Capítulo IX: Irresistible

Matthew
La mañana fue provechosa, la reunión con el abogado de la empresa de electrodomésticos rindió sus frutos y cerré el contrato. Al salir del edificio llamé a Marc para notificarle y mi hermano me felicitó, me sentía orgulloso de mí mismo, era el primer contrato grande que obtenía.
Abrí la puerta de la suite del hotel, deseoso de almorzar con Dylan. Quería preguntarle si le gustaría comer fuera, pues llevaba todo el día encerrado entre aquellas paredes. Sin embargo, al entrar me encontré con un interior silencioso, temí que él se hubiera marchado de nuevo.
—Dylan —lo llamé adentrándome a la habitación. Nadie respondió.
En la zona del dormitorio estaba sobre la cama la ropa de dormir que él había usado durante la mañana. Eso me tranquilizó, supuse que estaría en el cuarto de baño. Iba a dar media vuelta para esperarlo en la terraza, cuando la puerta se abrió. Dylan salió tan solo con una diminuta toalla blanca envuelta en la cintura y los cabellos negros goteando agua.
Antes de que pudiera evitarlo, mis ojos lo recorrieron de arriba abajo. Era delgado, con músculos apenas delineados, en la piel expuesta no había un solo rastro de vello. Cuando llegué a su rostro sentí que toda mi sangre se había vuelto loca en mis venas, mi corazón latía con furia desenfrenada.
—Me, me asustaste —dijo él mirándome con los ojos muy abiertos.
—Yo, yo lo siento —tartamudeé, no encontraba las palabras que quería decirle, así que opté por señalar con mi dedo el otro ambiente en el balcón—. Me iré, esperaré.
No aguardé su respuesta, salí del dormitorio y, azorado, me tumbé en una de las sillas forradas de piel frente a la mesa en el balcón.
—¡Dios! Esto de compartir habitación definitivamente es una mala idea. También debería bañarme —dije para mí al notar como una parte de mi cuerpo había reaccionado con bastante prontitud.
Me acerqué a la portátil que continuaba en la mesita, rodeada de los documentos que habíamos revisado por la mañana. La encendí intentando apartar el pensamiento del muchacho en la otra habitación, de su piel fría y húmeda, de las gotas de agua que escurrían de su cabello negro y se deslizaban por su pecho y espalda, de sus ojos brumosos y sorprendidos.
—¡Diablos! —exclamé en voz baja, mi imaginación no ayudaba.
Cerré los párpados y me froté la frente. Cuando los abrí, Dylan, todavía envuelto en la pequeña toalla, estaba junto a mí, la alfombra se había tragado el sonido de sus pies descalzos.
No me dio tiempo a preguntar ni a hacer absolutamente nada. Él apartó la mesa, se sentó a horcajadas en mi regazo, jaló mi cabeza hacia atrás tomándome del pelo y me metió la lengua en la boca.
No pude reaccionar más que con sorpresa. Mis manos colgaban a los lados de mi cuerpo, mientras él sostenía con las suyas los costados de mi rostro y me besaba a profundidad.
No era un beso tímido, ni expectante. No era el que se le da por primera vez a alguien de quien no estás seguro de cuál será su respuesta. Era uno ardiente y posesivo. Dylan me exigía en el beso, me tomaba con afán, cómo si deseara devorarme o dejar muy claro el hecho de que yo le pertenecía.
A medida que los segundos transcurrían, la sorpresa daba paso a la excitación. Me rendí ante él y acabé aferrando sus caderas desnudas por debajo de la toalla para acercarlo más a mí. Le acaricié los glúteos y subí por su espalda, comprobé lo que suponía: su piel era suave y aterciopelada. Arrastré con mis dedos algunas gotas que todavía caían de su cabello y le devolví el beso con entusiasmo.
Cuando finalmente nos separamos, la respiración de ambos era entrecortada.
—Dylan —dije casi sin aliento—, ¿estás seguro de esto?
Él me miró con los ojos de bruma gris oscurecidos por el deseo, su aliento ardiente chocaba contra mis labios. El olor a frutas de su cabello me invitaba a devorarlo.
—No, pero es lo que quiero.
Volvió a besarme del mismo modo que antes: dominante y apasionado.
—Me gustas mucho, Matt —me susurró al oído, luego de chupar y mordisquearme el lóbulo de la oreja.
No pude contestarle, los deliciosos escalofríos que me recorrían cada vez que él besaba mi cuello o pasaba la lengua por él no me lo permitían, sentía que me quemaba. Las manos de Dylan comenzaron a desabotonarme la camisa. La prenda cayó hacia atrás, en pocos segundos tuve sus palmas calientes y suaves recorriendo mi pecho y hombros.
Volvió a besarme en la boca en tanto sus manos bajaban peligrosamente por mi cuerpo. Sin perder un instante me desató el pantalón y coló los dedos dentro de mi bóxer. Jadeé debido a la caricia osada; sin embargo, le sostuve la muñeca para detenerlo antes de que continuara.
Dylan se separó de mis labios y me miró con ojos brillantes, pero confundidos.
—¿No quieres? —me preguntó con voz ronca.
—No es eso, es que no estoy seguro de que lo que estamos haciendo esté bien —le dije, todavía aferrando su mano.
—Tampoco yo, ¿qué más da?
Dylan volvió a besarme y yo dejé de luchar, me abandoné a las sensaciones que su boca ansiosa y sus manos desataban en mi cuerpo; al placer que sentía recorriéndome desde el vientre, que se me alojaba en el pecho y me nublaba la vista. Me dediqué a besarlo, a probar su apetitoso y esbelto cuello; quería morderlo, lamerlo, degustarlo. Mientras lo hacía, las yemas de Dylan se incrustaron en mis hombros, en tanto él echaba la cabeza hacia atrás para darme acceso al festín que era su piel.
Tenerlo de esa manera era una fantasía increíble. Estaba abrumado por las sensaciones y el deseo; sin embargo, en el fondo de mi mente, una vocecita repetía incansable que lo que estaba haciendo era un error.
Cuando Dylan me quitó el pantalón deje de escucharla. Solo importaba el momento y el cuerpo sedoso que se cimbreaba sobre el mío, las caderas que se frotaban en mi regazo y desencadenaban calambres placenteros en mi entrepierna, mis dedos enterrándose en sus glúteos.
En un momento de lucidez recordé que necesitaba un preservativo. Me separé de él con mi pecho subiendo y bajando por la excitación.
—No tengo condones —me lamenté.
Pero él me sonrió de una manera lasciva y me mostró el empaque plateado que sostenía con dos de sus dedos.
—Había en el baño —susurró.
Lo rasgó con los dientes sin apartar la mirada de mí, que había empezado a temblar anticipándome a lo que venía.
Se puede desear algo con muchas ganas y al mismo tiempo estar totalmente seguros de que ese anhelo será nuestra perdición. No importa si en la deslumbrante fascinación del borde del abismo, cuando sentimos su irresistible llamado, nos arrojamos al precipicio, aun sabiendo que nos romperemos en pedazos.
Mientras él deslizaba el látex y cubría mi sexo, yo jadeaba. En el fondo sabía que caía sin control, que me esperaba el suelo, que me destrozaría. Pero no me importaba. Yo ansiaba quebrarme, rasgarme en miles de fragmentos, si con eso podía sentirme dentro de su cuerpo, si por un breve instante podía ser el dueño de su placer.
Dylan levantó las caderas y se dejó caer lentamente sobre mí. El suspiro lúbrico se me escapó casi sin darme cuenta, su carne me rodeaba, sus ojos de plata me miraban perdidos en la lujuria.
Apreté los dientes en lo que él comenzó a cabalgarme sosteniéndose de mis hombros. Lo tomé de la cintura para ayudarlo con los movimientos y pronto nos acoplamos el uno al otro. Jadeando, me besó con la misma intensidad del principio. Él jalaba las hebras de mi cabello, su lengua feroz buscaba dejarme exhausto, al igual que su balanceo desenfrenado.
—Dylan, con calma —le susurré al oído.
Lo sentí sonreír, volvió a besarme bebiéndose mis gemidos, sin embargo, no disminuyó el ritmo, al contrario, era como caer en un torbellino: cada vez más rápido, profundo y vehemente. Era dientes y lengua, y dedos enredados en mi cabello, y él apoderándose de mi sexo. No podía controlarme, no había manera de retrasar el momento. No tenía dominio sobre mi cuerpo, Dylan se había enseñoreado de él y lo gobernaba a su antojo, me cabalgaba con una pasión estremecedora. Lamí su pecho que tenía a la altura de mi boca y acaricié con mi lengua uno de sus pezones, jugueteé con él, lo halé suavemente con los dientes y Dylan se estremeció sobre mí, dejó escapar un gemido alto que me excitó todavía más, si es que eso era posible.
Volví a enterrar mis dedos en su cintura firme, sedosa y cálida, mientras él se apoyaba en mis brazos para ascender hasta que solo mi punta estaba en su interior y luego dejarse caer tan profundo, que podía sentirlo temblar cada vez que lo hacía.
Dylan me estaba enloqueciendo, empezaba a dejar de percibir el exterior secuestrado por el placer de tenerlo de esa forma tan íntima y avasalladora.
En el filo del orgasmo, él deslizó las uñas sobre mi pecho, dejando caminos enrojecidos mientras ambos gemíamos alcanzados por el clímax.
Tardamos varios segundos en recobrarnos, yo con la espalda apoyada en el sillón y él abrazado a mí. Poco a poco se aquietó el temblor, volvieron los colores y las formas que nos rodeaban.
—¡Diablos, Dylan! —Le acaricié la espalda húmeda, aspiré la fragancia a frutas de su pelo.
—No digas nada —respondió bajito sin apartarse de mí y sin mirarme—, no te arrepientas, no hagas promesas, no pienses. Y déjame no hacerlo a mí.
Los segundos se convirtieron en minutos, Dylan continuaba recostado, mientras recuperaba el ritmo pausado de su respiración.
De pronto tomé conciencia de lo sucedido: me acababa de tirar a Dylan Ford.
Aunque quizás era más apropiado decir que Dylan Ford fue quien me folló, como amablemente me aclaró la vocecita en mi cabeza, que había vuelto a alzar su voz desde el rincón sombrío al cual la arrojé antes.
Estar con un hombre como el que se abrazaba a mi cuerpo era una fantasía de alto calibre y, sin embargo, yo no podía desatar el nudo en mi estómago. La ligera sensación de que las cosas no estaban bien persistía a pesar del placer alucinante que Dylan me acababa de dar.
Por fin se separó de mi pecho y de inmediato, la ausencia de su calor se hizo evidente. Me miró con esos ojos grises que parecían una tormenta de humo, se mordió el labio inferior antes de hablar:
—Me gustas mucho, Matt. Estoy feliz de que hubieras sido tú en ese avión.
Sonreí con el pecho henchido por una agradable tibieza. La plata que brillaba en medio de la bruma de sus ojos y su sonrisa cálida finalmente desataron el nudo y acallaron todas las dudas, la voz no volvió a susurrar. Él se me hacía irresistible, le succioné el voluptuoso labio que antes se había mordido.
—También estoy feliz de que el destino te haya puesto en mi camino. Soy tu abogado y haré todo por ti, por cuidar tus intereses haré cualquier cosa.
La manzana en su cuello se movió de arriba abajo. Dylan me miró conmovido, con los ojos llenándose de lágrimas.
—Lo sé. Sé que contigo estoy seguro.
Él volvió a enterrar la cabeza en mi pecho y así estuvimos unos minutos más.

Conteo del capitulo 1858 palabras
Conteo total: 21.174
*** Cuando comencé a escribir esta historia no estaba muy segura de ella, no terminaba de convencerme, ahora estoy cada vez mas entusiamada con ella y la verdad es que me gustó mucho como quedó este capítulo. He escrito muchas escenas eroticas bl, pero esta ha sido una de mis favorita.
Tal vez a ustedes les parezca algo lenta la novela, pero lo cierto es que me gusta mucho como va quedando y mostrar todo este trasfondo psicológico del atormentado Dylan. Les prometo que mas adelante habrá acción, sangre y trama paranormal, solo denme algo de tiempo.
La dedicatoria es para una lectora a la que aprecio mucho por todo su apoyo
Nos leemos el otro jueves.

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