[+18] Capítulo 20: Ojitos Lindos - Bad Bunny ft. Bomba Estéreo
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Fui a ver los restos del piso, lo que me rompió el corazón. Ver tu vida reducida a cenizas es un trago duro que no le desearía a nadie.
Por desgracia, el fuego había entrado más allá del salón, hasta llegar a la entrada de las habitaciones. Definitivamente, no quedaba demasiado de mis cosas que no estuviera hecho un desastre. Apenas pude rescatar algunos libros y ropa, junto con cosas del baño que no terminó tan dañado. Aquel día no lloré, tragué saliva y abracé a Vero mientras ella sí se dejaba ir en lágrimas. Luisa nos indicó, con todo el dolor de su corazón, que no podríamos vivir allí por lo menos hasta un año más tarde. El seguro se haría cargo, pero para arreglar todo aquello se necesitaría tiempo. Nos despedimos todas en el rellano, con los padres de Vero esperando en el portal. La abracé y nos prometimos vernos pronto, pero fui una cobarde. Les dije que estaba con una amiga, una de mis compañeras de universidad, a lo que nadie cuestionó nada.
Ahora me encontraba en la terraza del piso de Marc, limpiando con cuidado los restos de cenizas que habían quedado en los libros que había podido salvar. Agradecía de pleno corazón que todas mis cosas valiosas estuvieran en mi casa, en Chelva. Aun así, trataba de devolver a la vida lo poco que tenía. No pude evitar que se me cayera más de una lágrima, recordando aquellos libros de Nothomb que había comprado de segunda mano, con gran ilusión. Ahora ya no quedaba nada de ellos en el salón de mi antiguo piso.
—¿Te ayudo? —escuchar la voz de Marc me hizo girarme, mientras dejaba de nuevo uno de los libros dentro de una bolsa. Apareció por la puerta del balcón, había dejado la mochila en la entrada y se podía ver a la perfección cómo se había vestido con ropas anchas de lino crudo. Estaba guapo a rabiar.
—No, tranquilo —exclamé, dejando que el aire se escapara de mis pulmones—. ¿Qué tal el día?
—Bueno, como siempre. He tenido que comer en la cafetería de la uni porque se me ha olvidado llevarme algo de comer ya que hoy me quedaba más tarde, pero todo bien. ¿Lara y Gala te han dicho algo?
—Sí, que no pasaba nada de que faltara hoy. Me han pasado los apuntes —respondí. Agradecía que mis compañeras comprendieran que el día anterior había sido un caos y necesitaba tomarme un respiro de un par de jornadas.
—¿Es todo lo que has podido coger? —me preguntó, señalando la bolsa de tela que tenía a mi lado. Asentí, a lo que Marc hizo un gesto inclinando la cabeza a un lado y alzando las cejas— Joder, Vega, siento mucho lo que te ha pasado.
—Te diría algo como "no pasa nada" —puse mi tono más agudo. Era algo que me ocurría cuando trataba de no llorar—, pero la verdad es que sí pasa. Encima esta tarde tengo que acabar unos trabajos, a mis profesores les ha parecido perfecto enviar más cosas justo cuando tenemos los exámenes a la vuelta de la esquina. Es una mierda —me levanté, quedando algo más baja de su altura, pero pudiendo mirarle a los ojos desde allí.
—Sí, lo es —me respondió, agarrándome una mano. Miré cómo me acarició, con cuidado, para acercarse a mí y dejar un beso en mi mejilla—. Podemos tratar de mejorar un poco este día. Qué te parece si, después de que termines todos tus trabajos, esta noche preparo unas hamburguesas para cenar, con salsa de cebolla caramelizada y miel, y nos vemos alguna película que te encante —alzó las cejas, sonriendo de lado, a lo que yo no pude evitar devolverle el gesto. Fue en ese instante cuando algo se me movió dentro de mi pecho mientras lo observaba. Creo que en ese momento Marc me gustó un poco más.
—¿Vamos a ver El diario de Noa? —respondí, sonriente. Vi cómo aplanó los labios, pero después sonrió de oreja a oreja y me dio un beso en un costado de la cabeza.
—Vamos a ver El diario de Noa.
La realidad era que la convivencia con Marc me parecía sencilla, aunque llevaba nada viviendo con él. El día anterior me había dejado preparada una habitación para dormir (cosa que agradecí, dormir juntos todavía me parecía demasiado) y donde dejar mis cosas. Habíamos cenado juntos y me había quedado completamente dormida del agotamiento. Antes de que cayera rendida, Marc y yo hablamos acerca de cómo colaboraría pagando las facturas de agua y luz, además de con la compra de la semana. Su madre también estaba al tanto de mi estancia allí y estaba de acuerdo, según Marc, pues le había explicado la situación que tenía en esos momentos. No pagaría el alquiler, porque no había, pero sí me haría cargo de un porcentaje de los otros gastos.
Ahora, yo me disponía a trabajar toda la tarde en el gran escritorio que tenía en la que ahora era mi habitación. Se me hizo pesado, pero para cuando terminé iba lo suficiente avanzada como para poder descansar bien aquella noche y seguir el día siguiente. Así que me levanté, recogiendo el té rojo que me había hecho para aguantar, yendo a la cocina. Me sorprendí cuando, al abrir la puerta, escuché la cubertería chocándose entre sí.
—Ay, y yo que te quería sorprender con las hamburguesas ya hechas. —Marc, en la cocina, se movía entre la isla y los armarios de donde parecía buscar algo. Se había cambiado a lo que parecía ser ropa de ir por casa, ya que llevaba un pijama de cuadros de manga corta.
—Tengo la cabeza como un bombo, estoy muerta —respondí, dejando el vaso en el fregadero. Mientras lo limpiaba, Marc puso las hamburguesas a freír. Me giré hacia él—. Espera, que te ayudo —expresé, a lo que él me hizo un gesto para que supiera que no importaba.
Sin embargo, le ayudé a cocinar. Puse ingredientes sobre los dos panes que habíamos dispuesto en platos y le ayudé a vigilar que las hamburguesas se cocinaran bien mientras él hacía la salsa. Puso música, sonaban The Platters mientras lo escuchaba tararear, concentrado en sus tareas. Me echó unas fotos, riéndose de mí porque me cubría medio brazo con un trapo para que el aceite de la sartén no me saltara al brazo al dar la vuelta a la hamburguesa. Preparamos la comida frente a la tele, en una pequeña mesita baja que estaba dispuesta, y nos sentamos sobre dos cojines en el suelo. Cenamos muy a gusto, mirando la película, mientras volvía a sentir de nuevo ese pequeño malestar con el final. Un sabor agridulce que contrastaba con la tranquilidad que me daba saberme casi todo el diálogo de memoria.
Me encontraba medio tumbada en el sofá, con las piernas estiradas y la espalda sobre el reposabrazos. De mientras, Marc tenía su cabeza en mi estómago. Dejó unos cuantos besos sobre mi piel, en el abdomen, mientras yo me removía tras el final de la película. Sus ojos azules se alzaron hasta los míos, dejándome ver cómo una sonrisa tímida se le dibujaba en los labios.
—Pues la verdad es que me ha gustado. No le tenía demasiadas expectativas —pronunció, lo que me hizo sonreír.
Lo vi incorporarse, recogiendo los platos que habíamos utilizado para cenar. Le ayudé, lavándolos, mientras nos quemados hablando sobre la película y él iba secando lo que dejaba en el escurreplatos.
—Pero ¿no te parece que el principio, hoy en día, sería un poco cuestionable? —preguntó, a lo que yo me giré.
—¿Qué la persiga para pedirle una cita?
—Sí —me contestó, mientras yo fregaba el último vaso. Él dobló el trapo y lo dejó en la encimera, mientras yo me secaba con el otro que tenía para las manos.
—Una redflag andante sería, sí —confesé, encogiéndome de hombros.
—¿Tienes sueño? —preguntó, a lo que yo asentí. Estaba algo cansada, así que me venía demasiado bien poder reposar la mente durante horas.
Habían sido dos días bastante movidos, rellenos de un carrusel de emociones que me llevaba de una sensación a otra. Lo que más necesitaba era tranquilidad... cosa complicada teniendo a Marc al lado. Era mi punto débil. El volcán de sensaciones. La mecha que daba ardor a una retahíla de fuegos artificiales.
Dentro de mí existía un temor algo tonto, ya que esperaba con todas mis ganas que no tuviéramos nada porque pensaba que entonces la convivencia se haría demasiado rara. Sin embargo, eso tendría que haberlo pensado antes de todo lo vivido. No podía negar nuestra conexión, además de recordar ese encuentro íntimo que habíamos tenido hacía semanas, el que vivía latente dentro de mi mente.
—¿Vamos? —exclamó, inclinando su cabeza en dirección a la puerta de nuestras habitaciones. Le respondí que sí, a lo que ambos terminamos de arreglar la cocina para poder ir.
De repente, al llegar a las puertas, nos quedamos mirándonos, uno frente al otro. El ambiente comenzó a enrarecerse, ya que el que dejará su puerta semiabierta me dejó ver su cuarto. Cientos de imágenes me vinieron a la mente, un conjunto de recuerdos que me invadió como un tsunami. En ninguna de ellas teníamos ropa. Yo estaba encima de él, su rostro me miraba embelesado por sentir cómo me movía.
—Ay, no —exclamé, mientras se me escapaba una risa. Él me miró, sin comprender, observando dentro de su habitación tratando de encontrar qué era aquello que me hacía tanta gracia. De repente, cayó.
—Sí, yo también me acuerdo muchas veces —expresó, sonriendo, alzando su mirada hasta la mía.
—Los buenos recuerdos siempre permanecen en la memoria —mencioné, alzando y bajando las cejas consiguiendo una risa por su parte.
Nos quedamos mirándonos, debatiéndonos, notando cómo había algo que se encendía en nuestro interior. Quise ser valiente, pero solo pude aplanar los labios y mirar hacia el interior de mi cuarto. Por el bien de todo, debía meterme dentro como si no hubiese recordado nada y dormir. Sin embargo, no era eso lo que mi cuerpo me impulsaba en todo momento.
—Ehm... —empecé, a lo que él se apoyó en el marco de su puerta—. Gracias por la cena, Marc. Bueno, en realidad gracias por todo. Me estás salvando de demasiadas situaciones a las que no me gustaría enfrentarme —confesé, a la vez que entrelazaba mis manos.
—No te preocupes, la verdad es que lo hago con gusto —respondió, a lo que yo me acerqué a él con la intención de despedirme.
Su olor me invadió, el mismo que ahora se mezclaba con el mío porque nos encontrábamos viviendo en el mismo sitio. Me alcé sobre mis pies, colocando una mano sobre el hombro de Marc, acercando mi rostro a su mejilla para darle un beso. Al separarme, nos encontramos cerca, pero eché un poco hacia atrás. De repente, una mano suya en mi espalda me frenó, a lo que tragué saliva. Alcé mis ojos hasta los suyos y morí un poco por dentro cuando vi cómo sus pupilas se dilataron cuando me observó. Me encantaba la forma en la que sus ojos azules cambiaban cuando me miraba, volviéndose más profundos.
—Vega... ¿quieres venir? —preguntó—. Q-quiero decir, no pasa nada si no quieres, pero... —de repente, sentí su contacto en una de mis manos, por lo que no dudé en mirar cómo él entrelazaba nuestras manos.
—Creo que lo mejor es que me vaya a mi cuarto, Marc —mencioné, a lo que él tragó saliva y asintió. Vi cómo algo parecido a la desilusión le cruzó el rostro, pero a la vez comprendió, recomponiéndose rápido—. El problema es que a mí no siempre me apetece hacer lo mejor, ¿sabes? —sus ojos volvieron a levantarse hasta mi mirada, directos y esperanzados. Su sonrisa fue diferente, así como su mirada. Había deseo, ganas de mucho más. Y no lo dudó.
Noté sus labios contra los míos antes de lo que imaginé, con un deseo que consiguió encenderme al segundo. Sus brazos me agarraron con firmeza a la vez que yo subía los míos hasta su nuca. El beso comenzó tranquilo, sedoso, donde su boca acariciaba la mía una y otra vez. Pero ahora quise deshacerme en él, dejando bailar mi lengua con la suya y enredando mis dedos en sus mechones castaños. Diría que nos devoramos, que bebimos de esa necesidad que nos instaba a besarnos como si no hubiera un mañana. Sus manos bajaron hasta mi cuerpo, apretando una de mis nalgas y acercándome a él, con ganas de no separarnos en demasiado tiempo. No sabía qué nos pasaba, pero ambos estábamos acelerados, como si hubiésemos esperado aquel encuentro durante demasiado tiempo.
Los recuerdos de nuestra primera vez seguían latentes en nuestras memorias. Ambos deseábamos repetir aquello.
—Ven —musitó, a lo que yo no dudé. Me alzó, agarrando mis muslos con sus manos y sujetando mi cuerpo. No me separé de su boca, mientras él nos llevaba con cuidado hasta el interior de su cuarto.
Le besé como nunca lo había hecho, acariciando su lengua con la mía y mordiéndole el labio cuando nos separamos. Lo vi juntar las cejas, debatiéndose, mirándome con tanto deseo que quise ahogarme en sus dos mares azules. Me dejó con cuidado en el suelo, echando después los mechones rosas de mi cabello hacia atrás. Dejó un beso apasionado sobre mi boca, después fue a mis mejillas y terminó de nuevo sobre mi boca.
—Eres hermosa, Vega —musitó, cuando sus manos recorrieron mi cintura. Observando mi rostro se coló bajo mi camiseta, alzándola poco a poco, retirándola de mi cuerpo y mirando con deleite mis pechos cuando me dejó desnuda de cintura para arriba—. Preciosa —exclamó, acunando uno de mis pechos con su mano, cubriéndolo por completo.
Su boca húmeda se deslizó por mis clavículas, dejando pequeños besos que me hacían erizar la piel. La ternura, la calma con la que se dirigió hacia mi pezón izquierdo y lo lamió, me hizo sentirme demasiado excitada. Lo succionó, con cuidado, dejándolo ir y haciendo que un suspiro se escapara de mi boca. Repitió con el otro, sin dejar de repartir besos por mi piel, causando que mi respiración cada vez fuera más pesada y lenta. Me moría de anticipación, solté un pequeño gemido cuando dejó ir el otro pecho con su boca, mientras sus manos trazaban caricias por mi cintura. Con su mano libre se coló bajo mi pantalón de pijama, deslizándose hacia abajo hasta topar con mi ropa interior. Yo abrí mis ojos, sorprendida
—¿Marc? —exclamé. Él me miró, alzándose y retirándose la camiseta, mientras dejó escapar una risa.
Le observé, toda su piel quedó expuesta ante mí, a lo que no pude evitar acariciarle. Su temperatura acalorada me hizo detenerme un tanto más a acariciarle, mientras sus ojos estaban quietos viendo la forma en la que mis manos le recorrían el pecho. Después se acercó a mí, dejando un tierno beso sobre mi boca.
—Te necesito, Marc. Te necesito demasiado —susurré, tragando saliva y mirándole a los ojos. Asintió, como si quisiera hacerme saber que él estaba igual, que se sentía de la misma forma.
—Yo también, Vega. Por más que pienso, es que... eres inevitable. Inevitable para mí. Y estoy demasiado de acuerdo con que lo seas —exclamó, a lo que sonreí, mirándole.
No lo dudé cuando me lancé a sus labios, chocando nuestras bocas, colando mis manos hasta acariciar su nuca. Me encantó la forma en la que me condujo con sus manos en mi cintura hasta la cama, donde me tumbé con cuidado. Adoré cómo no pensó ni un segundo en retirarme la parte de debajo de mi pijama, junto con la ropa interior, para después quitarse él también la poca ropa que le quedaba sobre el cuerpo. No puedo decir ninguna mala palabra de cómo sus manos se colaron entre mis muslos, separándolos, para que pudieran acariciar mi centro con una paz y una delicadeza que me hizo suspirar su nombre más de una vez. Tomó su tiempo, mirando mi cuerpo, aprendiéndose a cómo reaccionaba a cada caricia para saber qué era lo que me gustaba. Y yo me enamoré un poco más. Se aseguró bien de mi humedad antes de introducir dos dedos en mi interior, haciéndome gemir. Me sentía demasiado dispuesta a todo lo que venía y mi intimidad se encontraba sensible a su contacto.
Marc me miraba mientras me tocaba, estudiando mis expresiones faciales. Yo empecé a dudar de si lo hacía para saber si me gustaba o si la imagen le gustaba tanto que solo quería guardarla en su memoria, porque sonreía de lado cada vez que un sonido se escapaba de mi boca. Me mantuvo ahí, haciéndome elevar mi excitación con sus dedos, haciendo crecer esa bola que se construía en el centro de mi cuerpo cada vez que él me acariciaba. Fui yo la que agarró un preservativo, acordándome de donde los tenía guardados la última vez, y la que se lo colocó mirando la forma en la que sus labios se entreabrieron cuando lo deslicé por su pene. Estaba duro solo de verme a mí, lo que me hizo sentir demasiado bien. Sus ojos azules se convertían en unos mucho más oscuros cuando se excitaba, al igual de la forma en la que sus pupilas se dilataban hasta casi cubrirlo todo. No podía gustarme más, creo que era imposible.
Sentir su peso encima, mientras abría mis piernas para que se pudiera colocar en el centro de todo, me hizo sentirme arropada. Su calor, sus caricias y sus besos en el cuello me hacían bien, demasiado bien. Nuestras pieles se encontraron en una especie de abrazo, donde mis manos se agarraron a su espalda. Me enloqueció la forma en la que se deslizó hasta mi entrada, con cuidado, mirándome para observarme conforme se iba adentrando en mi anterior, fijándose bien en mis expresiones. Suspiré ante la sensación de notarlo arrasando todo, de cómo un escalofrío me recorría el cuerpo dándome placer al notarle dentro. Estaba muy sensible.
—Me voy a morir —exclamé, haciéndole reír. Su rostro estaba frente al mío, mientras se sujetaba con sus codos a cada lado de mi cuerpo.
—Será una muerte dulce, te lo prometo —respondió, a lo que sonreí de vuelta. Pero todo gesto de risa se me borró cuando salió de mí un poco, para poder volver a entrar. El placer se repartió por mi cuerpo cuando repitió esta acción varias veces, a la vez que veía cómo su rostro se contraía de placer.
El ritmo de su cadera era lento, dejándonos disfrutar de ese baile, a la vez que se agachó para repartir besos por los tatuajes de estrellas que tenía tatuados sobre mis clavículas. Le sentí entrar y salir, volver a arremeter mientras lo notaba cada vez más duro en mi interior. Me concentré en esa sensación, en ese roce que me hacía crecer hacia el éxtasis. Tuvo que parar por un momento, cambiando el ritmo a uno más suave, para después retomar con la misma pasión.
Fue ahí cuando sus manos agarraron mis muslos, alzándolos, causando que mis piernas estuvieran en sus hombros. Yo solo podía mirarle, su cabello castaño estaba repartido por su rostro, deshecho. Los ojos de Marc se cerraban un poco cada vez que se adentraba y su boca soltaba gemidos que conseguían elevar aún más mi excitación. Bendito hombre que me gemía en el oído. Abrí mi boca para coger aire cuando lo sentí entrar dentro de mí, esta vez en una posición donde podía notar más cada centímetro de su longitud. Gemí su nombre, agarrándome a las sábanas, obligándome a mantener allí mi consciencia. Tapé mi boca con mi mano libre, cuando lo sentí entrar de nuevo, esta vez en un movimiento mucho más firme.
—Oh, no, Vega, no te tapes —expresó, quitando la mano de mi boca—. No sabes lo que me pone escucharte gemir mi nombre —soltó, para poder adentrarse de nuevo en mí.
Arremetió contra mí, haciendo que un escalofrío de placer me recorriera todo el cuerpo. Le miré a los ojos, mientras él me observaba sin ningún tipo de tabú. Su rostro tenía una expresión sensual, una que solo podía ver en la más absoluta intimidad. Al encontrarse nuestras miradas ahí estaba; esa conexión. Era algo que iba mucho más allá del sexo, pero que se reconectaba con él. Junto al placer que nos producía, estábamos en una nube demasiado lejos de allí. Sus movimientos me hicieron apretar mi boca del placer, a la vez que le hice una señal para que parara.
Me dejó moverme, a lo que no dudé en girar mis caderas, volteándome hasta frente a la cama con las manos y las rodillas apoyadas en el colchón. Eché mi cabellera a un lado y le miré, a lo que Marc me observó con un gesto puro de deseo. Sonrió, acercándose a mí y dándome un beso, para después colocarse tras de mí, repartiendo caricias por mi espalda y los lados de mi cadera. Seguí sus movimientos, curvando mi espalda, a lo que le escuché soltar un soplido que me hizo reír. Noté su mano en el interior de mi muslo derecho, acariciándome.
—Abre las piernas, Vega —aquella petición fue una de las que más había deseado y no dudé en complacerle.
Se colocó entre mis piernas, llevando su erección a mi entrada. Cuando entró, casi se me escapó un gemido, pues aquella posición me ayudaba demasiado a sentir más. Fue despacio, dejándome acomodarme, hasta que se cercioró de que lo único que yo sentía era placer. Entonces, sus movimientos ya no fueron tan suaves. Noté sus manos, grandes, agarrar la carne que tenía a los lados de las caderas. Se movió, duro, haciéndome suspirar cada vez que se adentraba en mí. Eché mi pecho hacia abajo, apoyándome en la cama, dejándole mi intimidad totalmente a su disposición.
—Dame más, por favor —pedí, con la voz perdida en el deseo de que no parara de salir y entrar en mi interior. Cambió de movimiento, manteniéndose dentro, rozando entonces ese punto que tanto placer me provocaba— ¡Marc! —me perdí llamándolo en esa corriente de placer que me llegó hasta los pies. Quería todo, deseaba tener todo lo que él pudiera darme. Y no me decepcionó.
—Como quieras, peligrosa —respondió, sujetándome para dejarme quieta y comenzar a arremeter con más firmeza hacia mi interior, moviendo sus caderas de forma que rozaba ese bendito punto.
Gemí en la almohada, ida, disfrutando de cómo se metía dentro de mí y se rozaba conmigo. Lo escuché gemir también a la vez que nuestras pieles hacían un sonido húmedo al colisionar, algo que consiguió encendernos todavía más. Me moría de placer, uno que crecía cada vez más en mi centro y se construía con ganas de explotar dentro de mí. Lo notaba, duro, sabía que él también cada vez estaba más cerca de terminar. Adoraba esos instantes, a punto de terminar y donde el placer era tan extenso que nos dejaba sin aire en los pulmones.
—Tócate, Vega —los sonidos de nuestros cuerpos ocupaban la habitación, junto con su voz grave y nuestros gemidos—. Tócate y córrete para mí —y yo no lo dudé, pues una de mis manos fue directa entre mis piernas, para poder acariciarme.
No tardamos mucho más. Me acaricié hasta que sentí cómo terminé en una explosión de sensaciones que me hizo hundir la cabeza en la almohada y respirar como si la vida fuera en ello. De nosotros solo salían sonidos guturales, movimientos algo torpes cuando Marc también acabó, agarrándome con fuerza y embistiendo con firmeza y algo de descontrol. Terminó desparramándose sobre mi cuerpo, cayendo ambos en el colchón, boca abajo. Respirábamos agitados, acompasados, disfrutando de esa relajación que traía consigo el sexo.
Noté besos en mi cuello, unos que él repartió antes de salirse de mi interior. Se retiró el preservativo y fue a tirarlo, mientras yo solo fui capaz de darme la vuelta. Él se sentó frente a mí, en el borde de la cama, acariciándome el límite de mi cintura con su mano. Se acercó, dejó un beso en mi boca y me miró a los ojos.
—¿Te vienes a la ducha? —preguntó, dejándome atónita.
Una de las cosas que más me gustaban de Marc era su dulzura después de haber mantenido relaciones. Era natural entre nosotros, la anterior vez nos habíamos quedado dormidos un rato, separándonos a duras penas en el marco de su puerta. Y esta, como vivíamos juntos dadas las situaciones, me pedía con cautela que me duchara con él.
Pero mi sorpresa fue todavía mayor cuando, después de esa ducha donde nos habíamos enjabonado el pelo mutuamente y en la que no habíamos parado de repartirnos besos por la frente, las clavículas y los hombros, me agarró de la mano cuando me dirigía a mi habitación para buscar un nuevo pijama.
—Luego vienes, ¿no? —me preguntó, con una toalla alrededor de su cintura. Yo mordí mi labio, porque su imagen mojada, con el cabello goteando y el pecho al descubierto, me tenía con ganas de repetir lo que habíamos hecho hacía unos minutos.
Hasta que caí que era lo que él quería. Dormir juntos. Ahí estaba: una intimidad que iba más allá. Para mí, que nunca había dormido con nadie, era mucho más que solo compartir una cama.
Pero ahí estaba yo, asintiendo con una sonrisa porque aquel gesto me pareció algo que no debía rechazar; ¿por qué? La verdad es que me apetecía.
Cada vez me creía más que vivir ahora con Marc había sido el destino.
Hola, amoreees.
Mi idea es subiros este finde el final de la novela, pero he tenido que retocar un par de cosas que se me quedaron colgadas en este primer borrador que tenía en el portátil. Este capítulo me ha dejado con CALOOOORRR 😉😉.
Espero que la historia os esté encantado, sobre todo porque Vega ya tiene un rinconcito en mi corazón. Es una más de mis niñas creadas 💙.
OS AMO CON TODA LA PATATITA❤️
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