Capítulo 5: "Desconociendo al conocido y conociendo al desconocido"

—¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? —insistió Geoff.

Khoni trató de decir algo pero se paralizó, se le nubló la cabeza y no tenía idea de cómo responder.

Ambos escucharon que dos personas se acercaban, ellos hablaban sobre alguna muestra que tenían que inspeccionar para ver si había nuevos resultados.

El joven científico reaccionó y, sin tener que pensarlo demasiado, agarró del brazo de la muchacha.

—Sígueme —le dijo.

La llevó hasta detrás del invernadero, en el pequeño espacio que había entre este y la pared de ladrillos que supuestamente impedía el paso a los demás.

—No. Te. Muevas —dijo él en un susurro y lo más claro que pudo.

Los compañeros Geoff ingresaron al invernadero y continuaron charlando mientras hacían su trabajo. Se pudo apreciar sus siluetas al detenerse no tan lejos de donde los jóvenes se encontraban escondidos, y permanecieron allí por un rato.

—¿Cómo te llamas? —preguntó Geoff con tranquilidad, como si la situación le fuera de lo más normal.

—Khoni —respondió la muchacha, fijando la vista en el suelo.

—¿Cómo entraste aquí?

Ella no supo qué decir.

Los hombres terminaron de hacer su trabajo y salieron del invernadero.

—¿Te gustan las plantas? —preguntó el joven.

—En realidad solo conozco las artificiales.

—¿Te gustaría ver algunas? —dijo con interés.

—¿Qué? ¿Dejarías que lo haga? —cuestionó con incredulidad.

—Si vienes mañana te muestro las que tenemos —propuso, animado.

—¿Quieres que vuelva mañana? —Se sintió perdida, sin tener idea de lo que estaba ocurriendo.

—A esta misma hora si fuera posible.

—¿Estás seguro que quieres que venga? Porque hace unos minutos mencionaste que esto es propiedad privada y no creo que yo deba estar aquí, o mucho menos volver.

Él sonrió.

—Existen unos pases especiales que podría conseguir para que se te permita el acceso a este lugar —se explicó sin quitar la sonrisa del rostro.

La muchacha creyó que le estaba bromeando pero quiso seguirle la corriente.

—¿Puedo traer a una amiga?

—Pero solo una. —Su sonrisa se intensificó.

—Bueno —no sabía qué más decir—, entonces mañana vendré con mi amiga a esta hora.

—Genial. Te estaré esperando.

—Claro.

Ella avanzó para irse pero se detuvo al darse cuenta que ni siquiera sabía en donde estaba la salida. Quiso tantear entre las opciones que tenía pero el tacto de una mano en su espalda la congeló.

—Déjame acompañarte a la salida.

Se arrepintió de aceptar el momento en que cruzó la calle.

El joven había tenido razón con respecto a que sabría en donde estaba apenas saliera del terreno. Había pasado por esa calle varias veces ya que era una de las rutas que tomaba con sus padres de niña. Debió de haberlo recordado antes, las historias que su padre le contaba sobre lo que se escondía dentro, había mencionado un invernadero.

Se detuvo en una esquina y notó que la calle estaba más vacía que antes. El ruido casi ni se escuchaba y solo pasaba uno que otro auto.

Al cruzar la pista se topó con una pareja que corría apresurada en dirección contraria.

—Ya casi son las siete, date prisa o nos mojaremos —le dijo la mujer al hombre cuando pasó al lado de Khoni.

Ella los vio alejarse y continuó su camino, sin tener cabeza para entender lo que había querido decir.

Volvió a detenerse al darse cuenta que había tomado la calle por donde su padre vivía. Estaba demasiado acostumbrada a tomar ese camino, antes solía pensar que si volteaba antes o se pasaba a la siguiente calle terminaría perdiéndose, ese camino lo era todo para ella.

Había decidido darle la oportunidad de explicarle qué hacía esa mujer allí, pues era posible que tuviera una buena razón. Si lo que ella le dijo era cierto él ya habrá regresado, así que tolo tenía que subir, tocar la puerta, y escuchar lo que su padre tuviera que decirle.

Estuvo por dar el paso cuando se percató del auto que se detuvo frente a los edificios unidos. Era un taxi, y su padre bajaba de este, pero no estaba solo. La mujer le acompañaba.

Caminaron juntos, él abrazándola, y no dejaban de sonreír mientras lo hacían. Y al verlos desaparecer tras la entrada, todo tuvo sentido para Khoni.

Ella ya había visto antes esa sonrisa, esa mirada cálida con la que su padre apreciaba a la mujer desconocida, era como miraba a su madre. En esos paseos que tuvieron por la capital cuando era niña, ella podía notar el amor que sentían sus padres entre ellos, solo bastaba ver como se miraban.

La lluvia cayó a cántaros. Bañó las calles vacías, las criaturas silvestres artificiales y el cuerpo paralizado de la muchacha.

A las siete en punto de cada día siete llovía en la capital, era su modo de limpiar la ciudad y suministrarles la poca agua que necesitaban las plantas que fueron creadas en un laboratorio. Y en ese día siete se intentará limpiar también a Khoni, y la suciedad que la hundía.

***

Esa noche la Luna Azul estaba llena. Su enormidad proporcionó una preciosa luz que acogía a los humánidas durmientes. Pero alguien seguía despierto, alguien que podía verse en el tejado del bloque de habitaciones de novizzios.

Khoni estaba recostada, admirando a la gran Luna que tenía más cerca que nunca. Usaba los brazos como almohada y su rostro se veía sereno. La Luna hizo efecto en ella, la calmó y la dejó con una tranquilidad que la acunaba como si fuera un bebé. Y en esos ojos que antes eran negros se percibieron un brillo diferente, un resplandor que ya se había visto antes, y que permitían apreciar el nuevo color que bañaban sus pupilas. Las llamas volvían a arder en ella, un fuego que prometía venir solo con un propósito: divertirse.

***

La muchacha del flequillo hizo un matutino estiramiento en su cama mientras su despertador sonaba. Lo calló y se incorporó para recibir el nuevo día que aseguraba ser tan bueno como los días anteriores.

Caminó a la cómoda apoyada en el borde de abajo de la cama y se tomó un par de minutos para escoger lo que usaría hoy. Tenía ese pensamiento que su ropa debía combinar según lo que tenía planeado hacer, y con eso en mente encontró el conjunto conveniente. Lo dejó encima del mueble, agarró la toalla y el jabón que estaban acomodados en una esquina, y se dirigió a la puerta.

Saludó a una que otra chica en el camino, más para ser cordial que otra cosa ya que aún no podía ser tan comunicativa como quisiera.

En su escuela tenía un limitado grupo de amigos que conoce desde la primaria, antes que se cerrara al mundo, pero esa amistad estaba en riesgo debido a que fue la única en conseguir la beca. Ya había visto como las amitades eran rotas a causa de esto, pero tenía fe en que eso no pasaría con sus amigos, que si uno de ellos se iba no tendría celos y se alegraría por él, y estaba segura de que sus amigos pensaban igual.

Pero desde que se había ido no recibió ningún mensaje de ellos, ningún saludo, y ni siquiera se despidieron de ella cuando subió al transbordador. Entonces supo que estaría sola, y tampoco pondría algún esfuerzo para evitarlo, si ese era su destino lo aceptaría.

Se bañó en silencio, con la mirada, escuchando las conversaciones de otras chicas, de las amigas que charlaban aún cuando las paredes las separaban. Sus voces hacían eco por la habitación, junto con las risas y la alegría que entregaba la amistad.

Terminó un poco antes, por alguna razón hoy estaba mucho más consciente lo sola que estaba y no pudo aguantar más a las otras chicas que se divertían en su cara, empezó a sentir que se burlaban de ella, así que se enjuagó rápido y salió de allí casi corriendo.

Entró a la habitación y suspiró ante la comodidad que esta le entregaba. Cogió la ropa que se pondría para ir a los baños a cambiarse, pues no le gustaba eso de hacerlo con una desconocida, las únicas personas que la vieron en ropa interior fueron sus amigas y su madre, y no le daría el honor a verle desnuda a alguien cuyo nombre desconocía.

Se preparó para salir pero se detuvo a medio camino, cuando notó algo diferente. Se volvió y miró la cama de su compañera, estaba vacía y tendida, como si nadie hubiera dormido allí anoche. Recordó que no la había visto llegar, y cuando se levantó para ir al baño, a eso de la medianoche, aún no había señal de la muchacha.

Se preguntó si se habrá quedado a dormir en casa de algún amigo, o tal vez tenía un pariente que vivía por aquí. Aunque nunca mencionaron nada de que no se permitía dormir afuera, supuso que ya estaba sobreentendido, pero también era posible de que no estaba prohibido. En cualquier caso a ella no debía importarle ya que no era asunto suyo. Así que aprovechó tener la habitación para sí sola y se cambió allí.

Bajó al primer piso, a la cafetería, y recibió el desayuno que la cocina le puso en su bandeja naranja. Buscó una mesa completamente vacía, sin amistades nuevas o de años, sin otros jóvenes solitarios como ella, sin nadie que pudiera interrumpirle o incomodarle.

Ahí fue cuando la vio, al principio no creyó que se trataba de ella pero al ver bien su rostro supo que era su compañera. Estaba durmiendo, con su bandeja vacía a un lado, era la única sentada en la mesa, todos a su alrededor charlaban y la ignoraban, ni siquiera les intrigaba la razón por la que dormía, solo estaban interesados en ellos y en lo que les decía la persona de al lado.

Era la única mesa vacía, por así decirlo, ya que los pocos solitarios que había visto ayer estaban charlando entre ellos muy animadamente. Así que fue a esa mesa.

Se sentó al otro lado en el que su compañera dormía tan plácidamente, la chequeó una vez más para asegurarse que no despertaría y se enfocó en comer.

La curiosidad pudo con ella e imaginó varias versiones de la historia de la chica que tenía frente a ella. Una posibilidad era que había ido a una fiesta, tal vez en su honor, y se quedó bailando hasta el amanecer; despertó en el suelo o en un sillón, se aseó y regresó temprano para desayunar. ¿Y si tenía novio? Tal vez estuvo con él toda la noche, se fueron juntos a conocer la capital y terminaron en su casa para tener una increíble noche de pasión. Tomó un poco del jugo para borrar eso último de la cabeza y siguió imaginando.

Tenía una hermano mayor, no lo veía mucho por su trabajo, pero se llamaban cada noche para contarse lo que hicieron en el día. Pasaron una maravillosa tarde, charlando como lo hacían antes que él se fuera por su trabajo, y renovaron su relación.

Sonrió y dedujo que su compañera era una buena chica, sin querer se ilusionó con la idea de hacerse su amiga.

Como si la muchacha hubiera escuchado sus pensamientos, se removió y soltó un largo suspiro.

—¿Cómo te llamas? —preguntó.

La chica del flequillo la miró de lado, preguntándose si se dirigía a ella, o si simplemente estaba hablando dormida. Su compañera cambió de posición, apoyó la cabeza sobre sus manos y la miró con una animada sonrisa, sin pizca de haber estado durmiendo hace un segundo.

—Yo soy Khoni, ¿cuál es tu nombre? —dijo con la misma simpatía que antes.

—Odethia —respondió en voz baja.

—Odethia —repitió Khoni, degustando cada letra con demasiada seriedad.

Continuaron mirándose, sin parpadear siquiera, como si algo en los ojos de la otra les atrajera o hipnotizara. El ruido del claxon fue quien rompió el momento.

—Vamos, Odethia, hoy tenemos mucho que ver. —Y le sonrió como si ellas ya fueran amigas.

Khoni se levantó primero, y Odethia caminó detrás de ella.

Se sentaron juntas y no dijeron ninguna palabra en todo el camino, su modo de comunicarse era silencioso, no era necesario decir algo, solo bastaba sentir la compañía de la otra.

Esta vez la ruta guiada por el complejo de Tanahthia fue diferente. Cada tanto Odethia miraba a Khoni y ella le respondía con una sonrisa, a veces hasta ella hacía lo mismo y le sonreía, como si fuera una clase de lenguaje en que cada sonrisa que mostraban significara un mensaje diferente.

También quedaron boquiabiertas con lo que les mostraron los estudiantes de mayor grado. Uno se cubrió de tierra por completo y luego se la quitó, dejando su ropa como nueva, sin rastros de suciedad. Otro enterró su mano en una cubeta mientras sostenía una semilla, y en unos minutos esta pasó a convertirse en un joven arbithia, con una sola hoja colgando en una de sus ramas.

—Solo pocos consiguen ser un tanáh —había dicho el profesor a cargo, un hombre gordo y bajo—, porque solo pocos tienen la fuerza para soportarlo. Para ser un tanáh tienes que tener un selphi poderoso, recio, que sepa penetrar las capas que posee la tierra. Por eso es que muchos estudiantes terminan renunciando, nadie puede tener la seguridad de que se convertirá en un tanáh productivo, ni aunque en la convocatoria te hayan dicho lo contrario.

—Profesor, ¿de qué trata la convocatoria? —preguntó un muchacho.

—Lo sabrán el próximo año —fue lo único que dijo, amargado por haberlo hecho, no le gustaba soltar pistas.

Sin poder notarlo, apareció la tarde, avisando que la ruta guiada terminaría.

El profesor los acompañó a la entrada y se marchó cuando los jóvenes aún subían a la van, no quería perder más tiempo, tenía mejores cosas que hacer.

El camino de vuelta también fue silencioso para Khoni y Odethia, solo que había algo diferente en Khoni. Ella tenía la mirada baja, no le quitaba la vista al celular que tenía en las manos, a lo que se leía en la pantalla. Odethia lo notó y dirigió los ojos en esa dirección, pudo leer claramente lo que decía. «¿Pudiste ver a tu padre?» era lo que estaba escrito.

Khoni suspiró al leerlo nuevamente, no sabía qué hacer, qué decirle a su madre, y ella insistía en recibir alguna respuesta. Había sacado su teléfono para decirle que hoy también vio cosas increíbles, aunque no podía darle detalles de lo que había visto, quería contarle cuán bien la estaba pasando. Fue así como abrió el nuevo mensaje que ella le había enviado, preguntándole una vez más si ya fue a ver su padre, si ya le contó que había ganado la beca.

Empezó a escribir una respuesta, la única que podía darle por el momento.

«Aún no se lo he dicho, pero no se lo digas. Quiero hacerlo yo misma» escribió, y lo envió de inmediato.

Odethia pudo ver lo que había escrito antes de mandarlo, y desvió la mirada antes que su compañera lo descubriera. Supo que no debió hacerlo, pero no pudo evitarlo. Era tarde, sentía interés por ella, quería saber más de su vida. Quería conocerla mejor.

***

—¿Quieres acompañarme a un lugar? —le dijo Khoni a Odethia.

Caminaban junto a los otros jóvenes, acababan de bajar de la van y se dirigían a las habitaciones, las puertas estaban a solo unos metros de ellas.

—No queda muy lejos —insistió Khoni—, y tampoco creo que tardemos tanto.

Odethia no dejó de mirarla, estaba algo estupefacta por la repentina invitación, aunque deseaba empezar una charla con su compañera no esperaba que ella fuera a dar el primer paso, o mejor dicho salteárselo e ir de frente al tercero.

—Claro —respondió.

Dieron media vuelta y se alejaron del grupo de amigos, mostrando que ella también podían tener su propia aventura, que también podrían hacer amistades.

Khoni le contó de la escuela en la que estudia y de su familia. Le habló de su hermano y cuán importante era para ella, también de su madre y que a pesar de trabajar doble turno tenía tiempo para ellos; pero no habló de su padre.

Llegó el turno de Odethia. Ella venía de Erthos, no tenía hermanos, sus padres eran profesores en un instituto, y al igual que Khoni, no había pasado el examen de inteligencia. No le contó de sus amigos, de que tenía pero ya no más.

Les fue fácil hablar con la otra, como si se sintieran cómoda con su compañía, y tuvieron el mismo pensamiento de que un día podrán contarle también aquellas cosas difíciles de hablar, que ese día llegaría pronto.

—Bien, aquí es.

Odethia levantó la vista ante la puerta de metal que tenían frente a ellas, miró a los lados y observó las paredes gastadas de ladrillo, y terminó por mirar a Khoni para esperar que le explicara en dónde se encontraban.

—No creo que quieras saber lo que es este lugar, lo mejor es que lo descubras por tu cuenta cuando entremos —fue lo que dijo Khoni.

Sin esperar alguna respuesta de su compañera, golpeó la puerta. Un minuto después, esta se abrió.

—Llegaste antes —saludó Geoff con una sonrisa. Y dirigió la vista hacia la otra muchacha—. Y supongo que ella debe ser tu amiga.

Khoni se limitó a asentir.

—Pónganse esto. —Les entregó a cada una una tarjeta transparente que colgaba de una cinta roja—. Les permitirá que se paseen por el complejo sin conseguir miradas inquisitivas de los demás.

Ambas se lo pusieron en el cuello y miraron el detalle de la tarjeta que vislumbraba la frase «visitante exclusivo».

Ambas siguieron a Geoff hasta el interior y él los llevó hasta el invernadero que se encontraba al fondo del terreno.

—Y este es el invernadero —dijo el joven apenas se detuvo—, la razón por la que están aquí.

Odethia miró a Khoni con incredulidad y volteó para volver a ver hacia adelante.

—¿De verdad es un invernadero? Pero… —dijo con sorpresa—. Pero un profesor me dijo que solo había en la central de Thia.

—Eso es cierto, en parte —explicó él—, este es uno de los laboratorios afiliados a Thia, de los pocos que tienen la posición de trabajar con estos especímenes prehistóricos.

—¿Y podemos entrar? —preguntó Khoni.

—Claro —respondió él, animado con la idea—, pero sin tocar nada, que no tenemos tiempo para inyectarles el medicamento debido —se apresuró a decir.

Asintieron entusiasmadas y Geoff deslizó el cierre que rodeaba la entrada hasta abrirla. Levantaron los pies, sin pisar la puerta de plástico, e ingresaron a la gran carpa blanca.

Lo que vieron dentro las dejó boquiabierta.

Para Odethia estar en la capital era nuevo, nunca había viajado allí porque no tenía parientes que hayan conseguido alguna buena oportunidad de trabajo, y ni mencionar si consiguieron pasar las pruebas de último año de preparatoria. Ella había quedado maravillada ante lo que veía, con tanto verde creía que estaba soñando, tardó horas en confirmar que todo era real, que algo así podría existir.

Se había acostumbrado a ver el foresthia que quedaba a unas cuadras de su casa ya que lo veía todos los días, y llegó a la conclusión de que esa era la cantidad límite de verde que existía, y que en realidad no se perdía de mucho de la capital, pues seguro que hablaban maravillas de este cuando lo más probable era que tenían lo mismo que en su ciudad. Cuán equivocada estaba.

Ahora era testigo de otra maravilla, y en la misma semana que había llegado a la capital de ensueño, creyó que le daría un ataque cardíaco si seguía presenciando cosas tan increíbles como estas.

Khoni, por otra parte, notó al instante la diferencia de las planthias con lo que le rodeaba, aseguró que esto podía verse a simple vista, sin importar el parecido que había entre ellos. Había algo en esas criaturas silvestres, o prehistóricas que fue como le había llamado Geoff, que la dejó sin aliento, y que hizo que toda una gama de sentimientos la embargara. Supuso que tenía que ver con estar allí.

El invernadero consistía en varias mesas largas puestas en filas dobles, dejando un camino principal en medio. Estas mesas cargaban varias especies de plantas, de diferentes tamaños, hasta había árboles que habían sido plantados hace poco. El suelo era de tierra, y en algunas zonas estaban húmedas ya que las criaturas de esas mesas acababan de ser regadas hace poco. Algunas, las más jóvenes y que necesitaban de un mayor cuidado, tenían su propia luz y estaban recubiertas por cristales para que el aire natural les llegara de manera ininterrumpida. Para las demás les bastaba recibir los rayos solares que entraban por el techo que era de cristal.

Geoff fue diciendo el nombre de los vegetales más interesantes, les contó la peculiaridad que tenía cada flor, el fruto que daba cada árbol, y el tiempo que tardaba en crecer cada seto. Llegó un punto en que Khoni bajó la velocidad para darle unas miradas extras a lo que él les señalaba, pero no se detuvo por completo hasta que algo atrajo su completa atención.

Las rosas blancas. Pero había una de ellas que era diferente a las demás, esta se encontraba justo en el filo y resaltaba al instante. Tenía por nombre «híbrido centifolia» y era una de las rosas más antiguas que tenían, mejor dicho era la primera rosa que existió en el planeta.

Eso fue lo último que le escuchó decir al científico antes de perderse en la belleza que éstas desprendían con un aroma desquiciante. En su vida en Rotzer había escuchado sobre las rosas blancas más veces que cualquier cosa, ya sea por casualidad o por su propia curiosidad. Estas flores estaban repartidas en momentos que no eran necesariamente significativos para ella, solo formaban parte de esos días rutinarios que solía tener casi a diario.

Pero cada uno de esos instantes pasaron por su mente uno por uno, como una película que deseaba entregar toda la información posible en un corto tiempo. No llegó a recordar de cuándo ocurrieron algunas, pero eso no evitó que notara lo involucrada que estaba a estas criaturas blancuzcas.

Ni Geoff ni Odethia se fijaron que ella se había quedado atrás, ni como se acercaba con lentitud a estas flores.

Se detuvo al rozar con el borde de la mesa, y levantó la mano derecha para continuar el camino. La fascinación por las rosas la dominó, y sentía que si no tocaba la que más atrajo su atención no podría morir en paz. Fue alargando el brazo, con los dedos acercándose más y más a la rosa. Y mientras más se aproximaba, el color de sus ojos se iba decolorando a un tono naranja. En cualquier segundo tocaría uno de esos preciosos pétalos.

—¡Khoni, espera!

La advertencia repentina de Odethia causó que se pinchara el dedo índice y esta no tardara en sangrar. La acercó a la boca e intentó frenarla. El dolor que sentía era diferente, después de todo era la primera vez que había sido pinchada por una espina. Lo sintió como un pinchazo, pero el ardor era nuevo.

—Dije que no tocaran nada —manifestó Geoff con dureza, ahora si iba a ser necesaria esa inyección—, sus cuerpos no están acostumbrados a estos especímenes, un simple pinchazo podría enfermarlos de maneras indescriptibles, o podrían morir en el peor de los casos.

La muchacha agitó el dedo a ver si así se le iba el pesar.

—Vamos —concretó el científico—, tenemos que ponerte una vacuna.

La rodeó con el brazo, como si los síntomas fueran a aparecer de inmediato y para asegurarse de que no se desmayara de pronto, y la guió de vuelta a la salida. Pero no llegaron muy lejos.

Algo se agitó a sus espaldas y les dio tiempo a ver lo que era. Al momento de girar, la misma rosa que había pinchado a Khoni se duplicó en longitud, para luego continuar extendiéndose sin tener límite. El tallo se convirtió en una enredadera repleta de espinas amenazadoras, y una enredadera se convirtió en dos, para luego pasar a ser varias que se expandían por la mesa a una velocidad demasiado rápida.

—¿Qué está pasando? —dijo Odethia, aterrada a cada segundo.

—No lo sé —dijo Geoff, sin aliento—, esto no había pasado antes.

Ya no había señal de la rosa, o de la espina que había marcado a la muchacha, y fue cuando todo se convirtió en un caos incomprensible.

Las enredaderas de espinas invadieron las demás mesas, si algo se les interponía lo terminaban destruyendo, no había nada que pudiera detenerles. Como si supieran bien lo que estaba haciendo, no traspasaron la carpa, solo giraron para bordearla. Pero en ningún momento dañaron a otras plantas.

Los jóvenes empezaban a ser rodeados, no importaba el camino que tomaran, este era bloqueado en algún momento. Hasta que quedaron en medio de paredes afiladas de espinas.

Geoff se colocó delante de ambas jóvenes, como si él fuera capaz de detener algo que no había visto en su vida.

—¿Qué hacemos? —cuestionó Odethia, y podía verse el miedo puro incrustado en sus pupilas.

Los tres sabían que era cuestión de tiempo para que terminaran siendo aplastados con las enredaderas, y luego tendrían una dolorosa muerte por desangramiento.

El científico levantó los brazos, preparado a dar pelea, aunque eso significara recibir varios rasguños en su piel.

«Khoni»

La joven volvió la cabeza al escuchar el murmullo que supuso vino de atrás. Entre todo el desorden y las lianas de espinas que se agitaban de manera desordenada, pudo apreciar la rosa blanca que ahora era la cabeza de lo que sería una enorme soga verde con varias extremidades. La contempló con los ojos achinados, esperando que de esa manera pudiera comprender bien lo que esta intentaba decirle.

«No te haré daño, Khoni»

Cambió de gesto al saber lo que quiso decir y se giró rápidamente hacia los otros. Vio a Geoff dar un paso hacia adelante, tratando de buscar una salida, y decidió actuar de inmediato.

—Espera. —Colocó su brazo delante de él para detenerlo, o protegerlo.

La liana que estuvo por tocarlo se alejó apenas percibió el brazo de Khoni, y siguió su camino a una distancia respetable. Bajó su mano al saber que el peligro se había ido, y la examinó sin creer que haya funcionado.

Tanto Geoff como Odethia vieron claramente lo que sucedió, y las sospechas les invadió la mente. El científico no se atrevió a decir lo que pensaba, se lo guardó para sí mismo mientras juntaba los patrones a una idea mucho más compleja que ni él creía posible, y eso que sabía mucho.

La joven del flequillo reaccionó distinto.

—¿Khoni, que has hecho? —dijo con resentimiento, necesitaba culpar a alguien para que el miedo fuera más soportable, y lo que acababa de ver fue suficiente para que esa persona fuera su compañera de habitación y su futura amiga.

Ella no respondió, solo la miró de regreso con un gesto demasiado tranquilo para un momento así.

—¿De qué hablas? —su voz era apaciguada, algo que no combinaba para nada a la situación que ponía en riesgo sus vidas, como si estuviera segura de que no les pasará nada.

—Vi lo que hiciste —insistió la muchacha—, tú estás causando todo esto —aseguró con un gesto dolido.

—¿Qué? No —negó y frunció el ceño, sintiéndose señalada—, ¿de qué hablas?

—De esto. —Le sujetó el brazo y lo estiró hasta las enredaderas que se agitaban a un lado, causando que estas huyeran despavoridas.

La soltó y su rostro se endureció, tenía a la culpable y la obligaría a detenerse.

Geoff continuaba pensando, ajeno a lo que ocurría, sus ojos se agitaban por cada nuevo punto que colocaba en la ecuación.

—Khoni, detén esto —le pidió.

Ella se limitó a negar con la cabeza y a mirarla con agobio. No entendía por qué la culpaba a ella si todos estaban en las mismas, si los tres se encontraban en la misma situación de peligro.

Pero ella sabía que no había peligro.

Desvió la mirada hacia donde había visto la rosa, solo que ya no estaba allí. La buscó con desespero, porque muy en su interior sabía que podía ayudarla.

—¡Khoni, deténlo! —Odethia le agarró el brazo con nada de tacto, y se lo agitó para que le haga caso.

—Yo no puedo detenerlo. —Tenía el rostro afligido, quería que le creyera—. En serio, no puedo.

—¡Khoni! —gritó la compañera, y el silencio reinó en el lugar— Vamos a morir aquí si no haces algo.

El rostro de la muchacha empalideció, y el brillo de sus ojos se extinguieron.

—No… no... —Negó, desesperada. Respiraba por la boca, agitada—. No… no.

«Corre, Khoni, corre. Mamá te alcanzará pronto»

Una lágrima se deslizó por la mejilla de la muchacha, su vista la tenía perdida, y la frase hizo eco en su interior hasta apagarse.

Las enredaderas continuaban acercándose poco a poco a Geoff y Odethia, en cuestión de minutos las espinas los tocarían, y Khoni no podrá evitarlo, no podrá proteger a ambos.

«Corre, Khoni, corre. Mamá te alcanzará pronto»

—Ya basta —rogó en un susurro, no quería seguir escuchando esa otra voz femenina que le taladrara la cabeza.

—Khoni, escúchame —insistió Odethia, ajena a la lucha interna que estaba teniendo la muchacha—, tienes que detenerlo, ¡detenlo!

—¡Ya basta! —su voz se quebró por el grito.

Las enredaderas sintieron la angustia de la joven y se agitaron con más fuerza, dejándoles sin tiempo. Salieron de la carpa, querían escapar, y llegaron a destruir la pared de ladrillo que había a un lado. Hicieron una salida y se movilizaron con tal velocidad que pareciera que el lugar se estaba incendiando.

Se dispersaron hacia la izquierda, dejando un angosto espacio libre en la parte derecha del gran hoyo que hicieron.

Entonces Odethia la aprovechó. Salió corriendo hacia la abertura.

Khoni dirigió la mirada hacia ella y se dio cuenta de su huída.

—Odethia, espera —trató de detenerla, sabiendo que si iba sola no estaría a salvo.

Como si ya estuviera previsto, una de las enredaderas se golpeó contra ella, la muchacha quiso protegerse con sus brazos y estos fueron los que recibieron el mayor daño.

Geoff finalmente volvió, justo a tiempo para ver como la chica era lastimada.

Odethia miró sus brazos con horror. Estos tenían varias cortadas, y su sangre empezó a gotear al salir de varias heridas a la vez. Con los brazos temblorosos, lentamente dirigió la mirada hacia Khoni. Pudo verse en sus ojos lo que quiso decirle. «¿Qué has hecho?»

—Odethia… —dijo, y dio un paso hacia ella.

—¡No te me acerques! —vociferó, y varias lágrimas se deslizaron hasta caer en sus brazos heridos.

Salió por el agujero y desapareció en la calle.

Khoni se paralizó. Respiraba lentamente y ya no escuchó más el ruido que la rodeaba, solo su propia respiración.

—Tenemos que irnos —oyó a lo lejos la voz de Geoff.

Sin esperar a que le respondiera, la tomó del brazo y la llevó hasta afuera. La metió a su auto, el que había aparcado al otro lado del laboratorio, lejos del desastre.

Pasó horas conduciendo sin intención de detenerse. Ya era de noche, y su copiloto se acababa de quedar dormida.

En su rostro no había señales de miedo o confusión, solo había seriedad y decisión sobre lo que haría.

Sabía bien a dónde tenía que ir.

***

«¡Mamá! ¡Mamá!»

«Estarás bien, ellos te mantendran a salvo»

«¡Mamá, no te vayas!»

Khoni abrió los ojos de golpe y miró a su alrededor. Estaba en el auto al que vagamente recordaba haber subido. Su despertar repentino causó que derrapen a un lado de la autopista y Geoff frene en el último momento.

—Lo siento —dijo ella en voz baja.

—Descansaremos aquí un poco. —Suspiró, cansado, no había dormido nada y ya era de mañana.

—¿Dónde estamos? —La muchacha observó las afueras y solo pudo ver arena, además de la carretera que quedó a unos metros de ellos.

—No importa en dónde estamos, lo que interesa es a dónde nos dirigimos.

—¿A dónde nos dirigimos?

Hubo unos segundos de silencio, y Geoff decidió responder.

—Sigue durmiendo, te avisaré cuando lleguemos.

***

—Ey, despierta.

Khoni se removió en su lugar y abrió los ojos con pereza.

—Ya vamos a llegar —añadió Geoff.

La muchacha se enderezó y fijó la vista hacia adelante. La arena había sido reemplazada por un campo verde inmenso, ya no había carretera, ni señal de que esa sea una ruta transitada. Y en medio del campo había una casona. Era una reliquia histórica, por lo tanto era resguardada por cercas de tres metros de altura que ayudaban a que permaneciera de ese modo.

—¿Qué es este lugar? —cuestionó la joven.

—Es un santuario.

—¿Qué es un santuario?

—Debí suponer que no sepas lo que es, los de Thia se aseguraron demasiado bien que nadie sepa que esto seguía existiendo.

—¿Qué es un santuario? —repitió.

—Espera a que lleguemos y te lo diré.

—No entiendo por qué me trajiste aquí. —Ella se cruzó de brazos como niña resentida—. Ya te dije que debo volver a Exthias.

—No creo que ahora quieras ir a Exthias —le aseguró—, hay cosas más importantes que atender.

—¿Cómo qué?

Geoff no respondió.

—Déjame adivinar, quieres que espere a que lleguemos.

Él se limitó a sonreír.

Khoni exhaló en frustración y fijó la vista en la ventana.

Continuaron lo poco que faltaba del camino en silencio, refunfuñando por la compañía del otro.

El científico detuvo el auto al lado de la cerca, salió y fue en la parte de atrás del automóvil para abrir el maletero. Khoni esperó dentro mientras apreciaba la casona.

El santuario era de tres pisos, con paredes de piedra, ventanas rectangulares sin vidrio, tejas en los techos, esa vivienda era la viva imagen de cómo se vivíó hace más de cien años, y estaba muy bien conservada.

—Está bien, puedes salir. —Le abrió la puerta.

—¿Vas a decirme qué hacemos aquí?

—Agarra esto mientras acerco más el auto. —Le entregó una manta gris de un material que brillaba.

Hizo lo que dijo y lo posicionó a punto de rozarlo con la cerca. Le quitó la manta, se subió encima del vehículo y la usó para cubrir una parte de la cerca.

—Ven, sube —pidió pacientemente.

Ella rodó los ojos antes de obedecer y subir hasta donde él se encontraba.

—¿Alcanzas, o quieres que te ayude?

—¿Qué quieres que haga exactamente? —Puso las manos en la cintura.

—Quiero que subas por encima de la cerca y saltes al otro lado de ella.

Ella lo miró como si no lo comprendiera.

—La única manera de entrar es pasar por encima, por eso puse la manta, para que no nos electrocutamos —explicó.

Khoni lo miró por un momento hasta que captó el mensaje.

—Me voy de aquí —fue lo que dijo y se bajó del auto.

—¿Quieres saber lo que pasó en el invernadero?

Se detuvo y se volvió hacia él.

—Odethia estaba en lo correcto —prosiguió—, fuiste tú —pero en su forma de decirlo no se sintió que realmente la estuviera culpando.

—¿Pero de qué hablas? ¿Cómo haría algo así? —Se acercó dos pasos— He vivido toda mi vida en Rotzer, y no había visto una planta hasta hoy.

—Si quieres saber cómo lo hiciste tienes que cruzar la cerca —declaró el científico de manera calmada.

No podía creerle, no quería hacerlo, le estaba echando la culpa de algo que no hizo, ¿cómo podría? Entonces recordó la voz de su cabeza, y que había acertado cuando las enredaderas no la lastimaron. No iba a negar que era extraño, ¿y si allí dentro tenía la oportunidad de comprender lo que pasó?

—Solo entraré para demostrarte que estas equivocado con respecto a mí. —Se puso a su lado, lista para cruzar.

—Me parece bien. —Sonrió.

Apoyó las manos sobre la manta y tomó impulso para hacer un salto hasta el otro lado. Hizo un perfecto aterrizaje y terminó con las manos levantadas, como si estuviera en clase de gimnasia y acabara de realizar un exitoso ejercicio.

Geoff cayó a su lado, con las manos tocando el suelo. Se enderezó y se las sacudió.

Llegaron a la vieja puerta marrón. La muchacha giró el picaporte, este se encontraba sin llave, y se abrió paso al interior.

El lobby estaba vacío, sin decoraciones ni muebles, y el olor a viejo casi sofocó a la muchacha. Geoff se le adelantó y abrió la siguiente puerta que tenían adelante.

Llegaron hasta la sala central y la joven se detuvo para volver a quedar sorprendida. Casi toda la habitación la ocupaban tres árboles que formaban un triángulo. Cada piso tenía un balcón que los rodeaba como un aro y permitía verlos sin importar en qué sección te encuentres.

—Te presento a los tres árboles sabios.

—No es posible —dijo Khoni, aún no podía creérselo—, se supone que no existen, que solo era un cuento para niños que inventaron.

Caminó alrededor de ellos, mirándolos de arriba y abajo, buscando algún indicio de que no sean reales.

—Había tres árboles sabios que en su vida pasada eran criaturas que tenían vida, que hablaban con las plantas, y tenían poderes mágicos. Todo lo que tocaban lo convertían en verde —recitó Geoff—. Pero se sentían tan solos que una noche se dieron un abrazo sin importar las consecuencias. Prefirieron una vida inmóvil, pero juntos, que una sin poder tocarse.

—¿Entonces es cierto? —preguntó la joven— ¿Estos tres árboles no siempre lo fueron? ¿Antes tenían vida?

—El cuento es cierto, en parte —explicó el científico—. Esos dos que están detrás, los que están llenos de hojas, son sicomoros, y fueron hermanos soldados. —Señaló los dos árboles que Khoni tenía frente a ella—. Este de aquí es un árbol de tulipán, y era el líder.

La muchacha siguió caminando en círculos hasta llegar al dichoso árbol que tenía unas flores anaranjadas decorándolo.

—La verdadera historia de estos tres árboles es que eran guerreros y se encontraban en plena lucha cuando se convirtieron en lo que ves ahora.

—Entonces eran humánidas comunes.

—No. —Negó con la cabeza—. Eran otra cosa.

—¿Qué eran?

—Criaturas antiguas —respondió Geoff—, esas que salen en los libros de fantasía.

—¿Qué clase de criaturas? —Sus ojos estaban impregnados en él, llenos de curiosidad, pero también había algo más. Impaciencia. Quería que confesara todo lo que sabía, que dijera en voz alta la identidad de los tres árboles. Quería oírlo después de tanto tiempo que no lo hacía.

—Los hermanos eran de una especie que descendía de los árboles, muy poderosos, y muy leales a su líder.

—¿Qué clase de criatura era el líder? —insistió la muchacha, cada vez inquieta por escucharlo.

—El líder era… —se detuvo y por primera vez desde que entraron, apartó la vista de los árboles para dirigirla a Khoni—. Tú sabes lo que era.

Ella se detuvo y lo miró como si acabara de ser descubierta.

—¿Cómo te llamas realmente? —ahora fue él quien quiso indagar.

—¿De qué hablas? —Sonrió en diversión— Me llamo Khoni.

—¿Cuál es tu verdadero nombre?

La joven lo observó con una mirada juguetona, no estaba dispuesta a ponérselo tan fácil.

—¿Por qué piensas que ese no es mi verdadero nombre?

—¿Por qué no me quieres decir cuál es tu verdadero nombre?

—Ya te dije cuál es mi nombre.

—Dime tu nombre.

—Es Khoni.

Guardaron silencio. Geoff supo que ella no diría nada, pero no iba a rendirse tan fácilmente, no cuando sabía bien cuál era su misión.

—Entonces… Khoni —dijo el nombre lentamente—, ¿puedo pedirte un favor?

La muchacha siguió girando, de repente perdió el interés.

—¿Cuál sería ese favor?

—Quiero que los despiertes.

Khoni casi vuelve a detenerse pero supo disimularlo y continuar caminando.

—¿A quién quieres que despiertes?

—A los árboles —dijo con seriedad.

La joven empezó a reír a carcajadas.

—¿Me has traído aquí para eso? Creí que me explicarías lo que había sucedido en aquel invernadero —comentó con una sonrisa.

—¿Quieres salvar a tu hermano?

Esta vez se detuvo en seco, y toda la diversión en su rostro se esfumó. Lo miró con amenaza, advirtiéndole que no tocara ese tema. Había mencionado a su hermano sin querer, de camino al invernadero, afirmando que a él le encantaría estar aquí. Pero eso no le daba derecho a mencionarlo.

—¿Ahora qué estás diciendo? —dijo con mal humor.

—Dijiste que está enfermo, él no sobrevivirá —le aseguró.

—Ahora viviremos juntos en la capital, claro que sobrevivirá —refutó, caminando hacia él—. Aquí recibirá la ayuda médica que necesita, recibirá un mejor tratamiento y mejorará.

—No mejorará, él empeorará.

—¡Tú no sabes eso! —Su voz agitó las hojas de los árboles y calló hasta al mismo viento.

—Sí lo sé, recuerda para quien trabajo —dijo el científico, tan serio como lo estaba ella.

Khoni negó con la cabeza, no iba a creerle.

—¿Por qué crees que seguimos haciendo experimentos, que tenemos ese invernadero? —continuó él— La solución que Thia nos brindó tiene trampa. Las plantas artificiales que crearon no son tan buenas como los demás creen. Y pronto los demás también lo descubrirán, pero cuando lo hagan ya habrá sido demasiado tarde.

—Estás mintiendo. Hemos vivido de lo que Thia ha creado por siglos.

—Sí, y todo estuvo bien en los primeros cien años, pero luego vieron una falla en el producto. Las planthias comenzaron a crear una toxicidad por su cuenta. El aire que suministran no es tan puro como piensas.

—No, no es cierto. —Agitó la cabeza, no quería seguir escuchándolo.

—Me han encomendado, junto a otros científicos, buscar un arreglo al problema, o por lo menos evitar que empeore. Pero te lo digo desde ya, no puede ser arreglado. Llegará un momento en que Thia pasará de ser nuestro salvador a nuestro verdugo. Y los más débiles son quienes morirán primero. Eso incluye a tu hermano.

—¡No es cierto! —chilló.

El suelo empezó a temblar, y Khoni tenía tapados los oídos, ajena al movimiento. Geoff miró a su alrededor, atento a lo que estaba por suceder. Entonces la tierra que tenía bajo sus pies se resquebrajó en miles de partes y entre estos creció césped.

«Vamos a estar bien. Neydhan va a estar bien. Viviremos en la capital y él se repondrá. Seremos felices, una familia feliz» se decía ella en su mente, repitiéndolo una y otra vez.

El césped cubrió los pies de ambos jóvenes, y continuó creciendo. Mientras se levantaba fue uniéndose a las piernas de la muchacha, realizando una trenza en el camino de subida.

«Vamos a estar bien, Neydhan, vamos a estar bien» pensó.

De manera repentina, sintió que el corazón le era estrujado. El sonido de un golpe ensordecedor azotó sus tímpanos, y otro golpe con la misma fuerza se escuchó después hasta volverse contínuo.

Cayó de rodillas, se le dificultaba el respirar, y sintió que su pecho explotaría en cualquier  momento.

—Khoni. —Geoff se acercó a ella y se arrodilló a su lado— ¿Qué tienes?

—Haz… que se detenga —dijo sin aliento.

Sin poder soportarlo más, quedó inconsciente.

Sus ojos seguían un poco abiertos para ver el rostro borroso del científico, cómo él intentaba decirle algo, hacerla reaccionar. Usando todo su esfuerzo, parpadeó, pero esto no ayudó a que lo viera mejor. Eso no evitó que presenciara lo que ocurrió después.

Unos hombres agarraron a Geoff y lo obligaron a levantarse, él luchó con todas sus fuerzas, no quería abandonarla, y fue cuando ellos recurrieron a dormirlo, le inyectaron algo y se llevaron su cuerpo anestesiado.

Antes de cerrar los ojos miró un rostro desconocido, este hombre la cargó con cuidado, como si fuera algo delicado, y desde allí todo se puso negro.

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