«52»

Las luces del amanecer comenzaban a filtrarse por las cortinas de aquel pequeño apartamento londinense. El trinar de los pájaros se oía suavemente en el exterior, y aquella cálida mañana veraniega era presente en su máximo esplendor.

Brian abrió los ojos lentamente, despertando. Sonrió al notar el ambiente, la habitación y al chico rubio que tenía al lado, que seguía durmiendo plácidamente.

Apoyó el codo en la almohada y se dedicó a mirarlo, a repasar sus facciones y a sonreír en aquello. Su cabello, dorado como el trigo, estaba despeinado y le caía revoltosamente sobre los hombros y la frente, sus ojos, azules y profundos como el océano, permanecían cerrados, haciendo que sus largas pestañas se juntaran; su boca, rosada, dulce y esponjosa, se mantenía entreabierta y pese a que de ella salía un ligero hilo de saliva, a Brian le pareció lo más hermoso que había visto.

Sus manos y sus brazos estaban acurrucados en la almohada, y se mantenía frente a él. Brian podía notar como su respiración era efectuada. Inhalar, exhalar. Inhalar, exhalar. Una y otra vez, en un ritmo apacible, y un movimiento casi imperceptible. Así que sonrió y comenzó a trazar su delgado dedo sobre las facciones del chico. Su frente, sus mejillas, su nariz, y finalmente sus labios. El rubio emitió una pequeña sonrisa y un murmullo. Brian sabía lo que aquello significaba: Roger estaba despertando.

Y entonces aquellos dos ojos se abrieron. Aquellas dos pestañas se expandieron y su pequeño mundo pareció iluminarse con tan solo aquel pequeño acto. Porque los ojos de Roger eran como las aguas de un río que corre por una ancestral montaña, pasando por un verde prado, y que sirve de espejo para el majestuoso cielo azul, que de noche es capaz de adornarlo con miles de estrellas. Los ojos de Roger eran como las aguas que pasaban por un prado donde el hombre jamás ha estado y jamás lo estará. Tan puros, tan limpios y tan hermosos. Tan únicos.

Y claro, Brian podía jurar viajar a aquel prado cada vez que veía los ojos del rubio.

— Hola, mi amor —lo saludó al notar cómo despertaba para volver a repasar sus facciones con su dedo índice—. ¿Dormiste bien?

— Espectacular —respondió y rió un poco por las ligeras cosquillas que le causaban las caricias.

— ¿Te gusta esto? —preguntó Brian tras un silencio.

— ¿Qué cosa? —preguntó Roger con los ojos cerrados—. ¿Las caricias? Me fascinan.

— Me refiero a vivir juntos —rió un poco—. Dormir abrazados, despertar junto al otro...

— Ah... —comprendió—. Pues me fascina aún más.

— A mí también —besó sus labios con castidad y volvió a acurrucarlo en sus brazos—. ¿Quieres que te prepare el desayuno?

— No, estoy bien, gracias, ovejita —sonrió—. Quiero quedarme contigo...

— No puedes quedarte sin desayunar —rió un poco.

— Pero quiero abrazarte... y que me abraces tú... —repuso con un puchero.

— Está bien —sonrió negando con la cabeza y lo acurrucó en su pecho—. ¿Así?

— Así —sonrió y lo abrazó—. Quiero que nos quedemos así por siempre.

— Yo también —coincidió y depositó un beso suave en su cabeza—. Pero tengo hambre, ¿quieres comer?

— Bueno —accedió riendo un poco. Brian se levantó y caminó a la cocina. Aún no tenían muchos muebles, solo mercadería y los que habían puesto al llegar. Las dos sillas de playa se mantenían en la sala de estar, y el mueble que había pertenecido a la habitación de Roger, se encontraba en la habitación de ambos, con algunas prendas y numerosas fotos de ambos.

Roger había conseguido otro trabajo, esto gracias a la recomendación de Phil. Brian había ganado un poco de dinero en una práctica, así que decidieron que se día sábado durante la tarde, irían a comprar algunos muebles, y si no, los encargarían por internet. Estaban emocionados por comenzar por fin su hogar complemente. Aquello era una emoción enorme para ellos.

— Pensaba en poner las camas de una plaza en la otra habitación y dejarla para huéspedes —comentó Roger mientras le untaba mantequilla a su pan tostado.

— Yo pensaba hacerte una oficina —dijo Brian a tiempo que se sentaba en un taburete a comer.

— ¿Una oficina? —preguntó Roger.

— Claro —respondió—. Para que uses si necesitas trabajar.

— No creo que sea necesario... —se sentó a su lado—. Puedo trabajar en nuestra habitación.

— Como quieras —rió un poco

— ¿Te parece que la dejemos de cuarto de huéspedes y para guardar cosas que no nos quepan? —preguntó Roger.

— De hecho, es buena idea —sonrió.

— ¡Genial! —sonrió Roger—. Si adoptamos un bebé, podría dormir allí.

— Eso me parece realmente perfecto —besó sus labios y tras separarse le sonrió tiernamente.

— Será perfecto —aseguró Roger con inocencia para luego seguir desayunando.

(...)

— Entonces deberíamos primero comprar una cama decente —comentó Brian mientras paseaban por la tienda de muebles tomados de la mano y con sus dedos entrelazados.

— Nuestras camas son cómodas... —dijo Roger.

— Sí, amor, pero son dos —repuso—. Dormimos juntos todas las noches, con dos camas juntas.

— Bueno, tienes razón... a veces es algo incómodo, como cuando se separan. ¿Recuerdas cuando me caí de la cama y no podía salir porque estaba atascado entre ambas?

— Claro que lo recuerdo, pero la forma en la que lo dijiste me dio mucha risa.... le quitaste toda la seriedad al asunto —rió un poco.

— ¡Pude haber muerto! —exclamó indignado—. Bueno, ni tanto, solo exagero.

Brian volvió a reír mientras seguían caminando por la tienda. Los numerosos muebles se encontraban en cajas, con uno que otro en exhibición. Se dirigieron a la zona de las camas y tras un rato, escogieron una de dos plazas de roble. La tienda tenía un servicio de entrega, el cual sería en unos días.

Siguieron caminando y mirando los muebles, eligieron un sofá grande y dos pequeños, el primero de color negro, y los otros dos, azul rey. También una mesa pequeña, y cuando veían el comedor, una voz algo chillona sonó a sus espaldas.

— ¡Brian! ¡Tanto tiempo!

— Ah... hola, Marla... —respondió él nombrado algo hastiado—. Él es mi prometido, Roger.

— ¿Cómo has estado? —dijo ignorando deliberadamente al rubio.

— Maravillosamente —respondió—. Ya sabes, con Roger.

— No te veía desde hace años.

— Sí, lo sé.

— Y estás muy guapo.

— Y comprometido.

— Sí... con... un chico...

— Ya sabes que soy bisexual.

— ¿Sabes a quién me encontré el otro día?

— No.

— ¡A Karla Smith! —exclamó—. Está muy gorda...

— No me importa Karla Smith —dijo Brian—. Nos vemos.

— ¡Espera! —exclamó y tomó su brazo. Roger comenzaba a molestarse, pero agradecía la actitud que Brian mantenía.

— ¿Qué?

— Deberíamos salir un día.

— ¿Acaso no me escuchaste? Estoy comprometido.

— Uy, no así —repuso—. Como amigos.

— No, Marla, no voy a salir contigo —dijo—. Que tengas buena tarde.

— ¿Ni siquiera vas a reconsiderarlo?

— ¡No!

Ella lo miró mal y finalmente se fue caminando con un movimiento excesivo de caderas. Brian rodó los ojos irritado y solo logró que aquella ira se le pasara, al ver los ojos azules de Roger.

— Lo siento por eso, amor... —dijo volviendo a tomar su mano con delicadeza. Roger entrelazó sus dedos.

— No te preocupes —sonrió—. ¿Era tu ex?

— Sí —respondió—. La tóxica.

— Bueno, manejaste bien la situación —dijo y colocó la cabeza en su hombro .

— ¿De verdad?

— Claro que sí —respondió—. No le diste chance de nada.

— Como si esa idiota pensara que voy a cambiarte a ti por ella... maldita tóxica. Roger, te prometo que jamás voy a cambiarte por nadie. Jamás. Ni siquiera si mueres. Si eso pasa... eguiré solo.

— Amor... no tienes que pensar eso —rió un poco—. Moriremos juntos.

— ¿Eso crees?

— Claro —sonrió con los ojos iluminados.

— Sí, tienes razón, moriremos juntos —sentenció y besó su mano.

(...)

— ¿Ese era el último...? —preguntó exhausto dejándose caer en el sillón.

— Sí, ese —hizo lo mismo—. Gracias por ayudarnos con los muebles, Fred.

— No es nada, cariño —sonrió el persa acomodando un marco de fotos—. Les quedó hermosa la casa.

— Gracias —sonrió Roger.

— Pensar que hace un tiempo nuestra máxima preocupación era aprobar el examen de matemática... —comentó Freddie sentándose en otro sillón.

— O que perdí mi set de lego City —bromeó Roger, John rió un poco al recordar aquella ocasión.

— Ese día pensé que me dirías que Brian te gustaba —dijo.

— ¡Siquiera sabía eso aún! —exclamó con nostalgia.

— ¿Y la vez en la que a Johnny no lo dejaron quedarse y a nosotros sí? —preguntó Freddie.

— Pobre Deacy... —comentó Brian con una pequeña risa.

— ¡Hey, eso fue muy triste! —exclamó el castaño también riendo.

— Ha pasado mucho desde entonces... —comentó Roger.

— Y hemos cambiado bastante —comentó Brian.

— Ustedes sí, nosotros seguimos igual de espectaculares —dijo Freddie y se miró las uñas. La pareja dio una pequeña risa.

— ¿Y dónde piensan vivir? —preguntó Roger.

— No tengo idea —dijo Freddie y se encogió de hombros—. Probablemente en un departamento también. Son más baratos que una casa.

— Bueno, nosotros estamos arrendando este —dijo Brian—. Por cuatro años más. Es sólo mientras logremos estabilizarnos económicamente.

— Quizás eso no estaría mal —dijo John—. ¿Qué te parece, Fred? ¿Vivimos juntos?

— No, cariño, me gusta la libertad —dijo.

— ¡Pero vienes a quedarte a mi casa casi todos los días! —reclamó el castaño—. Y cuando no lo haces, es porque nos quedamos en la tuya.

— Ya veremos —le guiñó un ojo—. Así que, ¿cuándo es la boda, perras?

— No nos digas así —rió Brian.

— Quizás en un año —respondió Roger—. Aún no confirmamos la fecha...

— Pues deberían pronto —comentó el azabache—. Así consuman nupcias más...

— Ok, ya entendimos —interrumpió Brian con las mejillas rosadas. Roger estaba más rojo de lo posible.

— Bueno, ya sé que Roggie no está listo, así que...

— Fred, ¿podríamos no hablar de esto por favor? —pidió Roger incómodo.

— ¡Así que...! —continuó ignorándolo—. Así que espero que el poodle sea gentil o lo pateo en las bolas.

— Tranquilo, Fred... —comentó Brian avergonzado.

— Y tú, rubia, tienes que contarme —señaló a Roger con un dedo—. ¡Con detalles! O también te pateo.

— ¡N-No voy a contarte! —exclamó avergonzado.

— Voy a llamarte todos los días después de tu boda —dijo el azabache.

— Quizás termines interrumpiendo —dijo John.

— ¡Agh, demonios! —exclamó—. Te mandaré mensajes entonces.

— Fred, no —dijo Roger.

— Oh, sí —sonrió—. Nuestro pequeño Roggie ya está grande, ¡y quiero saber cuándo y cómo terminó de crecer!

— ¡No tiene nada que ver! —exclamó Roger riendo y con las mejillas ruborizadas.

— Como digan... —masculló—. Igual me enteraré de una forma u otra.

Roger rió y se tapó el rostro que seguía rojo. Brian le puso una mano en la espalda.

— Mira lo que hiciste —bromeó. Roger rió más—. Traumaste al niño.

— Tarde o temprano iba a hacerlo —guiñó un ojo.

— El punto es que no voy a describirte como Brian y yo lo hacemos —dijo.

— ¿Y por qué no?

— ¡Fred!

— Uy, lo siento, monjas de claustro —comentó—. Solo quiero saber tamaño, posición y...

— Freddie, para —intervino John que también comenzaba a incomodarse.

— Esto es muy raro —dijo Roger.

— ¡Es normal! —reclamó Freddie—. Dios, una monja es más pasional que ustedes.

— Tenemos nuestro ritmo —repuso Brian.

— Oh, sí, sobretodo tú —dijo irónico.

— ¡Hey! —reclamó el rizado.

— ¿Para qué le cuentas cosas a Johnny entonces?

— Vamos, Freddie, no peleemos —dijo Roger.

— Aw... qué adorable —comentó el nombrado con ternura apretándole una mejilla—. Tranquilo, bebito Roggie, no estamos peleando con tu príncipe azul.

— Ayuda.

— Creo que debería servir algo para comer —comentó Brian poniéndose de pie.

— ¡Sí...! ¡Gracias! —exclamó John.

— ¡Ya era hora! Estoy muriendo de hambre —comentó Freddie soltándole la mejilla a Roger, quien se la sobó por sentirla adolorida.

— Veamos... tenemos... Doritos... y... Doritos —dijo mirando en la despensa.

— ¡Doritos serán! —exclamó Roger levantándose para sacar un tazón lo suficientemente grande para que cupieran los aperitivos en él.

Tras un rato más, en el que estuvieron conversando, rememorando y contándose chistes y anécdotas graciosas, Freddie y John decidieron irse. Los dueños de casa ordenaron un poco para luego irse a dormir.

— De todas las cosas que dijo Freddie —comenzó Roger cuando ya estaban acostados y con el pijama puesto, Brian lo miró—, creo que la que más certera fue es que debíamos ponerle fecha a la boda.

— Sí, yo también —dijo Brian dándose vuelta para mirarlo mejor—. ¿Cuándo crees?

— ¿Qué te parece este mismo día, pero dentro de un año? —preguntó.

— Pues... me parece perfecto —aseguró.

— Entonces acabamos de fijarle fecha a nuestra boda —sonrió satisfecho y tras sonreírse se dispusieron a dormir.

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