Capítulo XXXII: Cena familiar

Dylan

Sasha me explicó que una energía muy oscura y turbia se había alojado en mi interior, la del pacto de sangre, pero que con la limpieza que hizo logró expulsarla y ya nada me ataba.

Era cierto, mi estado de ánimo mejoraba. Había dejado de sentir esa presencia pesada cerca, también la sensación de ser observado y de que moriría pronto. Incluso, Princesa dejó de ladrarle a la nada cuando salíamos al jardín.

Los medicamentos y mis terapias con la doctora Stone eran otro de los pilares de mi vida. Hablar con ella, contarle cómo me sentía y lo que yo suponía, eran mis progresos, se convirtió en una gran ayuda.

Volví a hacer ejercicio y a pesar de que solo habían transcurrido unos días, sentía que a pequeños pasos recuperaba el control de mi existencia.

Y por supuesto, Matt, mi faro radiante, mi apoyo incondicional. El que siempre me alentaba a ser mi mejor versión.

Pero a pesar de todo lo que había mejorado, esa tarde me miraba nervioso en el espejo. Encontraba en mi imagen cientos de defectos: la desagradable palidez de mi rostro, granitos en la frente, el cabello que no brillaba como antes y mi cuerpo en extremo delgado. Estaba a punto de decirle a Matt que no iría a su cena familiar, cuando él entró a la habitación luciendo espléndido: irradiaba luz, seguridad y belleza.

—¿Estás listo? —Me miró de arriba abajo con una sonrisa.

Me sonrojé avergonzado. Los padres de él debían estar al corriente de todos mis problemas. ¿Quién en su sano juicio aprobaría que su hijo se enredara con un tipo trastornado y problemático como yo?

—¿Estás seguro de que es buena idea que te acompañe? —Me mordí el labio inferior—. Puedo esperarte aquí, en casa.

—Ya lo hablé con ellos. Quiero que te conozcan.

—Es que yo... ya sabes... por todo lo que ha sucedido... Tal vez ellos quieran a alguien diferente para ti.

Matt se acercó a mí, me miró con una pequeña sonrisa antes de acomodarme el cabello y el cuello de la camisa.

—Te amarán igual que yo.

Me besó en la frente. Ojalá fuera tan fácil creer en sus palabras. Exhalé y volví a mirarme en el espejo, el hombre que se reflejaba en él tendría que ser suficiente.

—De acuerdo.

Ya conocía al hermano de Matt porque era el que se encargaba de mi publicidad. Se me hacía imposible no avergonzarme al pensar que él estaba al tanto de todo: de mis trastornos psicológicos, de mis problemas con Timothy y de los altibajos de mi relación con Matt. Era casi seguro que sus padres también sabían esos pormenores.

Exhalé con fuerza y Matt tomó mi mano mientras con la otra continuaba dirigiendo el volante.

—Tranquilo, verás que la cena sale bien.

—Tengo un poco de taquicardia —dije con una risita nerviosa.

—¿Por qué no pones algo de música?

Asentí y encendí el sistema de sonido, una canción que no había escuchado antes comenzó a sonar, hablaba de decisiones; una mujer con una voz preciosa cantaba que no estaba dispuesta a dejar a la persona que amaba. Tal vez yo debía ser así. Matt me quería, me lo había demostrado de muchas formas, era mi turno de luchar por él. Si él me había escogido, yo no lo defraudaría.

La mansión de la familia de Matt tenía una arquitectura bastante moderna: líneas rectas, estuco, granito y ventanales amplios que se abrían a un jardín perfectamente cuidado donde no había flores, pero sobraba el verde del pasto.

El interior no era menos lujoso o moderno. Todo el conjunto transmitía elegancia sin llegar a ser opulento. Pasamos al salón donde la familia conversaba. Al sentirnos, todos giraron las cabezas en nuestra dirección. Matt los saludó con una sonrisa cálida y me hizo señas para que me acercara. Sentía que me sudaban las manos y el corazón quería salírseme del pecho.

La madre de Matt fue la primera en saludarme. Se parecía bastante a su hijo, tenían los mismos ojos verdes, brillantes y amables. La señora me abrazó y dijo que tenía muchas ganas de conocerme. Luego me saludó una mujer joven que Matt me presentó como su cuñada, la esposa de Marc. Era esbelta y elegante. Ella fue mucho más efusiva, me recordó un poco a Sasha porque también se declaró fan de mi trabajo. Sonreí, comenzaba a sentirme menos ansioso.

Marc apretó mi mano en un saludo enérgico. En su rostro no había calidez, sin embargo, se mantuvo cordial. Por último, Matt me presentó a su padre.

Cuando el hombre se acercó a mí y estrechó mi mano, un agujero negro se abrió a mis pies.

—Por fin conozco al famoso Dylan Ford —dijo con sonrisa radiante y apretando mis dedos—. Soy Eduard Preston.

Eduard Preston. Su nombre no me decía nada, pero su rostro lo tenía grabado en mi mente. Me quedé en blanco sin saber qué hacer: ¿salir corriendo? ¿Fingir que nada sucedía? Matthew se acercó a nosotros con una sonrisa enorme.

—A este hombre le debo todo lo que soy —dijo orgulloso refiriéndose a su padre.

Entonces, decidí disimular el horror que sentía en mi interior y me obligué a sonreír, aunque las piernas me temblaran.

—De, de tal palo, tal as, astilla —titubeé—. Perdone, es, estoy un poco nervioso.

—No tienes por qué —dijo el hombre manteniendo en su rostro la sonrisa confiada—. Somos nosotros quienes estamos nerviosos de tener en nuestra casa a una estrella como tú.

Matt y yo nos sentamos en un sillón de dos plazas, un mayordomo nos ofreció bebidas. No solía ingerir alcohol y menos debido a mi tratamiento, sin embargo, necesitaba algo fuerte si esperaba salir vivo esa noche.

—Whisky, por favor.

Matt giró hacia mí, en voz baja me preguntó al oído:

—¿Estás seguro? ¿No te hará daño con los medicamentos? —Apretó mis dedos—. ¡Estás helado!

Por un instante pensé en decirle, o mejor todavía, levantarme y gritar en medio de esa sala lo que había pasado, tal vez lo que aún sucedía. Pero no podía hacerlo porque ese hombre era su padre. ¡Su maldito padre!

—Será solo un poco de whisky —le contesté—, no te preocupes, estaré bien.

Ellos continuaban hablando, tenía la impresión de que contaban alguna anécdota mientras mi cabeza giraba. Por momentos todo a mi alrededor se oscurecía, los oídos me zumbaban. El mayordomo me ofreció el vaso y yo bebí la mitad del contenido de un solo trago.

—¿Seguro que puedes hacer eso, Dylan? —preguntó Marc.

—Es solo un poco.

Anunciaron la cena y todos se levantaron. Miré a Eduard Preston que caminaba con confianza para ocupar su lugar a la cabecera de la mesa. Me pregunté si Marc también era como él. O Matt.

No, Matt, no.

¿A dónde había ido a meterme?

Sirvieron la cena y volví a observar al hombre. Reía tan tranquilo, era evidente que no me había reconocido, mientras él poblaba gran parte de mis pesadillas. Me pregunté cuántos como yo habían pasado por sus manos para que no se acordara de mi cara. Tenía ganas de llorar, de gritar y salir corriendo. De matarlo o matarme yo.

La vida era una maldita farsa, una trampa que te hacía creer que todo iba bien cuando en realidad a la vuelta te esperaba alguna desgracia.

—¿No comerás? —Matt se inclinó para hablarme al oído—. Come, por favor, aunque sea solo un poco de ensalada.

—Sí —contesté como un autómata. Me llevé una hoja de albahaca y una rodaja de tomate a la boca.

Alcé el rostro de nuevo, esta vez miré a Marc. Él reía mientras cortaba su bistec término medio, el jugo rojizo se esparció en el plato. Rojo como la sangre. Sentí náuseas. ¿Sabría lo que hacía su padre? Mis ojos se desviaron a la pared blanca a su espalda, donde había un cuadro. Era un estilo impresionista que representaba el rostro de una mujer que ocultaba su ojo derecho con una de sus manos. La boca se me secó al verlo. Paseé los ojos rápidamente por el resto de la sala. En todas partes encontraba algún símbolo: en la lámpara triangular del rincón o en el cuadro colgado en la pared detrás de Eduard, en el que había una pirámide dorada.

Fue como si la luz se hubiera hecho en ese instante en mi mente: todos los engranajes se movieron y las piezas encajaron. Lux Marketing, el logo de la compañía era un triángulo y un ojo.

Siempre me pregunté cómo era que Timothy lograba encontrarme aunque desactivara el GPS de mi teléfono y me cuidara de no subir fotos que pudieran delatar mi ubicación. ¿Cómo siempre sabía dónde estaba? Una lágrima se deslizó por mi mejilla cuando miré a Marc y luego a Matt. Matthew le contaba todo a su hermano y yo siempre estaba con Matt. Marc lo sabía y él le decía a Timothy. Tenía que ser esa la explicación

La cabeza me daba vueltas debido al horrible descubrimiento. Había ido a meterme en la boca del lobo.

—¿Qué sucede, Dylan? —preguntó Matt. Sin darme cuenta me había puesto de pie.

—Tengo que salir de aquí —dije temblando.

Pero cuando aparté la silla para moverme, el mundo se volvió negro, me desmayé.

Mis pies se hundían en el fango. La oscuridad, casi total, no me permitía ver por donde iba, solo sentía el terreno irregular cada vez que pisaba. Sabía que tenía que escapar, los demonios me perseguían, pero no era fácil hacerlo debido al suelo que parecía tragarse mis pies. Miré hacia abajo y, entonces, sí pude observar qué era lo que pisaba: eran cuerpos, cientos de cuerpos de niños. Quise gritar y la voz no salió, tampoco podía correr.

En ese instante, una luz dorada lo iluminó todo y apareció Eduard, el padre de Matt, caminando hacia mí. Cuando lo tuve enfrente, él abrió la boca y de esta manó sangre igual a una cascada.

Abrí los ojos. Tenía el rostro cubierto de lágrimas y la garganta seca como si hubiera gritado mucho.

—Dylan, tenías una pesadilla.

—Matt.

Miré a mi alrededor sin saber dónde me hallaba. Me encontraba acostado en una cama de dos plazas. Era una habitación de paredes azul claro y afiches de bandas musicales. El cuarto de un adolescente, quizas. Recordé la cena, a Marc, a su padre, los triángulos, la verdad.

—¡Tengo que irme de aquí! —dije y aparté las colchas para levantarme.

—No estás bien, Dylan —dijo Matt con suavidad e intentando acostarme de nuevo—. Un médico viene en camino.

Un médico. Un maldito loquero, seguramente. De nuevo se repetiría todo, ellos querían encerrarme igual que lo hizo Timothy.

—¡No me toques! ¡Suéltame! Tengo que salir de aquí.

—¡Dylan, espera! ¡¿Qué te sucede?!

Matt me sujetó del brazo. ¿Podía confiar en él? Por un breve instante consideré la posibilidad de que también estuviera involucrado. Observé sus ojos que me miraban con preocupación. Tenía frente a mí al hombre que me había rescatado de Timothy, el mismo que me había jurado que no me dejaría, que me ayudaría. El que lo hacía cada vez que podía. Matt no era como su padre.

Pero por otro lado estaba el hecho de si me creería. Por mucho que me amara, lo que tenía que decirle era terrible e involucraba a su padre.

—Sácame de aquí, por favor —le supliqué llorando—. Por favor. Te lo contaré todo, pero no quiero estar aquí.

Matt frunció el ceño. Casi podía adivinar lo que pensaba: Dylan, el loco, estaba de regreso. ¡Maldita sea! Realmente no tenía escapatoria.

Me di la vuelta, dispuesto a irme, pero Matt sujetó mi muñeca.

—¡No sé qué te pasa! De pronto colapsaste en la cena.

Yo temblaba, las lágrimas seguían corriendo por mis mejillas. ¿Si le decía, me creería?

—Dime, Matt, ¿piensas que estoy loco?

Matt guardó silencio, analizándome. Tuve pánico de su respuesta.

—No. Pienso que te está sucediendo algo muy grave, pero no sé como ayudarte.

—Si quieres ayudarme, sácame de aquí, por favor.

—Está bien, pero prométeme que llamaremos a la doctora Stone cuando estemos en casa.

El estigma de la locura mofándose de mí

—Te lo prometo.

En el salón, la familia reunida hablaba en voz baja. Tuve que controlarme para no vomitar cuando Eduard se acercó a nosotros y me preguntó si me sentía mejor. Continuaba sin reconocerme. Eso, o fingía muy bien.

No, él no se acordaba de mí, si lo hiciera jamás me hubiera invitado a su casa y menos sabiendo que era la pareja de su hijo. Nos despedimos de todos y yo hice un esfuerzo sobrehumano al fingir que estaba bien. Sonreí y musité alguna disculpa relacionada con el cansancio.

Caminé hasta el auto en una especie de bruma, no era muy consciente de lo que sucedía, por momentos mi alrededor se tornaba difuso y las voces sonaban amortiguadas. Mi mente continuaba atando cabos, uniendo el pasado con el presente.

Me senté en el asiento del copiloto y Matt encendió el auto.

—Por favor, Dylan, ¿puedes decirme qué sucede?

Giré y lo miré. Tenía el ceño fruncido, los labios algo resecos, estaba preocupado. Debía ser muy difícil para Matt estar con alguien como yo. Me sentí culpable de haberlo envuelto en el caos que era mi vida. Si yo no hubiese subido a ese avión, si no lo hubiera seducido para que se convirtiera en mi abogado, él podría continuar en la ignorancia. Iba a destrozarle el mundo todavía más de lo que había hecho.

—Debí morirme alguna de esas veces en que lo intenté. Dios no debió permitirme vivir.

—Dylan...

—No sé si vas a creerme, Matt. No estoy seguro si deba contártelo.

Él apretó la mandíbula sin dejar de mirar el camino.

—¿Cómo que no estás seguro si debes contarme lo que te sucede? —Su mano buscó la mía y me la apretó suavemente—. ¡Quiero ayudarte! ¡Prometiste que me contarías!

Un par de lágrimas se deslizaron por mis mejillas, la angustia cada vez era mayor, me sentía perdido sin saber qué hacer. Necesitaba de su apoyo, pero no quería que él sufriera.

—No quiero hacerte daño.

—Si no confías en mí me haces daño, Dylan.

—Algunas cosas es mejor no saberlas.

Saqué un cigarrillo y el yesquero. Las manos me temblaban tanto que se me dificultaba encenderlo. Necesitaba serenarme y poner en orden mis pensamientos aunque fuera un poco. Matt negó con la cabeza.

—Ya no creo que haya algo que me sorprenda —dijo.

Lo miré con tristeza. De alguna forma todo era mi culpa. Lo destrozaría, acabaría con el hombre que amaba y sería mi culpa.

—Quiero que me cuentes. Por muy terrible que sea lo que ocurre, deseo ayudarte.

Suspire desesperado y volví a intentar encender el cigarro. Cuando por fin lo logré di varias caladas. Nos mantuvimos en silencio mientras yo fumaba ansioso y él conducía. De pronto, Matt exclamó «¡maldita sea!». Me sobresalté.

—¿Qué sucede?

—¡Están siguiéndonos! —masculló entre dientes—. ¿Vas a decirme qué carajos está pasando, Dylan?

Me giré en el asiento. En efecto, un auto venía detrás de nosotros en la carretera desierta.

—Son ellos, nos persiguen. Van a matarme, tarde o temprano lo harán. —Empecé a temblar sin control.

—¡No lo harán!

Matt aceleró. Por suerte, el tráfico a esa alta hora de la noche era casi inexistente, los pocos coches que encontrábamos en el camino, Matt los esquivaba con pericia. Volteé de nuevo, el auto continuaba detrás de nosotros. De pronto sentimos un golpe, nos embestía por detrás.

—¡Maldito! —exclamó Matt.

Volvió a embestirnos, parecía querer sacarnos del camino. Matt aceleró. Por suerte, la entrada a la autopista estaba cerca, allí había más tráfico. Empezamos a pasar auto tras auto muy rápido, tratando de dejar atrás el que nos perseguía. Íbamos a alta velocidad y Matt había logrado sacarle varios metros de distancia, salió de la autopista y aceleró, entramos a una zona comercial, donde también había tráfico. Matt giró en una callejuela y detuvo el auto.

—¿Por qué te detienes? —me angustié.

—No va a encontrarnos. Creerá que hemos seguido por la avenida. Retomaremos la autopista dentro de unos minutos.

No estaba seguro de que su plan funcionara. Me giré y miré por la ventanilla trasera esperando que en cualquier momento apareciera el vehículo que nos perseguía, sin embargo, los minutos pasaban y nada sucedía. Quince minutos después, Matt encendió de nuevo el auto e hizo como había dicho, tomamos de nuevo la autopista que nos llevó a nuestro hogar.

Hicimos el viaje en silencio, él no volvió a preguntarme nada, pero cuando entramos a la casa, eso cambió.

Después de que él activó la alarma, se giró hacia mí.

—¿Ahora sí me explicarás qué te sucedió en la casa de mis padres?

Asentí apenas, con el corazón retumbando en mi pecho. Caminé hacia la cocina y encendí la luz, Matt venía detrás de mí.

—¿Té o café? —pregunté temblando.

Matt me miraba impaciente, tenía miedo de contarle. Temía que me creyera y le arruinara la vida. Temía que no me creyera y que pensara que estaba loco. En ambos casos estaba seguro de que él me abandonaría y entonces mi vida llegaría a su final, porque sin él todos los demonios me destrozarían.

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