Prólogo:
[6 de Enero, 1940]
Era un día soleado, el rey de la Legión de Oro se preparaba para salir de su pueblo en busca de sus dos hijos recién nacidos, ambos de madres distintas. Tras unas horas de viaje llegó hasta Berlín, Alemania, donde conoció a uno de los bebés, Claud Grindelwald Marwen, un niño de apenas un día de nacido, de piel un poco morena y ojos claros, algo grande para su edad.
—Es igual a su madre. — dijo un hombre al lado del Rey Stephen.
—Lo sé… ella ya no está pero al menos lo tengo a él y su recuerdo vive en todos los que la conocimos. — comentó Stephen.
—¿Lo llevará con usted? — preguntó de nuevo el guardia.
—Sí, él vendrá conmigo.
Sin más, uno de los guardias tomó al bebé y desapareció del lugar.
—¡Próxima parada, Londres! — exclamó otro guardia.
Tras algunos minutos, casi media hora, el rey llegó hasta Londres donde su otro hijo se encontraba aún en el hospital pues había tenido algunas complicaciones.
—¿Qué haces aquí? — preguntó una mujer castaña al ver al rey.
—Sólo vine a verlo… es mi hijo.
—No te lo vas a llevar, Stephen.
—Tranquila, no lo haré, pero quiero verlo. — contestó el hombre.
—Ahora no es buen momento, está complicado. — comentó la mujer con la voz cortada y algunas lágrimas en sus ojos.
[Diez años después]
El mediodía se acercaba, Claud se encontraba en un lago cercano al bosque de los Switzen observando a los pequeños peces que nadaban dentro del agua sucia.
—¡El último en llegar limpiará la basura de Bero! — exclamó un niño rubio que pasó corriendo a las espaldas de Claud.
—¡Hey! — gritó el chico pelinegro quien comenzó a correr detrás de su hermano.
Claud logró alcanzar a Alex, ambos se mantenían a la misma distancia, el pelinegro tomó un atajo y Alex lo siguió, sin embargo, mientras más corrían, el bosque se iba poniendo más oscuro por lo que ambos se frenaron al notar que el sol ya no iluminaba tan bien.
—Creo que nos perdimos… — dijo Alex.
—Solo hay que devolvernos por donde vinimos, vamos. — dijo Claud.
—Los hermanos Grindelwald… — susurró una voz en el lugar que dejó a ambos helados.
Los hermanos buscaban de donde provenía la voz.
—¡Muéstrate! Quien quiera que seas. — dijo Claud.
Un hombre con capucha salió de entre las hojas observando a los dos hermanos, sacó un pergamino de la nada y comenzó a leerlo.
—Cuándo el rey muera, el hijo que se proclame rey será quien logre derrotar el poder de la guardia real y asesinar a su padre, el más preparado tomará el manto y el más cobarde sufrirá el poder bajo las cadenas del gran calabozo… ¿Quién será el líder de la Legión de Oro?
—¡Claud no lo escuches! —exclamó Alex tapándose los oídos.
El joven pelinegro había caído en una maldición de control mental, sus ojos se habían tornado negros.
—¡Yo seré el rey! — exclamó para después girarse y brindarle una patada a su hermano en el pecho que lo lanzó al suelo, luego, Claud comenzó a correr en dirección al reino.
La criatura encapuchada entre las hojas comenzó a reír mientras desaparecía del lugar. Alex se levantó rápidamente y corrió detrás de su hermano para tratar de detenerlo, llegó al reino y entró por la gran puerta principal donde lo primero que vio fue a su hermano, poseído, luchando contra los guardias reales.
—¡Claud! — exclamó el gran Rey Stephen dejando a todos perplejos.
Con una lanza puntiagudo en su mano, Claud apuntó hasta su padre y la lanzó, sin embargo, Alex se interpuso en la trayectoria y evitó que se clavara en el pecho del rey pues la lanza se incrustó en su brazo derecho.
—¡Capturenlo! — exclamó el líder de los guardias, todos se abalanzaron sobre el pelinegro, una vez inmovilizado le ataron sus manos con cadenas y se lo llevaron.
—¡Stunt trae a los enfermeros, hay que curar a Alex! — exclamó el rey. — Biden, oculta a Claud en el calabozo, el inicio de la profecía se ha cumplido, vienen tiempos oscuros. — añadió Stephen.
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