«39»
Una cálida tarde de verano, dos jóvenes amantes se encontraban en un pequeño muelle de un lago. Estaban sentados y sus piernas colgaban, haciendo contacto con el agua. El rubio mantenía los ojos cerrados y con ambas manos apoyadas en el suelo de madera, echaba ligeramente la cabeza hacia atrás con una sonrisa mientras escuchaba la música que había puesto.
Su novio lo miraba algo atontado. Aquella imagen de Roger simplemente se le hacía perfecta. Digna de ser retratada por un famoso pintor y ser considerada una obra de arte. Tomó su cámara instantánea y lo fotografió. Tras sentir el sonido de la máquina, el joven abrió los ojos y lo miró con una sonrisa. Brian bajó la cámara e hizo lo mismo.
— Lo siento —sonrió.
— ¿Por qué? —preguntó con una ceja arqueada.
— No lo sé, puede que te haya incomodado la foto —se encogió de hombros.
— Claro que no, eres mi novio —rió un poco—. ¿Tendría que hacerlo?
— Oh, por supuesto que no —dijo—. Es que... no pude evitarlo.
— ¿Por? —volvió a reír risueñamente.
— Justamente por eso —admitió con las mejillas levemente rosadas—. Eres precioso haciendo lo que sea... y cuando estabas escuchando música... diablos, Roger, parecías un ángel.
— No parezco un ángel —siguió riendo. Las palabras del contrario tenían ese efecto en él.
— Sí lo pareces —insistió—. Tu cabello, tus ojos, tu rostro, tu personalidad... eres como un ángel.
Roger miró el agua del lago con una sonrisa boba en el rostro y las mejillas como dos tomates maduros.
— Tú eres mi ángel guardián —aseguró el rubio y se inclinó a besarlo.
— ¿Yo? Claro que no —dijo Brian.
— Iba a besarte, idiota —dijo Roger riendo.
— Oh, demonios —soltó—. Bueno, hazlo.
— No puedo, ya mataste el momento —dijo en tono bromista. Brian le dio un empujón leve en el brazo.
— Puedes besarme siempre que quieras —insistió—. No es necesario armar una parafernalia para eso.
— No, pero me gusta que nuestros besos sean especiales —se justificó.
— Siempre son especiales, Roggie. Porque cada vez que te beso compruebo y aumento mi amor por ti.
Roger sonrió y tomó su mejilla con una mano para luego besarlo en los labios. Brian correspondió gustoso.
— Eso es un momento romántico —aseguró en rubio tras separarse y le guiñó un ojo. Esta vez fue Brian quien se echó a reír.
— Eres un caso.
— Y así me amas.
— Meh, ni tanto —bromeó y Roger le dio el mismo empujón leve en el brazo.
— Bobo —dijo y puso la cabeza en su hombro—. Me gusta nuestra relación.
— A mí también —lo rodeó con un brazo y lo apegó un poco más a él.
— De verdad —aseguró—. Me gusta estar contigo, me gusta que podemos bromear con estupideces y al rato apoyarnos mutuamente si algo nos afecta. Me gusta poder tener confianza contigo, saber que puedo decirte lo que sea y que no vas a juzgarme. Poder ser felices con cosas pequeñas. Me gusta nuestra sincronía, como suena cuando cantamos juntos, como nos conocemos el uno al otro. Me gustan... me encantan nuestros besos, nuestros abrazos, nuestras manos entrelazadas, las cosas que nos decimos que sé que son verdad. Me gusta sentir mariposas cada vez que estoy a tu lado y me gusta sentirme amado contigo y amarte de la misma forma.
Brian sonrió y besó su cabeza varías veces, lo que hizo a Roger soltar una pequeña risa.
— Te amo —dijo—. Todo... todo lo que dijiste... es exactamente lo mismo que siento.
— Yo también te amo —volvió a besarlo.
— Es increíble lo rápido qué pasa el tiempo —comentó y acarició su cabello—. Van a ser cinco años amándote. Cinco años... pareciese que fuera ayer que entré nuevo y un lindo y pequeño rubio me recibió con toda su ternura.
— No era tierno, era irritante —rió un poco.
— Retráctate.
— No puedo, por algo le desagradaba al resto.
— Es solo porque eran unos idiotas. El Roggie de dieciséis que conocí era la cosa más pequeña y bonita del mundo. Y sí, cambió, pero el Roger de veintiuno sigue siendo el Amor de mi vida, al que amo cada día más.
— Ya te estás poniendo cursi —rió.
— Tú me pones así —se inclinó a besarlo y Roger le dio un empujón bromeando, lo que lo botó al agua—. ¡Hey, maldita pulga con cara de Furby!
Roger rió fuertemente desde el muelle y Brian tomó su pierna para lanzarlo también al agua.
— ¡Ya deja de hacer eso! —exclamó entre risas y le lanzó agua.
— Es mi venganza —argumentó.
— ¡Esta era mi venganza! —reprochó—. Tuviste una revenganza. Te vengaste dos veces, eso es injusto.
— Es injusto que no sigan haciendo películas de Star Wars —contradijo el mayor.
— Eso también, ¡pero es más injusto esto!
Brian volvió a reír y nadó hacia él para abrazarlo desde la cintura.
— ¿Puedes nadar así? —le preguntó Roger a tiempo que correspondía al abrazo abrazándolo por el cuello.
— Claro que sí —respondió—. Solo me arruinaste el cabello.
— ¿Me perdonas?
— Claro —le dio un piquito—. Bien, creo que ya deberíamos salir.
— Hey, el agua está genial —repuso—. Nademos un rato.
— Yo tengo frío —repuso y se soltó para luego salir. Roger hizo un puchero y siguió nadando.
Tras un rato, el rubio decidió salirse. Brian estaba en el baño cambiándose de ropa y secándose el cabello. Tardaría un rato.
(...)
Brian salía del baño y cerraba la puerta en el acto, bastante aliviado de poder salir de ese fétido lugar. Así que dejó su bolso en el auto y caminó hacia el muelle donde estaban.
— Hola, mi amor —se sentó a su lado. Roger sonrió y puso la cabeza en su hombro—. Estás helado.
— Sí, tengo un poco de frío, pero ya estás aquí —lo abrazó. Brian rió un poco y besó su cabeza.
— Está bien —rió.
Estuvieron un rato así hablando. Y fue cuando Roger se acercó a besarlo cuando Brian frunció el ceño.
— ¿Qué pasa? —preguntó confundido.
— ¿De nuevo?
— Diablos...
Brian se puso de pie. Roger lo miró con preocupación.
— Oh, no me mires así —dijo—. ¿Sigues fumando?
— Solo fue uno, yo...
— Deja de mentir, ¿sigues fumando?
— S-Sí, pero...
— Roger, me lo prometiste.
— Es desestresante... ¿sí? Lo siento...
— ¿Desestresante? —preguntó—. Dime, Roger ¿qué estrés tienes ahora? Estamos de vacaciones, no ves a tu papá de hace tres o cuatro meses, tus hermanastros se llevan bien contigo ahora, nadie te molesta...
— Sí lo hacen.
— ¡Pero en la universidad, no aquí! —repuso—. ¿Qué diablos quieres que te pase?
— No va a pasarme nada...
— ¿Y cómo estás tan seguro de eso?
— ¡No sé, pero...!
— Ya para con las excusas, por favor.
— ¿Por qué esto te molesta tanto? No estoy obligándote a fumar a ti...
— ¡Porque me preocupo por ti! ¡Entiende eso!
— ¡No va a pasarme nada!
— Ahora no, pero no sabes lo que pasará en un tiempo.
— Por dios, ¡no es como que me vaya a morir!
Brian lo miró enojado por un momento.
— A veces eres muy hiriente, Roger —dijo y comenzó a caminar al auto.
— Diablos, espera —corrió hacia él—. No quise decir eso, yo...
— Te diré igual como tú me dices a mí cuando digo alguna estupidez —dijo—. Ya lo dijiste.
Brian subió al auto. Roger lo miraba suplicante.
— Espera, por favor... yo...
— Sube.
— Brian, lo siento mucho, hable demás y...
— ¡Sube al auto, maldita sea!
Roger dio un suspiro y obedeció sentándose en el asiento del copiloto.
— Brian, yo... lo siento y...
— Ya cállate un rato —masculló. Roger asintió y miró por la ventana.
El camino fue silencioso. Solo se sentía el sonido que el auto hacía al andar y a veces el sonido de otro vehículo. Cuando Brian viró hacia el departamento del rubio, este supo que no quería hablar y que tan solo quería ir a dejarlo a su vivienda lo más pronto posible. Roger lo aceptó, a fin de cuentas era cierto, le había prometido a Brian no fumar y se justificó diciendo algo hiriente para el rizado como era la muerte de su padre.
Brian detuvo el auto frente a la puerta.
— Adiós, Bri...
— Solo bájate —murmuró. Roger suspiró, besó su mejilla como despedida y bajó del auto.
— Te amo —dijo el rubio y caminó hacia el departamento abrazándose a sí mismo.
Brian no respondió, suspiró y partió el auto en dirección a su casa.
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