gratificante poder charlar de lo primero que me venía a la cabeza, sin darle demasiado trasfondo.
Caminamos juntos hasta el portal de mi piso, mientras el cielo ya dejaba sus últimos tonos naranjas y rojizos. Me giré sobre mí misma y lo miré, sonriendo.
—Gracias por acompañarme, Marc —exclamé, a lo que él asintió, mientras tenía la puerta del portal abierta tras de mí. Marc tenía las manos fuera de los bolsillos y estaba apoyado en el mármol del portal, subiéndose las gafas desde el puente de su nariz.
—No hay de qué. Ha sido agradable hablar contigo, Vega —mencionó, sonriéndome en un gesto de cordialidad—. Me compraré un cactus y lo bautizaré con tu nombre, me has convencido —habló, haciéndome reír.
Me parecía fascinante la forma en la que sus ojos me miraban, como si hubiera algo que quisiera decirme pero que no se atrevía a mencionar en voz alta. Tuve de golpe una sensación extraña, esa misma que me invadió cuando estábamos solos en el comedor de mi piso. O cuando me despedí de él en la cafetería.
No sé por qué, pero di un par de pasos hacia delante. Apoyé una de mis manos en su pecho, alzando mi cabeza, observando sus ojos desde una distancia algo más cercana que de costumbre. Vi que se irguió, dejando de respaldarse en el mármol, colocando una de sus manos en mi cintura. Me alcé, dejando con cuidado un beso en su mejilla, notando la calidez de la piel de su rostro a través de mis labios. Me separé tras un momento, algo embriagada al notar su aliento en mi cuello. Tenía el corazón tan acelerado que juraba que se me iba a salir por la boca. Me gustaba estar ahí, cerca de él, pero a la vez tenía unos nervios que me instaban a correr y esconderme bajo mis sábanas. No me alejé demasiado, pero lo suficiente como para mirarle a los ojos con una distancia prudencial.
—Adiós, Marc —pronuncié, sonriendo. Traté de irme, dando un paso para darme la vuelta. Pero antes siquiera de que pudiera alejarme más, temerosa y con el corazón acelerado dentro de mi pecho, el castaño me agarró del brazo y me dio la vuelta, sin ser brusco.
—Espera —musitó, dejándome algo perpleja. Marc se acercó a mí, despacio—. Quiero preguntarte algo, llevo días pensándolo. A lo mejor es... solo son imaginaciones mías. Pero Vega, yo... —una de sus manos se alzó, colocándose en mi mejilla. Sentí cómo el calor se me arremolinaba en los mofletes cuando vi su rostro frente al mío, a la vez que él alzaba mi rostro y bajaba el suyo, queriendo que estuviéramos cerca y nos viéramos a pesar de la diferencia de altura. El azul de sus ojos era mucho más intenso a esa hora de atardecer, todavía más cuando me miraba— ¿Me dejas besarte? —preguntó. No tuve que pensarlo demasiado.
—Sí —exclamé.
Lo vi acercarse, en lo que cerré mis ojos. Sentí pronto la tibieza de su boca junto a la mía, en un roce íntimo y casi inocente, un primer contacto que provocó miles de corrientes explotando dentro de mi pecho. De golpe ya no me importó nada, todo se quedó en segundo plano. La boca de Marc estaba sobre la mía, su mano bajaba hasta mi nuca, colocando el pulgar tras mi oreja. Notaba su piel, sus ganas de sentir cuando acercó mi cuerpo de la cintura hacia él. Yo volé.
Dejé que todo aquello me consumiera, por lo que abrí la boca y provoqué que ese tierno beso se convirtiera en una danza de lenguas que deseaban conocerse. Le besé con intensidad, una que había estado dormida dentro de mi cuerpo durante toda la eternidad, la que él despertó con tan solo juntar nuestras bocas. Sé que le gustó, pues el suspiro que escapó de sus labios y la forma apasionante con la que me devolvió el beso me hizo saber que no era la única que deseaba aquello. Alcé mis manos hasta rozar su cuello y el nacimiento de su cabello en la nuca. Me derretí y le di todo lo que tenía en aquel momento, dejándole que me mordiera el labio inferior cuando se separó de mí en búsqueda de aire. Ambos nos habíamos quedado sin aliento.
Cuando nos miramos a los ojos hubo una especie de vínculo que supe que se había creado en ese instante. Era algo casi mágico, una intimidad que acabábamos de construir para los dos, por lo que no nos dio vergüenza sonreír mientras nos mirábamos a los ojos. Me acerqué dos veces más, en busca de dos besos finales, tiernos, donde solo los labios curvados en sonrisas se encontraron.
—Cuida bien a ese cactus llamado Vega, espero que ese al menos no se te muera —bromeé, a lo que Marc sonrió.
—Nos vemos. Te hablaré. Escucha mucho a The Platters —me contestó, a lo que yo asentí aplanando los labios. Se acercó un momento a mí, dándome un beso corto en los labios, un pico que me hizo sonreír.
Después le vi marchar, dándose la vuelta varias veces conforme se iba y sonriéndome, como si quisiera asegurarse a él mismo que lo que acababa de ocurrir no eran alucinaciones suyas.
Os podría decir que ese día no cogí el ascensor ni subí por las escaleras, casi floté hasta mi piso y me metí dentro, tapándome la boca para ocultar la gran sonrisa que tenía. No podía creerlo.
¡Hola, amores!
La verdad es que tenía MUCHAS GANAS de publicar este capítulo porque no me puedo creer que Vega y Marc se hayan dado su primer beso, ¡son demasiado adorables! 🥹
Estoy como Vega, en una nube de amor con la que podría flotar por todo el universo, para mí estos dos personajes son simplemente ADORABLES.
Espero, de todo corazón, que este capítulo os haya gustado tanto como a mí escribirlo. Pronto nos vemos, trataré de actualizar prontito ahora que he cogido la costumbre. Os quiero muchooooo.
OS AMO CON TODA LA PATATITA🧡🧡
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