Capítulo XVI: Flores destrozadas
Matthew
El día había ido maravilloso, la estrategia de marketing que ideó mi hermano Marc para hacerle frente al boicot que le hacían a Dylan rendía frutos, inundamos las redes con tuits, reels, edits y post sobre Dylan y sus trabajos.
Al final de la tarde, Nils me envió una propuesta para una campaña de Versace, sonreí pensando en lo feliz que se pondría Dylan. Los trámites de la compra de la casa iban viento en popa, él cada vez estaba más animado, gracias al tratamiento de la doctora Stone y yo no podía tener más esperanzas en nuestro futuro juntos. Estaba seguro de que saldríamos adelante.
La noticia de que participaría en una nueva campaña de modas sería la guinda del pastel.
Pasé por presidencia y me despedí de mi padre y de mi hermano, bajé hasta el estacionamiento y subí a mi auto. Antes de encender el motor revisé los mensajes, no tenía ninguno reciente de Dylan. Él había tomado por costumbre escribirme varias veces al día y siempre enviaba alguna notita al final de la tarde, cuando se acercaba mi vuelta a casa. Pensé que el hecho de que no lo hiciera se debía a que tal vez estaba dormido a causa de las pastillas.
Paré dos cuadras antes de llegar a casa, en la tienda en la que solía comprarle flores. Quería darle la noticia de lo bien que iban las cosas con un gran ramo de tulipanes rojos y preparando una deliciosa cena. Después nos acurrucaríamos frente al televisor y disfrutaríamos alguna película. O quizás la suerte se pusiera de mi parte y en lugar de ver televisión acabáramos en una sesión de sexo ardiente. No habíamos tenido mucha intimidad en los últimos días, principalmente debido a que la líbido de Dylan estaba baja debido a los medicamentos, así que pensar en esa posibilidad me emocionaba.
Introduje la llave en la cerradura y, como siempre, la primera en recibirme fue Princesa, que meneaba la cola frente a mí. Atravesé el vestíbulo hacia el salón con el gran ramo de flores en la mano y lo que vi me heló la sangre. Quise creer que había entrado en otra dimensión, que de algún modo me había dormido y lo que veía era solo una pesadilla.
Dylan, desnudo de la cintura para arriba, estaba acostado en mi sofá y en igual condición estaba Timothy sobre él.
Era cierto, mis sospechas se confirmaban de la peor manera, Dylan y Timothy no compartían solo afecto fraternal. Y lo terrible no era lo que había pasado entre ellos, sino lo que seguía sucediendo, porque ellos continuaban viéndose.
Cerré los ojos, apreté los dientes y me sentí infinitamente ridículo en el medio de mi propia sala con un ramo de tulipanes rojos, «símbolo del amor perfecto y apasionado», mientras la persona que era mi pareja hacía el amor con su viejo amante.
—¡Matt, Matt, déjame explicarte!
Dylan se levantó y a toda prisa se colocó la camiseta. La entrepierna abultada, perfectamente visible a través de su pantalón deportivo, era toda la explicación que necesitaba de lo que sucedía entre ellos.
Llevábamos días sin hacer el amor porque su «tristeza» no sé lo permitía, por qué «las pastillas le quitaban las ganas». Pero ahí estaba él, enredado fervientemente con Timothy. Yo no era más que un parapeto.
Dylan era igual que Frank, como él me ponía los cuernos.
Una furia asesina explotó dentro de mí al ver el descaro con el cual se acercaba para hablarme, con los labios hinchados y enrojecidos debido a los besos de otro. Le asesté un puñetazo en el rostro que lo envió al suelo.
—¡Ni se te ocurra tocarme o hablarme, Dylan!
—¡Qué carajos te pasa a ti, imbécil!
Entonces fue Timothy quien me atinó en la nariz. La sangre me humedeció el rostro, pero tenía tanta rabia que no sentí dolor, le devolví el golpe y Timothy se tambaleó. Sin embargo, arremetió y los dos nos enfrascamos en una pelea a puño limpio. No podía pensar con claridad, todo cuanto sabía era que odiaba a ese hombre.
Dylan se levantó y se metió entre ambos para separarnos. No supe cuál de los dos lo empujó, lo cierto fue que Timothy y yo no paramos, continuamos golpeándonos en medio de mi sala.
—¡Basta, por favor! —gritó Dylan, jalando del brazo a Timothy.
Él no se detenía, así que Dylan volvió a meterse entre ambos. Iba a golpearlo de nuevo para que se apartara cuando vi el daño que le había causado antes: él tenía sangre en el rostro y el ojo izquierdo comenzaba a cerrársele. Tragué grueso y me arrepentí de lo que había hecho.
—¡Matt, por favor! —suplicó. Las lágrimas que caían de sus ojos se mezclaban con la sangre que le brotaba del pómulo—. ¡Me iré, ¿de acuerdo?! ¡Pero ya no pelees más! ¡No más!
—Lárgate de una maldita vez —mascullé entre dientes—. ¡No quiero verte nunca más, Dylan!
Me giré y entré en la cocina, no sabía si mis lágrimas eran de rabia o de dolor, tal vez eran de ambas. Dylan acababa de destrozarme, había roto mi corazón en pedazos. Sin piedad alguna se había burlado de lo que sentía por él.
Unos pocos minutos después escuché su voz entrecortada.
—Lo siento mucho, Matt. Nunca fue mi intención lastimarte.
—Vamos, Dylan —lo llamó Timothy—, no tienes por qué disculparte con este tipo.
La puerta se cerró y yo quedé solo en medio del desastre sin saber qué hacer.
Ver el ramo rojo en el suelo fue revivir el ridículo, volver a sentir la rabia abrasadora bullir dentro de mí. Tomé las flores y como si fueran un mazo comencé a golpear la superficie de la isla de la cocina. Recordé que allí le había hecho el amor por primera vez cuando llegamos a mi departamento y más furioso me puse. Hubiera querido derribarla, romper con mis manos el mármol negro hasta que me sangraran los dedos. De pronto, las flores decapitadas no fueron suficientes. Arrojé al suelo el ramo que se había convertido en uno de puros tallos rotos y deshojados y eché abajo las sillas, los recipientes del mesón, el reloj de la cocina.
Las lágrimas me quemaban el rostro, la hiel amarga de la decepción subía hasta mi garganta, lo único que deseaba era destrozarlo todo como él acababa de hacer conmigo. Fui hasta el sofá donde él se había besuqueado con Timothy y los cojines se convirtieron en el nuevo receptáculo de mi enojo. Entre gritos furiosos y llanto desesperado los rompí, también la frazada azul que era su favorita, con la que siempre dormía. La rasgué con mis manos hasta lastimarme los dedos, hasta que no pude más y me derrumbé en el suelo, con la manta hecha jirones igual que mi corazón. Hundí la cabeza entre mis rodillas y me entregué al llanto.
—¿Por qué, Dylan, por qué?
Le pregunté a la nada agarrando los pedazos de la manta, como si ella tuviera las respuestas o conociera los motivos de su dueño. Me la llevé al rostro ahogando con ella mis sollozos y el aroma de Dylan, impregnado en los hilos, me golpeó peor de lo que lo hicieron los puños de Timothy.
—Maldita sea, ¿por qué?, ¿por qué?, ¿por qué? Estaba dispuesto a todo por ti. ¿Por qué, flaco?
Me aovillé a los pies del sofá en medio del relleno de los cojines y los destrozados pétalos de las flores. No supe por cuanto tiempo lloré, ni cuantas veces lo llamé, o cuantas veces le pregunté a la nada por qué me había traicionado, por qué no fui suficiente.
¿Desde cuándo se veía con el maldito de Timothy? ¿Desde cuándo me engañaba? ¿Qué había sido yo?, ¿una farsa? ¿Por qué me había seducido, en primer lugar?, ¿para darle celos a su hermanastro, con quién mantenía una relación tóxica?
No lo soportaba, el pecho me dolía demasiado. Como pude, me arrastré hasta mi habitación y me metí en la cama. Me envolví en las sábanas y abracé la almohada que conservaba su aroma, una mezcla del perfume que usaba, de sus cremas y de la fragancia de su champú. Me quedé dormido en medio del llanto.
Bueno... a ver cómo seguirá esto. No odien mucho a Dylan, siguiente capitulo disponible.
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