Capítulo 9: Traición En Masa.

La noche había caído, todo estaba listo para la próxima celebración que se llevaría a cabo, la coronación del nuevo rey de la Legión de Oro. 

El gran salón estaba decorado con estatuas de criaturas mágicas y adornos bastante peculiares no vistos antes por cualquier otra persona común mientras en el trono se encontraba la corona del rey esperando a ser colocada sobre su nuevo portador. 

—Todo está listo, señoría. — dijo un ciudadano al presidente de la Corte. 

—Que empiece el festín entonces. — contestó el hombre. —¡Dejen pasar a Claud Grindelwald Marwen al frente! — exclamó después. 

Las grandes puertas se abrieron, tres guardias de frente y tres atrás escoltaban a quien sería el futuro rey de la Legión el cual entró al pasillo de la sala real de forma relajada. La escolta se separó dejando camino libre a Claud el cual caminó hasta el estrado para posarse frente al presidente de la Corte Real. 

—Señoría, es un honor estar acá. — dijo el hombre de cabello gris.

—Claud Grindelwald Marwen, hijo del difunto Rey Stephen Grindelwald, heredero al trono de la Legión de Oro. ¿Está dispuesto a defender y morir si es necesario por el bien de nuestro pueblo? — decía el presidente de la Corte. 

—Estoy dispuesto, señoría. — contestó Claud mientras se colocaba de rodillas con su pose cabizbaja. 

El presidente sacó una pequeña daga y realizó un corte pequeño al brazo del hombre y con su sangre manchó aquel pergamino mágico que dejaba el registro de todos los reyes de La Legión de Oro que habían existido. La pequeña gota de sangre formó el nombre de Claud por algunos segundos, sin embargo, la magia que tenía el pergamino hizo que el nombre quedara algo borroso. 

—Sé supone que eso no debería pasar… — susurró uno de los guardias más veteranos. 

—No es de suma importancia, continuemos.  — agregó el presidente tomando ahora una espada de combate. —A partir de hoy, nombraré al señor Claud Grindelwald Marwen, el nuevo rey de La Legión de Oro, de pie, por favor. 

El hombre peligris se colocó de pie, inclinó su cabeza hacia adelante preparado para recibir la corona. 

—¡Alto ahí! — exclamó alguien en las puertas. 

Todos se giraron de inmediato al escuchar aquel grito. 

—¿Quién eres, maldita sea? — preguntó Claud algo furioso.

—Este hombre no merece ser el rey de este lugar tan importante para nosotros, sólo nos llevará a la ruina. 

—Saquen a este idiota. — dijo el presidente de la Corte Real. 

—¡Tengo las pruebas acá! Él envió a asesinar al rey Stephen y recientemente a su hijo, Alexander Grindelwald quien se encontraba en el reino de Aquamaris, engañó a los soldados de Gorheim para atacar un reino. ¡Abran sus ojos, acá están las pruebas! — exclamó aquel hombre mientras los guardias lo tomaban de sus brazos. 

—¿De qué habla este imbécil? — agregó Claud. 

—¡Alto! El pergamino que tiene, damelo. — dijo Elig caminando hasta sus guardias para después inspeccionar el papel. 

—¿Todo bien, caballero Elig? 

—Tiene el sello oficial de la Unión Monárquica Mágica… estos datos son reales. 

Los presentes en la sala quedaron impactados por la noticia. 

—¡Alguien me está inculpando! Elig, estuviste conmigo todo este tiempo, tienes que creerme amigo. 

Claud miró a los ojos a aquel hombre que consideraba su hermano pero cuando lo observó profundamente se dio cuenta que había sido traicionado. 

—No eres mi amigo, eres un traidor, tu padre estaría avergonzado. — soltó el pelinegro de forma seca. 

—¡Hijo de perra! — exclamó el peligris quien arrebató la espada de las manos del presidente de la Corte y se abalanzó sobre aquel sujeto. 

El sonido de las hojas del bosque siendo pisadas se escuchaba cada vez más cerca del lago. A lo lejos se apreciaba el reino de la Legión de Oro algo silencioso hasta que algunos segundos después se comenzaron a escuchar explosiones y sonidos de lucha. 

—Algo está sucediendo… — susurró Alex Grindelwald al mirar su pueblo de lejos. 

—Hay que entrar, joven Alex. — sugirió Stunt. 

El rubio sin dudarlo tomó fuertemente su arma de hacha y saltó lo suficientemente alto para aterrizar frente a la puerta y destruirla. Al hacerlo comenzó a correr rápidamente hasta la sala real donde se había librado una batalla entre Claud contra la corte y los guardias reales. 

—¡No me van a arrebatar esto, es mi pueblo! — exclamaba el peligris con furia. 

—¡Podemos arreglarlo de otra forma, Grindelwald! — contestó Elig entre gritos. 

Ese era el objetivo de Claud, asesinar sin piedad a Elig luego de sus actos pues sabía que el único que pudo tenderle una trampa fue quien consideraba su mano derecha. 

La guardia real se las arregló para acorralar a Claud encerrandolo en un círculo, una vez ahí los magos de la Corte realizaron una especie de cárcel invisible con Runas Antiguas para evitar que el peligris escapara.

—Se acabó el juego, Claud, ríndase. — dijo el presidente de la corte. 

—No, ese no… — antes de que pudiera terminar la frase recibió una cuchillada de Elig en su abdomen que lo hizo caer al suelo. 

—Lo siento “amigo”, era la única opción. — soltó el pelinegro para después sacar la espada del cuerpo de su víctima, trató de impactar en su cuello pero antes de lograrlo recibió un golpe seco en su cara cerca de su ojo derecho. 

—“Ese no es el método Grindelwald”. Es lo que quiso decir por si tenían la duda. — soltó Alexander entrando a la sala real, estiró su mano para recibir de nuevo su arma y algunos rayos comenzaron a rodearlo. 

Elig tocó su cara notando que un poco de sangre brotaba de ella. 

—Mataremos dos pájaros de un tiro, gracias a Merlín por esta oportunidad. — soltó Elig con rabia. —¡Llévense a Claud a la celda mágica y a este inepto matenlo si es necesario! — exclamó luego dando órdenes a sus hombres. 

Claud intentó liberarse del agarre de los guardias pero sus heridas lo sacaron de la batalla fácilmente. Mientras lo alejaban del lugar solo veía a larga distancia la pelea que su hermano tenía contra los demás guardias. 

Stunt también había entrado al reino, comenzó a disparar flechas a larga distancia para ayudar a Alex contra los guardias y los magos de la corte. Golpes y encantamientos iban y venían, el rubio se las arreglaba para deshacerse de aquellos guardias a puño limpio mientras recibía algunos hechizos de los magos de los cuales se protegía con la armadura que tenía en su brazo izquierdo. 

—Ya me cansaron. — soltó furioso para luego golpear en la cara a un guardia y patear en el pecho al último en pie haciéndolo volar por los aires. Acto seguido, tomó aquella arma y la transformó en su varita librando una batalla de encantamientos contra los magos de la corte. 

—¡Mierda, es bueno! — exclamó el presidente cubriéndose detrás de una pared.

—Estudió en una de las mejores escuelas mágicas del mundo… tiene lo suyo, pero yo también. — dijo Elig. 

Alex había acabado con la mitad de los magos mientras Stunt acababa con la otra de manera rápida. 

—¡Baja la varita, Grindelwald! — exclamó Elig saliendo de su escondite apuntando con una especie de arma de fuego de alto calibre al rubio. 

—¿Qué vas a hacer? ¿Dispararme con tu arma de juguete? — preguntó Alex. 

—No te recomiendo recibir un disparo de esta arma, podría hacerte mierda. 

Ambos se miraron esperando la oportunidad de que el otro hiciera un mal movimiento para atacar. 

—Es una pena que tengamos que pasar por esto, Elig. Sé que quiere el reino, desde niño lo anhelabas pero no podrá ser tuyo, sobre mi cadáver lo será. — soltó Alex. 

—Que así sea entonces. — contestó el pelinegro para después disparar de aquella arma. 

La reacción del rubio fue inmediata, lanzó su varita hacia el arma del hombre y lentamente se iba transformando en aquella hacha de combate. De repente todo pasó en cámara lenta, el proyectil del arma impactó el metal mágico del hacha causando una explosión en el lugar, además de eso hizo que el hacha se devolviera hasta donde Alex con tal rapidez que lo envió a volar hasta la afueras del bosque. 

—¡Señor! — exclamó Stunt quién inmediatamente corrió a auxiliar al rubio. 

El humo de la explosión comenzó a dispersarse en la sala real, todo eran escombros y desastres. Elig se levantaba lentamente del suelo ya sin el arma en sus manos. 

—Todo se salió de control… — susurró el presidente de la corte. 

—La Unión Monárquica Mágica no permitirá a La Legión de Oro un día más sin un gobernante, señor, lo indicó el día del juicio. — dijo uno de los miembros de la corte. 

El presidente se quedó pensativo mirando hacia la nada hasta que Elig interrumpió su situación. 

—Señoría… yo estoy dispuesto a defender este pueblo por encima de cualquier abusivo, hoy lo he demostrado. ¿No es así? — soltó el pelinegro. 

El presidente dudó, sin embargo, tras largos segundos después tomó su espada y con los movimientos requeridos nombró a Elig el nuevo rey de la Legión de Oro. 

—¡Señor Grindelwald! — exclamaba Stunt buscando señales del rubio. 

—Está algo herido pero está bien, tiene que venir conmigo. — dijo una voz a sus espaldas, rápidamente Stunt apuntó a aquel sujeto con su arco y flechas. 

—¿Quién eres y por qué confiaría en ti? 

—Baja la guardia, anciano, siempre fuiste un paranoico. — escuchó decir Stunt a una voz familiar. 

Al lado de aquel chico al que apuntaba apareció Sven, un viejo conocido. 

—¿Dónde está el rey Grindelwald? 

—Baja esa maldita cosa, Stunt… y no soy tu rey. — soltó Alex acercándose al lugar cojeando un poco. 

—Comenzarán a buscarlos por todo el bosque en segundos, tenemos un lugar donde escondernos. — soltó Sven. 

Stunt dirigió una mirada a Alex el cual respondió con su cabeza. 

—Bien, los seguimos entonces. 

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