Capítulo 9: "La sangre es más densa que el desenlace"

—Papá... no me dejes...

Las lágrimas no se detenían, y ya pasaron varios minutos desde que dejó de escuchar las voces de sus padres.

—Papá —se quedó sin aliento cuando una raíz apareció del interior del auto y reptó por el brazo pálido del hombre hasta envolverlo por completo.

La raíz no pareció satisfecha con el brazo y quiso llegar a ella, quien de inmediato se apartó, pero olvidó que la sujetaban por debajo y terminó por caer de trasero.

Quedó totalmente recostada, con los brazos alzados y la mirada fija en el cielo brillante y falso. Tranquilizó su respiración mientras que continuaba llorando, dándoles acceso a las raíces para terminar su trabajo.

—¡Hermana!

Dio un parpadeo, como si recién abriera los ojos y se diera cuenta de la realidad en la que se encontraba. La imagen de su hermano apareció en su mente como un recordatorio de que aún le quedaba algo en la vida por lo que luchar.

Partió con facilidad cada raíz pegada a ella, pero estaban por llegar a su cuello y tardó en quitárselas todas. Se arrastró apenas consiguió la oportunidad y se irguió.

Detuvo su avance a mitad del camino, se giró a ver una última vez a sus padres, y respiró hondo con la promesa sin palabras que hizo en su mente. Que cuidaría de su hermano.

Trepó el tronco y desde arriba saltó hasta el otro lado. No encontró a nadie. Entonces algo captó su atención, en el suelo. Raíces, cientos de ellas, movilizándose de un lado a otro.

—Dani.

Fue en su búsqueda.

No volvió a escuchar otra voz de auxilio del pequeño y dejó de correr al no saber por donde ir. Miró todas las opciones que tenía, pero era un bosque, y estas eran demasiadas.

No sabía qué hacer, cualquier camino que tomara podría llevarlo a él o enviarla todavía más lejos de lo que estaba. Quiso tomar una decisión, apoyarse en el amor que sentía por su hermano para ver si este le daba la respuesta correcta. Pero no se atrevió a avanzar. El miedo pudo con ella y se paralizó.

Fue una sola vez la que perdió a su hermano, él habrá tenido cuatro años en ese entonces. Comía de su helado con demasiada seriedad y concentración, no quería que ni una gota se le escapara. Ella pensó en aprovechar la oportunidad e ir por su bicicleta ya que la había aparcado cerca de la heladería. Al regresar él ya no estaba. Preguntó a los clientes y a los que atienden pero nadie vio nada. En ese entonces tampoco supo qué hacer. No sabía si ir a buscarlo o esperar a que volviera. Así que se paralizó. Se quedó parada en la entrada de la heladería, observando a los comensales comiendo de sus helados y a los transeúntes que iban de un lado a otro. Y cuando las lágrimas comenzaron a caer, sintió que alguien le cogía la mano. Bajó la vista y su hermano estaba ahí, ofreciéndole su helado.

—El auto —susurró.

Recordó que la camioneta tampoco estaba, eso significaba que escaparon en auto. Podrían estar más lejos de lo que supuso. Podrían estar en la ciudad.

Giró sobre sus pies, con los ojos enfocados en el suelo, y se quedó inmóvil al distinguir marcas de llantas. ¿A dónde se dirigían? ¿A dónde tenía planeado llevar Geoff a su hermano? Le pidió que lo mantuviera a salvo, así que pudo llevarlo a un lugar seguro, ¿pero dónde?

Y entonces lo supo.

El santuario.

Se olvidó del pie que cojeaba y corrió como si se encontrara en un perfecto estado. En el camino divisó varias raíces desplazándose, pero pudo evitarlas con cautela y siendo lo suficiente rápida para no ser vista. Las ramas de los arbithias también quisieron frenarla pero ella supo cómo esquivarlas y no ser atrapada por ninguna. Ser buena en gimnasia tenía sus beneficios.

***

Finalmente encontró el inicio a la ciudad y respiró hondo al pisar la acera, reconfortada por haber sobrevivido.

Miró a ambos lados antes de cruzar la pista y repitió la acción al notarla demasiado valdía. Ni siquiera se oía a lo lejos el motor de algún vehículo, nada. Caminó hasta el otro lado y notó que tampoco había rastro de las personas. Solo estaba ella y el silencio de una ciudad que parecía haber perdido la vida.

Siguió andando mientras continuaba en la búsqueda de otra persona. Encontró autos estacionados y sin ningún conductor dentro, otros estaban parados en medio de la autopista, como si los dueños los dejaron allí en el último momento porque algo los obligó a hacerlo.

Se paró en una tienda de bicicletas y recordó el cumpleaños en el que recibió la suya. Su padre se había esforzado en envolverla para que luego ella terminara destrozándola en cuestión de minutos. Quiso sonreír pero pensar en eso solo la deprimió. Percibió algo en el reflejo que producía la gran ventana de la tienda y giró la cabeza para averiguar lo que era.

Y la sangre se le congeló.

Era un capullo.

Estaba hecho de enredaderas gruesas, más que el contorno de su brazo, y tenían espinas tan largas como sus dedos que hacían de escudo para que nadie se acercara. Pero ella lo hizo. Cruzó la calle y se acercó a la pared en donde estaba pegada.

Al encontrarse a unos centímetros del capullo, se estremeció al ver que este palpitaba. Parecía tener vida. Producía sonidos babosos que le daban asco y tragó saliva para no vomitar.

Afinó un poco la vista al notar algo en una separación entre dos enredaderas que le permitían ver lo que había dentro del capullo, este era de otro color, un tono azul tal vez, no podía saberlo con seguridad. Volvió a tragar saliva al animarse a acercar la mano para tocar lo que el capullo resguardaba, ya que había suficiente espacio para que sus dedos entraran sin ser lastimada por las espinas.

Muy lentamente alcanzó la abertura e introdujo dos dedos hasta tocar el interior azul.

La apartó de un brinco y cubrió su mano con la otra. Sus ojos estaban expandidos, a punto de enloquecer.

Se trataba de un cuerpo.

Quería llorar y gritar, pero la conmoción fue tanta que se quedó así, quieta, tan quieta como un arbithia.

Iba a perder la cordura, a introducirse en ese mundo morboso y formar parte de él de un modo que nada de esto le pareciera extraño. Ese mundo en el que estaba bien que las raíces se movieran y asfixiaran gente, que las ramas atacaran sin ninguna razón, que las enredaderas se alimentaran de personas.

Khoni dio varios pasos hacia atrás y encontró otros capullos dispersados cerca de ella, en suelos y paredes, siempre pegados a alguna superficie, como si fueran cosas babosas que obligatoriamente debían estar sobre algo. Y estaban conectadas entre ellas por más enredaderas. Era una telaraña de capullos come gente.

«Se te acaba el tiempo»

Interpretó las palabras y miró a su derecha, el camino que debía tomar. Trotó hasta la tienda de bicicletas que tenía detrás, ingresó, y un par de minutos después salió sobre una, pedaleando con fuerza.

Se aseguró de no pasar encima de los capullos pegados en la autopista, y la idea de que podría ser la única que quedara con vida la hizo a un lado para concentrarse en lo importante: encontrar a su hermano.

Por la vista periférica notó movimiento en los extremos de la calle, pero los ignoró y siguió avanzando a gran velocidad. El movimiento se hizo más obvio cuando a sus lados aparecieron enredaderas espinosas arrastrándose para llegar a ella. Llegó al máximo de lo rápido que podía ir y aún así no pudo dejarlas atrás. Estas la alcanzaron.

Salió volando varios metros y aterrizó sobre un auto varado. No se movió por el golpe de cabeza que recibió, y permaneció así hasta que estuviera segura de tener el control completo de su cuerpo.

Las enredaderas destrozaron la bicicleta hasta hacerla chatarra y siguieron avanzando al saber que ella ya no estaba allí. Detectaban el movimiento.

Khoni estuvo por levantarse pero se paralizó cuando se vio cara a cara con una de las enredaderas. Se ondeaba de lado a lado ante ella, tentándola a que hiciera un movimiento. Pero no lo hizo.

A los lejos un hombre y una mujer salieron del escondite en el que se ocultaban, creyendo que tenían el camino libre. Se dirigían al otro lado de la calle, como si estuvieran seguros de que en esa dirección se salvarían.

La enredadera que bailaba para Khoni captó a la pareja y, junto con sus amigas, reptaron con rapidez hacia ellos. Ambos pegaron un grito al ser atrapadosy rodeados de inmediato hasta que los tiraron al suelo y formaron el capullo a su alrededor.

. Fueron separados, tirados al suelo a metros de distancia y cubiertos hasta formarse dos capullos diferentes. Las enredaderas sabían compartir.

La muchacha se cubrió la boca para no producir ningún sonido mientras atestiguaba tal horripilante escena. No pudo hacer nada para ayudarlos, y se sintió culpable por sobrevivir. Tragó los gemidos frustrantes y las lágrimas amargas, sin hacer ningún movimiento.

Recordó que debía ir al santuario, que debía encontrar a su  hermano, así que decidió levantarse. Muy lentamente se movió a la izquierda del auto, atenta a cualquier movimiento de las ramas que estaban cercas para ver si alguna la notaba. Permaneció recostada en todo momento, deslizándose hasta llegar al límite, y fue descendiendo un pie para llegar al suelo.

Entonces lo vio. Un niño corriendo en dirección contraria a donde Khoni se encontraba.

—¡Dani! —gritó y perdió el equilibrio.

Las ramas la percibieron y se dirigieron hacia ella.

Se sentó en el suelo y torció el rostro por el golpe que se dio. El gesto desapareció al apreciar a las ramas acercándose. Retrocedió hasta chocar con el auto. Estaba acorralada. Si corría, la atrapaban; si se mantenía ahí la atrapaban. No había nada más que hacer que esperar su final. Así que cerró los ojos y lo hizo.

Este no ocurrió.

Se atrevió a mirar y levantó el rostro, recorriendo con los ojos lo que tenía en su delante.

Era la centifolia.

Estaba mucho más grande que la última vez que la vio. Sus delgadas extremidades que parecían brazos retenían a las ramas que iban a atacar a la muchacha. Ella pudo ser capaz de ver como estas estrujaron las ramas hasta partirlas en dos. Ya no era una flor con enredaderas salvajes, parecía más calmada y su hermosura volvió a notarse.

«¿Te hirieron?»

Sin quitarle la vista a la rosa, negó con la cabeza.

—Hermana.

En un estado ido, miró a su derecha y vio a su hermano corriendo hacia ella. Era realmente él, y en su rostro había una combinación de alegría y tristeza. Lloraba mientras sonreía. Se le tiró y la abrazó con fuerza.

—Perdón por abandonarte, no volveré a separarme de ti —el pequeño le susurró al oído.

Las lágrimas brotaron y finalmente se atrevió a devolverle el abrazo.

—No, hiciste bien —lo consoló—, no sé qué habría hecho si algo te hubiera pasado. Hiciste bien.

Geoff se arrodilló cerca de ellos y puso una sonrisa cansada.

—Tenemos que irnos —suavizó su voz—. Debemos llegar al santuario.

—Antes debo ir a un lugar —contestó al separarse del pequeño.

Los tres se levantaron, ajenos a lo que ocurría a su alrededor. Los tallos secundarios que hacían de brazos de la rosa continuaban cubriéndoles y alejando a las ramas que deseaban atraparlos.

—¿Qué tan lejos está el invernadero?

—A unos minutos de distancia si vamos en auto, ¿por qué?

—Es cierto. No recuerdo casi mucho de mi pasado, pero es porque yo misma me aseguré de enterrarlo todo con respecto a quién fui. Tenía miedo. —Miró a su hermano y le acarició el cabello—. Había olvidado la razón por la que lo hice, por la que me obligué a bloquear mis memorias.

—Lo sé, pasaste por tanto en esa época que viste que lo mejor era olvidarlo, creer que nunca sucedió. Lo sé. No tienes que explicármelo, Khoni.

—No. —Negó—. Fue por ella. Me pidió que olvidara y lo hice. Al despertar no recordaba más que mi nombre. Me dijo que estaría a salvo con ellos si olvidaba quien era.

«Se te acaba el tiempo»

Sonrió.

—Pero como bien dijiste, quiera o no terminará pasando. Así que es mejor que lo acepte de una vez. —Intensificó su sonrisa—. Claro, poco a poco. Recuerdo por recuerdo.

Acarició su pecho con nostalgia y suspiró.

—Hay algo importante que debo hacer en el invernadero, luego iremos al santuario —concluyó.

—De acuerdo.

Apenas dio un paso se detuvo al sentir una presión en su pecho. Quiso resistir al ya verlo como una costumbre, y sabía que era algo que debía pasar ahora que había tomado una decisión. Pero el dolor incrementó.

—Hermana, ¿qué ocurre?

—Estoy bien, no es nada —dijo con la voz entrecortada.

La presión disminuyó un poco y se enderezó al poder soportarlo. Iba a avanzar pero notó un cambio en la rosa. Su gran y grueso tallo temblaba, había dejado de pelear con las ramas.

Colocó detrás suyo al pequeño, cubriéndolo ante el peligro, y miró con preocupación a la hermosa flor. No sabía lo que pasaba hasta que…

Escuchó el silbido.

Hizo desaparecer la calma de la calle con su susurrante melodía y fue en incremento hasta que presentó a la autora del canto.

Era la mujer de la piel extraña.

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