24
Navidad había llegado. Todas las familias estaban reunidas cantando villancicos, conviviendo, cocinando o comiendo la cena navideña. A fin de cuentas, para eso era la Navidad, para pasarla con la familia.
Y claro, los Taylor y los May no eran la excepción. Ambas familias solo con un hijo y su madre, ponían celebraban aquella festividad cuyo verdadero significado, muchas veces quedaba olvidado.
Brian ponía la mesa, mientras su madre terminaba de cocinar. Habría hecho pavo, pero Brian era vegano y solo estarían ellos, así que hizo una comida de esas características para que ambos pudieran disfrutarla.
— Vaya, huele delicioso —comentó mientras terminaba de poner los servicios.
— ¿Qué te dije? Tu madre puede cocinar —sonrió Ruth—. ¿Verás a Roger?
— No lo sé, de seguro está con su familia —dijo Brian en un suspiro.
— Vamos, Bri, anda a verlo —le sonrió amablemente—. Quieres arreglar las cosas entre ustedes, ¿no?
— Sí, pero por lo visto él quiere que sigamos siendo solamente amigos —dijo.
— ¡No te rindas! —exclamó ella—. Además aún tienes que conseguir con quien ir a la boda de tu primo, es el próximo mes.
— Lo sé, lo sé —suspiró—. Pero si intento algo es porque quiero estar con él, no porque no tenga con quien ir a la boda de mi primo.
— Bueno, bueno —sonrió Ruth—. Bueno, ya estamos listos.
Llevaron las cosas a la mesa y tras agradecer por la comida, comieron mientras hablaban de temas variados.
— ¿Sabes? Iré a ver a Roger. Además, debo entregarle su regalo —dijo y Ruth sonrió.
(...)
— Hijo, ¿me pasarías la sal? —Roger obedeció y siguió preparando la salsa—. Así que irás a ver a Brian.
— Sí —respondió—. Quiero entregarle su regalo.
— Me imagino —sonrió ella—. Oye, hijo... el otro día cuando fuimos al oculista y pasamos por la calle unos chicos te dijeron algo ofensivo... ¿por qué lo hicieron?
— Ah... —guardó silencio un momento mientras revolvía la salsa—. No es nada, son unos imbéciles, es todo.
— Roggie, no me digas que están de nuevo haciendo cosas...
— No las hacen, las dicen —murmuró, para luego añadir en voz alta—. No te preocupes mamá, no es nada —sonrió falsamente.
— Roger...
— Bueno, sí —admitió—. Hubo un incidente en una fiesta y... eso conllevó a que crearan un rumor sobre mí.
— ¿Ah? ¿Por qué no me contaste? Hubiera intentado ayudarte...
— No te preocupes —dijo—. Tengo que empezar a valerme por mí mismo.
— Está bien... —suspiró—. ¿Puedo preguntar qué fue?
— Me drogaron en una fiesta...
— ¿¡Qué!?
— Tranquila, tranquila, no lograron hacerme nada, Bri me salvó —aseguró y Winifred pareció tranquilizarse—. La cosa es que inventaron que soy una especie de fácil. ¿Comprendes?
— Esos imbéciles... —dijo ella molesta—. ¿No hablaste con el rector?
— Como no lograron hacerme nada realmente, no puedo presentar cargos —respondió—. Pero no importa, ya va a pasar.
— ¿Estás seguro, hijo?
— Claro que sí —respondió—. Tranquila, mamá, voy a estar bien.
Winifred asintió poco convencida, pero sabía que su hijo ya era un adulto y no un niño, y que por ende, no podía meterse en todas sus cosas. Claro, no podía evitar sentirse enrabiada por la situación, pero al parecer Roger tenía la situación bajo control. O eso esperaba.
(...)
La mañana del veinticinco de diciembre, Brian despertaba para abrir los regalos con su madre y tomar desayuno. Cuando terminaron, le envío un mensaje a Roger preguntándole si haría algo. Como él respondió que no, Brian le propuso encontrarse en el parque para entregarse los regalos.
Y Roger aceptó.
Así que se arregló unas cuatro veces y salió tras despedirse de su madre. Afuera el clima era frío y nevoso, el viento golpeaba fuertemente mientras la nieve caía tímida desde las nubes. Brian sentía la nariz congelada, así que se acomodó mejor la bufanda mientras caminaba al parque.
Cuando llegó, iba a sentarse en una banca, cuando la voz de Roger lo sobresaltó.
— Hola.
— Oh, hola, Rog —sonrió—. Feliz navidad.
— A ti también —sonrió él devuelta.
— ¿La pasaste bien?
— Sí —respondió—. Estuvimos solo mi mamá y yo, pero con eso nos basta.
— Si te hace sentir mejor, yo también estuve solo con mi mamá —dijo.
— ¿Sí?
— Sí —dijo—. Ah, sí, los regalos —sacó el paquete y se lo extendió—. Feliz navidad.
Roger le sonrió en agradecimiento y lo tomó entre sus dedos para luego abrirlo, un libro y una camiseta salieron a la luz y volvió a sonreír.
— Es mi libro favorito —explicó Brian rascándose la nuca—. Ya lo leí tres veces, así que quise dártelo a ti.
— Te había visto leyéndolo —dijo Roger pasando las páginas para ojearlo—. ¿De qué trata?
— Unos niños que se van a la finca de su abuelo —explicó—. Y al final es una reserva de criaturas mágicas.
— Me suena a Gravity Falls —rió levemente.
— ¡No es igual! —contradijo Brian—. Salió antes incluso, así que si algo es un plagio, lo es Gravity Falls.
— ¡Hey, era mi serie favorita! —exclamó Roger entre risas.
— Entonces te gustará este libro —le sonrió.
— Supongo que sí —también sonrió—. Lo empezaré hoy.
— Genial, muero por comentarlo con alguien. Will lo lee pero sigue pensando que Kendra hacía buena pareja con Gavin, menuda estupidez.
— ¿Quiénes?
— No importa —rió—. Ya leerás el resto de la saga.
— Está bien —dijo entre risas leves—. Este es mi regalo. Feliz navidad, Bri.
Brian sonrió en agradecimiento y prosiguió a abrirlo. Salieron a la luz una pequeña caja y un disco de los Beatles.
Con curiosidad, Brian abrió la caja, encontrándose con pétalos ya secos de rosas azules y rojas.
— Me las diste hace como cinco años —dijo algo avergonzado—. Se habían secado, así que guardé los pétalos y quise dártelos a ti...
Brian sonrió y lo miró a los ojos. Roger se sonrojó y emitió una sonrisa nerviosa.
— Fue un regalo hermoso —dijo—. Me encanta. Incluso más que el disco, siendo que lo busqué por todos lados.
— ¿De verdad? —preguntó.
— Me encantaron —admitió mientras se acercaba—. Es algo realmente muy lindo.
— Me alegra mucho que te haya gustado —dijo nervioso—. A mí también me gustó tu regalo.
— ¿Sí?
— Sí —admitió, sus vistas se posaron en los labios ajenos.
— Eso me pone muy feliz —comentó algo atontado.
— ¿Qué cosa, exactamente? —preguntó. Sus labios se rozaban, lo que producía un hormigueo leve en sus estómagos.
— Es... —cuando iba a cortar la distancia, le llegó una bola de nieve en la cara, proveniente de unos niños, quienes se disculparon cuantas veces pudieron, y siguieron jugando.
Roger estalló en risas e hizo una nueva bola de nieve para lanzársela.
— ¡Oye! —exclamó Brian e hizo lo mismo.
Mientras se lanzaban bolas de nieve y reían, terminó oscureciéndose.
— Me tengo que ir a mi casa —dijo Roger aún riendo y quitándose los restos de nieve.
— Espera, todavía no —tomó su mano y lo acercó a él, nuevamente quedando a escasos centímetros de su rostro.
— ¿Quieres que me quede? —preguntó Roger en un susurro.
— Sí.
— ¿En serio? ¿Por qué?
— Déjate llevar —musitó y cortó la escasa distancia que los separaba para unir ambas bocas en un beso. Un beso que no ocurría tras casi un año atrás. Un beso por el cual soñaron noche tras noche, pero que se negaban a admitir que lo necesitaban. Y mientras se besaban cerrando los ojos y sonriendo bobamente, Brian le colocó las manos en su cintura y él las puso detrás de su cuello. Tras todo lo vivido entre ellos, aquella sensación dulce, con sabor a frambuesa, volvía, mientras seguían sintiendo la suavidad de los labios contrarios, moviéndolos al mismo ritmo, sintiendo el Amor por el otro siendo correspondido de una forma sumamente clara y hermosa, sabiendo que por aquel momento, solo importaban ellos dos, que el mundo desaparecía y se quedaban solos en la infinidad del universo.
Sintieron todo ello y mucho más con solo ese simple ósculo.
Roger cambió una de sus manos hacia su mejilla y siguieron sonriendo mientras se besaban. Solo se separaron por la falta de aire que se hizo presente en sus pulmones, y cuando lo hicieron, se miraron a los ojos y soltaron una risa nerviosa.
— Eso fue...
— ¿Mágico?
— Iba a decir genial, pero creo que lo dijiste tú es mejor —dijo Roger aún con la sonrisa boba en el rostro.
— ¿De verdad?
— Sí —dijo—. Me dio nostalgia...
— ¿Nostalgia?
— Recordé cuando salíamos —explicó.
— No lo recuerdes, vivámoslo otra vez —dijo Brian.
— ¿Hm?
— Volvamos —dijo. Roger lo miró con asombro—. ¿Qué?
— Pensé que no querrías que volviéramos —sonrió con nerviosismo.
— Sí, Rog, sí quiero —dijo.
— ¿En serio?
— Sí.
Roger sonrió y miró el suelo. Seguían abrazados a fin de cuentas, a Brian le pareció adorable su acción.
— ¿Qué dices? —preguntó.
Por un momento, vaciló. No quería sufrir nuevamente o que volviesen a terminar. Pero la mirada suplicante de Brian y el haber sentido sus labios nuevamente hizo que tuviera certeza de lo que diría.
— Hm... está bien —dijo en tono despreocupado y luego sonrió. Brian también lo hizo y comenzó a repartir besos en todo su rostro, haciéndolo reír de forma leve—. ¡Bri!
— Perdón, no puedo evitarlo —dijo entre besos—. Esperé mucho...
— Está bien —accedió y esta vez fue él quien dio el beso—. Yo también lo esperé.
— Roggie... Roggie, Roggie... ¿Puedo volver a llamarte así?
— Por supuesto —volvió a sonreír.
— Roggie, besas genial —dijo con una risa boba que Roger imitó.
— Tú también, Bri —sonrió.
— Bonito —lo volvió a besar—. Estás helado, ¿quieres ir a mi casa?
— Claro, me encantaría —sonrió—. Y quiero ponerte un apodo.
— ¿Un apodo?
— Tú me pusiste muchos, yo también quiero —dijo con una mirada alegre.
— Está bien, mi amor —sonrió—. ¿Cómo quieres ponerme?
— Hm... Brimi ya te puse —pensó en voz alta—. ¡Ya sé! Ovejita.
— ¿Ovejita? —rió levemente.
— Sí, porque tu pelo es como de una ovejita —dijo riendo como niño pequeño, Brian se enterneció—. Y como un poodle. Eres un poodle.
— Puedes decirme como quieras, bebé —dijo acariciando su mejilla.
— Entonces te diré Ovejita. Y poodle. Y rizadito.
— ¿Rizadito? —rió levemente otra vez.
— Por tu pelo, bobo —rió y le besó la nariz—. Bri.
— ¿Qué pasa?
— Eres muy lindo.
— Tú también, mi amor —le sonrió y volvió a besarlo.
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