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Linda dejó un beso en la mejilla de su hijo, las lágrimas corrían por sus mejillas, estaban pasando la Navidad en la casa de su abuela.

Según sus cálculos llevaba diez semanas y tal vez algunos días más ese bebé en su vientre, lo que serían dos meses y medio, no podía creer que había decidido conservar ese niño en su interior, pero a pesar de haber visto a Gerard varias veces antes de viajar hasta la casa de su abuela, no pudo decírselo.

Cada vez que las palabras estaban en su garganta y solo faltaba un poco de coraje para decirlas, se echaba para atrás y cambiaba de tema.

Se sentía extremadamente triste, My Chemical Romance tenía un disco nuevo a solo unos pasos de ver la luz y él desde varias semanas atrás no estaba ni cerca de uno de sus conciertos, había perdido el interés en estar estúpidamente apretado entre una multitud, y tal vez se debía a los cuidados que deseaba tener con su barriga casi inexistente.

Cuando Gerard, completamente sonriente y feliz, le comunicó esa noticia, comenzó a llorar, pero no por la felicidad de saber que ellos estaban teniendo una carrera exitosa (aunque debía admitir que su lado de fanatismo salió a la luz); Un bebé no sería cool en la vida de un rockstar extremadamente atractivo, todas las chicas moriría de un infarto al saber que Gerard era un padre de familia. Entonces ya no sabía qué más hacer, no le parecía justo arruinar la carrera musical de su novio, pero tampoco quería deshacerse del bebé. Realmente estaba rendido.

La única opción era tenerlo como un padre soltero, pero ni siquiera sabía cómo cambiar un pañal, no tenía trabajo y no quería vivir toda su vida en la casa de su madre, además de llorar con la sola idea de estar alejado del pelinegro.

No tenía una salida ideal, en todas se perjudicaba alguien y lamentaba tanto que la más lógica lo perjudicara a Gerard. Deseaba continuar viendolo como un dios en el escenario, y no haberse encontrado a Michael en el supermercado, pero eso haría que su vida continúe siendo un asco y el pelinegro no supiera de su existencia.

Logró ordenar su cerebro, poniendo pequeños puntos a tener en cuenta; Gerard tiene que saberlo, el bebé va a nacer, no tenía tiempo para lamentarse.

Justo en el momento en que pensó en lamentarse, quiso hacerlo, y se lanzó a los brazos de su madre a llorar. No recordaba haber llorado tanto como esa noche en ninguna ocasión de su vida, tal vez había acabado sus lágrimas y cuando Gerard le dijera "terminamos" ya no podría mostar su sufrimiento.

—Va a ser un bonito niño, igual que tú—Murmuró Linda en su oído, para luego dirigirlo hacia los brazos de su abuela, donde lloró unos minutos más.

Su abuela, que sabía perfectamente lo que ocurría con Frank, recogió los regalos de su habitación y le tendió una de las bolsas coloridas a su nieto.

El castaño sostenía el paquete mientras limpiaba las lágrimas de sus mejillas, podría decirse que la tristeza se mezclaba con la emoción, porque al desenvolver el regalo encontró un pequeño abrigo tejido a mano de color blanco, era claramente un obsequio para el bebé que tenía en su interior, cuando estuviera listo para salir.

Los fuegos artificiales hacían su magia en el cielo, mientras en los oídos de Frank no había nada más que silencio y sus ojos reflejaban alegría, viendo a sus manos suaves acariciar cada detalle en la lana.

Linda tomó asiento a un lado de su hijo y lentamente rozó su vientre, ni siquiera era notorio pero ambos sabían que dentro había algo muy importante.

—Quiero tenerlo, mamá—La mujer se enterneció por la frase, acunando el rostro del menor.—Quiero que Gerard escoja su nombre y quiero que estes orgullosa de mí—Abrazó su propio cuerpo, intentando llegar hasta el bebé en su interior. Continuaba llorando, pero por la increible sensación de estar haciendo las cosas correctamente, o al menos como su corazón lo deseaba.—Lo quiero, mucho.

Su abuela, junto a su madre, lo abrazaron por largos minutos, terminando de resolver todas sus pesadas dudas, que tenían a su mente cansada, sin ninguna salida.

Y aunque la cosa, como la llamó en un principio, seguía igual que antes, había tomado un significado completamente diferente, y ni siquiera pudo volver a pensar, ni por un segundo, en continuar su vida sin tenerlo.

—Gracias—Musitó débilmente hacia la mayor, quien con su tejido logró desentramar los pensamientos del castaño. Vió la sonrisa de su abuela, sintió las manos de su madre acariciar su cabello y cayó dormido, completamente tranquilo.

***

Frank apretaba su mano de vez en cuando, haciendo que el pelinegro se girara a mirarlo, pero nunca era nada más que para un pequeño beso.

—¿Te gusta pasear por aquí?—Indagó el mayor, esperando que la respuesta fuese un "no" para finalmente ingresar a alguna cafetería y dejar de morir por el frío.

—Claro, me gusta mucho la nieve—El castaño relamió sus labios, tenía un poco de frío.—Pero me gustaría tomar un café, hace mucho frío.

—Pensé que nunca lo dirías.

Caminaron por la acera varios metros, varias cafeterías estaban cerradas, así que debían esforzarse en encontrar una bonita.

Ya había pasado el año nuevo, entre promesas y más promesas, apenas volvía de la casa de abuela, un día atrás. Habían decidido salir juntos lo antes posible, debido a la frase "tengo que decirte algo" por parte de Frank.

Gerard exprimió su cerebro durante horas por la preocupación, ¿iba a dejarlo?, ¿se iría del país?, ¿no le gustaba el nuevo disco?, aunque lo último no era posible, el menor había hecho una videollamada llorando por la alegría que tenía de poder verlos triunfar, incluso Linda los había felicitado por su música.

Los primeros días de enero traían bastantes noticias, como la que Gerard estaba por descubrir.

—Oye, ¿qué es eso?—Frank levantó una de sus cejas, deteniendo su caminata abruptamente. El pelinegro agudizó su mirada y notó una caja, cerrada y cubierta con el pequeño techo de una tienda.

—¿Una caja?

—Dice "ábreme"—Se acercaron un poco, solo un poco y sí podía leerse claramente esa palabra, lo que hizo a Gerard sospechar bastante, intentando proteger al contrario.

—No la toques, puede ser algo peligroso—Tomó al contrario por la cintura, haciendo que Frank se alarmara un poco al sentir presión sobre su vientre.—Mejor vamos a alguna cafetería, cariño.

—Pero Gee, ¿y si dejaron algo importante?

—No somos nosotros los que debemos recibirlo—El menor lo notó un poco exagerado y dramatico, así que se deshizo de su agarre y se acercó hasta la misteriosa caja.

Apoyó sus rodillas sobre el suelo congelado, humedeciendo la tela de su pantalón y provocandole varios escalofríos. Gerard se sentía preocupado por la situación, pero solo pudo acompañar al menor en su descubrimiento.

Las manos suaves del castaño abrieron la caja de cartón lentamente, dando un pequeño vistazo antes, pero sin entender demasiado lo que había dentro.

—Qué demonios era eso—Preguntó el pelinegro, siendo invadido por la curiosidad y terminando la tarea del contrario.—Oh.

—Son cachorritos—Murmuró el menor, con una voz completamente afectada por ver esos pequeños allí.—Los abandonaron, Gee.

—Pobrecitos...—Ambos sabían que se llevarían esos cachorros a casa, pero aún se sentían sorprendidos por saber que había personas tan crueles en el mundo.

Gerard los acarició para darse cuenta de que aún estaban cálidos, probablemente apenas unos minutos atrás los habían dejado allí. Eran tres perritos de varios colores, con tal vez dos semanas de vida, o quizás menos.

—¿Quién puede hacer esto?—Frank tenía sus ojos llorosos, quitándose su bufanda para envolver a los pequeños cachorros.—¿Cómo pueden ser capaces?, solo son unos bebés—Las lágrimas rodaron por sus mejillas, realmente se sentía muy sensible.—¿Quién no podría querer a unos pequeñitos así?

El menor tomó un cachorro y lo acarició, escuchando que comenzaba a quejarse, probablemente por hambre.

—Una persona muy mala, Frankie—Gerard envolvió al contrario con uno de sus brazos, al verlo tener escalofríos.—Los bebés son la cosita más bonita del mundo.

—¿Eso crees?

—Claro.

Frank acomodó a los perritos en la caja con su bufanda, para llevarlos a casa en un momento, cerrándola para mantener calor y desviando su mirada hacia el pelinegro, aún estaban arrodillados a mitad de la calle, pero el menor había encontrado el momento completamente perfecto para decirlo.

—Gerard—El contrario se hipnotizó con sus ojos, prestándole toda su atención.—¿Recuerdas lo que dije?; "tenemos que hablar"—Gerard asintió, esperando al fin esas palabras.—Yo...

—¿Tú qué, Frank?—Indagó el pelinegro al ver las dudas en el rostro del menor, estaba tardando demasiado en continuar.

Yo estoy...—Tomó las manos del mayor entre las suyas, mirándolo fíjamente a los ojos y sintiendo cómo su labio inferior temblaba, junto a las lágrimas que caían inevitablemente.

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