«34»
— ¡Eso fue genial! —rió llevándose ambas manos a la boca para luego abrazarlo del brazo mientras seguían caminando.
— ¿Tú crees? —rió devuelta.
— ¡Hubieras visto la cara de Edith por lo último! —siguió riendo Roger energéticamente.
— ¿Era como una barbie barata?
— ¡Sí! ¡Y muy fea!
Ambos volvieron a reír.
— Lamento mucho todo lo que te dijeron, amor.
— Oh, no es problema Bri-Bri —dijo y Brian rió por el apodo.
— ¿Bri-Bri?
— ¿No te gusta?
— No.
Roger asintió un poco cabizbajo.
— Porque me encanta —agregó Brian y rió.
— ¡Hey! —rió devuelta—. Sustos que dan gusto.
— Pero... —rió más.
— Gracias por haberme defendido —dijo.
— Es lo que correspondía —respondió Brian.
— Quizás no —dijo—. Ahora me odiarán, pero... ya era, no hay caso con ellos.
— Bueno, en ese caso te amaré el doble para que no te sientas mal.
— Oh... Bri —sonrió y besó su mejilla.
— ¿Solo en la mejilla? Acabo de decirte que te amaré el do... —rápidamente Roger lo interrumpió y juntó sus labios en un dulce beso.
Sin embargo, Brian se separó.
— ¿Ah? ¿Qué pasa? —preguntó Roger confundido.
— Hueles a tabaco —explicó frunciendo el ceño—. Roger, ¿hace cuánto?
— Bueno, yo...
— Hace cuánto —insistió.
— Un mes... pero... puedo dejarlo, yo...
— ¿Un mes? —preguntó—. ¿Un mes y recién me doy cuenta?
— Estaba algo estresado y me dieron a probar... yo... sé que no te gustan esas cosas y...
— Bien, no importa —suspiró más calmado—. Pero por favor, déjalo. ¿Sabes lo que provoca el cigarro?
— Mucho...
— Entonces... ¡estudias biología! Con mayor razón deberías saberlo —dijo, Roger asintió.
— Lo siento.
— Bien, ahora dame las cajetillas —pidió.
— ¿Ah?
— Las cajetillas —dijo calmado—. Es el primer paso, Roggie.
— Tampoco soy un adicto... digo, solo llevo un mes...
— ¿Cuántas te fumas por día?
— No sé...
— Un promedio.
— No llevo la cuenta...
— Vamos, Roger, estoy intentando ayudarte.
— Bien... creo... creo que unos tres diarios.
— Bueno, tampoco es tanto, al menos —suspiró—. Pero debes dejarlo. No quiero que te pase algo por fumar tanto.
— Está bien... entiendo... —tomó su mano y apoyó la cabeza en el hombro de su novio.
— Disculpa si estoy siendo metiche, pero... me da miedo que te de algo.
— Tranquilo, Bri, entiendo.
Siguieron caminando.
— Rog.
— ¿Hm?
— Las cajetillas.
— Oh, sí, lo siento —dijo y se sacó una del bolsillo para entregársela en la mano—. Esa es la última que me queda.
— Bien —dijo—. Gracias.
— No es nada —se inclinó a besarlo, pero Brian se corrió—. Bri...
— No hasta que te laves los dientes.
— Pero estamos a una hora de la universidad.
— Considéralo un reto —le guiñó un ojo, pero Roger seguía mirándole los labios con la boca entreabierta—. Oh, vamos, no soy un pedazo de carne y tú un perro.
— Bueno... —apartó la vista.
— Lamento ser odioso, pero... no sé, me preocupa. Ya sabes... mi papá...
— Bueno, sí... —suspiró—. ¿Él fumaba?
— Todos los días... —suspiró también—. Por lo mismo. Ya lo perdí a él, no quiero perderte a ti.
— Bueno. Por ti lo haré —besó su mejilla—. ¿Ahí sí?
— Bien, puedes besarme —sonrió—. Pero tienes que comprar una menta, por favor, te apesta la boca a cigarro.
— Está bien —rió—. Aquí tengo una.
— Bien.
Roger se la introdujo en la boca, masticó, tragó y tras sentir la frescura de la menta invadir su paladar, sonrió para luego abrazar a su novio por el cuello y depositar varios besos en sus labios que poco a poco iban sonriendo.
— Espera —dijo y Roger se detuvo—. ¿Me prometes que no volverás a fumar?
— Lo prometo —dijo y Brian sonrió satisfecho para luego cargarlo como princesa y reír—. ¡B-Brian!
— ¿Vamos, mi princesa?
— ¡B-Bájame! —exclamó rojo como amapola mientras se aferraba fuertemente a su cuello.
— Hm... no, no quiero.
— ¡N-No es gracioso, bájame! —exclamó, sentía que se caería en cualquier momento.
— Eres muy flaquito —dijo sonriendo—. No pesas casi nada. Te podrías quebrar fácilmente, así que te voy a cuidar, muñequita.
— B-Bueno, pero bájame que me pones nervioso —dijo.
— ¿Y por qué? —besó su nariz, luego su frente y por último sus labios.
— ¡Porque puedo caerme!
— No vas a caerte —rió—. Te tengo bien afirmado. No pesas nada.
— P-Pero...
— Nada de peros, princesa —besó sus labios y Roger correspondió por instinto—. Así me gusta.
— ¿Puedes bajarme por favor?
— Bueno —caminó y lo soltó en una piscina pública que estaba vacía por la época del año.
— ¡Brian! —exclamó mientras caía y luego sintió cómo entraba en el agua. Brian rió y también se zambulló—. ¡Ayuda no sé nadar!
— Oh, sí sabes, te he visto nadar varias veces —rió y nadó hacia él para tomarlo de la cintura, Roger se aferró rápidamente a su cuerpo.
— Maldita sea, Brian, estoy empapado —rió sin soltarse.
— Lo sé, yo también lo estoy —rió—. Vamos a la orilla, vamos a hundirnos.
— Hundámonos juntos —dijo.
— Si nos hundimos vamos a morir, bobo —dijo y nadó hacía la orilla.
— No debí comer esa menta.
— Oh, no, hiciste bien en comerla —respondió.
— Tengo frío.
— ¿Y yo estoy pintado acaso?
— Tú me lanzaste —rió y le tiró agua en la cara.
— ¡Oye! —le tiró devuelta y terminaron molestándose largo rato con ello.
Cuando salieron del agua, se sentaron afuera de la piscina a ver el atardecer que ya comenzaba a salir.
— Estoy congelado —dijo Roger. Brian notó que tiritaba un poco, así que lo rodeó con un brazo y lo atrajo hacia él.
— ¿Mejor?
— Por supuesto —sonrió y se acomodó.
— No vuelvas a fumar, por favor.
— Tranquilo, no lo haré —dijo y tomó su mano. Ambos sabían que no mentía y aquello fue un alivio.
(...)
— Qué falta de respeto —habló Michael enfadado—. Ese malparido es igual de insoportable que él.
— Así son ese tipo de personas —dijo Edith con desdén mientras seguía limándose las uñas.
— Primero tratan mal a Pruddie, luego vienen a hablar estupideces...
— Tú empezaste a hablarlas, papá —intervino Vincent. Michael lo miró con rabia y luego hizo un gesto de despreocupación con la mano.
— Solo vete a tu cuarto.
Vincent suspiró y se levantó para subir, sin embargo, se sentó en la escalera a oír la conversación.
— No puedo creer que Vince los haya defendido —dijo Edith—. Está perdiendo el sentido común.
— No seas tan dura con el chico —repuso Michael—. El imbécil de Roger hace que todos piensen que es la víctima, no es culpa ni de Vince ni mía. Yo solo quiero disciplinarlo.
— Sé que no es culpa tuya, querido —dijo ella—. Ese chico salió idéntico a su madre.
— Bueno, ustedes se conocen mucho —dijo Michael.
— Es mi prima, por supuesto que sí —dijo—. Winifred era muy desagradable. Todo le salía bien. Buenas calificaciones, buenos novios, buena familia.
— Oh, pero Edith, tú eres mejor que ella —se apresuró en decir Michael y la mujer sonrió satisfecha.
Vince quedó perplejo al oír aquello. ¿Entonces además de ser su hermano, Roger era su primo? Aquello era demasiado enredado.
— Creo que a Vincent le hizo mal parecerse tanto a él físicamente —comentó Edith—. Qué mal... mi niño se parece a ese... ese tipo.
— Ya cambiará —aseguró Michael—. Roger o él. Quizás Roger de tanto vicio que tiene.
— Si no... qué horrible, ver el rostro de mi hijo y recordar a ese chico. Pobrecito tú... eres tan buen hombre y la vida te castigo con un hijo así. Anormal.
— Al menos no es mi único hijo —dijo—. Nietos tendré.
— Al menos —dijo—. ¿Sabes? Tu hijo me desagradaba, pero supe lo imbécil que es cuando Pruddie llegó llorando de ir a verlo...
— Deshonra mi apellido —escupió Michael molesto—. Pero ya tengo todo hablado, no le dejaré nada de herencia. Que lo haga Winifred que tanto le gustó malcriarlo.
Vincent comenzaba a molestarse cada vez más. Pensaba que era injusto que tratasen así a su hermano, puesto que dentro de lo que había convivido con él, había notado que era alguien sumamente agradable, y que soportaba mucho con tal de obtener el amor de su padre, lo cual era bastante comprensible.
Se levantó molesto y subió las escaleras hacia la habitación de su hermana para hablar con ella. Tocó la puerta cerrada y Prudence le abrió.
— ¿Qué quieres? Pensé que era suficiente con creerle más a ese fácil que a mí —dijo.
— Vengo a hablar contigo —respondió.
— ¿Sobre qué?
— Sobre Roger.
— ¿Para? Ya lo defendiste lo suficiente.
— Bueno, quiero que me digas exactamente lo que ocurrió cuando fuiste —explicó
— Ya te lo dije, Vince, estuve conviviendo muy bien con Brian y llegó después de acostarse con un amigo para ponerse celoso, me dijo un montón de cosas ofensivas y me echó.
— Quiero que me lo digas de nuevo, pero sin mentir —insistió.
— ¿Por qué tanta insistencia? —preguntó Prudence y se apoyó en el marco de la puerta—. Acabas de conocerlo.
— Es mi hermano...
— ¿Y? Yo también lo soy —dijo.
— Sí, pero... —suspiró—. Mira, Prudence, he visto y oído cómo papá habla de él. Primero pensé que era tan malo como lo describía, pero luego pensé que no sacaba nada con predisponerme. Me propuse conocerlo y juzgarlo dependiendo de lo que yo conocía, no de lo que me decían.
— ¡Robó un auto y vendía hierba en secundaria! —exclamó Prudence escandalizada.
— Sí, estudio donde él estudiaba, ¿y sabes qué? Resultó que era mentira.
— Un momento, tú no tienes cómo saber eso —dijo Prudence—. Si te lo dijo él...
— No lo dijo él —aseguró—. Prud, en la escuela todos hablan de él. Cambiaron cosas del reglamento por él. Metieron a prisión a uno de sus compañeros porque casi lo mató. ¿Y te digo por qué sé? Porque todos me confundían con Roger, me preguntaban por Brian y me preguntaban qué hacía allí. Cuando expliqué que no era él, me dijeron todo. No tuvo una vida fácil.
— ¿Y? Papá por algo dice lo que dice.
— ¿No lo entiendes? —suspiró—. Prudence, hicieron una investigación enorme por un poema que escribió. Papá estaba ahí. Papá lo golpeaba.
— Lo educaba —corrigió Prudence segura.
— Escucha, todos hablaron de Roger cuando llegué por él simple hecho que pensaron que era él. Me preguntaron si "había superado el bullying por parte de un tal Marty" si "ya había superado la muerte de Clare" si mi vida ya no era una porquería.
— ¿Dijeron eso? —preguntó.
— No, pero las cosas que preguntaban... y eran los profesores. No los alumnos. Roger era conocido y no por ser el típico malo que anda haciendo desastres.
— Eso es lo que él contaba para victimizarse —dijo Prudence.
— ¿Podrías dejar de ser tan tonta por cinco minutos? —pidió y ella lo miró indignada—. Dime ahora. ¿Qué fue exactamente lo qué pasó ese día?
Prudence suspiró y abrió un poco más la puerta.
— Entra —dijo simplemente.
— Gracias —dijo Vincent y obedeció. Prudence cerró la puerta tras él, sabiendo que mentir no tenía caso y que era momento de decir la verdad.
Inevitablemente.
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