26

Y así pasaron los días hasta llegar al ultimo del año.

Brian terminaba de arreglarse para salir con Roger. Se había duchado con anterioridad y se había peinado, ya estaba listo.

Así que se despidió de su madre y salió de su casa rumbo al departamento de Roger en su auto.

La avenida estaba siendo muy transitada por todas las personas que saldrían. Los cotillones y las luces no faltaban, mientras que se oía música proveniente de varias casas. El típico ambiente de Año Nuevo, que la mayoría disfruta. Bueno, ni a Brian ni a Roger les volvía locos el Año Nuevo, pero supusieron que salir no estaría mal.

Decidió estacionar unas cuadras más atrás, quizás después no encontraría dónde y no estaría mal caminar un rato a través de la nieve y las estrellas. Cuando vio unos árboles conocidos, reconoció el edificio donde vivía su novio. Así que entró por el vestíbulo ya acostumbrado —pese a que no lo había visto en un largo tiempo—, y tomó el ascensor hasta el departamento correspondiente.

Roger abrió la puerta sonriente. Como siempre, llevaba un atuendo con tonos neutros y rojos, además de sus zapatillas rosadas con brillo que comenzaba a volver a frecuentar. Brian sonrió al ver su imagen y le dio un piquito en los labios a forma de saludo.

— Te ves precioso —le dijo.

— Tú igual —le sonrió.

— ¿Estás listo para irnos? De donde estaremos, se verán los fuegos artificiales.

— Claro, solo déjame despedirme de mi mamá —dijo el rubio y desapareció por unos momentos para luego volver—. Te desea buen año.

— Dile que yo también.

Tras aquello, salieron del edificio y caminaron de la mano a través de las calles Londinenses mientras a menudo miraban las estrellas. Llegaron a donde Brian había estacionado el auto y subieron. Afuera estaba helado, así que fue una especie de alivio.

Colocaron música y partieron. El mismo ambiente se repetía en todas las calles, y en la que se encontraba su destino, no fue la excepción. Bajaron del auto viendo las luces decorativas y entraron. El lugar era una especie de salón de eventos que había sido arrendado para la ocasión. Lo primero que uno veía al entrar, era una canasta con cotillón variado para colocárselo. Ambos declinaron, les daba lo mismo básicamente, así que entraron.

La música y las luces de neón inundaban todo el lugar. Habían numerosas personas bailando, y los animadores afirmaban que quedaban dos horas para la medianoche.

— ¿Qué te parece? —preguntó Brian.

— No sé —respondió Roger mirando el lugar—. Es bastante grande.

— Creo que solo hay gente de la universidad —observó el mayor—. ¿Quieres algo para beber?

— No, gracias, jamás en mi vida volveré a tomar cerveza. Aunque el sabor era bueno. Mucho. Ok, me gustó y probablemente vuelva a beberla, pero no a emborracharme —aseguró.

— Bien —rió levemente Brian—. Te traeré soda entonces.

— No... no me dejes aquí solo —pidió mirando a todos lados, logrando reconocer a algunos de los odiosos.

— Está bien, ven conmigo —sonrió y caminaron de la mano hacia las bebidas—. ¿Pepsi, Coca Cola o Fanta?

— Elige tú —se encogió de hombros y volvió a mirar a su alrededor algo abrumado por la multitud.

Brian le sirvió soda y se la entregó. Roger comenzó a beberla.

— ¿Cuál crees que será la cara de William cuando sepa que volvimos? —preguntó Roger y Brian rió levemente.

— Quizás la de “sorprendido” o la de “conmocionado” —dijo entre risas.

— Yo creo que una mezcla de ambas —comentó Roger—. ¿Qué hacemos?

— ¿Quieres bailar?

— Claro —accedió y lo tomó de la mano para ir a un lugar disponible.

Y claro, bailaron largo rato, a veces dándose uno que otro beso, otras veces fingiendo que eran parte de una fiesta en los años sesentas y riendo ante ello, pero a fin de cuentas disfrutando más de la compañía del otro que de la fiesta en sí.

Los animadores dijeron que subieran al techo, puesto que quedaban cinco minutos para la medianoche. Obedecieron y se sentaron con las piernas colgando mientras miraban la noche estrellada. Poco a poco fue llenándose el tejado y comenzó la cuenta final. Los dos contaron, cuando quedaba poco Brian lo miró y al sentir aquello, Roger imitó la acción. Se sonrieron. Dejaron de contar y se besaron.

Justo cuando comenzaba aquel nuevo año.

Los aplausos y los “¡feliz Año Nuevo!" estallaron en la multitud al igual que empezaban los fuegos artificiales. Se separaron poco después de eso y se sonrieron, para que luego Roger pusiera la cabeza en su hombro y entrelazara sus manos para ver el show de fuegos artificiales de esa manera.

Brian sonrió por tenerlo así, a su lado, pudiendo sentir su aroma y sonriendo ante ello. No tardó en rodearlo con un brazo y seguir mirando los diversos colores y formas que eran esparcidos por el cielo.

— Feliz Año —musitó el rubio.

— Para ti también —respondió—. Este será bueno. Para ambos.

Él asintió y volvió a emitir la sonrisa que poseía la mayor parte del tiempo al estar con Brian.

Cuando terminó, se pusieron de pie con cuidado de no caerse, y decidieron volver a bajar. Una chica con cara de emoción les dijo que les había sacado una fotografía, ya que era la fotógrafa que había contratado el salón de eventos, en el momento del nuevo año. Se las entregó y sonrieron al verla, para luego agradecer, despedirse y bajar.

— Es muy bonita —comentó Roger viendo la fotografía—. La voy a poner en mi habitación.

— Hey, yo quería llevármela —dijo Brian—. Mira qué lindo te ves, mi amor. Pareces un angelito.

— No es cierto —sonrió sonrojado y se cubrió el rostro con una mano.

— Sí, lo es —dijo—. Veamos, ¿qué te parece si me la llevo yo y le saco una fotocopia?

— Las fotocopias son horribles —comentó Roger—. Va a arruinarse.

— No en la impresora de mi casa, tonto, en la de la tienda fotográfica. Allá podrán.

— Oh. Sí, me parece buena idea —le sonrió—. Déjame volver a verla.

Y así seguía la noche. Habían instalado un karaoke, las personas seguían bailando, otras bebiendo. Lo de siempre.

— Deberías ir al karaoke —comentó Brian.

— ¿Qué? ¡Ni loco! —exclamó Roger—. Se van a reír de mí.

— Claro que no, me encanta tu voz —dijo Brian.

— En ese caso, tú deberías ir, cantas mejor que yo.

— ¡Claro que no! Anda, si alguien te dice algo, le pateo el trasero —dijo dirigiéndolo a donde uno debía inscribirse con el nombre de la canción.

— Ay, Bri, no sé...

— Vamos, será genial. Yo estaré viendo. Canta para mí.

— Puedo cantar para ti cuando estemos solos... —repuso—. ¡No frente a quinientas personas! No, ni loco, antes muerto.

— Rog...

— No... me da vergüenza.

— Si después subo yo, ¿lo harías?

— ¿Por qué insistes tanto en que cante? Me estás haciendo pasarme películas baratas de Disney.

— Si temes que sea el cómplice para que te lancen sangre de cerdo mientras cantas, estás equivocado —le dijo—. Me gusta verte cantar, es todo, además sé que lo pasarías bien.

— Bien —accedió—. Pero para que conste, Carrie no es de Disney —dicho esto, se inscribió y Brian emitió una risa leve.

Cuando llamaron a Roger, se notaba nervioso, pero respiró y cantó In Bloom de Nirvana.

Cuando bajó, muchos le aplaudían y se sintió bien por ello.

— ¡Te salió genial, mi amor! —exclamó Brian para luego besarlo—. ¿La practicaste acaso?

— Es mi favorita de Nirvana —rió levemente—. Ya me la sabía.

— De todas formas, te salió hermoso —besó su nariz y Roger sonrió achinando los ojos—. ¿Quieres ir a comer algo?

— Claro, solo déjame ir por mi chaqueta al auto —dijo, besó su mejilla y fue.

Brian se quedó esperando mientras veía su celular, William salió a su encuentro.

— ¡Brian! ¡Feliz año! —exclamó y le dio un abrazo—. No te había visto.

— Me invitaste tú y siquiera sabías dónde estaba —rió el rizado—. ¿Tuviste una buena navidad?

— Sí, estuve con mis hermanos. ¿Tú?

— Tuve la mejor Navidad del mundo —sonrió.

— ¿Sí? Qué bueno, ¿y por qué?

— Roger y yo volvimos —sonrió.

— Es broma.

— No —dijo y rió un poco por la expresión que puso su amigo.

— ¡Es broma! —exclamó contento.

— Que no —rió nuevamente.

— ¡Es una maldiga broma! ¡Oh, Brian estoy muy feliz por ti! —lo abrazó fuertemente—. ¿En navidad?

— Sí, en navidad —dijo—. Fue... fue perfecto —dijo.

— Pero cuenta —pidió—. Así, ¿se lo pediste así como así?

— Claro que no —respondió—. Nos entregamos los regalos en el parque, hicimos una especie de guerra de nieve y cuando dijo que tenía que irse, le tomé la mano, le dije que no lo hiciera, lo acerqué y nos besamos. Fue... dios, fue mágico.

— Estoy muy feliz por ti —sonrió—. Vi a Roger cantar en el karaoke, le salió genial.

— Sí —sonrió también—. Tengo suerte de tenerlo junto a mí.

(...)

Mientras, Roger caminaba con las manos en los bolsillos a buscar su chaqueta. La noche seguía helada, y debían ya de pasar las dos de la madrugada. Abrió el auto y tras sacar lo buscado y volver a cerrarlo, volvió al local.

— ¡Roger! —lo llamaron y se dio vuelta. Uno de sus compañeros estaba allí, fumando.

— Hola —dijo sin más y siguió caminando.

— ¿Vas por condones? —le preguntó riendo.

— ¿Vas por neuronas? —le preguntó él devuelta y siguió caminando.

— Oh, estás chistoso —dijo y le tomó el brazo. Él se soltó de forma brusca.

— ¿Qué quieres? —le preguntó.

— Tus servicios, no, qué asco.

— ¡No doy ningún servicio, maldita sea! —exclamó.

— Es lo que se dice de ti —se encogió de hombros.

— Muérete —espetó con molestia.

El tipo volvió a reír.

— Sé lo que eres —dijo.

— No voy a seguir hablando contigo —sentenció, otro de sus compañeros le salió por delante—. ¿Tan poca imaginación tienen? ¿Qué harán? ¿Matarme? ¿Golpearme? ¿Violarme? Poco me importa, para ser sincero, así que córrete, estorbo.

— No te vamos a violar, qué asco... —dijo el segundo compañero.

— Ah, ok —dijo Roger sintiéndose más tranquilo—. Córrete.

— No.

Roger estaba asustado, pero fingía no estarlo e imponer una especie de autoridad. Si se mostraba desafiante, quizás no le harían nada y lo dejarían irse. De todas formas, no era la primera vez que lo acorralaban de aquel modo. Tenía experiencias. ¿Volver a la escuela?

— Escucha, perra barata —dijo el tipo—. Si vas a seguir besuqueándote con tus clientes en...

— Es mi novio, no tengo clientes —dijo—. Soy estudiante de biología, no una prostituta. Deberías saberlo, creciste quizás en uno con tu mamá y tu hermana en ese oficio.

El tipo le dio un golpe en la cara lo suficientemente fuerte como para voltearle el rostro. Lo botó al suelo, y cuando iba a pararse, sintió como el tipo se colocaba arriba suyo y comenzaba a golpearlo aún más.

El segundo le lanzó piedras, y lo pateó. Le dolía quizás demasiado, pero no iba a dejar que volvieran a hacerle pasar lo que pasó en su tercer y cuarto año escolar. Golpeó al tipo en el rostro y se puso de pie.

— ¡Maldito joto de m-! —iba a indultarlo y Roger volvió a golpearlo.

El segundo tipo lo golpeó en las partes bajas y lo volvió a dejar en el suelo, haciendo que se golpeara la cabeza contra el asfalto.

Adolorido, iba a ponerse de pie, pero lo pateaban y golpeaban. El primer tipo le apagó el cigarro en la frente. Se tapó el rostro y dio una patada, no supo quién fue el afectado.

Volvieron a golpearlo. Y a insultarlo. Y a decirle cosas ofensivas acerca de su relación con Brian y su sexualidad.

Los tipos se fueron, dejándolo en el asfalto con la nariz y la boca sangrante, el rostro morado y el cuerpo adolorido.

Suspiró y como pudo, se puso de pie, se pasó la manga por la nariz y con esta misma, se limpió las lágrimas.

Así, simplemente entró al local, rehusando la mirada ajena y los comentarios desatinados.

No veía a Brian. Lo buscó, chocó sin querer con algunos, que le dedicaron miradas serias.

Se sentía solo en un mar de personas, que aunque conocía, desconocía. Rodeado de personas en las que no confiaba, que lo veían mal, que lo consideraban algo que no era. Estaba exasperándose y comenzando a sentir algo que jamás había sentido. Como si de pronto las paredes se estrecharan, la gente se agrandara y él quedara pequeño y aplastado entre ellas. Comenzaba a sudar y su pulso cardiaco aumentaba poco a poco.

Sentía el pecho apretado y su vista comenzaba a nublarse. Estaba exasperado y perdido, además de golpeado y humillado. Todo avanzaba en cámara lenta y le costaba trabajo respirar. No encontraba a Brian por ningún lado, lo que lo ponía mil veces más nervioso.

Y finalmente lo vio, entre la multitud mientras William se despedía de él.

Y claro, corrió hacia él aún exasperado y se aferró a su cuerpo aún asustado de lo que le acababa de suceder.

— ¿R-Roggie? —preguntó asustado, Roger no lo soltaba, al contrario, se aferraba más y más al cuerpo del rizado, como buscando su protección en él—. Estás temblando... ¿qué te sucedió?

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