«45»
Durmió toda la noche abrazando la almohada y llorando en silencio. Michael no llegó, puesto que estaba con Riley, así que estuvo solo, que a fin de cuentas era como prefería estar. No quería arruinarle el día de San Valentín a otra pareja contando sus problemas, pero tampoco quería escuchar hermosas historias de cómo vivieron ese día otros enamorados, o fingir que el suyo y el de Brian no se había arruinado.
Y claro, pese a no tener la culpa, se sentía culpable. Sentía como si no solo hubiese arruinado el día, si no que también la propuesta de matrimonio, que seguramente Brian hubiera hecho tras el acto.
Todo por mis malditos traumas.
Así que seguía allí, acostado y con las cortinas cerradas. Ni siquiera hambre tenía en aquel momento. Y el tema era tonto, porque pese a que también se había sentido lastimado, sabía que no valía la pena sacrificar ocho años de noviazgo solo por aquello, sería tonto hacerlo. Sabía que lo más correcto y maduro que podía hacer, era hablar con Brian cuando ya las cosas estuviesen más tranquilas y poder llegar a un acuerdo.
Todo porque no estoy listo.
Pero para ello tendría que esperar una semana. Al menos ese era el acuerdo que habían hecho unos años atrás, y les había servido bastante en aquel tiempo. Extrañamente, en aquella ocasión le fue difícil esperar. Quizás demasiado.
Cuando Michael entró, lo vio así y quedó algo confundido, así que se acercó silenciosamente a él, ya que el rubio estaba dormitando y se quedó al lado de la cama de su amigo, mirándolo algo extrañado.
— ¿Estás enfermo? —le preguntó.
Solo en aquel momento, Roger abrió los ojos y se descubrió el rostro que estaba tapado por las mantas, para luego darse la vuelva y mirarlo. Michael estaba expectante a su respuesta, puesto que verlo así le preocupó bastante.
— No —respondió y dio un suspiro.
— ¿Entonces qué pasó? Estás... deprimido.
— Sí, lo sé —suspiró y se sentó en la cama.
— Abre las cortinas —su amigo descubrió estas y Roger se tapó los ojos con el brazo—. Tú no eres el que tiene resaca los sábados en la mañana después de una festividad, ¡ese soy yo!
Roger rió un poco y se frotó los ojos con las manos. Vio que tenía varios mensajes de Freddie diciéndole que John había hablado con Brian y había le había contado más o menos la situación, por lo que le pedía ir a verlo, ya que le encontraba la razón a él. Suspiró y le respondió que fuera a cualquier hora, y Freddie le dijo que literalmente ya iba subiendo las escaleras de la universidad, porque tardaba demasiado en responder. Roger dio una pequeña sonrisa.
— Vamos, ¿qué pasa? —insistió Michael preocupado.
— Viene Freddie... —dijo simplemente—. Les explico ahí...
— Pero no puedo esperar a que venga Freddie —repuso el castaño y luego sintieron que tocaban la puerta—. O quizás sí —se dirigió a abrirla y tras hacerlo, encontró al azabache con mirada preocupada, el cual entró inmediato y sin saludar.
— Veamos, rubia, vamos a subir ese fuerte ahora mismo —dijo—. No abres las piernas hasta que quieras.
— ¿Ah?
— ¡Freddie! —lo reprochó el rubio por su poca discreción.
— Uy, lo siento —dijo—. Ah, hola, Mike.
— Hola, Freddie —rió un poco y tras cerrar la puerta se sentó en su propia cama con Freddie a su lado—. Bien, ¿qué demonios sucede?
— ¿Él no sabe? —le preguntó Freddie a Roger,
— No, Fred, no sabe —contestó el rubio.
— ¿Y por qué no? —volvió a preguntar Freddie.
— Eh... hola... estoy aquí —dijo Michael.
— Porque no he podido, llegó hoy en la mañana —respondió Roger a la pregunta de Freddie.
— Uy pillo —dijo este en tono pícaro y le dio un golpe leve en el brazo a Michael que seguía al lado confundido.
— Ya déjalo —dijo Roger—. No he tenido oportunidad de decirle y quise esperarte a ti.
— Aw... qué dulce eres, mi cielo —dijo Freddie sonriendo.
— Estoy muy confundido —intervino Michael.
— Bien, primero que nada creo que actuaste bien, Rog —siguió el azabache.
— ¿De verdad? —preguntó el rubio.
— ¿Alguien podría decirme qué demonios sucede? —pidió Michael.
— Oh, sí, lo siento, lo siento —dijo Freddie.
— Bueno, Brian y yo discutimos porque... bueno... él quiere y yo no —explicó el rubio, Mike seguía bastante perplejo—. Quiere que lo hagamos y no estoy listo.
— Ah... —dijo—. ¿Y se enojó contigo por eso?
— Sí... —asintió.
— ¿Es joda?
— No, Mike, no es joda —suspiró—. Quiero estar un rato solo.
— Oh, no, rubia estúpida, tú no te quedas solo —dijo Freddie al instante.
— Y nuevamente soy la mejor amiga de Barbie —suspiró Mike.
— Disculpa...
— Rog, no tienes que disculparte, solo es una broma —le sonrió Mike—. Y por lo de Brian, es un idiota.
— No es un idiota... iba a proponerme después de eso... arruiné todo...
— ¡Por supuesto que no! —exclamó Freddie escandalizado—. ¡Si tú no estás listo, Brian tiene que respetarlo! Además, debió hablarlo contigo antes. ¿Te sentiste muy incómodo, cielito? —le apretó las mejillas a Roger, quien miró a Michael pidiendo ayuda con la mirada.
— Eh... sí... y ahora también —dijo Roger.
— Aww ternurita —le apretó las mejillas más fuerte y Roger soltó un quejido—. Lo siento.
— ¿Podrías soltarme, por favor? —pidió el rubio.
— Sí, por supuesto —Freddie lo soltó y volvió a sentarse.
— Bueno, Roger, primero que nada, no es tu culpa —dijo Michael.
— Sí lo es —repuso—. Arruiné el día de San Valentín y la propuesta de matrimonio.
— ¡Brian no puede enojarse porque no quieres acostarte con él! —repuso—. ¡Tienes derecho a no querer!
— Lo que dice Mike es cierto, cariño —dijo Freddie—. John y yo esperamos a estar listos.
— Riley y yo también. De hecho, ella aún no está lista y la espero. No la apuro —dijo Michael—. Hay que respetar la opinión del otro y a fin de cuentas se supone que es algo que ambas partes deben querer y disfrutar.
— John tardó tres años y cuando...
— Fred, por favor —lo interrumpió Roger—. El punto es que podría estar ahora en otra situación.
— El punto es que Brian debió haber comprendido y pasar más tiempo contigo sin obligarte —siguió Michael—. Y perfectamente ahí pudo pedirte matrimonio.
— No sé... me preguntó si acaso no lo amaba...
— ¿¡Te preguntó eso!? —dijo Freddie indignado—. ¡Maldito chantajista, eso no se hace!
— Tranquilo, es cierto, se supone que las parejas hacen el amor. Yo ni eso puedo —dijo en tono triste y volvió a abrazar la almohada.
— Rog, no se trata de eso —dijo Michael—. Hay otras maneras. Esperarte es una de ellas. Cada uno lo hace cuando se sienta listo.
— Es que estábamos tan bien...
— Y Brian arruinó eso al no querer esperarte —dijo Freddie—. Ese chico es cada vez más tóxico.
— No es tóxico —repuso—. No habíamos discutido en bastante tiempo y cuando lo habíamos hecho antes, no fue tóxico. Tampoco ha vuelto a ser celoso, o a decir estupideces.
— ¿Y qué hizo ahora? Chantajearte —repuso Freddie—. Yo le terminaría.
— No voy a terminarle por esto —repuso—. Sería inmaduro. Hay que hablarlo y llegar a un acuerdo.
— Independiente de eso, no debe obligarte a abrir las piernas —dijo Freddie decidido.
— ¿Podrías dejar de decirle así por favor? —pidió Roger incómodo.
— Oh, cierto qué hay otras maneras —dijo Freddie.
— ¡No!
— Bueno, bueno —dijo el persa y rodó los ojos.
— Hablaré con Brian, pero no inmediatamente —dijo.
— Solo espero que él agrande las cosas —murmuró Michael.
— No creo que lo haga... —repuso Roger.
— Deja de culparte a ti y de santificar a Brian —dijo Freddie—. Lo que hizo estuvo mal y lo sabes.
— Sí, pero... no sé, no dejo de sentirme mal —repuso.
— Ya irás de a poco superándolo —aseguró Michael—. Pero también tienes que pensar lo que tú quieres, y Brian no puede obligarte a algo que no.
— Yo estoy bien con la relación yendo lento... —dijo.
— Lo sabemos, y él debe entenderlo —dijo Freddie y Roger asintió más convencido.
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