«36»
Brian seguía enfermo.
Roger cada vez se había preocupado más por él. Las fiebres no bajaban, seguía durmiendo casi todo el día y seguía sintiéndose igual de mal, así que llamó a la enfermera de la universidad para que fuese a verlo.
— ¿Cuánto tiempo lleva enfermo? —preguntó a medida que lo examinaba.
— Una semana y media —respondió Roger. Brian se dejaba examinar mientras sudaba por la fiebre.
— ¿Y la fiebre no le ha bajado?
— No, al contrario, ha subido —suspiró.
— Primero tenía treinta y nueve... después... cuarenta y dos... —respondió Brian decaído.
— ¿Algún otro síntoma además de los que ya dijo? —preguntó.
— Eh... el martes se desmayó —dijo.
— ¿Le duele la cabeza?
— Sí —dijo Brian.
— Bueno... no puedo dar diagnósticos, así que le recomiendo que lo lleve a un médico lo más pro ro posible —dijo—. Puede ser peligroso.
— Está bien —dijo Roger—. ¿Conoce a alguno?
— Sí, el doctor Andrews —convino la enfermera—. Deberías llamar, a veces cuesta conseguir hora.
— Está bien —dijo Roger—. Muchas gracias...
— No es nada —respondió y tras despedirse, se fue.
— ¿Cómo sigues, mi ovejita? —preguntó Roger sentándose a su lado en una silla.
— Horrible —respondió con la voz ronca—. Pobre Will... tiene que dormir en tu habitación con Mike...
— No es malo dormir en la misma habitación con Mike —rió Roger.
— Una vez peleamos y estuvo todo el rato durmiendo ahí —dijo Brian—. Y ni cuenta se dió.
Roger rió al recordar eso.
— Sí, recuerdo —dijo entre risas—. ¿Necesitas algo?
— Quiero estar contigo...
— Estoy aquí contigo —tomó su mano y le dio un ligero apretón—. Y no me iré.
— Lo sé... —sonrió y tosió un poco. Roger le dio el vaso con agua y él bebió.
— ¿Quieres hacer algo?
— No puedo hacer nada —rió levemente.
— Yo te lo hago —dijo, Brian lo miró extrañado y con las mejillas rojas—. ¡No eso, cochino! —rió—. Me refiero a que si quieres leer, puedo leerte yo, o que si... no sé, algo así.
— Ah... —dice—. Claro, léeme.
— Bien —dijo—. ¿Qué quieres leer? ¿El quinto libro de la saga que me diste? Porque está buenísimo y de verdad quiero saber qué pasó con los padres de Seth y Kendra.
— ¡Has estado leyéndolos! —exclamó sonriendo.
— Quizás. Un poco —dijo—. ¿Por qué crees que cada cierto tiempo te falta un libro?
— ¡Sabía que eras tú! —exclamó y tosió.
— Te va a hacer mal —sonrió—. Y si sabías, ¿por qué nunca me dijiste nada?
— Porque te amo y te prestaré todos los libros que quieras —respondió.
— Aw... yo también te amo, pero no presto libros —besó su frente—. Sigues con fiebre... voy a pedirte una hora.
— Quizás deba hacerlo yo...
— Oh, déjame atenderte —sonrió y besó su mejilla para luego ir a pedir la hora al pasillo.
Le respondió una secretaria que le informó qué la más cercana era dentro de dos días más en la tarde. Agradeció y cortó, luego pasó a su habitación a buscar el libro y volvió.
— Bueno, mi amor, aquí tengo el...
Lo soltó y lanzó un grito. Brian estaba comenzando a convulsionar y aquello lo dejó pasmado. Corrió hacia él llamándolo por su nombre mientras pedía ayuda, lloraba, rezaba y esperaba que todo estuviera bien.
No tardaron en llegar algunos de los vecinos de habitaciones que tenían. Michael incluido. Llamaron una ambulancia, Roger seguía llorando, histérico, pidiendo ayuda y pidiéndole a Brian que no se fuera. Algunos intentaban calmarlo, pero era en vano.
La ambulancia pese a haber llegado pronto, llegó de manera lenta para Roger. Sintió que aquellos minutos que tardó eran largas y desesperantes horas que podían quitarle oportunidades a Brian. Cuando llegó, se lo llevaron y Roger tuvo que seguir el vehículo en el auto con Michael y William. Todo fue demasiado rápido, y para Brian, todo fue oscuridad.
(...)
— ¿Papá? ¿Podemos hablar? —preguntó Prudence entrando a la habitación donde se encontraban ambos de sus padres.
— Claro, Pruddie, dinos —dijo este, Vincent había decidido quedarse en su habitación, si lo veían, dirían que todo era invento suyo.
— Creo que deberíamos hablar sobre lo que pasó ese día con Roger —dijo.
— Tranquila, hija, ese infame no volverá a molestarte —aseguró Michael mientras Edith asentía.
— Bueno, es que lo que Brian dijo es verdad —suspiró—. Yo sí intenté ligármelo e incluso lo besé...
— Oh no... ¿también te lavaron el cerebro? —preguntó Edith.
— No, es la verdad —aseguró Prudence—. Y... Roger no me ofendió. Yo... empecé a decir cosas de que mi vida era mala y él simplemente dijo que no me quejara. Pasó por mucho y...
— Tú no lo conoces —sentenció Michael con molestia.
— Sí lo conozco, llevo relacionándome como tres meses con él—repuso Prudence.
— ¡Y yo toda su vida! —reclamó Michael.
— ¿Por qué lo odias tanto? —preguntó Prudence—. Es muy buena persona. Yo... lo juzgué mal, lo llamé para disculparme y fue tan sencillo...
— ¡Lo odio porque sí, y tú también deberías hacerlo después de cómo te trató!
— Papá, te estoy diciendo que lo dejé mal yo, porque a fin de cuentas eso no era verdad...
— ¡No me importa, Prudence! ¡Yo lo conozco y punto!
— Hija, deberías pensar más las cosas —dijo Edith dando el asunto por zanjado.
— Pero...
— Vete a tu habitación —interrumpió Edith. Prudence suspiró y subió a la segunda planta donde estaba Vincent.
— ¿Qué te dijeron? —preguntó este a penas la vio entrar.
— No quieren escuchar —suspiró la chica y se sentó en la cama junto a su hermano menor.
— Demonios... —soltó—. Lo supuse, de todas formas... ¿Qué podemos hacer?
— Quizás ir de a poco —propuso—. No voy a invitar de nuevo a Roger, ¿para que lo sigan humillando?
— No, eso sería lo peor que podemos hacer —coincidió Vincent—. Creo que es verdad, ir de a poco, hablarle de cosas buenas que Roger ha hecho.
— Hm... eso tampoco nos ha funcionado —dijo Prudence—. Yo creo que deberíamos buscar la causa de por qué papá lo odia tanto.
— ¿Porque es homófobo? —propuso Vincent.
— No, creo que es algo más que eso —dijo—. Papá dijo que no lo soportaba desde que Roger tenía catorce. Y se enteró de que él era gay a los... ¿dieciséis?
— Quizás lo sospechaba...
— Ahora tú eres el que no piensa —rió Prudence y Vincent la miró mal—. Lo siento... a lo que voy es que es algo de fuerza mayor. Algo... no sé, más íntimo.
— Quizás papá era abusado por el abuelo y Roger se parece a él entonces notó el parecido cuando él tenía esa edad y le recuerda a...
— Por favor, deja de ver alienígenas ancestrales —pidió Prudence—. Es algo menos enredado. Además si fuera por eso también te odiaría a ti.
— Buen punto —señaló—. ¡Hey, si tengo examen de biología y no estudié puedo cambiar papeles con Roger!
— En ese caso, ayúdalo con él rugby —sonrió Prudence con ternura y le revolvió el cabello a su hermano—. Bien, Vince, ¿alguna idea que no parezca el guión de Star Wars?
— Indagar —respondió—. Y lo del abuelo era una broma.
— Sí, claro —sonrió ella.
— Prudence, focalízate —dijo Vincent y ella rió—. Bueno, pongámonos serios. Lo primero qué hay que hacer es saber la causa. De ahí podemos sacar soluciones. Me cae bien Roger y me gustaría que viniera a cenar sin que sea una humillación para él. Además ¡por fin tengo un hermano mayor!
— Yo soy tu hermana mayor.
— Ah, tú no cuentas —dijo Vincent y Prudence le dio un golpe leve en el brazo.
El teléfono de la chica sonó.
— ¿Quién es? —preguntó el rubio.
— Roger —respondió.
— Hablando del rey de Roma.
Prudence sonrió mientras negaba con la cabeza y respondió para luego llevarse el celular a la oreja.
— Hola, Rog ¿cómo estás?
La expresión que Prudence mantenía de alegría se borró y rápidamente fue cambiada por una de horror. Vincent la miró extrañado y ella se llevó una mano a la boca.
— R-Rog, no llores por favor... tranquilo, Brian va a estar bien... nosotros... vamos a ir con Vince a verlo ¿sí? Tranquilo, respira...
— ¿Qué le sucedió? —preguntó Vincent preocupado.
— Intenta calmarte. Si se te hacen pequeñas las paredes es una crisis de nervios... inhala, exhala —le dijo mientras realizaba ambas acciones junto con Roger—. Inhala.... exhala... inhala... exhala...
— ¡V-Va a mor-morir! —escuchó Vince la voz de su hermano, que claramente lloraba.
— ¿¡Qué!? —exclamó él.
Prudence le hizo un gesto que guardara silencio.
— No, no va a morir —aseguró—. ¡Es Brian! ¡Brian es fuerte! Va a pasar esto, Roger... y cuando lo haga estarán juntos de nuevo.
Vincent miraba todo asombrado, tanto por la situación de Brian y su hermano, como el cambio radical en su hermana. Supuso que ella quizás debía abrir los ojos y conocer la realidad y que lo había hecho. Que de una forma y otra había abierto su corazón y había dejado escapar a la buena persona que podía llegar a ser. Su máximo potencial.
— Iremos allá ahora —aseguró Prudence tomando una chaqueta e indicándole a Vincent que hiciera lo mismo mediante un gesto, él obedeció algo atontado y bajaron las escaleras mientras ella seguía intentando tranquilizar a Roger.
— ¿A dónde van? —preguntó Edith.
— ¿Y con quién hablan? —preguntó también Michael.
— ¡Nos vemos! —respondió Vincent simplemente tomando las llaves más cercanas y saliendo con Prudence. Ambos adultos rodaron los ojos y siguieron en lo suyo sin preocuparse.
— ¿Qué hospital es? —preguntó Prudence—. ¿La ambulancia aún no llega a él? ¿Tú vas allá? —escuchó como una voz masculina le decía "Roger, tranquilo, por favor" y otra "Dios mío... Brian... ¿también van a bajarse a arrastrar la ambulancia?" Y luego la primera voz diciéndole a la segunda "cállate, William".
— N-No... voy en el auto con unos amigos... —respondió Roger tras la línea—. V-Venimos siguiendo la ambulancia. No sé d-de cuál hospital es.
— Bien, iremos al general y si llegas a otro nos avisas —dijo Prudence. Vincent abrió el auto y ambos partieron.
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