Prólogo: Entrevista.

N/A: Posible OoC. Historia corta. Top Maegor, Bottom Aenys. Mención a violencia y crisis de pánico.

Habrán referencias a otras parejas juju.

Eso, espero que les guste, no será una historia muy profunda y posiblemente solo tenga tres capítulos (siempre digo lo mismo JAJAJA).

BESOS, ya lxs echaba de menos, andaba triste, pero estoy avanzando todas mis historias de a poquitos.

Les deseo un feliz halloween, a ver si se me ocurre algún one shot o algo para celebrar.

***

—¿A qué te dedicabas antes de venir aquí?

—Confidencial.

—¿Tienes algún antecedente penal?

—Confidencial.

—¿Trabajaste para alguna organización delictiva?

—Esa es una pregunta ambigua —definitivamente no era ambigua—. Y confidencial.

Aenys dejó los papeles sobre la mesa y observó con detenimiento la frialdad en el semblante de su quinto entrevistado. Cabello a ras de un dorado pálido, pómulos altos y ojos de un azul eléctrico e hipnótico. Su mirada era igual de filosa que la de su gata.

Alfa, muy Alfa. Parecía emanae feromonas aún sin darse cuenta. Era un poco –muy– intimidante. La clase de persona a la que Aenys prefería esquivar por temor a recibir un golpe.

No era como si ya no hubiese recibido los suficientes.

—¿Tienes experiencia en este rubro?

El hombre dudó antes de asentir.

—Estoy capacitado para mantener segura a la gente —dijo—. A ti en este caso. Aunque no puedo deshacer el daño que ya recibiste.

Él señaló su cara.

Aenys pensó que el daño lo recibió desde el segundo en que comenzó a trabajar en ese ámbito.

Fue expuesto a las cámaras desde los siete. Sus padres lucraron con su talento y pronto se volvió una cara famosa en la industria de películas infantiles. Poco después comenzó como cantante solista. Creó una imagen de niño bueno a la que se debió apegar a costa de su vida, ya que una porción importante de sus seguidores, lo eran gracias a la religión que sus padres seguían. Aenys dejó de creer en Dios a una edad muy corta, pero fingir su devoción se volvió rutinario.

Su libertad se redujo a las elecciones de su familia, y eso le impidió experimentar, vivir, hacer algo más.

Hace dos meses, después de su última gira, anunció su retiro del mundo de la música para dedicarse exclusivamente al modelaje, la actuación y dirección de su propia empresa. También dijo que se alejaría de su familia debido a los roces religiosos, ya que él era ateo.

Algunos no se lo tomaron muy bien.

Su llegada a Inglaterra después de la gira provocó un tumulto de gente que quería una foto o autógrafo, o simplemente verlo. Algunos haters aprovecharon también la ocasión; Aenys no vio ni escuchó nada, simplemente sintió un pinchazo doloroso en su mejilla y el crujido de vidrio rompiéndose. Después le contarían que fue una botella lanzada en su dirección, y que el ataque había sido grabado por más de diez cámaras distintas. La botella golpeándolo, Aenys cayendo, un grupo de cinco sujetos abalazándose en su dirección y siendo detenidos apenas por la seguridad del aeropuerto. Insultos, amenazas, un par de golpes perdidos. Aenys siendo arrastrado por su equipo mientras apretaban tela contra un corte sangrante.

La herida requirió de puntos y lo dejó con un moretón feo en toda la zona de su sien, además de un ojo morado y lastimado internamente. Tampoco podía usar lentes de contacto hasta que su ojo sanase. Y los lentes de marco, aunque más cómodos, no eran sus mejores amigos. Prefería evitarlos. El aumento siempre había sido un motivo de inseguridad y burlas.

Al final solo publicó un video aclarando lo sucedido –en donde usó un parche y maquillaje– y anunciando unos días alejado de sus redes. Dijo que por salud mental, pero, en realidad, no quería subir nada porque su cara seguía algo fea y eso le provocaba un poco de vergüenza. Y porque no quería saber nada del mundo. No quería saber si todos lo odiaban por dejar de cantar en su mejor momento, no quería leer el odio, no quería leer las burlas.

—¿Hay algo que sí puedas decirme? —Aenys curoseó, ojeando la vaga descripción del currículum que el hombretón le entregó al llegar—. Apenas tengo tu nombre y correo electrónico, ¿olvidaste poner tu número celular?

—No tengo celular —él dijo—. ¿Necesito uno para el trabajo?

—¿No tienes por falta de dinero? —Aenys se descubrió sopesando la idea de regalarle uno solo para ver si conseguía sacarle una sonrisa a ese sujeto escalofriante—. ¿Cómo te comunicas con tu familia?

—Irrelevante —cortó—. Tengo la experiencia suficiente para asegurar tu seguridad y tranquilidad y mi disponibilidad es inmediata.

—Sí, pero —sus ojos releyeron el nombre para asegurarse de saberlo bien antes de continuar—, Maegor, necesito más que tu palabra, necesito experiencia factible, saber que me dices la verdad, ¿qué me asegura que no eres solo un aficionado con buen cuerpo?

Maegor lo miró con un hastío evidente, y Aenys se lo concedió. El tipo se veía como alguien experimentado en el ámbito de la violencia. Literalmente parecía creado para pelear; era todo músculos perfectamente tallados, movimientos felinos y mirada analítica. Parecía listo para atacar, capaz de descifrar verdad y mentira en cosa de segundos y lo suficientemente fuerte como para partirlo a la mitad con la misma facilidad que a un mondadientes.

Exudaba testosterona, era la clase de Alfa que definitivamente llegaba a la mente cuando se pensaba en la palabra.

Aunque Aenys debía darle algunos puntos porque no olía a nada. Sus fermonas estaban ahí, obviamente, pero suprimidas por algún inhibidor, o demasiado sutiles incluso para su olfato sensible. Ya había tachado a dos candidatos por tener aromas demasiado anegantes.

Las feromonas de los Alfas lo ponían nervioso. Muy nervioso. Los Alfas en general lo hacían, sacaban su lado más histérico y ansioso. Si no fuese porque necesitaba de alguien con fuerza garantizada, Aenys le habría dado ese trabajo a un Beta, como lo era la gran mayoría de su personal. De hecho, habían Betas en su lista de entrevistados. No quería cerrarse a nada.

Se descubrió observando sus dedos en busca de algún anillo de matrimonio o compromiso, solo para descubrir diez largas y nudosas falanges enlazadas sobre la mesa, desnudas y con curiosas y diversas cicatrices.

—Trabajé para el gobierno —terminó diciendo—. Tengo experiencia, puedo desarmar al payaso que tiene cuidando tu puerta y noquearlo antes de que cuentes hasta quince, ¿quieres que lo demuestre?

El payaso que cuidaba su puerta era Gawen, un guardaespaldas temporal contratado por su asistente para mantenerlo seguro mientras entrevistaba él mismo a uno de tiempo completo que se adecuase a sus necesidades. Llevaba el conteo de quienes entraban en la casa, y los hacía firmar un acuerdo de confidencialidad. Era un Beta amable, joven y sociable, Aenys lo habría contratado a él si no fuese porque Gawen tenía una familia que lo anclaba a Inglaterra, y Aenys necesitaba a alguien con un horario un poco más flexible.

Aenys vio a Maegor poniéndose de pie, listo para evidenciar sus palabras, no demoró en negar e instarlo a sentarse otra vez.

—No, no, no es necesario —dijo, esbozando una sonrisita nerviosa—. ¿Para el gobierno? ¿En qué sector?

—En el que te enseñan a matar a alguien con las manos desnudas y hacerlo pasar como suicidio.

Aenys tragó las náuseas. Eso le pasaba por preguntar demasiado.

—¿Por qué ya no trabajas para ellos?

—Me lesioné.

—¿Por qué quieres este trabajo? —terminó por cuestionar, cambiando el tema.

—La paga es buena —Maegor se encogió de hombros—. Y no soy un fanático, no estaré alardeando que trabajo para un famoso.

Se descubrió absorbiendo una bocanada generosa de aire que le regaló un atisbo extra de paciencia.

—Eso es un punto a tu favor —inició—, ¿puedes decirme tres debilidades tuyas?

—¿Para qué? —Aenys estaba listo para terminar la entrevista ahí, entonces Maegor volvió a hablar—. Soy temperamental, impaciente y a veces grosero.

—¿Y tres virtudes?

Esta vez Maegor tardó más. Pudo apreciar sus ojos anclándose en la mesa mientras sopesaba su respuesta. Aenys sintió algo de simpatía por él, siempre era más sencillo encontrar falencias.

—Soy leal —dijo—. Sé seguir órdenes y soy muy pragmático.

—Eso suena mucho a la descripción de un perro guardián —bromeó.

Pudo ver en primer plano como una tensión insospechada se adueñaba de sus hombros y oscurecía su semblante. Aenys inmediatamente se arrepintió de sus palabras. No quería insultarlo.

—Disculpa, solo quería aligerar el ambiente.

—No dije nada —Maegor cortó—. No soy un perro, pero estoy bien entrenado.

Aenys apretó los labios.

No le gustaban los Alfas. No le gustaba la violencia que exudaban, ni la idea de tener como sombra a una persona que emanaba agresividad como un perro de pelea. Aún si "sabía seguir órdenes". ¿Qué era eso? Como si lo hubiesen sometido a alguna clase de adoctrinamiento espeluznante.

—Creo que podemos dejar hasta acá la entrevista —dijo, obligándose a ampliar una sonrisita—. Estaremos en contacto.

—El anuncio decía que la entrevista duraba un mínimo de treinta minutos —los dos miraron el reloj de madera colgado en su pared—. Solo han pasado diez.

Para Maegor. Aenys ya llevaba casi tres horas entrevistando gente. Algunos fueron despachados porque solo eran fanáticos, otros no calzaban con el perfil, y uno o dos hicieron comentarios intentando coquetearle. Inaceptable. Y eso sin contar al par de feromonas fuertes a los que Aenys despachó rápidamente y con una amplia disculpa.

"—Lo lamento mucho, es que mi nariz es hipersensible y–. . ."

—Sí. . . Es que no creo que seas lo que busco.

Aenys situó sus dedos sobre la mesa y los enlazó de manera compulsiva. Después los relajó y se sirvió un vaso de agua con pequeños trozos de frutilla y menta. Maegor hizo un gesto negativo cuando le ofreció.

—¿Qué buscas?

—Seguridad —dijo—. Confianza, tranquilidad. Necesito poder dormir tranquilo, hace días que las amenazas de muerte no paran y estoy algo nervioso.

Nervioso era un diminutivo. Aenys estaba teniendo que consumir ansioliticos y somníferos, dormir le estaba siendo un problema recurrente y molesto para el que no conseguía encontrar remedio. Tenía pesadillas donde turbas furiosas lo golpeaban. Donde moría del susto. Apenas salía por temor a volver a vivir lo mismo, y, cuando lo hacía, siempre debía volver pronto porque los paparazzis lo asediaban.

Gawen y Alyssa filtraban las cartas que recibía para asegurarse de que no leyese los mensajes de odio. Alyssa también controlaba sus redes sociales. Nada le estaba ayudando.

—¿No te saldría mejor casarte?

El agua se atoró en su garganta, Aenys debió toser y cubrir su boca para no escupirla, y al tragar sus ojos lagrimearon porque lo hizo mal y le dolió.

Una sutil diversión brillando en los ojos de Maegor terminó por marcar su desencanto.

Aenys carraspeó y se puso de pie.

—Te acompaño a la puerta.

Maegor se puso de pie. Aenys tuvo que levantar un poco la mirada para poder verlo directamente a los ojos.

—No vas a encontrar a alguien mejor —él dijo.

Su voz no evidenció molestia. No sonaba pretencioso o arrogante. Sonaba sincero, absoluta y completamente al tanto de su propio potencial. Se veía tan perturbadoramente confiado, que Aenys se descubrió sopesando su propia elección.

El problema era que así como Maegor se veía extremadamente intimidante, Aenys no estaba seguro de confiar en que no saldría él lastimado.

—Si ese es el caso te llamaré —repasó sus palabras y esbozó una sonrisita ligera—. Te enviaré un correo electrónico. Déjame pagar tu transporte, el viaje hasta este sector puede ser un poco caro. O si quieres un Uber. . .

—Caminaré.

—¿Hasta tu casa? —cuestionó—. ¿Vives cerca?

—No, pero me gusta caminar.

Maegor era extraño. Le provocaba escalofríos.

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