28

— Brian, no quiero ir a educación física —dijo Roger.

— Tienes que ir —rió levemente mientras seguía leyendo.

— Me gustaría quedarme aquí contigo y que me leas —dijo sonriente.

— Te van a poner una mala calificación si no vas —volvió a reír.

— Agh... lo sé —se recostó a su lado—. Pero me va a doler todo el cuerpo. Más de lo que ya me duele.

— Si vas, te compraré un dulce.

— Brian, no soy un niño pequeño como para que me sobornes con eso —dijo y tras una pausa agregó—. ¿Qué sabor?

Brian rió.

— De esas paletas grandes de caramelo —dijo—. Esas redondas que tienen dibujos dentro.

— ¡Sí! ¡Me encantan! —exclamó—. Quiero decir... no me sobornarás con un dulce.

— Entonces con un beso y un dulce —dijo.

— Eres mi novio, puedo besarte cuando quiera —repuso.

— Ah, pero no siempre puedes... eh... diablos, no tengo nada —dijo.

— Ok, iré a educación física si tú dejas que te planche el cabello —dijo.

— ¿¡Qué!? ¡Ni hablar! —exclamó.

— Oh... vamos Bri...

— ¡Ni loco! ¿Sabes cuánto cuesta que me quede así?

— Entonces mójate el cabello y yo te lo seco.

— ¿Qué tienes con mi cabello, Roger?

— ¡Es que me gusta! Es muy esponjoso —se justificó—. Como una nube.

— Bien —accedió—. Puedes secarme el cabello.

— ¡Gracias, mi amor! —lo besó—. Bien, iré a educación física, ¿sí?

— Yo tengo física.

— ¡Menuda suerte que tienes! —reclamó—. ¡Física es de mis materias favoritas!

— ¿Y entonces por qué quisiste ser biólogo?

— Ay no sé, también me gusta.

Brian rió levemente.

— Bueno, anda, o vas a llegar tarde.

— Pero odio educación física...

— ¿Quieres secarme el pelo o no?

— ¡Sí, sí quiero! —exclamó rápidamente.

— Entonces tienes que ir a esa clase —dijo—. Ven, te acompaño hasta que esté en mi salón.

— Bien... —accedió con desánimo.

Así que siguieron caminando mientras conversaban. Cuando Brian llegó a su salón, Roger dio un suspiro y siguió solo a su clase de educación física.

Guardó sus cosas y se cambió de ropa. Había llegado demasiado temprano.

(...)

— Bien, abran sus libros y realicen los ejercicios que salen en la página trescientos cuatro.

Brian obedeció al igual que sus compañeros y estuvo realizando los ejercicios de la página correspondiente.

— ¿Brian?

— ¿Ah? Dime —dijo.

— Necesito que me expliques el cuatro... no lo entiendo.

— Claro.

— Debería pedirle ayuda a otro —murmuró un compañero. Brian no lo escuchó y el otro chico tampoco—. May pasó el año a rastras.

— Y usted también, así que quédese callado —lo reprendió el profesor.

El chico rodó los ojos.

— Usted no conoce las malas famas —siguió.

— Y no me importan, trabaje.

— En serio, Brian es pareja de un chico que no tiene muchos valores.

— Señor Smith, no me interesan en absoluto las vidas de mis alumnos, siga trabajando.

El tipo soltó un bufido.

— ¿Y por qué tiene pocos valores? —preguntó otro a su lado.

— Oh, pensé que sabías —dijo—. Ese tipo se mete con cualquiera. De seguro Brian es todo un cornudo.

— Vaya... ¿en serio?

— No, dejen de hablar estupideces —dijo una chica de la clase—. Los conozco a ambos y se aman mucho, así que dejen de esparcir imbecilidades falsas.

— Es que es fácil perdonar un engaño gracias a la forma en la que pide perdón su novio —dijo.

— Ya te dije que no me meto en rumores, cállate y trabaja.

— No son rumores, Marty lo confirmó y Edgar también. Varios han afirmado lo mismo. Se mete con cualquiera, un par de veces, se aburre y se busca otro. Brian sigue con él solo por eso.

— Escucha, imbécil —siguió ella—. Considero algo de pésimo gusto hablar de alguien a sus espaldas. Más aún diciendo cosas totalmente falsas. Conozco tanto a Brian como a su novio lo suficientemente bien como para saber que eso mentira.

— Es lo que aparentan.

— ¡Dios mío, estamos en la universidad! ¡Arman rumores como niños de secundaria! ¡Ya paren! —exclamó y sin más se cambió de puesto.

— Dios mío... —masculló Smith—. Tú me crees, ¿no?

— No sé... —dijo.

— Pf... lo voy a demostrar —masculló.

— ¿Y por qué le das tanta importancia?

— Porque sí, no me gusta quedar de mentiroso —respondió.

— Entonces deja de seguir rumores —le dijo y el contrario no tuvo otra que aceptar.

(...)

— ¡Bri! ¡Brimi ya llegué de educación física! —exclamó cerrando la puerta tras de sí.

— ¿Cómo te fue, bebé?

— ¡Horrible! Evaluarán rugby. Quizás deba empezar a hacer mi carta de congelamiento —dijo.

— Oh vamos, no creo que sea tan malo —rió.

— ¡Lo es! Apesto en rugby.

— Tampoco tanto...

— ¡A ti te respetaban por ser alto! —reclamó—. Bueno, no importa, mójate el cabello. Voy a secártelo.

— Oh, vamos, Rog... estamos en enero.

— ¿Y? En América del Sur ahora es verano —dijo—. Vamos Bri... lo prometiste...

— Bien —accedió y Roger sonrió ampliamente—. Pero que te quede bien.

— ¡Gracias! —exclamó y besó su mejilla.

Brian no tuvo otra que aceptar entre risas, y fue a mojarse el cabello en una pileta.

— Maldito Furby consentido —dijo entre risas.

— ¡Hey! —exclamó—. Te queda lindo el cabello mojado.

— ¿En serio? Yo creo que se me ve fatal.

— No, te ves muy bonito, Brimi —besó su mejilla nuevamente—. Bien, siéntate en la cama.

Brian obedeció a tiempo que Roger sacaba el secador de pelo y lo enchufaba, luego se sentó detrás suyo.

— No lo peines —se apresuró en decir—, si no queda liso.

— Hm... yo veré cómo lo hago —río.

— Roger, no.

— ¡Ay vamos! Quiero jugar con tu pelo un rato. Si queda liso, te hago los rizos.

— Bien —suspiró.

— ¡Gracias! —exclamó contento y rápidamente puso los dedos entre los cabellos mojados de Brian para comenzar a secarle el cabello.

Entre tanto, lo peinaba y a veces se lo enredaba en el dedo índice jugando con los cabellos. Brian soltó una risa ligera al ver por un espejo la cara de asombro que mantenía el contrario mientras tenía el cabello del otro en sus manos.

— Qué largo es...

Brian soltó una risa más notoria por su expresión, parecía hipnotizado, concentrado o algo así.

— ¿Qué? —preguntó contagiándose de la risa.

— Te ves como si estuvieras dando un examen —rió.

— ¡No es cierto! —exclamó aún secándole el cabello, el que ya comenzaba a rizarse.

— Oh, sí, lo es —dijo entre risas—. Te ves bonito concentrado, amor.

Roger expandió una sonrisa boba por su rostro mientras seguía en su labor y se sonrojaba.

— Aw, qué bonito te ves así —dijo mirándolo a través del espejo y Roger emitió una risa nerviosa mientras intentaba salirse del plano visible por el objeto escondiéndose entre el cabello de su novio.

Siguió secándole el cabello por largo rato, considerando que este era mucho y además algo grueso.

— Oh no —dijo.

— ¿Ah? ¿Qué pasa?

— Creo que se me alisó...

— ¿Ah? —Brian se levantó y se puso tras el espejo—. Diablos.

— Perdón...

— No te preocupes —le sonrió—. Tampoco está lacio, solo... menos voluminoso. Creo.

— ¡Tengo una rizadora! —exclamó y corrió a su habitación para buscarla y luego volver con una sonrisa amplia.

— ¿Por qué tienes una rizadora? —rió—. Esas cosas las usan las chicas.

— Sí, y las chicas también tienen novio, deja de juzgar —dijo y se sentó nuevamente detrás suyo—. Sé usarla, no te preocupes.

— Aw... la pequeña Roggie se hace peinados para ir al centro comercial con sus amigas.

— ¡Cállate! —rió avergonzado—. Era de mi mamá.

— ¿Y por qué la tienes tú?

— Porque se la quité —dijo obvio y Brian volvió a reír—. Sí, sí, búrlate, al menos yo no gasto dos horas de mi día en tratarme el pelo.

— ¡Oye!

— ¿Me perdonas?

— Depende. Si me das un beso, sí. Pero uno bueno.

— ¿Qué tan bueno? —preguntó con una ceja arqueada.

— Hagamos algo —dijo—. Yo te daré un beso que alcance el sol. Tú me darás uno que alcance la luna.

— Pero la luna está a menor distancia que el sol...

— Lo sé, no arruines el romanticismo —pidió.

— Mejor te doy uno que llegue a Júpiter —dijo.

— Y yo te daré uno que llegue a todos los confines de la galaxia.

Roger sonrió a tiempo que comenzaba a rizarle el cabello.

— Está bien —aceptó sonriendo.

— ¿Ahora puede ser?

— Por mí, genial, pero la rizadora se va quemar —sonrió.

Brian tomó la muñeca de Roger que sostenía la rizadora y tomó el objeto para luego apagarlo y desenchufarlo. Roger lo miró sonriendo con las mejillas encendidas.

— Ahora ya no —dijo.

— ¿Por un beso prefieres quedar con el pelo liso? —preguntó Roger a tiempo que lo abrazaba por el cuello.

— Sí —afirmó.

— Aw... qué lindo —sonrió y besó su nariz, Brian tomó su cintura y le dio un casto beso en el cuello—. Eres muy tierno conmigo, Bri.

— ¿De verdad? —preguntó.

— Sí —sonrió y Brian también lo hizo—. Te amo, Bri.

— Yo también te amo, Roggie —dijo y besó su frente.

— ¿Sabes qué hacen las personas que se aman.

— Sí...

— ¡No! ¡Así no! Se supone que debes preguntarme qué cosa —dijo y Brian rió—. Voy a preguntar de nuevo, ¿sí?

— Pulga odiosa —rió Brian con cariño.

— Trapeador amargado —rió Roger de la misma manera—. ¿Sabes qué hacen las personas que se aman?

— No, Roggie, no tengo idea —dijo fingiendo curiosidad.

— ¡Fácil! —exclamó—. Besarse y abrazarse. ¿Quieres intentar?

— Sí, mi amor, quiero intentar —rió un poco y le dio un beso suave en los labios—. Quiero intentarlo por el resto de mi vida, y solo contigo.

— Opino lo mismo —dijo con una mirada de amor y lo besó con amor y profundidad.

— Me tienes sonriendo como idiota —le dijo una vez separados y con sus frentes juntas.

— Tú me tienes sonriendo así de hace cinco años, Brian —le dijo con los ojos cerrados y en un susurro.

Brian volvió a sonreír y a besarlo. Sobre todo eso último.

— Creo que quizás deba seguir encrespándote el pelo —sonrió Roger sin soltarlo.

— No, quédate aquí —pidió.

— Voy a estar contigo —río.

— Sí, pero no abrazándome —dijo—. Bésame.

Roger obedeció y Brian se apresuró en corresponder mientras movía el pulgar suavemente en la cintura del rubio.

— Me haces cosquillas —rió Roger de forma suave.

— Lo siento —rió de la misma manera, sin dejar de realizar la acción.

— Bri, ¿podemos jurar estar juntos por siempre? —pidió con los ojos iluminados.

— Yo ya lo hice —aseguró y lo volvió a besar.

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