El misterioso pasajero
Diario de Bitácora, 30 de septiembre
Tengo miedo.
Rara vez esta sensación incierta ha abrumado mi voluntad con tanta intensidad y ello me aterra.
Siempre he guardado mis espaldas y las de mi tripulación con exquisita cautela, para lo cual procuré establecer y hacer cumplir un protocolo: el Codex.
Este código, hasta la fecha, ha sido seguido con rigor adamantino por toda la tripulación, por encima incluso de los valores e ideales que nos definen como personas individuales.
El Codex nos hizo libres, nos hizo poderosas y nos hizo temibles porque nuestra premisa siempre fue mantener el control por encima del corazón y la razón.
Pero hoy por primera vez las he traicionado, he roto el código. He aceptado un encargo que está fuera de mi control. Y aunque la razón de mi decisión ha sido guiada por un profundo amor, sé que no es excusa para sentir que las he traicionado.
Mañana en la noche empieza nuestro último viaje juntas y no sé si estoy preparada para ello.
Fdo. Asuna Y.
Capitana del Mother Rosario
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Los últimos rayos del sol crepuscular todavía delineaban figuras inconclusas en las casas y aceras de la pequeña villa marinera cuando la figura de un hombre se dejaba adivinar adentrándose entre las callejuelas que daban al puerto.
La algarabía propia del lugar, como cada noche, había dejado paso a un silencio y oscuridad que pocos valientes osaban interrumpir; sólo aquellos a los que temer eran los que vagaban con cierta libertad por la zona y podían disfrutar del reflejo de la luna sobre las aguas negras del puerto.
Navíos de todas las clases y tamaños dormitaban confiados en sus robustos amarres a tierra salvo uno, el Mother Rosario.
La pinaza coronada con su característica vela latina en la mesana era la más veloz en todo mar conocido. La nao de una sola cubierta, popa cuadra y muy poco porte, estaba preparándose para partir esa misma noche.
Parado al extremo del muelle observaba al grupo de mujeres que le acompañarían en su travesía. Era un hombre joven, a penas pasaría la mayoría de edad, de rasgos suaves que le hacían ciertamente atractivo y con porte firme que dejaba adivinar un lejano origen noble. Sus cabellos, que caía en mechones sobre su rostro, eran de color azabache, su piel clara, pero de aspecto sedoso, y sus ojos de un profundo gris plomizo. Vestía ropas propias de los corsarios de la vieja guardia: casaca negra larga con remates orlados y amplias solapas, pantalón oscuro metido por dentro de sus botas de cuero negro tipo mosqueteras, una camisa blanca holgada que se ataba a la altura del cuello con un cordel y sobre la cual se veía un curioso medallón y, para rematar, un sombrero de cuero negro de tres picos adornado con remaches de metal en forma de hebilla.
— Buenas noches señoritas.
— ¿Señoritas? Creo que nunca me han tratado de un modo tan distinguido... — le contestó con sorna la más cercana a lado de cubierta más próximo al muelle. Era una bella joven de cabello con tonos rosáceos y ojos magenta. Como el resto, vestía curiosos ropajes que, aun conformando una mezcla aparentemente sin criterio, pues era evidente que sus ropas habían sido obtenidas en sus pillajes atracando barcos comerciales, lucían con la gracia propia de su carácter pirata, evidenciando una sexualidad que las advertía poderosas en comparación con las mujeres más comedidas del pueblo.
— ¡Yo que tú le pedía matrimonio Liz, pocos hombres encontrarás que te traten con tanta cortesía! Jajajajaj— la voz en grito llegaba desde la cestilla de la cofa, era de otra joven esta de cabellos y ojos de una tonalidad azul ártica, la muchacha se deslizó con gran agilidad por la escala hasta la cubierta.
— ¡Venga ya Shino! Demasiado paliducho para mi ¿no crees? Parece más tú tipo...
— Pues a mí me parece mono... — Una tercera muchacha, mucho más joven, se asomó por la barandilla. Destacaban de su aspecto sus dos abultadas coletas color miel claro, sujetas por dos lazos escarlata a juego de sus ojos que marcaban aún más su infantil aspecto.
— Chicas... portaros bien con nuestro invitado. — La voz de la capitana surgió desde los camarotes, dejándose pronto ver en cubierta. Sin perder ese toque de exuberante femineidad del resto de la tripulación, cubierta con su casaca azul tres cuartos, la capitana lucía más elegante y distinguida. — Por favor, suba. — Le indicó al joven. — Chicas, este caballero es nuestro nuevo pasajero, trátenle con respeto. Como os comenté, nosotras le escoltaremos hasta su destino y él nos dará a cambio el mapa para localizar uno de los más importantes tesoros de William Kidd. Es la llave de nuestra jubilación muchachas, así que hagamos de su viaje una dulce travesía. — Se giró a su acompañante y, en un tono más moderado, añadió. — Sr. Kirito...
— Kirito a secas...
— Muy bien, como prefiera. Kirito le presento a mi tripulación, Liz, Shino y Sílica, falta una cuarta, Leafa, que ahora mismo se encuentra ya en su camarote, mañana la conocerá.
— Un placer señoritas. — El muchacho acompañó sus palabras con una leve inclinación a modo de reverencia.
— Echas las presentaciones, acompáñeme a mi camarote. – La capitana se dirigió a su tripulación para dar una última orden.- ¡Izad las velas y levad el ancla, partimos!
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— ¿Quiere un té?
— Si, por favor.
El camarote de la capitana se encontraba bajo la cubierta de popa. Era el más grande y se dividía en dos estancias, la zona de despacho, en la que se encontraban, y sus aposentos, con los que conectaba por una puerta lateral.
— Necesito aclarar con usted algunas cuestiones — la joven capitana le entregó la taza de té y se sentó frente a su invitado antes de continuar -. Según nuestro trato, antes de la próxima luna nueva, esto es, en dos semanas, tenemos que encontrar la Isla sin nombre — el joven asintió. — Me preocupan sus expectativas porque, hasta lo que yo sé, esa isla es un mito.
— No es un mito. — La corrigió Kirito. — Yo sé llegar.
La vehemencia con la que pronunció aquellas palabras frenó cualquier intento de la capitana por contradecirle.
— De acuerdo, como le dije, seguiremos sus indicaciones. Pero... — la bella capitana apoyó su taza sobre la mesa mirándole fijamente. — Si no la encontramos, usted cumplirá igualmente su trato.
— La encontraremos. — Ella mantuvo su mirada inquisitiva dándole a entender que aquella respuesta no era suficiente. — Pero, le prometo que cumpliré pase lo que pase.
— Otra cosa, mis chicas no deben saber a dónde nos dirigimos. Lo prefiero así.
— De acuerdo.
Por un momento ambos sostuvieron sus miradas sin pronunciar palabra. Los ojos de aquel hombre la turbaban, eran de un gris oscuro casi negro que al reflejar la luz de la luna que entraba por el ventanal de su camarote se advertían perturbadoramente profundos como las aguas negras por las que navegaban.
— Creo que eso es todo, dígale a Liz que le muestre su camarote.
El caballero se levantó dispuesto a abandonar la estancia, cuando estaba a punto de cruzar la puerta, una última pregunta de la capitana lo detuvo.
— Kirito... ¿Qué busca en esa isla?
El joven ni siquiera se giró para contestar — El cofre de Davy Jones.
La capitana ahogó un grito al oír aquello, comenzaba a arrepentirse de su decisión. La leyenda de ese cofre era demasiado oscura para tomarla en serio, aún así, no había marino que no la temiera.
* * * * * * *
Los siguientes tres días la Capitana Asuna no se cruzó con su invitado. Según le contaban las chicas él sólo salía de noche. Pasaba las horas en la zona del castillo de proa, observaba las estrellas con su sexante, trazando la dirección a seguir en su mapa.
La que más había congeniado con él era Shino ya que, por lo general, ella dirigía el barco en las travesías nocturnas como primera oficial al mando.
— ¿Qué impresión te da?
— No parece peligroso. — Contestó la vigía. — No del modo del que lo son el resto, me refiero.
Asuna entendió su matiz a la perfección. Como piratas se habían cruzado con muchos de su calaña e incluso peores, ellas era mujeres fuertes que habían aprendido a enfrentare a tipos despreciables sin que un solo pelo de su cabello se despeinara. Sobre todo Shino. Cuando Asuna la encontró ni siquiera hablaba, era pura furia contenida en un cuerpo menudo y tembloroso. Nunca le preguntó por lo que ocurrió en aquella habitación mugrienta. Conocía al hombre, bueno, a los restos del hombre que compartía habitación con ella. Un sádico y pervertido corruptor de menores. Se limitó a limpiar su sangre y heridas, ayudarla a deshacerse de aquel cadáver al que nadie echaría en falta y a enrolarla en su barco como un miembro más de su tripulación. Nunca hablaron de lo sucedido aquella noche, no era necesario. Con el tiempo descubrió que su decisión fue la más acertada, Shino resultó ser una fuerte guerrera, ágil, valiente y temible, pero también una mujer sensata, que la ayudaba a ver con lógica los problemas y la mantenía en tierra.
— Incluso te diría que me resulta atractivo.
— Shino... — Por alguna extraña razón aquella confesión la molestó.
— Vamos capitana... las chicas también tenemos derecho a divertirnos... Además te puedo asegurar que no soy la única que disfruta de su compañía. — Aquello era cierto. Shino no era la excepción, toda su tripulación le había trasladado su creciente interés por su pasajero. ¿Qué tenía ese hombre? Cierto que sus rasgos eran atractivos y su halo de misterio era suficiente para despertar el interés de cualquier mujer con inquietudes como ella. Pero eran tantas sus incógnitas... Además estaba esa sensación. Por más que Asuna intentaba ignorarla, esa sensación no la había abandonado desde el momento en que le conoció. Era como si no hubiera sido la primera vez que se cruzaran, algo en él le era extrañamente familiar, por ello le turbaba.
— De todos modos creo que él ya tiene a una mujer.
— ¿Cómo? — La joven de cabellos celestes había continuado con su diatriba sacando a Asuna de sus pensamientos.
— ¿Has visto el medallón que lleva en el pecho? — la Capitana asintió sin quitar la vista del mar. — En realidad es un extraño camafeo. Le he visto en varias ocasiones observar una foto en su interior con añoranza y, juraría, que era la foto de una mujer.
— ¿Y por eso deduces que se trata de la mujer a la que ama? No sabía que tuvieras un lado tan romántico Shino... — dejó escapar una mueca divertida.
— Por eso y porque ha ignorado todos mis intentos de llevármelo al catre.
— ¡Shino!
— ¿¡Qué!? Las noches en alta mar son frías capitana... — la sonrió pícara —. Incluso para una mujer como tú... quizás algo de compañía masculina no te vendría mal.
— Creo que será mejor que vaya a ver al resto de la tripulación...
Asuna abandonó el puente dejando a su amiga al timón. Sus últimas palabras la habían apenado un poco, el único hombre del que se había enamorado fue un joven contramaestre que conocía desde la infancia, su adorado Eugeo. El destino quiso que se enrolara en un navío mercante y que una noche de tormenta el barco desapareciera sin dejar rastro junto con toda la tripulación. Ella nunca le confesó su amor y su corazón casi no pudo soportar su pérdida, así que hacía tiempo que se negó a sí misma los placeres de la compañía masculina, ya las tenía a ellas, su familia, no necesitaba más.
* * * * * *
Era la noche del cuarto día, navegaban cerca de las islas de , territorio de piratas, no por sus tesoros sino porque allí se encontraba la taberna de Lady Sakuya, la cortesana más conocida en el mundillo. Mujer de fuerte carácter, gran belleza y físico exuberante regentaba el antro más concurrido de los siete mares; un auténtico imperio sostenido en buena comida, ron de las indias y cariñosas mujeres siempre dispuestas a relajar las espaldas de los fornidos hombres que atracaban en sus muelles.
Para la Capitana del Mother Rosario aquel siempre había sido un buen puerto para aprovisionarse y para que su tribulación descansara y se divirtiera un poco. Pero aquella noche necesitaba evitar a todo costa que su presencia fuera advertida por los piratas allí reunidos, no porque considerara que sus chicas no merecían un descanso en tierra firme, sino por el riesgo que suponía cruzarse con la tripulación del Salamander, capitaneado por el temible Eugene. Para todos era conocida la enfermiza obsesión romántica del segundo oficial al mando, Klein, por su maestre Liz. Así que ordenó a las chicas arriar las velas y reducir el número de candiles en cubierta al mínimo para pasar desapercibidas en el tramo de travesía que cruzaba el archipiélago.
Confiada en el buen hacer de su tripulación decidió darse un baño con sales aromáticas y descansar un poco en su camarote antes de retirarse a dormir ajena a lo que estaba a punto de suceder en cubierta.
— ¡Liz! ¡Mi princesa! ¿A qué viene este sigilo? ¿No esconderás a un hombre no? — las voces que llegaban desde el pequeño bote que se acercaba a la embarcación rompieron la tranquilidad de la noche.
— Ahí viene tu Don Juan querida, parece que te huele...
— Qué graciosa eres Shino... — las dos mujeres observaban desde proa acercarse a la barca. — Aunque yo también he llegado a creer que tiene una brújula mágica o algo que le indica mi posición en el mapa. Es incansable.
— Va... no te quejes tanto, si en el fondo te encanta. — La joven vigía la sonrió con sorna mientras la golpeaba con su codo.
— No digas tonterías ¡ese patán! No es más que un entretenimiento para mí.
— Sí, si... ya veremos dónde acaba esta noche...
— ¡Mierda! Eso va a ser un problema, si no le dejo subir pensará que hay otro hombre y querrá revisar todo el barco hasta encontrarlo.
— Tendrás que entretenerlo entonces... pero procura que no amanezca en tu cama ¿ok? — Le joven de cabellos rosáceos miró con preocupación a su acompañante que, tras soltar un suspiro, decidió tomar cartas en el asunto. — ¡Leafa! — gritó — ¡Lleva la "carga" al camarote de la Capitana, dile que el elixir del amor de Liz a atraído a las gaviotas del puerto!
— ¡De acuerdo! —La rubia se giró hacia el muchacho que la miraba confundido—. Recoge tus cosas Kirito, me temo que esta noche tendremos compañía y no son muy amables si no llevas enaguas.
— ¿Cómo?
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Acabado su baño, y sobre su piel aún húmeda, Asuna se puso únicamente una camisa amplia a modo de pijama, sin nada debajo, pues no acostumbraba usar ropaje alguno de cama para dormir. Secaba sus largos cabellos cuando oyó la puerta de su camarote abrirse.
— ¿Asuna? — era la voz de Leafa.
— Sí, ahora salgo. — Sacudía con fuerza el paño contra su pelo y oídos, le había entrado agua durante el baño y la incómoda sensación de taponamiento en sus oídos le molestaba.
—Te traigo a nuestro invitado, el enamorado de Liz apareció por sorpresa, nosotras nos encargamos, pero aquí es donde más seguro estará. — La joven rubia y el muchacho esperaron unos segundos una respuesta de la Capitana que nunca llegó. Las voces de quienes subían al barco comenzaron a hacerse presentes. — Kirito he de irme o se extrañaran. Dile a la Capitana que los chicos del Salamander subieron al barco, ella ya entenderá. — El joven se limitó a asentir todavía algo confundido, mientras a duras penas sostenía todos sus artilugios en las manos.
Justo al tiempo que la puerta del camarote se cerraba tras la joven rubia, la de los aposentos de la capitana se abrió. Asuna apareció aún secándose el cabello húmedo con el paño, lo que no le permitía ver al joven que la observaba boquiabierto. La ligera blusa que le hacía las veces de camisón se ceñía a su cuerpo húmedo mientras la tenue luz del astro nocturno que entraba por las ventanas dibujaba con detalle su silueta.
— ¿Qué decías Leafa? Disculpa pero no podía oírte, odio cuando me entra agua en... — Al percatarse que quien tenía frente a ella no era Leafa, sino el misterioso hombre con quien viajaban casi no pudo reaccionar. — ¿Qué haces aquí? ¿Y Leafa?
— Yo... yo... — No podía articular palabra, en ese momento su mente sólo le permitía controlar uno de sus sentidos y, obvio, prefería quedarse mudo que ciego.
Al ver su reacción la joven fue consciente de que la causa no era otra que su atuendo o, más bien, la escasez de él. Roja como un tomate intentó cubrirse.
— ¡Baka!¡Mira hacia otro lado!
Abochornado y prácticamente haciendo malabares con sus artilugios, que casi tiró al suelo del susto, se giró para dar intimidad a la joven. Asuna rápidamente se puso un pantalón y una camisa seca.
— Ya está, puedes volverte. — Ninguno de los dos se atrevió a mirarse a la cara. — ¿Qué ocurrió?
— Algo de una Salamandra... y el Capitán Amor que ha subido al barco a ver a Liz. — Por alguna razón Kirito sentía que había olvidado toda la información. Al menos la risa que despertó en la joven su extraña explicación le hizo relajarse un poco.
— Jajaja vale... creo que entendí, Klein está en el barco, ahora comprendo porqué te escondieron aquí... — se acercó hasta la mesa de su escritorio aún riéndose de su comentario — "Capital Amor", es brillante, eso creo que lo voy a utilizar con las chicas, jajajja. — Apartó los libros que tenía sobre la mesa — Me temo que la visita tardará en irse ¿crees que podrás trabajar aquí?
— Si no hay más remedio...— comenzó a colocar sus artilugios, había recuperado su habitual semblante serio.
— Prometo no molestarte. — Cogió uno de los libros y se sentó a leer en una butaca cercana.
— Tú nunca podrías molestarme Asuna... — susurró el muchacho para sí, mientras una mueca de resignación se dibujaba en su rostro.
Pasaron varias horas en silencio. Mientras la joven leía, Kirito observaba las estrellas desde la ventana y realizaba sus cálculos. No pronunciaba palabra y esa sensación la incomodaba. Todas sus chicas le habían hablado maravillas de él, que si era muy agradable y atento, que si les resulta divertido; pero con ella, sin embargo, siempre estaba aquel muro. Aunque si lo pensaba un poco, a lo mejor ella misma también había fomentado esa distancia. Quizás no sería mala idea dar ella el primer paso, volverse más cercana. Seguramente así, le sería más fácil controlarle. Sin más miramientos se acercó a su mesa de trabajo.
— ¿Puedo ayudarte en algo?
Sus profundos ojos grises la miraron algo confundidos.
— Ehh, bueno... si quieres... ¿sabes usar un sexante?
—Me temo que no... pero conozco las estrellas ¿eso te vale? — le sonrió tímida pero divertida.
—Creo que podemos trabajar con eso... — ¿había sonreído? Sí, definitivamente, era una pequeña sonrisa. Asuna pensó que a lo mejor dar el primer paso no había sido mala idea. — Ven aquí, frente a la ventana.
El joven se colocó tras ella y sujetando el instrumento frente a su rostro, mientras él se mantenía a su espalda, le fue dando indicaciones. Aquella cercanía la puso algo nerviosa.
— ¿Conoces la estrella de Polaris? — su voz sonaba casi como un susurro suave y calmado en su oído. Ella se limitó a asentir. — Mira a través de esto que parece un objetivo hasta que la veas reflejada en el espejo.
Siguiendo sus indicaciones Asuna buscó el astro en el cielo. Estaba despejado, por lo que no le fue difícil localizarlo. — Lo tengo.
— Vale, ahora no te muevas. — El joven se separó de ella y, en contra de lo que su razón le pedía, sintió pena por ello, la sensación de cercanía y el calor de su cuerpo le agradaron, llegando incluso a acelerar su pulso. Apuntó algo en su cuaderno de notas y regresó a su posición.
— Perfecto, ahora mueve el brazo del sextante hacia adelante y hacia atrás con suavidad hasta que la estrella reflejada en el espejo esté justo bajo el horizonte. Con esta manilla — llevó su dedo con delicadeza hasta el punto del artilugio que le indicaba, generando un cosquilleo en su piel — controlas el micrómetro para hacer ajustes más finos.
— ¿El micro... qué? — Asuna se giró quedando ambos frente a frente, a escasos centímetros el uno del otro.
Podía sentir el calor de su aliento sobre su piel. Al tenerla tan cerca, las pupilas de Kirito se ensancharon confundiéndose con el tono gris oscuro casi negro de sus ojos. Ninguno daba un paso para apartarse, ni tampoco para osar completar el recorrido que los separaba. La mirada del joven fue cayendo hasta pararse en sus labios, observándolos con anhelo.
Mientras su corazón de aceleraba, Asuna recordó las palabras de su amiga sobre su relación con los hombres, o más bien la falta de ella ¿y si estaba confundida? ¿y si la sensación que ella identificó con recelo o desconfianza hacía ese hombre no eran más que una atracción que se negaba a si misma? Ahora mismo, teniéndole tan cerca, esa segunda opción se hacía más y más fuerte.
Él no se había movido, continuaba observándola a escasa distancia de una forma que la turbaba y confundía, pues lejos de querer frenar aquello, el deseo de que la tomara entre sus brazos aumentaba. Mordió ligeramente sus labios con ánimo de invitarle a probarlos, pero entones algo cambió en su expresión. No era arrepentimiento o culpabilidad, era tristeza...
— El micrómetro — se apartó ampliando así la distancia entre ellos, para continuar como si nada hubiera pasado — esto de aquí. — Señaló una parte del artilugio para después dirigirse a su mesa a revisar sus notas, en un gesto que se evidenciaba ser más distracción que algo necesario. Estaba tenso.
Aunque Asuna no supo reaccionar en un primer momento, también intentó actuar como si nada hubiera pasado. Era lo mejor, la reacción del joven le hizo pensar que era posible que Shino tuviera razón y la foto que guardaba con recelo en su camafeo no era otra que la foto de la mujer que amaba, por lo que insistir en aquel sentimiento que acababa de nacer sería un error. Continuaron trazando la ruta a seguir.
— Eres una buena alumna Asuna — dijo él pasado un rato, cuando la tensión que se había generado entre ellos se diluyó. — Creo que ya tenemos todo lo que necesitamos por hoy. Quizás podrías ayudarme mañana también... bueno, solo si no te es inconveniente.
Aquella proposición confundió un poco a la capitana, después de lo sucedido ella misma barajaba más bien la idea contraria: volver a mantener la distancia con él. Aun así, su respuesta fue otra.
— Como quieras. — Él la sonrió, haciéndola sonrojar. Con ánimo de evitar una nueva situación incómoda, se giró y se dirigió a un arcón junto a la pared — Cambiando de tema, quizás es buen momento para irnos a dormir. Visto que las chicas todavía no han dado señales de vida, me temo que nuestras visitas se quedarán hasta la madrugada. — Sacó unas mantas del arcón. — Solo puedo ofrecerte ese sofá o, si lo prefieres, quédate en mi habitación y yo dormité ahí.
— El sofá estará bien.
La muchacha acomodó las mantas y se despidió encerrándose en su alcoba.
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Habrían pasado unas dos horas cuando Asuna decidió levantarse, no había podido conciliar el sueño. La imagen de Kirito observándola, la sensación de su cuerpo pegado al suyo y su aliento en su piel la perturbaba. Nunca antes ese estremecimiento y ahogo la habían turbado hasta ese punto. El recuerdo que tenía de su amor por Eugeo era muy diferente, era algo más dulce e infantil; sin embargo, lo que sentía ahora, era una necesidad que la llamaba y no entendía, sabía que debía contenerse pero, al mismo tiempo, deseaba perderse en ella. ¿Qué tenía él que le hacía diferente? En el fondo apenas habían estado juntos, sin embargo, era como si le conociera de antes, como si siempre hubiera estado ahí de algún modo, esperándola. Su tacto en su piel se sentía tan familiar...
Un escalofrío invadió su cuerpo al ser consciente de aquella creciente necesidad que la aturdía. ¿Y si aquello no era más que un encantamiento o algo similar? Si lo pensaba con calma, no tenía ningún sentido, era un hombre con el que apenas había interactuado salvo aquella noche. ¿Un flechazo? La vida le había enseñado a no creer en esas cosas. Además, todas sus chicas parecían cautivadas por idéntico hechizo. También estaba todo aquello del cofre de Davy Jones que, aun siendo una leyenda, la daba cierto respeto e, incluso, temor. Había algo que no cuadraba en todo aquello y su instinto le decía que aquel medallón o camafeo que con tanto recelo guardaba tenía algo que ver.
Dispuesta a resolver aquel misterio abrió la puerta asomándose con cuidado para no ser vista, aunque era innecesario, Kirito dormía profundamente. Se acercó y, sigilosa cual felino, tiró con suavidad de la cadena hasta tener la ansiada joya en sus manos. "Perfecto –pensó- veamos que escondes...".
Justo en el momento en el que estaba a punto de abrir el camafeo, llegando incluso a identificar que, efectivamente, se trataba de la foto de una mujer aunque sin poder distinguir sus rasgos, la mano de Kirito aprisionó la suya cerrando el colgante. El ágil movimiento del muchacho al levantarse para sorprenderla les hizo caer al suelo de modo que Asuna quedó atrapada entre las piernas de él, siendo inútil cualquier esfuerzo por zafarse, pues al primer intento Kirito la sujetó por las muñecas.
— ¿Nunca te han dicho que hay que respetar las pertenencias ajenas? — La susurró al oído mientras hacía más presión sobre sus manos para que no escapara.
— Soy pirata, seguro te hubiera decepcionado de no haberlo intentado. — La sonrisa con que acompañó sus palabras era pícara y retadora, quería mostrarle que, a pesar de su situación, no le tenía miedo.
— Ese es un buen punto señorita — rió, y aquella sonrisa hizo nuevamente estremecer el cuerpo de Asuna. — ¿Por qué tienes tanto interés? Sólo es una baratija que guarda una vieja fotografía.
— Porque es aquello que más atesoras, más incluso que tus artilugios de navegación y que el propio mapa. Algo que es tan importante para un hombre, rara vez es de escaso valor.
Por unos segundos el muchacho la miró con cierta pena y añoranza, como si buscara algo o a alguien que no terminaba de encontrar.
— Algunos hombres, capitana, no codiciamos más riquezas que aquellas que guardan nuestros recuerdos más preciados. — Nuevamente esa abatida sonrisa. — Voy a soltarte ¿vale? Si prometes portarte bien, te contaré el secreto de este relicario.
Asuna asintió. Se sentía algo culpable por lo sucedido. Cegada por su desconfianza y el miedo ante sus propios sentimientos, había cometido una estupidez.
Acomodados ambos se sentaron en el sofá, Kirito comenzó a hablar.
— Este colgante me lo dio la única mujer que he amado y amaré siempre. — Sujetaba la pieza entre sus dedos, jugueteando con ella. — Ella es la mujer más maravillosa que jamás he conocido: cálida con quienes amaba, aquellos a los que era capaz de proteger con su propia vida, valiente y noble ante los infortunios del destino, amorosa, buena consejera y fiel compañera. Bella, muy bella. — Se giró mirando a Asuna a los ojos, clavando sus pupilas del color del acero en sus ojos azules. — Se parece a ti. – Aquella revelación hizo que el corazón de la joven diera un vuelco. — Su melena también es larga y sedosa, le gusta llevarla suelta y que el aire la alborote, aunque no es azul como la tuya, es de un castaño claro algo rojizo, como el tono avellana de sus ojos. Pero tiene el mismo brillo que tú tienes, ese candor que hace que, quien os mire, quede atrapado para siempre en el mundo que esconden.
Mientras hablaba, Kirito se acercaba más y más a Asuna, quien embelesada por su relato y por el suave tono de sus palabras, relajaba cada vez más su porte dejándose envolver por su encantamiento.
— Sus labios, sin embargo, son idénticos a los tuyos. — Su mirada se centraba ahora en ellos. Atrapó con suavidad el mentó de la joven mientras dibujaba su contorno con la yema de su dedo. — Suaves, jugosos y de una ligera tonalidad cereza.
Asuna no resistió más, sus palabras, sus gestos, habían despertado en ella sus más ardientes deseos, así que, cuando el joven terminó de recorrer sus labios con aquella sensual caricia, se abalanzó en busca de los suyos. Para su sorpresa, su atrevimiento no sólo fue correspondido, sino que fue recibido con idéntica pasión y anhelo.
Aunque no era la primera vez que la besaban, nunca un beso la había hecho estremecer de aquel modo, despertando sentimientos desconocidos hasta entonces. Kirito deslizó la mano tras su nuca afianzando su agarre, devorándola con ansia. La joven, anegada por su propia pasión, comenzó a tirar de su camisa dispuesta a arrebatársela.
— Espera, espera... — algo le hizo frenar. — Lo siento Asuna yo no... no quería... perdóname. — Aquella pasión que minutos antes dominaba sus sentidos había dado lugar al arrepentimiento.
La joven se sentía avergonzada, más por su propio atrevimiento que por aquel rechazo. Aquel hombre le hablaba de otra mujer y ella, cual loba, se había lanzado a su cuello, encandilada por aquellas palabras de amor y anhelo, palabras que sabía iban dirigidas a otra mujer. Sumida en el bochorno de sus acciones se escapó a su habitación sin mediar palabra.
Cuando la puerta de su habitación se cerró, Kirito golpeó con rabia su pierna, sujetando las lágrimas que de furia amenazaban con salir. "Eres estúpido". A pesar de sus esfuerzos no había sabido contenerse ante su cercanía, ante su olor. Si ella llegara a descubrirlo, si ella se enteraba de quien era él....
(continuará)
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