21
Y el verano había pasado. Nuevamente volvían a clases, a su segundo año universitario.
— Bueno, ¡ya no somos los bebés de primero! —exclamó Roger con alegría.
— No, somos los preescolares de segundo —dijo Michael.
— Ya cállate, arruinaste mi chiste —lo riñó y Michael rió.
— Allá está Bri —dijo Roger y lo llamó, el rizado fue con ellos.
— Hola, ¿cómo han estado? —preguntó.
— Genial —sonrió Roger con una sonrisa algo boba al ver como iba vestido el rizado, que era una camiseta de los Beatles con una camisa negra por encima y unos jeans rasgados. Michael lo notó y sonrió, pero no dijo nada.
— Qué bueno —dijo—. Mismos dormitorios, ¿no?
— Sí, estamos al frente —respondió Roger.
— Eh... iré a ver a Riley —dijo Michael y se fue para dejarlos solos.
— Esto... es bastante distinto a primero, ¿no? —comentó Brian.
— Sí —sonrió Roger mirando al suelo—. Bastante.
— Hey, pero... tampoco tanto, ¿no?
— Un poco —dijo sonriendo levemente.
— Te preguntaría qué hiciste en el verano, pero nos vimos básicamente todos los días —comentó Brian y Roger rió.
— Sí —dijo—. Así que... ¿cómo fue el camino a la universidad?
— Bastante bueno —dijo—. ¿El tuyo?
— También.
No tenían tema de conversación, así que decidieron subir a las habitaciones y ordenar sus cosas allí.
Se veían a menudo y salían como amigos. Por lo visto, aquello eran, amigos —que fueron pareja y que seguían teniendo sentimientos por el otro—.
Roger había ido otras tres veces más a testificar al juicio, mientras que Brian había podido encontrar los papeles. Habían ganado, el hospital había sido sancionado y los May sentían que habían vengado al padre de la familia de una forma correcta y justa.
Por lo que el único asunto que quedaba pendiente en la vida de Brian era recuperar a Roger.
Y hacerlo por completo.
Aquella tarde de otoño, los chicos iban saliendo a una fiesta de Halloween. Cada uno disfrazado, Michael de zombie, William de fantasma, Brian de vampiro y Roger... bueno, él decía que era Harry Potter.
Y así fueron. La fiesta estaba repleta, todos con disfraces, mientras charlaban, bailaban o bebían. A fin de cuentas, son las cosas que se hacen en una fiesta universitaria.
— Pudimos habernos disfrazado de los Beatles, pero no quisieron —comentó Roger mientras entraban.
— Yo tengo comprado el disfraz desde noviembre, estaban en oferta —dijo William entre risas.
— ¿De verdad te conseguiste el disfraz completo? —preguntó Michael.
— Los lentes ya los tenía—explicó Roger—. Solo ya no debía usarlos, la cicatriz era cosa de pintarme con plumón rojo y lo demás es un uniforme.
— Ajá, ¿y la capa? —volvió a preguntar.
— Pues esa la compré...
— Roger, ¿cuánto gastaste? —preguntó Brian.
— ¿Veinte dólares?
— ¡Roger!
— Da lo mismo —rió—. Vale la pena.
— No sabía que Harry Potter usaba zapatillas brillantes y... rosadas —dijo William riendo.
— ¡Son mías! Son mis favoritas, las quería usar —dijo.
— ¿Aún te quedan? —preguntó Brian recordando que el rubio las usaba cuando habían comenzado a salir.
— Sí —rió—. Son muy lindas, ¿no?
— Sí, lo son —sonrió Brian.
Y siguieron en la fiesta.
— Eh... no sé, nunca lo he echo...
— Vamos, Rog, te va a gustar —dijo Brian.
— Me asusta...
— No pasará nada, además estoy aquí.
— Bien —tomó aire y bebió un trago de la cerveza que Brian le estaba ofreciendo—. No está mal...
— Te dije que te gustaría —rió—. Solo no te acostumbres.
— Tranquilo, no lo haré —rió levemente.
Bueno, no terminó muy bien. Roger se pasó un poco de la línea y se perdió del resto del grupo.
— ¿Así que Harry Potter?
— ¡Hola, Marty! ¡Hola Ed! —exclamó algo mareado.
— ¿Te invito un trago?
Mientras, los demás lo buscaban. No lo encontraban en ningún lado, pese a estar preguntándoles a todos. Brian comenzaba a preocuparse y le marcaba a su celular sin conseguir una respuesta.
Y por esas cosas de la vida, lo vio hablando con Marty y con Edgar. Se acercó, pero se lo llevaban, notó que Roger estaba fuera de sí, así que se preocupó más y comenzó a comer entre la multitud.
— ¿Tú empiezas?
— Dios, no, no quiero nada con este imbécil —dijo Marty.
— Entonces ¿para qué me ayudaste a esto?
— Porque por su culpa estuve en prisión, ¿comprendes? Así que adelante, yo me voy —dijo y luego salió por la puerta.
— Bien, Roger... dios, te dormiste —masculló molesto—. Bueno, da igual.
Brian entró y lo vio encima del rubio. Lo sacó y comenzó a golpearlo allí mismo. Encima del tipo, le proporcionaba golpes en el rostro y el tórax mientras la rabia lo consumía vorazmente Roger estaba inconsciente aún, y pronto otros comenzaron a llegar a ver lo sucedido. Separaron a Brian de Edgar, que ya comenzaba a sangrar, y le dijeron que se calmara. Todo fue muy rápido.
— Me llevaré a Roger a las habitaciones —dijo—. Y para que ningún imbécil le haga nada, me quedaré allí.
— Podemos acompañarte —propuso Michael.
— No, yo iré —suspiró y se lo llevó.
Cuando entró, le sacó los zapatos y lo metió a la cama. Suspiró. Ya era la cuarta vez que alguien intentaba hacerle algo así a Roger. Hablaría con el rector de la universidad para que expulsaran a Edgar, pero Roger necesitaba descansar.
De pronto, el rubio comenzó a despertar, aún algo ebrio, y a hablar cosas sin mucho sentido. Brian rió levemente por varias cosas, pero una lo dejó pensando.
— Sabías... —eructó—... que si Bruce Lee hubiera sido vegano... ¿hubiese cambiado su nombre a Broco Lee? ¿Entiendes? ¡Tú eres vegano!
— Sí, lo soy —sonrió.
— Porque te gustan los animales... y los duendes mágicos que venden en los supermercados.
— ¿Qué?
— Sí... esos duendes de colores... hay uno celeste que se llama fucsia.
— No creo que se llame así —rió Brian.
— Así se llama... pero ríe de nuevo, tienes una sonrisa bonita.
— Rog, ¿Sabes lo que intentaron hacerte? —preguntó.
— Creo... estoy mareado... —sintió náuseas y al notarlo, Brian le acercó una cubeta, Roger vomitó allí y el rizado le sostuvo el cabello—. Eres tan dulce conmigo...
— Roger, es solo lo que me corresponde, si no lo hiciera, sería un asco humano —respondió.
— Pero lo eres... pudiste dejarme solo y te quedaste... soportándome a mí, el duende mágico fucsia.
Brian rió.
— Eres muy lindo... —siguió—. Me gusta cuando sonríes porque se te marcan los colmillos... o cuando se te esponja más el cabello y pareces una nube... Bri... aún te amo...
Brian no supo qué decir, pero luego respondió con la verdad. ¿Para qué callarla? Además Roger no lo recordaría.
— Yo también, Roggie —dijo y acarició su cabello.
— Brian... no quiero estar solo... no quiero que vuelvan a intentar... eso... —dijo.
— No te dejaré solo, ¿sí?
Roger asintió y lo tomó de la mano para que se acostara a su lado. Brian lo hizo y el rubio lo abrazó mientras se acurrucaba. Las lágrimas nostálgicas comenzaron a inundar sus ojos.
Y claro, lo abrazó devuelta.
Pronto Roger se durmió, aún abrazándolo. Brian no lo soltó y le costó dormirse, pensando en todo lo que había sucedido.
— No te preocupes, mi amor —dijo—. Haré lo posible por recuperarte. Lo prometo.
(...)
Cuando Roger despertó en la mañana, con un terrible dolor de cabeza y de cuerpo, se asustó al notarse con alguien en la cama, pero se calmó un poco al saber que era Brian, que dormía de espaldas a él.
Volvió a asustarse, Brian comenzó a despertar.
— Hola, despertaste —le dijo, Roger asintió con los ojos como platos—. Tranquilo, no hicimos nada. Solo te embriagaste y te traje aquí. Me pediste que me quedara contigo.
— Ya veo... —dijo un poco más aliviado. Se levantó y se puso frente al espejo, tenía aún puesto el disfraz, pero muy desordenadamente. Casi le da un infarto cuando vio las marcas que tenía en el cuello, el pecho y los hombros, pero Brian habló.
— No fui yo, Edgar... Edgar lo intentó, pero logré sacarte de ahí antes que te hiciera algo más...
— Oh Dios mío...
— No te preocupes, lo acusé con el rector, le mandé un email... lo siento, tuve que sacarle una foto a la marca del cuello para que me creyera.
— Gra... Gracias... —dijo atontado y se sobó el cuello como intentando borrarlas.
— Perdón por no haber podido evitarlas... —dijo.
— Brian, pudieron haberme hecho algo peor —dijo—. No sabes cuán agradecido estoy.
— ¿De verdad?
— Sí, de verdad —dijo—. Jamás podré pagártelo...
— No tienes que pagarlo —sonrió.
— Sí, sí debo —dijo y se acomodó la ropa para no tener que ver aquello—. ¿Alguien lo sabe?
— No sé —dijo—. Algunos entraron a separarme de Edgar porque estaba golpeándolo, pero... más allá no tengo idea.
— Comprendo —dijo—. Gracias, Bri.
— No es nada.
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