Capítulo XXVII: Incondicional

Matthew

El repique de mi móvil me despertó. Dylan se removió a mi lado, tomé el teléfono rápido y me levanté con todo cuidado de no despertarlo.

Miré el nombre en la pantalla y exhalé presintiendo la bronca que se me vendría encima en cuanto atendiera la llamada.

—¡¿Se puede saber en qué carajos estabas pensando?! —No hacía falta el altavoz, los gritos de mi hermano retumbaron en la habitación silenciosa. Tomé mi pantalón de dormir y salí de prisa—. ¡¿Cómo mierdas se te ocurrió que era una buena idea allanar la casa de Dylan Ford y llamar a la policía?! ¡Eres abogado, ¿Acaso no te das cuenta de lo mal que estuvo todo eso?!

—Primero que nada deja de gritarme y segundo, ¿tienes idea de lo que Timothy le hacía a Dylan? ¿Querías que lo ignorara? ¡Marc, por favor!

Sosteniendo el móvil entre la cabeza y mi hombro, me puse el pantalón mientras mi hermano continuaba gritándome.

—¡No es tu asunto! ¡Ese muchacho está enfermo y Timothy es su tutor legal!

Exhalé muy molesto, no podía creer lo que oía. No se trataba solo de lo que sentía por Dylan, era cuestión de humanidad.

—¡Por suerte todavía no es así y me encargaré de que Timothy nunca lo sea! Marc, trabajamos para Dylan, no para el maldito de su hermanastro.

—¡¿Trabajamos?! ¡¿Tienes alterada la percepción de la realidad o qué?! Ya no eres su abogado y Lux Marketing solo se encarga de la publicidad de su marca. ¡No tenías que involucrarte, mierda! —Marc hizo silencio y exhaló. Cuando volvió a hablar me pareció más bien cansado—. No tienes idea de lo que has desencadenado, Matt. Papá está furioso, los socios están furiosos. Arreglaremos esto en cuanto llegues.

—Con respecto a eso, no iré hoy, no puedo dejar a Dylan solo.

—¡¿Es que estás con él?! ¡Maldita sea, Matt, gasto saliva en ti! ¡Tendrás a la prensa acosándote en tu casa!

—No estoy en mi casa.

—¿Dónde estás?

—No te interesa.

No deseaba tener a Marc en la puerta de la casa media hora después de darle la dirección, así que preferí no decirle nada. Si él y el resto de la compañía no podían entender mi posición, entonces sería mejor renunciar y abrirme camino solo, pero no abandonaría a Dylan en el momento en el que más me necesitaba. Llevaría hasta el final las consecuencias y no descansaría hasta que Timothy pagara por todo lo que había hecho.

—¡Eres un idiota! ¡No seguiré salvándote el culo!

Marc cerró la llamada y yo me tumbé abrumado en el sofá. Podía imaginar el rostro enrojecido y furioso de mi padre en su oficina. Por un instante me invadió la sensación de haberlos decepcionado a todos. Desde niño había admirado intensamente a mi padre, me formé con el propósito de entrar en la compañía y demostrar todo mi potencial, quería sentirme admirado y validado por él y por mi hermano. Recordé la maravillosa sensación de ser felicitado cuando obtuve mi primer contrato. Ahora estaba siendo repudiado y criticado. Después de lo que ellos consideraban una metedura de pata, mis pequeños logros no valían nada. No obstante, lo que más me dolía era darme cuenta de lo deshumanizado que estaba Marc. ¿Cómo podía no importarle la situación que Dylan vivía? ¿Cómo podía ser más importante el nombre de la compañía que salvar a un ser humano de la infamia?

—¿Qué sucede? —Dylan caminaba hacia mí descalzo y vistiendo solo el pantalón de seda negra de su pijama, despeinado y sin camisa—. Te oí gritar.

—Hablaba con mi hermano. No debes preocuparte—. Le hice lugar en el sofá y él se sentó a mi lado, recostando la cabeza en mi hombro—. Tenemos que formalizar la denuncia, hay que ir a la sede de la policía.

Suspiró y se pegó más a mí.

—Hay otra denuncia que también quiero hacer. El culto en el que estaba tiene niños en los túneles de los desagües de la ciudad. También mataron a una chica.

Me enderecé para mirarlo a la cara, lo que decía era sumamente grave.

—¿Estás seguro?

—Los vi, Matt. El día que Tim trató de matarme yo huí de esa casa a través de túneles subterráneos que conectaban con el sistema de alcantarillado. Allí hay celdas con niños encerrados. Rescaté a uno que tenía un indigente. El tipo dijo que se lo llevaba a un pervertido. Creo que puede tratarse de una red de pedofilia en el seno de ese culto.

—Es una acusación muy grave, Dylan. ¿Dónde está el niño?

—La policía lo encontró, no sé qué hicieron con él porque después caí en manos de Tim otra vez. —Hizo silencio un momento y apartó la mirada de mí—. Hay algunas cosas que no te he contado.

«¿Más cosas?», pensé con desazón. Dylan agachó la cabeza, tenía las manos sobre los muslos y jugueteaba con los brazaletes que siempre llevaba en las muñecas.

—Después de que mis padres murieron, conocí a Nils. Fue quien me descubrió y me dijo que tenía oportunidad en el mundo del modelaje. Realmente las cosas fluyeron bastante bien. Aunque nunca soñé con nada de esto, no negaré que me gustó toda la atención, sobre todo porque Tim estaba orgulloso de mí. Sin embargo, hacerse un nombre iba más allá de saber pasarela y posar. A pesar de cuanto me esforzaba y el tiempo que dedicaba en aprender, no lograba obtener un lugar en un desfile importante.

»Nils nos habló de algunas fiestas en las que podría conocer gente con conexiones que me ayudarían en mi carrera. Timothy se entusiasmó y me contagió su optimismo; acepté, total, eran solo fiestas para hacer relaciones.

»Siempre iba con Tim. La primera de esas fiestas me deslumbró y también me asustó. Era mucha gente importante reunida riendo, bebiendo y también mirándome con interés. Llegué a sentirme muchas veces como algo exótico, una novedad que despertaba curiosidad. Me presentaron actores, cantantes, modelos, directores de cine y productores. A pesar del miedo que podría darle ese mundo al jovencito que yo era, me ilusioné con la promesa de un futuro brillante. Me vi a mí mismo como una gran estrella cuya imagen relucía en las más vistosas vallas de las grandes ciudades, soñaba despierto con alcanzar la cima.

Dylan rio con amargura, sus ojos entornados parecían mirar hacia adentro, a sus recuerdos.

—Obtuve mi primera pasarela importante pocas semanas después —continuó—. Hacer relaciones funcionaba así que seguí asistiendo a esas fiestas. En una de ellas conocí al diseñador Nicola Lee, quien lleva la dirección creativa de Molocopi. El hombre me halagó muchísimo, decía que le gustaban mis ojos y mi forma de sonreír. Me sorprendió un poco que en aquella fiesta Tim sí me hubiera dejado solo mientras él hacía relaciones con otros agentes. No le di mucha importancia, pues Lee era encantador conmigo. Recuerdo que la fiesta fue en su casa: una mansión espléndida llena de obras de arte. No sé cómo se enteró de que me gustaba pintar, pero me invitó a ver un precioso retrato suyo que tenía en su despacho.

Dylan hizo una pausa, pasó saliva y continuó con la labor de juguetear con las pulseras, en tanto continuaba su relato.

—Tenía dieciséis años en aquel entonces, mientras ese tipo pasaba de los cuarenta. Entramos a su despacho y me mostró un retrato muy feo suyo, fingí que me gustaba, sonreí y bebí más vino. Me sentía mareado, quería buscar a Tim e irme, pero sabía que agradarle a Lee era importante, así que disimulé el malestar hasta que me pidió desnudarme con la excusa de ver si serviría para su próximo desfile. ¿Sabes qué es lo peor de todo, Matt? Que yo accedí.

Dylan no me miraba a la cara, tenía la vista fija en sus manos, dónde cayeron dos gotas.

—Me sentí horrible. No pasó nada más que eso, pero su mirada recorriendo mi cuerpo desnudo fue suficiente para asquearme. Recuerdo que le conté a Tim en el auto lo que sucedió y él le restó importancia. Dijo algo como que era lo habitual en ese medio, que todos lo hacían y no le diera más vueltas, al fin y al cabo, no había pasado nada serio.

»Esa noche no dormí bien, fue cuando empezaron las pesadillas. Sin embargo, me convencí de que el esfuerzo valía la pena, más cuando ingresé en la plantilla oficial de Molocopi. Por fin llegaron las pasarelas importantes, las campañas publicitarias, mi carrera despegó y entendí que si quería seguir creciendo tendría que continuar haciendo sacrificios, como aguantar el acoso de Nicola Lee, invitaciones a fiestas privadas y otras cosas donde también me desnudé frente a otros diseñadores, algunos llegaron a tocarme, incluso besarme.

Dylan vaciló. Su rostro gacho lo ocultaban los mechones de pelo negro, mientras las gotas caían en el dorso de sus manos.

»Timothy tuvo la idea de que incursionara en la actuación, me llevó... —En ese instante la voz se le quebró, hizo una nueva pausa para serenarse antes de retomar su relato—. Me llevó con Emilio Garcés, el dueño de una de las productoras más grandes. Él no quiso solo mirarme, tocarme o besarme. Él fue más allá.

Otro silencio. Sobre el dorso de sus manos se había formado un pequeño pozo de lágrimas.

—Así se forjó mi carrera, lo demás ya lo sabes, la cumbre fue el maldito culto. ¡Accedí a todo, lo permití todo!

Continuó sin mirarme, se cubrió el rostro con las manos y después las deslizó por su cabello.

—Todos los que son alguien lo hacen, apadrinan jovencitos deseosos de fama como lo hicieron conmigo. Hay fiestas, mansiones en islas privadas, yates. Nadie dice nada, aunque todos lo saben. ¿Qué se supone que debo hacer? No quiero seguir callando, no puedo saber que va mucho más allá de impulsar carreras a través del sexo. No puedo enterarme de que el asunto es todavía más sórdido y no hacer nada, ¿entiendes? ¡¿Qué hacen con esos niños?! ¡¿A nadie le importa?!

Lo abracé, no podía hacer otra cosa que intentar contener su temblor y su llanto. Ya me había imaginado que algo así pudo haber pasado en su vida, pero escucharlo de sus labios era diferente: doloroso y aterrador. Me superaba. Odiaba cada día más al malnacido de Timothy.

—¿Quieres denunciarlos a todos?

—No estoy seguro. —Él se separó y se limpió el rostro con la mano—. Son personas muy poderosas. Marguerite, la muchacha que se prostituía en ese culto y que ellos mataron, dijo que la policía estaba implicada.

—¿Por eso dudaste ayer cuando llegaron a tu casa? —Dylan asintió—. Conozco a un par de fiscales, no te preocupes, hablaré con ellos.

Lo que siguió a continuación fue una locura.

Llegamos a la jefatura donde formalizamos la denuncia. A nuestra salida, de alguna forma, la prensa se enteró. Decenas de reporteros y fotógrafos esperaban a Dylan con los flashes y los micrófonos preparados, de nada sirvieron la gorra y las gafas habituales. Muy rápido y evadiendo lo mejor que podíamos a los reporteros, entramos al auto.

—¡Esto es una mierda! —exclamó él lanzando en el asiento trasero las gafas y la gorra—. ¡Esos malditos policías no creyeron nada de lo que les dije, me veían como si fuera un maldito loco!

Arranqué el auto, por el rabillo del ojo, lo vi inclinar hacia atrás el asiento al máximo. Durante la declaración, él habló de Moloch, del culto satánico, de orgías, sacrificios de niños y redes de prostitución infantil. Su relato oscilaba entre lo macabramente surrealista de un cuento de Lovecraft y una película de acción protagonizada por La Roca. Entendía lo difícil que era creerle y más considerando los trastornos psicológicos de Dylan y que a esas alturas eran de dominio público.

—Son policías, flaco, su deber es investigar todo lo que dijiste.

—Debí hacerte caso y no decirlo de esa forma, debí dejarte hablar a ti. Ahora ya es tarde y todos suponen que estoy loco. No quiero asomarme en Instagram, no quiero ver las alertas de google, debo ser el maldito hazmerreír de la farándula.

—No es cierto, mucha gente se ha solidarizado contigo, estás conmocionando las redes.

Dylan rio incrédulo, pero no refutó nada.

Había tráfico fluido en la autopista, cada tanto miraba los retrovisores para verificar que ningún paparazzi o reportero nos seguía. Que uno de ellos descubriera nuestro escondite sería una catástrofe emocional para Dylan. Esquivé varios autos y avancé dejando atrás a cualquiera que pudiera estar siguiéndonos. Unos kilómetros más y salíamos de la ciudad. Tomé el sendero boscoso que nos llevaría a casa. Dylan enderezó el asiento y bajó el cristal de la ventanilla, un instante después sentí el olor del tabaco.

—Llamé a la doctora Stone, como me sugeriste —dijo de pronto—. Vendrá mañana a verme.

—Es una buena decisión. —Por el rabillo del ojo lo vi mirar el paisaje mientras fumaba.

—He pensado mucho en Nils. Sé que no estarás de acuerdo, pero quisiera hablar con él.

Apreté la mandíbula, nada más su sola mención me ponía de mal humor.

—Si es lo que deseas.

—Estoy seguro de que ellos lo presionaron, Matt. Nils es mi amigo, él, él nunca me hubiera traicionado a menos de que su vida corriera peligro.

En la escala de mi odiómetro, Timothy ocupaba el primer puesto y Nils el segundo. No existía nada en el mundo que justificara el comportamiento de ese tipo. Se aprovechó de la confianza de Dylan, de su vulnerabilidad y dependencia, se lo entregó en bandeja a Timothy sin importarle la supuesta amistad entre ellos.

—Solamente te voy a pedir que si decides hablar con él, por tu propia seguridad no le digas donde estás, por favor.

—Está bien, no le diré nada de la casa. De cualquier forma, todavía no estoy seguro de si hablarle o no.

Unos minutos después llegamos a casa, donde Mery nos tenía preparado un delicioso almuerzo. El resto del día lo pasamos charlando y mirando series en la televisión, evitamos cualquier interacción en redes. Cada tanto mi pensamiento abandonaba lo que veíamos y se adentraba en lo que Dylan me había contado del culto y los niños secuestrados. No le dije nada, pero había tomado la decisión de investigar por mi cuenta y tratar de hallar la verdad sobre ese asunto. 


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