29

Brian suspiró a tiempo que lo vio entrar. Roger lo miró extrañado.

— ¿Qué pasa?

— No sé —dijo—. Estás precioso.

— Claro que no... todavía tengo los moretones... —murmuró.

— Ya te dije que las heridas no te quitarían tu belleza, amor —dijo—. Y además, estoy enamorado de ti por tu interior, no solo por tu exterior.

— Lo sé, pero... aún estoy algo inseguro por eso... ¿comprendes? —se sentó en la cama y Brian lo tomó por las axilas para dejarlo acurrucado junto a él. Roger lo abrazó básicamente como un reflejo.

— No tienes que estarlo, amor —dijo y estornudó. Roger sonrió por eso.

— Salud —le dijo.

— Estoy un poco enfermo, lo siento —admitió.

— ¿Por qué?

— No sé, me duele la garganta. Ya se me pasará.

— ¿Seguro?

— Claro —dijo—. Ven, ahora bésame.

— ¿Para eso me llamaste?

— Sí, ¿por?

— Nada —sonrió Roger y envolvió su cuello con sus brazos para luego besarlo—. Me gustan esos gestos románticos.

— Qué bueno —dijo—. Porque no dejaré de hacerlos.

— Me parece perfecto —le sonrió y volvió a besarlo, con un poco más de intensidad.

Brian no tardó en tomarlo por la cintura y aferrarlo a él mientras correspondía. Volvió a mover el pulgar en ella y Roger emitió una risa ligera por las cosquillas, sin separarse del beso, claro.

Y bueno, William abrió la puerta.

— Oh, diablos, perdón —se tapó los ojos como un reflejo.

— No te preocupes —dijo Brian, Roger estaba hecho un tomate.

— ¿No interrumpí nada? —preguntó nervioso.

— No, claro que no, Will —sonrió Roger atreviéndose a hablar, pero con las manos en el rostro por la vergüenza.

— Pero estás rojo...

— Will, por favor —pidió Brian. Él se resignó a tomar un libro y antes de irse susurrarle a Brian.

— Me tienes que contar todo.

Acto seguido, se fue.

— Lamento eso... —dijo Brian riendo con nerviosismo.

— No hay problema —rió de la misma forma—. ¿Y qué le contarías a Will?

— Ay no sé, quizás interpretó otra cosa —rió.

— Con los rumores qué hay, es fácil que lo interprete...

— Sí, supongo... —dijo y tras un momento agregó—. ¿Te molestan mucho esos rumores?

— No tanto los rumores en sí —admitió—. Es obvio que todos piensan que al menos entre nosotros sí pasó, y no quiero forzarnos a nada, así que... no sé, el rumor en sí no me importa. Lo que sí me molesta es que me lo saquen en cara casi todos los días. Es realmente molesto.

— Supongo que sí... —dijo y tosió—. Lo siento, bueno, a lo que iba, a mí también me han dicho estupideces.

— ¿Cómo qué?

— Como que me engañas.

— Es broma, ¿no?

— No, pero no tienes que preocuparte —dijo—. Sé que es mentira. El punto es que esto está descontrolándose.

— Al diablo, que se descontrole, nos tenemos a nosotros.

— Sí, tienes razón —dijo y acarició su cabello—. No creeré ningún rumor que me digan de ti.

— Yo tampoco —aseguró.

(...)

Cuando Brian despertó al día siguiente, la garganta le dolía con intensidad. Se levantó para ir a clases, pero al encontrarse con Roger, este lo miró preocupado.

— ¿Qué? —preguntó.

— Estás pálido —dijo y puso una mano en su frente—. E hirviendo... mejor entra, voy a tomarte la temperatura.

— Rog, estoy bien —aseguró.

— No lo creo —tomó su mano y lo introdujo a la habitación para luego cerrar la puerta—. Acuéstate, voy a sacar el termómetro, ¿sí?

— Rog, estoy bien.

— Acuéstate —insistió—. Por favor.

Brian accedió y obedeció tras un suspiro, Roger agradeció con una sonrisa de ojos cerrados y sacó el termómetro para luego ponérselo en la axila.

Tras un pequeño tiempo, Roger le sacó el termómetro y lo vio.

— Demonios, tienes cuarenta grados —dijo.

— ¿Qué?

— Sí... déjame tomarte la temperatura de nuevo.

Como seguía saliendo que Brian tenía cuarenta grados, Roger le dijo que se quedara en cama y que él avisaría que estaba enfermo. Brian se negó, diciendo que era viernes y reposaría el fin de semana.

Pese a que Roger no quería, terminó aceptando, pero le dijo que lo cuidaría el resto de la tarde, puesto que ese mismo día terminaba sus exámenes.

Y bueno, cuando volvieron de clases, Brian temblaba y debía sonarse muy seguido, sin contar que le apretaba el pecho y que parecía muerto en vida.

— Te diría “te lo dije”, pero eso no va a sanarte... —suspiró Roger sentado en un costado de la cama. Brian estaba acostado y tapado, aún tiritaba.

— Lo dijiste... —dijo con la voz ronca por toser.

— No te preocupes, mi amor, yo te voy a cuidar —aseguró acariciando uno de sus rizos—. Perdón por haberte obligado a lavarte el cabello, quizás fue por eso...

— No, Roggie, no fue por eso —sonrió—. Tranquilo, ¿si?

— Bueno... —dijo—. ¿Quieres algo?

— Agua, por favor.

Roger se levantó y sacó el vaso plástico que Brian siempre tenía en su mesita de noche para llenarlo con agua, luego se lo entregó a Brian y besó su frente con cariño.

— Aquí tienes.

— Gracias...

— ¿Te sientes muy mal?

— Bastante... —respondió—. Me duele la cabeza.

Roger le dio un beso en la cabeza al escuchar aquello. Brian sonrió con las mejillas algo rosadas.

— Y también las mejillas —dijo, Roger lo besó en la zona indicada—. Y los labios...

Roger lo besó castamente y luego acarició su mejilla.

— Ah, el cuello también...

— ¡Brian! —rió y le dio otro beso casto allí—. Aún tienes fiebre...

— Me siento fatal...

— Tranquilo, Brimi, ya va a pasar —aseguró y acarició su cabello—. Yo estoy aquí contigo y no te dejaré solo.

— Ponte aquí conmigo... —pidió, Roger sonrió y obedeció, Brian no tardó en abrazarlo—. Gracias.

— No hay de qué —respondió y se acurrucó entre sus brazos—. ¿Tienes frío? Hace poco estabas temblando...

— No, ya no —respondió oliendo el aroma a frambuesa que emanaba de la cabellera rubia—. Cántame algo.

— Un mamut chiquitito, quería...

— Algo normal, por favor —rió.

— Oh, bueno —dijo—. Proponme algo.

— Me gusta como te sale And i love her —respondió acariciando su cabello.

— Pero me sale fatal —rió un poco.

— Te sale maravilloso... tu voz... dios, amo tu voz.

Roger sonrió y cedió, comenzando a cantar la primera estrofa.

Sin embargo, se interrumpió.

— Un momento —dijo—. No sirve.

— ¿Por qué?

— And i love her —dijo—. Her. Her. Hache, e, ere.

— Ok, ok, ya entendí —rió—. Entonces... no sé, todas las canciones románticas son para una chica.

— Las de George Michael no —dijo Roger y Brian rió—. Las de Elton John tampoco...

— Bueno, entonces cántame algo tuyo.

— Bien, estuve haciendo esto el otro día. Espero qu te guste, le puse toda mi alma —dijo y tomó aire—. The machine of a dream...

— ¿Qué...?

— Such a clean machine...

— ¿Qué diablos?

— With the pistons at pumpin’, and the hubcaps al gleam.

— Roger, estás asustándome.

— When I’m holding Your wheel... All i hear is Your gear... with my hand on your greasegun. Ooh it’s like a disease son...

— ¿Qué demonios?

— Espera, se viene la mejor parte —dijo y tomó aire—. ¡I’m in love with my car! ¡Got a feel for my automobile! ¡Got a...!

Brian le tapó la boca mientras se echaba a reír, Roger le lamió la mano y Brian la retiró.

— ¡Deja de hacer eso! —rió.

— Somos novios, Brian, intercambiamos saliva a diario.

— ¿Qué? —volvió a reír.

— Nada, ¿por qué interrumpiste mi obra maestra?

— ¿Qué diablos fue eso? —preguntó—. ¿Y qué diablos haces con ese auto?

— ¡Es una metáfora, Brian!

— Oh Dios mío... mi novio es un mecafílico —se llevó las manos a la boca.

— Existe un recurso lírico muy conocido llamado metáfora. ¿Lo conoces?

— Soy la segunda opción porque la primera es un auto. Eso es muy cruel, Roger.

— ¡No es cierto!

— Me siento ofendido.

— ¡Hey!

— Fue muy triste.

Roger le pegó con una almohada en la cara a tiempo que reía.

— ¡La almohada no, que estoy enfermo!

— ¡Mi canción es muy buena!

— No lo es, no tiene impacto.

— ¡Oh, vamos!

— ¿Prefieres a un auto antes que a mí? Eso es muy hiriente.

— ¡No! ¡Ni siquiera tengo un auto! Deberías cambiar los “car” por “Bri”.

— Oh sí, y se supone que me tengo que tragar eso. Sí, se ve muy creíble.

— Bri.. —dijo haciendo un puchero.

— No, prefieres a un auto antes que a mí, no te perdono.

— Bri... —repitió y besó sus labios—. Bri...

— No. traidor.

— Pero Brimi... —lo abrazó y escondió el rostro en su pecho. Brian sonrió, puesto que aquello le pareció adorable.

— ¿Qué?

— Yo te amo...

Volvió a sonreír enternecido y soltó una pequeña risa para después tomar uno de los mechones de su cabello y trenzarlo con cariño.

— Y yo estoy muy dolido —dijo divertido. Parecía que Roger estaba creyéndose el cuento, y para que lo perdonara, se volvía demasiado adorable, al parecer del mayor.

— Perdón...

— Ok, te perdonaré, pero con una condición.

— ¿Cuál? —salió de su escondite y lo vio con los ojos iluminados.

— Me debes besar.

— Me gustan tus condiciones —dijo.

— A mí también —dijo, Roger lo besó y acarició su mejilla. Brian correspondió tomando su cintura.

— ¿Ahora sí?

— Sí, amor, ahora sí —sonrió—. Me encantan tus besos.

— ¿En serio?

— Sí —dijo—. Me fascinan. ¿Y te digo por qué?

— Claro —respondió.

— Porque provienen de ti —respondió.

Roger sonrió y lo volvió a besar. Continuaron largo rato besándose, hasta que el celular de Roger comenzó a sonar. Se separaron con los labios ya hinchados, Roger soltó una risa nerviosa y Brian solo lo miró con amor.

— Ya voy, ovejita, espérame —dijo y besó su mejilla para luego ir a atender—. ¿Hola?

Hola, hijo... —escuchó la voz de su madre.

— Hola, mamá, ¿cómo estás?

Eh... bien, bien —se apresuró en responder—. Pero tengo que contarte algo. ¿Tienes tiempo?

Hm... claro ¿qué es? —preguntó con intriga. Brian lo miró confundido y él se encogió de hombros.

Es acerca de tu padre —dijo.

— ¿Mi papá?

¿Tu papá? —preguntó Brian en un susurro poco audible, Roger le hizo un gesto para que esperara.

—respondió—. Sobre él.

Está bien, pero... ¿qué pasó con él?

Es bastante complicado —suspiró con pesar—. Te explico, tu padre tenía una aventura con otra mujer. En Sussex.

— ¿Ah?

Sí... —suspiró—. Bueno, la cosa es que es hace bastantes años. Ahora se va a casar con ella y... quiere dinero.

— ¿No le fue suficiente con joderme toda la maldita secundaria? ¿Y a ti la vida? —preguntó algo molesto.

Al parecer no —suspiró—. Tiene otra hija.

Roger tardó en reaccionar.

— ¿Qué?

Sí, bueno, dos —suspiró—. La niña tiene tu edad y el niño es un poco menor que tú... tiene dieciocho.

— ¿Qué? —repitió.

Él... él iba a verla cuando iba a sus “viajes de negocios” —explicó—. En fin, quiere que los conozcas. A los niños y a su nueva mujer.

Que se pudra —soltó seco.

Roger...

— Que se pudra. Para mí solo logro sufrimiento. Jamás se preocupó por mí y procuró hacerme la vida imposible. No pienso andar jugando al jueguito de la familia feliz con “la otra” y sus niños. No.

Roger...

— Perdón, mamá, no puedo hacerlo —dijo—. Iré a almorzar contigo el sábado que viene, ¿sí? Nos vemos. Te quiero.

Hijo, por favor espera —dijo, Roger fue incapaz de colgar y Brian seguía mirando expectante y sin saber qué sucedía—. No sé si son sus hijos biológicos. Creo que ella no, y que él Niño sí, pero no sé más allá. Michael es de pocas palabras. Pero por favor... inténtalo. Sé que es un monstruo, pero es tu padre y no puedo inculcarte el vivir con odio.

— Mamá, yo no lo odio por lo que me hizo a mí —dijo—. Yo lo odio por lo que te hizo a ti. Por cada golpe que recibiste. Por cada menosprecio. Por cada insulto. Lo odio porque fue una basura. Y eso no va a cambiar.

Roger, por favor, dale otra oportunidad. Es tu padre.

— Pero no se comportó como tal.

Lo sé... —suspiró—. Hazlo por mí.

Roger soltó un suspiro pesado.

— Bien —dijo—. Lo haré.

Winifred agradeció numerosas veces y tras despedirse, decidió colgar. Roger se llevó una mano a la frente. Todo había sido muy rápido.

— ¿Qué pasó con tu papá? —preguntó Brian.

— Tengo hermanos —dijo simplemente y se sentó en la cama.

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